ORURALIA
Imagen: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon
de Manuel Benavente
Imagen: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon
El escritor y fotografo Manuel Benavente comparte este cuento de su libro ‘Cifra de los truenos’, a publicarse en Ediciones Arthero
¡La Gran Morenada Central de Oruro danza por la poderosa 6 de Agosto! El bloque de las “fieles y solteras” se mueve a ritmos de cadencia, logrando de sus serpenteantes brazos y delicadas manitas la extensión final de un sensual vaivén de hombros, pechos y caderas, transparentados por delgadas blusas púrpura, entornadas por sutiles minipolleras; bordadas todas con ondeantes y tornasoladas figuras verde claro, degradando inversas hacia un en extremo suave contraste, fascinando a cuantos miran, derivando de sus dedos gestos melódicos, esparciendo a la gente de sus almas el cariño.
Ella, que es la más bella del planeta, intenta ubicar a su moreno, mientras baila, para a la distancia verse y sentir esa eternidad íntima que late el otro… ¡para amarse por los ojos! Lo habían logrado antes, pero él en este momento está fundido con los de su bloque, danzando al son de la no menos poderosa Banda Pagador, transportados sabe dios a qué profundas alturas.
En eso, entre los morenos, en cuerpo presente, discordando en forma y colores, aparece un mismísimo diablo, ladeando apoyados sus brazos en la cintura, de los que penden grandes gazas, roja una, amarilla otra. Los morenos lo ignoran, o no lo advierten tal vez por su colectivo ensimismamiento. ¡Ella sí! ¡La bella! que en su deseo de ver, ve! Y ve al diablo, y queda atónita, como encantada. Trata de no abandonarse y danzando continuar el paso, sin perder ritmo. En la siguiente “vuelta grande” ubicará la visión anterior, mientras duda si alucinó, o en efecto un diablo de la frater se extravió. En tanto él, el diablo, no repara en ella, porque es posible que efectivamente se extraviara o algo extravió, sobrellevando no obstante gallardo su semblante indiferenciado del infierno, hasta el instante en que cruzan sus miradas e inopinadamente él le desata la magia, alimentando en ella el asombro de su propia belleza, absortándola aún más al sorprenderse bordeándola con la tempestad de sus ojos, hacia el delirio.
Si no fuera por el roce involuntario de otra “fiel y soltera”, que la devuelve a la circunstancia, aferrándola nuevamente al movimiento, conteniéndose, ella hubiera cedido a la sinrazón de sus sentidos. En eso, en la “vuelta chica”, él, el diablo, se desplaza rápidamente atravesando lo que lo separa de ella, más cerca, a su costado. Cruza. Hace como que no la ve, pero con ardor, propio de un oruco, la vibra. La morena se exalta, siente por la punta de sus dedos el aleteo de un picaflor en celo. Tras buscarlo, excitada, logra verlo, de espaldas, hermoso, quitándose la máscara, alborotando su propia cabellera, alardeando monstruos del averno en su gran capa, engulléndose una chela… Otra calma ampara la cuadra. Los músicos tañen sus bronces, acompasados por símiles y a la par gordos bomberos, flacos tambores y jóvenes platillos, en sus colorados trajes, bajo sombreros blancos, como sus zapatos. Los morenos enaltecidos toman la Bolívar danzando en sus alturas, aspirando la inmensidad de esta atmósfera Uru, traspirando sales del KuyPfhasa.
¡Siguen subiendo los Cocani!
Tras largo trago, como para mitigar de uno todos los infiernos, él, ambos, diablo y morena, nuevamente están embelesándose de lejos, asomándose sin proximidad, acariciándose sin tacto, hasta quedar absortos del todo, ignorando al mundo.
En tanto, el cuasi ayunado moreno, y por su oportuno sentido de Sixto, advierte el flirteo y separa sus ligeros pasos lentamente del ritmo de los enmorenados morenos. Iracundo, rebalsando celos por las narices, trata de inadvertirse y percatar lo que sucede, se invisibilisa y prosigue en su imagen, para danzando acechar… Ella ni él, el diablo, la huelen. Éste atraviesa de una acera a la otra la calle atosigada de las “fieles y solteras” y a tiempo de cruzarle el paso, con ademán hipnótico envuelve con su manto rojo el lozano rostro de la morena, por el cuello, desatando en ella todo cuanto de cuajo puede por su fascinación, provocándole in situ su desfallo… del rubor a la palidez, del ensueño al desmayo. Las “fieles” remolinan sobre ella, y el diablo, visiblemente desconcertado, se da a la fuga.
El moreno a por él… II
Para este momento los de su bloque, del moreno, están siguiéndolo con paso acelerado. Son como cuarenta turrilitos que en torbellino allanan la calle con sus aparatosos trajes. Tras ellos los músicos, casi corriendo, resoplan, manteniendo el ritmo, en un desbande de banda acompasado. Las “fieles” en su afán son sobrepasadas por los indignados morenos, que enfurecidos resuenan sus matracas en séquito del ofendido.
Adelante una comparsa de caporales es traspasada da capo. Los morenos abren su paso casi empujando, permitiéndoles, sin ambages, la continuación de sus brincos hacia adelante. Las “figuritas” asustadas se excitan por la inusitada presencia de los desaforados, dando grititos, confundidas no paran de mover sus maravillosos cuerpos, gobernados por el giro de sus hombros, que desciende lívido hasta la punta de sus pies, taconeando suaves con deseo los suelos, todas como una.
Disipándose graves al oído de las húmedas damas, los verdetrompeta no paran de tocar, exaltando la posible trifulca.
Luego están los de la Frater, de donde es posible salió el prófugo y donde posiblemente esté de vuelta. Donde nuestro moreno tendrá que ser certero en su demanda, ya que los diablos no son caporales, ni las chinas figuritas. Pues con el arrebato todos paran el avance y contienen la alevosa intromisión de los emputados morenos. Los músicos de una y otra banda, entre ellos se guiñan y no para cada quien de ejecutar su encargo, acostumbrados al aleatorio-caos-armónico-de-tropas, ¡esta vez cotejando el encontrón!
Parece que el Apaza Limachi, que asegura que sus abuelos, antes de la Zona Norte, fundadores con los Cori Quispe y otros, de la Central Cocani, se equivocó… y se le fue encima a un otro diablo, que permanecía erguido, agitando en alto sus brazos, con ausencia de uno de sus pañuelos, quien reaccionó endiablado contra el agresor, haciéndole volar matraca, guante y todo… Los morenos en tropel tienden por “ajusticiar” al inocente… a lo que el grueso de los diablos y las chinas replica con la furia. Los hermanos Yapu WaraChi, distinguidos por sus matracas de KkjhirKinChu peladas, abreadas por el secular uso de sus ancestros, no vacilan en golpear astas hasta volarlas y suspender al cielo su giro traquetero, en son de victoria… Esto hasta que del otro bando siete luciferes los cercan y en barahúnda los desploman, para a puntapiés destrozar sus corazas plateadas y desprender de ellas las perlas por los suelos, embadurnando de lodo sus mejillas… Poco fue el regocijo de estos personajes, porque al tiro los Flores, Barrientos y Romero, entre Choques, Mamanis y Condoris, despojados ya de sus turrilitos, propiciaran la campal batalla, a punta de pies y matracazos… a lo que diablos y chinas responden con trinches, tridentes y tellazos… En las graderías la gente, estupefacta, arenga semejante espectáculo, unos filiales a la Frater, otros a la Central, no faltando quienes ensoberbecidos por el trago toman partido con las manos, los pies y hasta las cabezas (se sabe que el que se sirve rostro asado endurece las frentes y las usa en la confrontación). No tardan en sumarse los osos y arcángeles, ensordeciendo la estrecha vía con sus pitos, pretendiendo volver en sí a los ya ensangrentados rivales… Los lanudos embarrados hasta las rodillas, por atrás casi hasta sus culos, se dieron por marear a un aChaChi cuasiduro, que crujía sus atuendos en pos de una china… para ellos, los osos, su ChinaSupay, Princesa del Umbral, que para que es decir es otra preciosidad en minipolleras, de la que gravitan largas y encendidas sus divinas piernas, encasquilladas por ornamentadas botas, con eufóricos dragones que botan fuego…
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Su endemoniado encaje la distingue del resto. Pues de sus orejas bien delineadas se desprenden otras que armonizan con los rasgos bien definidos de su máscara. Su mirada profunda trasciende los azules ojos pintados en el latón, sutilmente estáticos, ponderándola como un ser de inframundos. En su hermosa capa gira sus cabezas un monstruo, atemorizando a cualquiera… El caso es que de danzar pasa a los saltos de lucha (parece que el inocente diablo era suyo), saltos en los que dejara advertir un hilo dental más fino de los corrientes, por lo que algunos morenos, aturdidos, se dejaban atropellar a cambio del goce que recibiera el tacto de sus ojos… pero bueno. A esto llegan las “fieles y solteras” y el asunto pasa a mayores. De arriba pueden verse las melenas variopintas trenzarse y volar a estirones, los trajes desparramarse, las máscaras formar raros escenarios en el suelo, observando absortas sus cuerpos agitados golpearse entre sí, y los músicos de una y otra banda, como en trance, sopla que te sopla…
* La segunda parte de este relato se publicará el próximo domingo en ESCAPE.
Texto: Manuel benavente
Fotos: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon