Vidas pasadas
El filme de la directora y dramaturga Celine Song tiene cuatro nominsciones a los premios Oscar
Celine Song es una dramaturga y directora teatral nacida en Corea del Sur/1988 que hace dos décadas decidió emigrar a Canadá para posteriormente afincarse en los Estados Unidos, donde un año atrás debutó en el largometraje con Vidas Pasadas, estrenada en el festival de cine independiente de Sundance, obteniendo el máximo galardón de la crítica. Participó asimismo con enorme éxito en el Festival de Berlín. Y buena parte de las recensiones, allí donde pudo verse, la calificaron como la mejor película del 2023.
Por lo general, si bien triunfar en Sundance puede ser muy halagüeño para los realizadores y sus equipos responsables de las películas allí reconocidas, siempre y cuando la aspiración no sea únicamente sentirse halagado sino llegar al público de a pie, ese logro puede convertirse en un obstáculo mayúsculo, ya que los distribuidores, alineados con las grandes empresas de la industria del entretenimiento, comulgan con el prejuicio de creer que se trata de trabajos pretenciosos, hechos por realizadores con ínfulas de autores, pero de esmirriado atractivo para el espectador común, recelo asimismo compartido por los votantes de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood. El hecho de que la opera prima de Song haya conseguido cuatro nominaciones para los Oscar 2024 podría a su vez alimentar la suposición de que a fin de cuentas es nomás un emprendimiento del montón, cuando en realidad ni siquiera los referidos votantes pudieron escapar al magnético atractivo de un trabajo redondo y cuya directora no renuncia a un estilo muy distante de los convencionalismos del cine actual.
El marcado acento autobiográfico de la historia, guionizada y puesta en imagen por Song, finalmente desembarcada en Manhattan, donde ocupa sus días como dramaturga, queda reflejado en el hecho de que la protagonista de Vidas Pasadas, Nora Moon procede, en la ficción, asimismo de Seúl. E incluso en la elección del sugestivo título de la película, inspirado y traducido de la palabra In-Yun, muy ligada al concepto del karma, que los personajes pronuncian en algunos diálogos. Dicho vocablo coreano hunde sus raíces filosóficas en el budismo y en las tradicionales creencias coreanas acerca del destino individual y los vínculos humanos que, a diferencias de las ideas occidentales, se entienden enraizados en las varias, imborrables, historias que el individuo vivió con anterioridad y cuyas huellas seguirán pesando, de manera inexorable, sobre sus vivencias presentes y futuras, tal cual acontece en el trayecto vital de esos personajes.
A manera de prólogo el relato se pone en camino con una enigmática toma. En la mesa de algún bar, mediante un pausado zoom, vamos viendo a tres personas mientras una voz en off, le pregunta a alguien —al espectador en realidad— cuál supone sea la relación entre esa mujer de rasgos orientales que conversa con un hombre de parecidas facciones mientras otro sujeto, sin lugar a dudas de distinta cepa, los observa. La aparente impasibilidad de este último, que no armoniza con algunos leves gestos en su rostro, señal de que la procesión va por dentro, es el primer anticipo del mesurado estilo optado por la directora para ir contactándonos con la intimidad de sus criaturas. Dicho estilo privilegia los silencios y las miradas sobre el fárrago retórico y los mohines sobreactuados.
De allí la narración da un salto de 24 años hacia el pasado, llevándonos al encuentro de Na Young y Hae Sung, niño y niña de 12 años, quienes cursan el mismo grado de la escuela compitiendo por ser el mejor alumno de la clase, sin que ello afecte en lo más mínimo su estrecha amistad que, a ratos, da la sensación de que estuviesen predestinados a una relación inquebrantable durante el resto de sus vidas. Todo cambia empero cuando los padres de ella deciden mudarse a Canadá, y Hae Sung, acongojado, los ve partir. El dolor por el distanciamiento se nota hondo, pero púdicamente controlado, lo cual viene a reafirmar la contención estilísticamente recurrida por Song.
Ha transcurrido más de una década. Hae Sung sigue añorando a Na Young, la cual entretanto ha occidentalizado su nombre sustituyéndolo por el de Nora, quien muy de vez en cuando recuerda algo de su pasado y únicamente habla con su madre en coreano. Entretanto el ahora ya postadolescente y otrora amigo y prospecto de enamorado también ya tiene trazados sus objetivos académicos como futuro ingeniero y las rutinas de una existencia que debe seguir siendo encarada no obstante los tropiezos que, sí o sí, seguirán apareciendo en el camino.
Cierto día Nora, que para entonces sigue afincada en Toronto pero ansiosa de marcharse a Nueva York para plasmar sus ambiciones como dramaturga, se ve sorprendida por un mensaje de Facebook que le llega del otro lado del mundo. Quien se comunica es Hae Sung, que prosiguió con su pesquisa valiéndose de las nuevas herramientas digitales. Intrigada por ese reencuentro virtual ella responde al mensaje y acuerdan comunicarse de inmediato por medio de una videollamada a fin de ponerse al día de qué ha sido de sus vidas. Los contactos se hacen cada vez más frecuentes. Pero a medida que el simulacro de vínculo rehecho se intensifica, afloran asimismo, sobre todo en Nora, las preguntas acerca de quién es y desea ser. De modo que sugiere poner en pausa, por algún tiempo, el intercambio de emails y mensajes de WhatsApp.
Aquel corte que pensaban duraría a lo sumo algunos meses se extiende por otros 12 años. Nora ya se mudó a la Gran Manzana, donde ha contraído matrimonio con ese otro hombre del prólogo: Arthur, colega estadounidense escritor de dramas destinados a las tablas, y no obstante seguir preguntándose de tanto en cuando hacia dónde enrumbar su trayectoria vital tampoco se siente insatisfecha con los hábitos adquiridos, que usa, entre otras cosas, a modo de atajo para aventar tales dudas.
Cuando una vez más Hae Sung tira del hilo avisando que ha resuelto pasar sus vacaciones visitándola por algunos días en Nueva York, la historia, con todas sus aristas, resurge por tercera vez, pero en la ocasión la presencia de Arthur, quien desconoce los dos episodios anteriores de la biografía de su compañera, suma complejidad al drama sentimental, ahondando las fluctuaciones emocionales producto de esa suerte de trastorno de identidad disociativo, al cual tampoco es ajeno el compinche de cuando ambos tenían 22 años menos. Para agravar más aún la sensación de estar perdidos en un laberinto, una vez que Arthur, a quien Song, consecuente con su agradecible renuencia a cargar las tintas, se abstiene de mostrar ya sea como el villano interpuesto en esa suerte de romance nunca consumado o un risible cornudo, le comenta a Nora que al soñar habla siempre en coreano.
El reencuentro, personal esta vez, ocurre —tal cual acaeció en la realidad según declaró la directora a los medios— mientras visitan lugares frecuentados por el turismo, con la ya referida atinada dosificación de gestos. Él, sin pronunciar palabra, es presa de algunos tics faciales, ella, de igual modo callada reitera una enigmática sonrisa. Es la opción de la directora por la imagen y la reducción de los diálogos a lo estrictamente necesario, acierto narrativo más sorprendente todavía tratándose de alguien que viene del ámbito teatral, pero del todo coherente con su decisión de minimizar al máximo el uso de los ingredientes dramáticos usualmente manipulados en el género para pulsar la sensibilidad del espectador, así ello no implique una verdadera empatía con los personajes. En la oportunidad el magnetismo entre Nora y Hae Sung está siempre ahí, a flor de piel, como lo está la certidumbre de saber que esa afinidad enclavada en la memoria y los sentires nunca pasará de ser una posibilidad irrealizada.
Las películas inscritas en el género romántico tienen mayormente en común su preferencia por el melodrama estridente y bañado en sobredosis de caramelo. Nada de eso se percibe en Vidas pasadas, al punto que no resultará impensable que a algunos espectadores se les antoje excesivamente seca y lejana, puesto que incluso los momentos de humor son expuestos de manera sumaria y cortante.
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Tal impresión puede aventarse si se atiende a los varios subtextos que circulan debajo de la superficie narrativa. Está por un lado el tema de la emigración y sus, para muchos entre quienes optan por marcharse hacia otra realidad, no poco dolorosas renuncias a la propia identidad y a los lazos con familiares y amigos, sin mencionar los escollos para adaptarse a ese otro mundo. Menos mal Song renuncia a los clichés que pretenderían convertir a Nora en una suerte de vocera de las penurias de los inmigrantes. La directora limita al personaje a ser ella y no una ilustrada caricatura de la condición de todos y todas quienes, por el motivo que fuera, se mudan a un sitio distinto del de su origen.
Tampoco son desdeñables los irónicos dardos hacia ese fallido, desangelado en el fondo, cada vez más extendido reemplazo de la relación personal por los seudo contactos a través de las mal llamadas redes sociales y demás celadas digitales que van encerrando a los usuarios en sus burbujas distanciándolos en cada vez mayor medida de la realidad. Pero tampoco esos apuntes pretenden emitir un dictamen terminante sobre la tecnología y sus averías colaterales.
Son por cierto notables las personificaciones de Greta Lee y John Magaro en los roles de Nora y Arthur respectivamente. No menos destacable es la fotografía, registrada en 35 milímetros, de Shabier Kirchner, aporte esencial para una realización que como, se dijo, privilegia la carga icónica por sobre todos los otros recursos narrativos. Y la partitura de Daniel Rossen y Christopher Bear contribuye lo suyo con la modestia funcional que corresponde.
Song esquiva, en la en buenas cuentas muy recomendable Vidas pasadas. asimismo otra de las recurrencias del grueso de la producción actual: la obesidad caprichosa del metraje. Poco más de 100 minutos le resultan suficientes para desgranar lo suyo, que no es sino una reminiscencia, exenta de desafinados lloriqueos, de aquellas raíces de las cuáles no pudo lograr del todo desentenderse. Algo así como un doloroso proceso del duelo sin posibilidad de ser jamás finiquitado.
Ficha técnica
Titulo Original: Past Lives – Dirección: Celine Song – Guion: Celine Song – Fotografía: Shabier Kirchner – Montaje: Keith Fraase – Diseño: Grace Yun – Arte: Alan Lampert – Música: Christopher Bear, Daniel Rossen – Efectos: Brian Walsh, Nick Crist, Michael Huber, Alex Lemke, Thomas Salama Producción: Christine D’Souza Gelb, Yeonu Choi, Hosung Kang, Jerry Kyoungboum Ko, Yale Chasin, Celine Song, David Hinojosa, Pamela Koffler – Intérpretes: Greta Lee, Teo Yoo, John Magaro, Moon Seung-ah, Leem Seung-min, Ji Hye Yoon, Choi Won-young, Ahn Min-Young, Seo Yeon-Woo, Kiha Chang, Shin Hee-Chul, Jun Hyuk Park, Jack Alberts, Jane Kim, Noo Ri Song, Si Ah Jin, Yoon Seo Choi, Seung Un Hwang, Jojo T. Gibbs, Emily Cass McDonnell, Federico Rodriguez, Conrad Schott, Kristen Sieh, Oge Agulué – USA/2023
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet