Cuando acecha la maldad
Imagen: Internet
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La película de terror argentina dirigida por Demián Rugna ganó el festival de cine de Sitges en 2023
Al igual como acontece con las películas hechas al otro lado del Atlántico y del Pacífico, cuya producción ve bloqueada en gran medida su circulación por las estrategias desplegadas desde Hollywoood a fin de tener el control sobre los mercados de la exhibición cinematográfica sin importar su tamaño puesto que no es únicamente un asunto relativo a la taquilla ya que, sobre todo, importa la influencia sobre los imaginarios colectivos, las de los países de esta región del mundo muy rara vez suben a las pantallas comerciales locales.
Anoto esta, reiterativa, introducción pues tal vallado dificulta asimismo que la crítica pueda tener una visión lo suficientemente integral del actual estado de cosas en el panorama cinematográfico de esos países cercanos. Lo cual, en el caso de la Argentina, y habiendo tenido la reciente oportunidad de ver Argentina 1985 (Santiago Mitre/2020) y ahora poder apreciar Cuando acecha la maldad, dos títulos que consiguieron una más que favorable repercusión internacional, con inconsistente apresuramiento podríamos inferir que la producción argentina atraviesa un momento luminoso. No es eso empero lo que, por otras vías, hemos podido deducir leyendo los artículos de varios colegas de ese país.
Demián Rugna (Haedo, Provincia de Buenos Aires/1979) es un director, guionista y editor argentino cuya filmografía se ha mantenido apegada en todos sus emprendimientos al género de terror. En 2005, y tras realizar un buen número de cortometrajes caracterizados por una imaginación sin límites, escribió el guion original de la película La muerte sabe tu nombre (Daniel de la Vega). En 2007, basándose en uno de sus cortos, dirigió La última entrada, su opera prima en el largometraje.
Su segundo largo como codirector, junto a Fabián Forte fue Malditos Sean!(2013); el tercero No sabés con quién estás hablando (2016) y el cuarto Aterrados (2017), este último importante suceso de taquilla, considerada además por la crítica como una de las mejores películas argentinas de las últimas décadas dentro del género en cuestión, superada empero ahora por el último emprendimiento del director.
Cuando acecha la maldad, quinto largometraje de Rugna, fue estrenada en el Festival de Toronto de 2023, cosechando asimismo laudables recensiones. No menos exitoso fue su paso por los festivales de Cannes y Toronto, dos de los principales eventos fílmicos anuales. Fue asimismo la primera película latinoamericana en obtener el máximo galardón en el festival de Sitges, dedicado al cine fantástico. Y ese recorrido le permitió ser estrenada de manera simultánea en 670 salas de los Estados Unidos, cifra muy pocas veces alcanzada por producciones de este lado del mundo. Tampoco ocurre a menudo que una de ellas obtenga un 99% de críticas favorables en medios de innumerables países de distintas latitudes, como fue el caso del trabajo de Rugna.
Más allá entonces de la infrecuente oportunidad de apreciar en nuestras pantallas realizaciones procedentes del país vecino, son la anotada trayectoria y los singulares valores cinematográficos los que ameritan prestar atención al desembarco local de Cuando acecha la maldad, estrenada, tal cual ocurre regularmente con las producciones ajenas a los insulsos paquetes distribuidos desde la industria del entretenimiento hollywoodense, sin la debida difusión,casi tan sólo a modo de relleno en la programación, atiborrada de las escasamente valiosas hechuras y rehechuras sin fin que nutren el boyante negocio planetario de las denominadas majors.
En un pequeño pueblo rural de la Argentina el iracundo cazador Pedro y su calmado hermano menor Jimi, que allí moran, se ven sobresaltados cierta noche al escuchar cinco detonaciones. Puestos a indagar el origen de esa súbita interrupción de la normal tranquilidad del sitio tropezarán con unos restos humanos desparramados entre la vegetación. Deciden entonces continuar su pesquisa y así acabarán en la casa de un vecino donde se topan con una imagen aún peor: en la cama yace un poseído (“embichado” le dicen a lo largo del relato) por alguna criatura demoníaca. Es un individuo obeso hasta límites inimaginables, desfigurado e infectado de pústulas que no dejan de gotear. En esas condiciones sobrevive desde hace años, confiesa la madre, agregando que, en su momento, dio parte a las autoridades locales, sin obtener respuesta o ayuda alguna.
Careciendo de la menor idea de qué hacer para librarse del posible contagio, algunas mujeres del lugar les advirtieron que matarlo no haría más que empeorar el asunto, como tampoco la tiene Ruiz, el terrateniente propietario de todas las tierras del sitio, los tres optan por la que creen la mejor solución: cargar al sujeto en la parte trasera de una camioneta y llevarlo lo más lejos que puedan para, de ese modo, desembarazarse de él, habiéndose enterado por añadidura que los restos hallados al principio de la narración eran los de un empeñoso vecino que había resuelto asumir la tarea de “limpiador”, como se nombra en el lenguaje rural a un exorcista, para acabar troceado por el poseído.
El viaje hacia la nada, una suerte de homenaje a las mejores road movies (películas del camino) va enredando sin pausa la maraña por la cual Pedro y Jimi deambulan desnortados, trastabillando a cada paso con un nuevo espanto, peor al anterior, mientras ven morir familiares y amigos pasados a mejor vida con una sanguinaria brutalidad sin límites, puesto que Rugna no se priva de ningún exceso, poniéndolos en pantalla con una sequedad, en definitiva, dramáticamente más eficaz que el retorcimiento por lo general recurrido en el género.
Y mientras discurre la línea principal del argumento, unas cuantas secuencias de acercamientos a la intimidad de Pedro, quién se separó de su mujer obligándola a llevarse a los dos hijos de ambos, uno de los cuales padece de autismo —condición que lo deja a salvo de los demonios incapaces de penetrar en su mente—, dejan delineadas algunas pistas para que el espectador extraiga sus conclusiones del motivo por el cual ahora el protagonista se halla atrapado en ese abismo tan terrenal sin vía de escape. O la única aparece asimismo perfilada en un momento cuando se ve al furibundo escopeta en mano entretanto, en segundo plano, se advierte a la exesposa blandiendo un hacha.
A diferencia de lo que ocurre en gran porcentaje de las películas comerciales, en la de Rugna no existen los héroes que salvarán a su comunidad, ¿y porque no a la humanidad entera?, de las acechanzas del mal. Sencillamente por ser los humanos quienes, en la vida real, son siempre propensos a desencadenar el mal, aún si por lo general, enmascaran esa su inclinación detrás de la apariencia de estar buscando el bien de todos cuando en verdad solo procuran su mayor posible bienestar personal, desentendiéndose de los daños colaterales que tal procura pudiera acarrear sobre los otros. Rugna no intenta pues ponerle paños fríos al acento implacablemente pesimista de la historia que lleva a la pantalla. Tal vez por la sencilla razón de serle ajeno el propósito de ofrecer las recetas que a cada quien le toca descifrar introspectivamente para hacer de la convivencia un pasar menos escabroso del que en definitiva ha terminado siendo.
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Dos son las alegorías que asoman nítidas a medida que el relato transcurre. La primera alude al abandono que sufren las zonas rurales alejadas de la capital argentina, privadas siempre de toda real asistencia y autoridad, dejadez ahondada en medio de la crisis que vivía ese país en la época en la que Rugna llevó a cabo el rodaje de su película. Y la segunda escarba en el desmadre social provocado por la pandemia del COVID-19, frente a cuyos síntomas iniciales, y el pánico masivo, se multiplicaron los remedios improvisados, y por ende inservibles en realidad.
Ambas metáforas se prestaban a los sermones aleccionadores o a las moralejas tópicas que en el medio siglo transcurrido desde El exorcista (William Friedkin/1973) en adelante impregnaron esas excursiones fílmicas al averno, privilegiando aquella que situaba recurrentemente en la infancia de los humanos y en los animales el patrón a tomar como ejemplo. En Cuando acecha la maldad, uno de los personajes desliza la sentencia: “A la maldad le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad”, y una cabra anda por ahí igualmente poseída, guiños elegidos por el realizador para despejar cualquier duda acerca de su posible sumisión a las recetas de un género, empantanado a estas alturas, como todos, en la inercia repetitiva y en la copia lindante con el plagio, que deviene del facilismo de suponer que en los pasados sucesos de taquilla reside la pócima mágica para continuar sumando ingresos. Fue así como lo “paranormal” acabó quedando atenazado en las réplicas de la película de Friedkin, o de otros pocos títulos que sobresalen del montón como, por ejemplo, La Profecía (Richard Donner/1976), Carrie (Brian de Palma/1976), El sexto sentido (M. Night Shyamalan 1999).
No es empero el contenido lo único, o principalmente, resaltable en la faena de Rugna. Abundan, no sólo en el género del terror, las pruebas de que para conseguir librar una película de la grandilocuencia vacía no resultan suficientes las buenas ideas. Es en el modo de ponerlas en imagen donde queda demarcado el límite que separa a los artesanos más o menos hábiles de los autores. Y Rugna pasa a figurar por méritos propios entre estos últimos en virtud de su preciso aprovechamiento de la “economía de recursos” de los que hace uso para llevar de la mano a la platea hasta el terror absoluto, sin necesidad de atiborrar su narración de efectos especiales, y sin barnizar tampoco la brutalidad de lo que muestra con las ya hartantes coartadas, tropos que a modo de una suerte de disculpa por asustar acaban diluyendo lo narrado en el sin sentido.
Es cierto que resulta dable identificar dos partes en el armado del relato por Rugna. Y si la primera consigue sumergir de lleno al espectador en el miedo —antesala de la locura—, las incertidumbres, las angustias de los protagonistas, la segunda pierde un tanto de fuerza, sin comprometer del todo, ni mucho menos, la fuerza de esa inmersión en el horror. Ello gracias a la ilimitada inventiva dramática e icónica expuesta en su modo de afrontar una historia que, fácilmente, podía haberse deslizado hacia la barrabasada, y en el tino de saber utilizar en el momento apropiado los golpes de efecto coherentes con la creación de una singular atmosfera visual que, de seguro, acompañará a quienes vean la película mucho tiempo después de concluida la proyección.
Tal vez debido a que, a veces por instantes, otras con perseverancia, las películas de terror terminan semejando un espejo de parque de atracciones donde aparecen reflejadas nuestras irresueltas interrogaciones sobre aquellas cuestiones alejadas de la pura racionalidad o bien los pliegues más turbios de nuestra forma de ser, por último cabe dejar flotando la pregunta de si Cuando acecha la maldad resultará igual de atrayente para los fans del género y quienes no lo son, siendo esta una vertiente fílmica que desde siempre ha dividido las aguas, como no podía ser de otra manera, tratándose de esa mirada, acertada o fallida, ese es otro asunto, a los recovecos más oscuros de la condición humana.
Ficha técnica
Titulo Original: Cuando acecha la maldad – Direccion: Demián Rugna – Guión: Demián Rugna – Fotografía: Mariano Suárez – Montaje: Lionel Cornistein – Diseño: Laura Aguerrebehere – Arte: Laura Aguerrebehere – Música: Pablo Fuu – Efectos: Marcos Berta, Román Kampelmacher, Constanza Pugliese, Andrés Borghi – Producción: Fernando Díaz, Emily Gotto, Roxana Ramos, Samuel Zimmerman – Intérpretes: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Luis Ziembrowski, Marcelo Michinaux, Emilio Vodanovich, Virginia Garófalo, Paula Rubinsztein, Lucrecia Nirón Talazac, Isabel Quinteros, Desirée Salgueiro – ARGENTINA/2023
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet