Los viejos soldados
La más reciente cinta del director boliviano Jorge Sanjinés cuenta la historia de una amistad durante la Guerra del Chaco
A lo largo de muchos decenios, desde sus primero escarceos a inicios del siglo XX, el cine boliviano estuvo en deuda con uno de los episodios fundamentales de nuestra historia, la guerra que entre 1932 y 1935 enfrentó a Bolivia y Paraguay, los dos países más pobres del continente, en una contienda típica de aquellas que sostenían los países semicoloniales, motorizadas en realidad por los imperios y sus empresas de punta, para el caso Estados Unidos y las compañías petroleras. Aquella aparente omisión resultaba comprensible por las dificultades, técnicas y financieras que comporta cualquier reconstrucción de época, agravadas si los eventos requieren ser escenificados en lugares que sean, o semejen creíblemente, aquellos donde acaecieron los sucesos abordados.
Rememorando que mientras en Argentina y Paraguay se produjeron entre los años 30 y 40 varios filmes sobre la disputa territorial en cuestión, se me antoja que no deja de ser oportuno recordar la primera y, por décadas, única, aproximación de nuestro cine a esa guerra por las tierras del Chaco en cuyas entrañas se encontraban considerables reservas petroleras. Acaeció en los últimos años del enfrentamiento, cuando el fotógrafo cochabambino Luis Bazoberry se propuso documentar in situ aquel absurdo tributo de miles de vidas a las apetencias lucrativas de la Standard Oil. Con una precaria cámara registró en vivo los combates y el cese de hostilidades, a mediados de 1935, cuando los combatientes de ambos bandos salieron de las trincheras a fundirse en un abrazo que dejó en evidencia el escaso apoyo popular a los delirios de los gobernantes alineados con las apetencias de la potencia del norte. Sin embargo al parecer Bazoberry desconocía los riesgos del soporte de nitrato, que entonces se utilizaba, susceptible de sufrir, en poco tiempo, daños irreparables por el calor y la humedad ambiental. A consecuencia de ello buena parte del metraje registrado quedó inutilizado para su copia en el laboratorio, salvándose únicamente las últimas escenas, precisamente aquellas filmadas mostrando el fin de los combates. De tal suerte cuando en 1936 se estrenó la película, con el título de Infierno Verde, el largometraje previsto había quedado reducido a un mediometraje, eso sí, con una banda de sonido incorporada, lo cual permite considerarla la primera película sonora boliviana.
La señalada deuda de la producción nacional con el referido episodio, que asimismo puso en evidencia la profunda escisión entre los bolivianos asentados en las áreas rurales y aquellos que venían de los todavía pequeños centros urbanos, siendo el encuentro entre unos y otros en las trincheras el chispazo de futuros acontecimientos, como la Revolución de 1952, comenzó a ser salvada en años recientes con varios emprendimientos, de mayor o menor puntería cinematográfica e histórica. Entre ellos Boquerón (2015, Tonchy Antezana), Fuertes (2019, Oscar Salazar y Franco Traverso), Chaco (2020, Diego Mondaca), Tres pasos al frente (2021, Leonardo Pacheco).
A la lista se suma ahora Los viejos soldados, engrosando de tal manera la filmografía de Jorge Sanjinés, una de las figuras fundamentales del cine boliviano y latinoamericano, tanto por los títulos con los cuales enriqueció decisivamente la producción hecha aquí, como por sus aportes conceptuales en Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, libro publicado en 1979 donde queda claramente expuesta la necesidad de compatibilizar una inquisitiva mirada acerca de los problemas irresueltos en el proceso de configuración del país desde 1825, con un modo narrativo y de puesta en imagen de igual manera propio, inspirado en las vertientes socio/culturales de larga data que hacen parte de la rica diversidad de Bolivia y de la identidad colectiva aún en curso de completar su verdadero tramado.
Filmada en escenarios naturales de Villamontes, Sorata, Oruro y La Paz, donde en algún caso tuvieron lugar en la realidad las situaciones narradas, Los viejos soldados arranca con una estremecedora secuencia dedicada a mostrar los brutales métodos de reclutamiento empleados en su momento con el fin de trasladar a los varones de los pueblos originarios al centro de un conflicto que les resulta totalmente ajeno. De hecho el logro principal del film es el inescapable horror que transmite mostrando sin afeites el espanto que les tocó afrontar a quienes vivieron aquel episodio. De allí el film pasa, durante la primera mitad de su algo demasiado largo metraje, al escenario de la contienda donde se conocen Guillermo —el apellido Fernández de Córdova revela de entrada su pertenencia a los sectores urbanos privilegiados—, y Sebastián —el apellido de este y sus propios rasgos físicos, marca de igual manera enseguida, su proveniencia campesina aymara—. No obstante los distintos, enfrentados, segmentos sociales de los cuales proceden, una inicial simpatía mutua que se va acentuando hasta convertirlos en amigos hace que se apoyen mutuamente en los ríspidos trances sobrevinientes, al punto de hacer pender en definitiva la supervivencia de cada uno del respaldo del otro. Así, cuando el citadino levanta la voz para cuestionar el insulto racista de un oficial contra su amigo y ello lo lleva a ser juzgado y condenado a muerte por el tribunal militar previsto en las normas castrenses, ambos resuelven desertar escapando hacia la selva.
Allí, sin certeza del camino a seguir sobreviven a duras penas a la sed, el hambre y el cansancio. Salen empero del infierno y una vez cerca a sus moradas habituales resuelven separarse, por seguridad, durante un tiempo. Suponen que el alejamiento será breve, pero la vida hace que transcurran 30 años. En ese dilatado paréntesis Guillermo se sumerge en el mundo rural, explorando sus hábitos y secretos, mientras Sebastián se muda a la urbe en busca de la oportunidad que le permita ascender en el escalafón social, así fuera al costo de renegar de sus raíces.
Me hago cargo de los empinados dilemas que debe afrontar quien se proponga rodar una película de claro acento didáctico —esta de hecho cae a ratos en un didactismo un tanto pedestre—, y al mismo tiempo apuntada con preferencia a un no menos identificable segmento de espectadores: los jóvenes que desconocen en gran parte la historia nacional, para peor a menudo falsificada en textos, artículos, noticieros, etc. Pero justamente entre el modo de trasladar tal acento didáctico a la pantalla y el segmento de público al que tiene en la mira, existe una discordancia resultante de no tener en cuenta que sobre todo los jóvenes, se encuentran en medio de un ecosistema comunicacional, y en parte también educativo, que los tiene habituados a la inmediatez, las imágenes efectistas, etc.: ergo a la superficialidad. En cambio en Los viejos soldados Sanjinés se toma su tiempo, a ratos excesivo también, para avanzar en el relato y hace que los diálogos tengan preeminencia sobre las imágenes, muy a menudo utilizadas a modo de relleno de aquello que vocalizan los protagonistas, en un estilo no muy naturalista tampoco, más bien con bastante impronta teatral.
Al anotar estas disyuntivas, estoy lejos de recomendar que deban adoptarse de manera sumisa los códigos de la industria del entretenimiento, solo quiero significar, como reitero a menudo, la concordancia que necesariamente debe existir entre el para qué y el cómo.
No estoy en desacuerdo con ninguna de las ácidas invectivas que recorren esta mirada al ayer por Sanjinés, y si este fuese un ensayo político/sociológico lo suscribiría sin hesitar. Ocurre empero que siendo una película me pregunto de nuevo si las herramientas expresivas recurridas son las óptimas. Sin menoscabar tampoco la principal enseñanza transmitida por Sanjinés a los cineastas que lo sucedieron y aquellos que hoy recogen la posta: es preciso atreverse aún a riesgo de tropezar en algún escalón de ese descenso introspectivo y crítico al pasado, única manera de averiguar de dónde venimos y dónde estamos, pues de lo contrario nunca terminaremos de averiguar a dónde queremos ir y cómo llegar.
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En muchas, quizás demasiadas, ocasiones señalé que a mi juicio la crítica es una opinión informada pero no la verdad revelada. Por eso siempre recomendé leer las críticas luego de ver las películas a fin de confrontar el texto con los propios pensamientos experimentados por el espectador durante la proyección activando su propio sentido crítico. Espero que si alguien lee esta recensión sienta curiosidad por ahondar en el trasfondo de la turbulentos hechos históricos que el país vivió durante las tres décadas por las cuáles metafóricamente se extiende la película a propósito de la amistad entre Guillermo y Sebastián con un desenlace, que bien pensado, desliza la idea de que aún, como sociedad, no hemos conseguido romper las absurdas barreras raciales y de otra índole, a diferencia de los protagonistas, que sí consiguieron dar el salto. O sea depende de nosotros, de todos, despojarnos de una buena vez de las ideas importadas desde contextos muy distintos al nuestro para perseverar en el tramado de nuestra propia cosmovisión irrigada por las que vienen desde siglos atrás y siguen vivas, fluyendo bajo la superficie en el modo de los ríos subterráneos.
Y mejor aún si adicionalmente dicho espectador siente abrírsele el apetito de ver, o rever, los grandes clásicos de aquel momento de su filmografía cuando Sanjinés se convirtió en un referente mayúsculo del cine boliviano, latinoamericano e incluso más allá de las fronteras continentales: aludo al tramo que comprende Aysa (1965), Ukamau (1966), Yawar Mallku (1969), El coraje del pueblo (1971).
De los paradigmas de abordaje de la realidad tomados de las culturas originarias para incorporarlos a ese estilo narrativo con identidad y ajeno a la copia que Sanjinés desarrolló en Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, en este su último emprendimiento resulta fácilmente identificable la renuencia a resolver los conflictos expuestos mediante el recurso a un personaje individual desligado, o superior, a su entorno social, colectivo que en el estilo del director prevalece tal cual ocurre en las comunidades originarias donde el debate abierto, horizontal, es la fuente de las decisiones de interés común. Y también persiste la renuencia a utilizar el suspenso para apresar el interés del espectador a tiempo que lo distancia de la realidad. En Los viejos soldados el desenlace de las idas y venidas de Guillermo y Sebastián en busca del otro se adivina pronto, dado que en realidad los personajes y sus andanzas son tan sólo los insumos corporizados de una alegoría acerca de las oscilaciones de la historia boliviana desde la década de los años 30 del siglo pasado hasta la fecha, como lo es el desenlace del film, pero ya mirando hacia el futuro.
La progresión dramática no se halla exenta de notorios altibajos. El sobre enfatizado encaje de los altos mandos militares en el estereotipo de los malos, todos ellos, salvo uno que vaya a saberse porqué resuelve dejar escapar a Guillermo antes de ser puesto frente al pelotón de fusilamiento, no aporta a la solidez de la película. Que los había en extremo racistas y autoritarios está fuera de duda, pero la aproximación a la caricatura conspira justamente contra la credibilidad. Afectada asimismo por la fugaz presencia de personajes que emergen y se diluyen enseguida. Ejemplo: el recluta con vocación de poeta y músico mostrado un par de minutos en la pantalla con la única finalidad de darle el papel de vocero de un discurso progresista, para luego desaparecer tan misteriosamente como asomó. Otro aspecto opinable es el de los varios saltos dramáticos inexplicables: ¿cómo es que de pronto, en medio de la sacrificada escapatoria desde el frente de combate, Guillermo y Sebastián aparecen merendando en un pueblo?, o ¿cómo ocurre que luego de pasar varios minutos frente a frente, sin reconocerse en el lugar donde concertaron una cita, súbitamente se les ilumina la testa?
Para concluir. Las interpretaciones mantienen un nivel aceptablemente parejo a pesar ciertas, inocultables, fisuras en su diseño, y las de Cristian Mercado y Roberto Choquehuanca, en los roles de Guillermo y Sebastián respectivamente, si bien ocupan buena parte del metraje tampoco se hallan exentas de ciertos altibajos atribuibles a un guion que probablemente requería de una segunda opinión, al igual que el montaje, para salvar los huecos en el traslado del texto a la imagen. Cergio Prudencio aporta desde la banda sonora con su conocida puntería para densificar la atmósfera cuando el relato lo requiere. Y la fotografía de César Pérez deja ver su robusta experiencia para sacar el mejor partido visual de los ambientes donde discurre la historia, sobre todo en las secuencias en el frente de batalla.
Ficha técnica
Título Original: Los Viejos Soldados – Dirección: Jorge Sanjinés – Guion: Jorge Sanjinés – Fotografía: Cesar Pérez – Montaje: Jorge Sanjinés – Música: Cergio Prudencio – Sonido directo: Guillermo Palacios, Maximiliano Gorriti – Arte: Jorge Altamirano – Asistencia de Dirección: Oscar Durán, Pedro Lijerón – Producción: Mónica Bustillos Troche, Jorge Sanjinés – Coordinación General: Milton Guzmán – Intérpretes: Cristian Mercado, Roberto Choquehuanca, Valquiria De La Rocha, Mónica Mamani, Erika Andia Balcázar, Reynaldo Yujra, Hugo Francisquini, Pablo Fernández, Luis Caballero Barrios, Kike Gorena, Rober Ortiz Gonzales, Ramón Bellido, Eric Calancha, Bigner Camacho, Leonel Choque, Felipa Condori, Hans De La Riva, Tamiel Hidalgo, Jimmy López, Serapio Mamani, Sonia Molina, Heison Lino, Alcídes Terceros, Hugo Tellez, John Williams – BOLIVIA/2022
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Ukamau