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La muerte del Cóndor

A 30 años del mayor intento de engaño en la historia del fútbol

/ 20 de septiembre de 2019 / 15:16

-Los actos antideportivos realizados son de una gravedad fuera de lo común -declaró Pablo Porta Bussoms, abogado catalán y presidente de la Comisión de Disciplina de la FIFA, en conferencia de prensa.

-¿Es el hecho más grave en la historia de la FIFA? -Le preguntó un periodista.

-Es lo más grave en la historia del fútbol, que es más antiguo que la FIFA -respondió Porta.

El césped del Maracaná fue escenario y testigo. Dos de los más célebres sucesos de la historia del fútbol tuvieron lugar un domingo de sol en esa alfombra verde: el gol de Gigghia en 1950, acaso el más inesperado y glorioso de todos los tiempos, y la farsa de la bengala en 1989, montada por el arquero chileno Roberto Rojas en un crucial partido de Eliminatoria, sin duda la mayor estafa que haya manchado a este deporte. Las dos veces el miedo enmudeció a la multitud. Cuando el derechazo de Gigghia sacudió la red, un frío de muerte congeló los corazones de doscientos mil brasileños. Cuando el cuerpo yacente de Rojas era retirado del campo otros ciento cuarenta mil torcedores sintieron pánico de quedar fuera del Mundial.

El 3 de septiembre de 1989, Brasil y Chile jugaban el partido final del Grupo 3 de la Eliminatoria. Estaban igualados en 5 puntos. Con empatar le bastaba al local para clasificar a Italia ’90 pues tenía mejor diferencia de gol. Chile necesitaba una victoria. No hubo un epílogo formal ni normal. Con Brasil 1-0 arriba en el marcador por gol de Careca, Chile se retiró del campo en el minuto 69, alegando que su excelente guardameta, el Cóndor Rojas, había sido herido gravemente por una bengala caída sobre el campo de juego, arrojada desde la parcialidad brasileña. El partido nunca concluyó. Desde ese minuto 69 en adelante se desató un huracán de acusaciones, denuncias, pericias, comunicados. Cientos de miles de horas de radio y televisión y millones de hojas de papel se consumieron informando y debatiendo sobre el suceso, de alcance universal pues nunca se había registrado un hecho tan fuerte en una cancha de fútbol con un jugador como protagonista de un incidente. En un primer instante muchos pensaron que Rojas podía estar muerto.

Como era lógico suponer, la prensa internacional especuló velozmente con la pérdida del partido por parte de Brasil y su eliminación del Mundial. ¡La magia brasileña por primera vez fuera de la Copa…!

Brasil, Chile y Venezuela componían el Grupo 3 de la Eliminatoria. El ganador iba directo a Italia ’90. La Vinotinto, por entonces, no contaba futbolísticamente y fue goleada en sus cuatro presentaciones. La porfía era entre los otros dos.

Brasil poseía un plantel estelar cuyo trinomio atacante era nada menos que Bebeto (23 años), Careca (28) y Romario (21), todos en esplendor. Chile tenía también un equipo formidable, sobre todo en ataque, tanto que Brasil le opuso cinco defensores en Santiago. Aunque el técnico Orlando Aravena sabía que por las buenas iba a ser difícil…

  • Rojas, ensangrentado, es retirado del campo.

Guerra en el Nacional

Veintiún días antes del incidente de Maracaná se disputó el cotejo de ida en Santiago. La Verdeamarelha se encontró ante un clima bélico, absolutamente irrespirable. Si los partidos de Eliminatorias suelen ser tensos, eso fue un caldo de violencia pocas veces visto. O nunca. Los libros Historias secretas del fútbol chileno II y El caso Rojas, un engaño mundial, así como los medios en general del país de Neruda adjudican a Aravena, con sus picantes declaraciones y la desbordada arenga a sus jugadores, haber creado esa atmósfera hostil para ganar como fuera. Él fue la chispa, amaba ese barro. Los periodistas chilenos no describen a Aravena como un paladín del Fair Play. Adicionalmente, en Chile siempre existió la idea de que todos los demás ganaban trampeando y por eso la Roja nunca podía ser campeona. En el ambiente quedó instalada una frase de los años ’70 de Luis Santibáñez, famoso entrenador de varios equipos y también de la selección, de que en fútbol no se gana solo en la cancha. Y se mezcló todo. El público se mostraba muy alterado.

La Roja saltó al campo con Roberto Rojas; Hisis, Hugo González, Astengo y Puebla; Raúl Ormeño, Jaime Pizarro y El Mortero Jorge Aravena; Patricio Yáñez, Zamorano (luego Juan Carlos Letelier) y Hugo Rubio (Ivo Basay). Brasil alistó a Taffarel; Mazinho (sustituido por André Cruz), Mauro Galvão, Aldair, Ricardo Gomes y Branco; Dunga, Valdo y Silas; Bebeto y Romario.

Hubo una silbatina estruendosa al himno brasileño y el público (cerca de 70.000 personas) arrojó todo tipo de objetos al campo. Antes de llegarse al minuto 3 hubo una acción posiblemente premeditada que desencadenó la beligerancia posterior. Branco, un auténtico tanque de guerra, escaló por su lateral izquierdo y Ormeño se le arrojó en plancha a la altura de la rodilla con vehemencia singular. La pelota iba a ras del piso, nunca quiso jugarla el 8 chileno. Fue una entrada demencial, de lo más grave que uno recuerde en más de cincuenta años de fútbol (puede verse en bit.ly/2l7LNDX). Justo Branco había apoyado su pierna izquierda y la suela de Ormeño casi se le incrustó en la rodilla. Era para treinta días de cárcel (a cumplir), pero el juez barranquillero Jesús Díaz Palacio apenas le puso amarilla.

-El hombre de las tarjetas, don Jesús-, rezongó por TV el comentarista local Julio Martínez.

Romario, a quien Orlando Aravena había azuzado en los días previos a través de la prensa, comenzó a manotearse con Fernando Astengo cuando la pelota estaba todavía quieta en el círculo central; el árbitro le mostró la amarilla ¡antes de empezar el partido…! ¿Récord mundial…? Tras la plancha de Ormeño, el 9 volvió a discutir con Hisis, le tiró un codazo, que no llegó a impactar de lleno en el marcador de punta, y se fue expulsado. Brasil con diez desde los 3 minutos. Cuando debía ser al revés… Branco, un hombre de una fortaleza física colosal, intentó volver al campo, pero no pudo continuar y debió ser reemplazado. A los 12’, Ormeño tiró otro guadañazo impiadoso sin pelota, esta vez al habilidoso Valdo, que se le había ido, y Palacio le mostró tarjeta roja. El victimario fue a buscar al juez como para agredirlo y tuvieron que forcejear entre varios compañeros para contenerlo. Cuatro suplentes de Chile se lo llevaron al estilo Grupo GOE; estaba completamente desenfrenado. Las escenas están en Youtube (bit.ly/2l1VOQC).

El Nacional era una olla a presión. El juego era una simple excusa para constantes agresiones. Tal vez nunca un partido de fútbol alcanzó semejante grado de violencia. Sucedieron cosas insólitas que quedaron sin sanción. Patricio Yáñez, de gran actuación, le mostró los genitales al juez y éste apenas lo amonestó; pero, al sacarle la amarilla, Yáñez le hizo un corte de manga en la cara y Díaz lo dejó pasar. A esa altura seguramente pensó que lo primordial era salir con vida. En otra jugada, Bebeto se fue solo para marcar el segundo gol, remató y Rojas tapó volando… pero un metro y medio fuera del área. Díaz dejó seguir. En otra, Dunga dio una patada terrible en el pecho a Astengo y no fue sancionado sino con amarilla.

Brasil se puso en ventaja por un infortunado rechazo de Astengo que pegó en Hugo González y se metió en el arco. Cerca del final, Chile empató con un gol polémico. El juez pitó tiro libre indirecto en el área de Brasil por falta técnica de Taffarel. El rubio goleiro había atajado un balón, caminó cuatro pasos con él, lo botó a tierra, volvió a tomarlo con las manos y a caminar. En esa caldera que era el partido y el estadio, nadie lo había notado, pero Jesús Díaz sí y lo pitó: falta técnica. Apenas oyó el silbato, Jorge Aravena le pidió la bola a Taffarel y este insólitamente se la entregó; en tan solo un segundo y sorprendiendo a todos, El Mortero Aravena la apoyó en el piso, tocó cortito para Basay y este, desde el punto del penal, la mandó adentro casi sin oposición pues todo Brasil estaba protestándole airadamente a Jesús Díaz. Un gol extraño de un partido terrible. El empate despertó la euforia del público y aplacó en parte la virulencia.

Quien enloqueció fue Sebastião Lazaroni, el entrenador de la Canarinha; quiso entrar al campo, el juez colombiano lo echó y, ante su resistencia, fue sacado por una docena de uniformados. Los carabineros fueron menos recios que Ormeño, pero le dieron una buena pateadura al DT. Mientras se lo llevaban le daban en los tobillos. Aún desencajado en vestuarios, Lazaroni gritaba:

-¡Esto es una vergüenza del fútbol…!

Le sobraba razón. Valga resaltar que Chile jugó con enorme actitud y buscó el triunfo hasta agotar sus reservas físicas, anímicas y futbolísticas. También la valentía de Brasil para no dejarse arrollar pese a un ambiente tan desfavorable. En ese contexto, Dunga fue el líder espiritual. Y metió suela también, no era cuestión de que pegaran solamente los otros.

-¿Fue el partido más violento que dirigió en su carrera?

 -No -responde Jesús Díaz hoy, treinta años después-. Tuve otro muy difícil en 1982: Deportivo Cali 1 – América 0, que se suspendió a los 41 minutos del segundo tiempo. Hice patear tres veces un penal a Falcioni y al final fue gol. Con ese gol ganó el Cali y se armó una batahola. Aunque aquel de Chile-Brasil fue tremendo. De entrada, Chile no quiso cumplir con la orden de FIFA de salir los dos equipos juntos. Salieron antes para que el público descargara toda su artillería contra Brasil. Y así sucedió. Además del abucheo, le tiraron botellas, piedras, frutas, etcétera. FIFA ordena que los dos equipos salgan juntos para evitar hostilidades hacia el visitante, pero Roberto Rojas, capitán local, ignoró la orden y se metió por entre las vallas, haciendo que sus compañeros lo siguieran, con lo cual Brasil quedó expuesto, a merced de los proyectiles.

-¿Tuvo miedo en algún momento?

-No, porque el tema no era contra mí sino contra Brasil. En 1985, por la Eliminatoria anterior, ahí mismo en el estadio Nacional me abrieron la cabeza con un hielo; don Abilio D’Almeida, que era el veedor, me dijo que si no me sentía bien no continuara, pero yo quería seguir porque sabía que estaba dirigiendo bien y la bronca no era conmigo sino con los uruguayos. Así que me pararon la sangre y unos 15 ó 20 minutos después reanudé el juego. En el caso de Chile-Brasil, más allá de las patadas y los golpes, expulsé a toda la banca técnica chilena, a los recogebolas, a los fotógrafos… Todos estaban confabulados. Resultó difícil haber podido terminar ese partido.

-¿Qué sucedió después?

-Yo pasé mi informe, duro, y el veedor (N. del A.: Carlos Coello Martínez, de Ecuador) el suyo. FIFA suspendió a Chile para jugar como local en su territorio el siguiente partido. Un caso único en la historia, creo. Ante Venezuela debió ser local en Mendoza, Argentina.

En efecto, fue el único caso en la historia de las Eliminatorias Sudamericanas -desde su inicio en 1954- en que una selección fue penalizada enviándola a jugar en otro país.

“Las Eliminatorias son una guerra sin muertos”, suele sentenciar un amigo. Ese partido, sin embargo, dejó uno. Expedito Teixeira, padre del entonces flamante presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira, asistió al estadio Nacional en calidad de simple aficionado y sufrió un infarto en la butaca, que en Brasil fue atribuido directamente a la impresión por el clima hostil de esa tarde en la comuna de Ñuñoa. Expedito nunca se recuperó y falleció el 26 de agosto, 13 días después del partido, en la clínica Santa María, de Santiago. En esas casi dos semanas de agonía, ningún directivo de la Federación de Chile fue a visitarlo. Havelange tomaba nota…

Fiesta en Maracaná

Si haciendo todo lo que hizo, Chile no pudo ganar en su patio, ya podía ir sacando cuentas de lo que costaría en campo ajeno. Las mentes más afiebradas de esa selección, a la que le sobraban excelentes jugadores (en 1987 había goleado a Brasil 4 a 0 en la Copa América de Argentina) comenzaron a pergeñar el modo de salir airosos y llegar al Mundial por si con fútbol no alcanzaba. A raíz de la beligerancia del primer choque -nunca tan ajustado el término- en Chile se pensó que encontrarían represalias en Río. Pero resultó lo contrario. La CBF, las autoridades y la misma prensa predicaron que había que mostrar otra cara; no poner la otra mejilla, sí garantizar la máxima seguridad a los visitantes y dar un ejemplo de civilidad y juego limpio. Se hizo una campaña mediática instando a la gente a brindar una fiesta deportiva en paz. Pero a la vez evitar cualquier incidente, pues FIFA había declarado el partido como de “alto riesgo”, por lo cual designó dos comisarios deportivos de alto rango: el uruguayo Eduardo Rocca Couture, ex vicepresidente de la FIFA, y el español Agustín Domínguez en carácter de veedor extraordinario. Y sobre todo porque en vista de lo sucedido en Santiago, el mundo entero podía pensar que los brasileños quisieran un desquite e incurrieran en agresiones. Teixeira sabía que con un empate clasificaban y no quería correr el mínimo riesgo, el de 1990 sería su primer Mundial como presidente y, si eran eliminados, podía perder la presidencia. Él soñaba con estar muchos años en el sillón. El fútbol brasileño es una máquina de generar dinero y Ricardo ya había establecido su sociedad con Traffic, la cual había debutado haciendo las Copas América de 1987 y 1989. Intuía que lloverían millones (y no estaba errado).

Fuimos a la Cidade Maravilhosa como enviados especiales de la revista El Gráfico. Las instrucciones eran, además de cubrir las alternativas del juego, estar muy atentos a posibles incidentes y presenciar la llegada de la delegación chilena. Chile llegó al aeropuerto de El Galeão a las 22 horas del sábado, bien sobre el partido. Un grupo de alrededor de cien torcedores esperó al plantel chileno y le dedicaron aplausos y hasta vivas. Se dispuso un dispositivo de seguridad similar al de una visita papal. Una impresionante cantidad de patrullas, carros de asalto y sobre todo de policías en moto escoltó al bus del plantel chileno hasta el hotel en Recreio, bien al sur, alejado del centro de la ciudad.

Todo fue pacífico. Al día siguiente llegamos muy temprano a Maracaná a esperar la llegada de la Roja y acompañamos al transporte, que iba a paso de hombre, desde los portones de ingreso hasta la puerta misma del camarín. Todo se desarrolló en perfecta calma. En las tribunas, los 141.072 espectadores pagantes no pensaban en agresiones sino en que Brasil ganaría sin problemas dado su alto poderío futbolístico. Por lo demás, las tribunas del Maracaná están lejos del campo, por lo cual el visitante no se siente hostigado.

El 3 de septiembre de 2014, el matutino La Tercera, de Santiago, publicó una nota evocativa bajo el título “VERGÜENZA ETERNA: SE CUMPLEN 25 AÑOS DEL MARACANAZO”. Destacamos un párrafo de la misma: “La prensa también participó en el juego. Mientras algunos medios crearon el clima de conflicto, otros mantenían la mesura. ‘En Brasil estaba todo normal. Incluso, los colegas nos recibieron y nos transportaron en sus autos. Sin embargo, en un sector de la prensa chilena se insistió con una hostilidad que no existía’, recuerda Ramón Reyes, enviado especial del diario La Nación”.

Efectivamente, fue una agradable jornada deportiva sin incidentes hasta ese minuto 69 en que Roberto Rojas cometió un acto irracional que envolvió a un país entero. Hasta ahí, Brasil fue muy superior en el juego, ganaba con comodidad y ya empezaban los lujos. Brasil se situó en ventaja con un tanto de Careca, quien ya brillaba en el Napoli en dúo con Maradona. El propio Rojas, con sus excepcionales condiciones, impidió más goles en otras ocasiones. No obstante, lo que pasó desde ese minuto fatídico en adelante lo narramos en el artículo que firmamos para El Gráfico el 5 de septiembre de 1989 titulado “UNA FARSA QUE ENSUCIA AL FÚTBOL” y que reproducimos a continuación:

“Una farsa que ensucia al fútbol”

(Por Jorge Barraza Enviado especial a Río de Janeiro)

 “La prensa deportiva del mundo había anunciado que este domingo surgiría del colosal Maracaná un nuevo clasificado para el Mundial de 1990. No contaba con la astucia del arquero chileno Roberto Rojas. Él decidió, junto al resto de su equipo, que no, que hay que esperar un desde ya polémico dictamen de la FIFA para saber quién representará a Sudamérica por el Grupo Eliminatorio número 3.

Rojas, de excelente actuación en los 69 minutos que se llevaban disputados entre Brasil y Chile, vio la gran oportunidad de que su selección obtuviera en un tribunal lo que evidentemente no podía en la cancha: los dos puntos y la clasificación. Vio caer detrás suyo una bengala de luces, totalmente inofensiva, ya que no detona ni explota, solo se va extinguiendo en el espacio de 40 ó 50 segundos, y se desplomó aparatosamente hasta parecer fulminado. Fue trasladado aún más aparatosamente por sus propios compañeros al vestuario y ya no fue posible seguir asistiendo a esa fiesta cordial y maravillosa que los brasileños habían preparado para festejar un nuevo pasaporte a la Copa del Mundo.

Un solo equipo: Brasil

Hasta ese minuto 69, aún sin deslumbrar, había un solo equipo comandando el juego y el marcador: Brasil. Con velocidad, con un toque claro y preciso, con la elegancia de Valdo, la peligrosidad de Bebeto y la potencia física de todos, era amplio dominador. Chile solo había opuesto voluntad y los vuelos fenomenales del ‘Cóndor’ Roberto Rojas. No pudimos saber, en todo ese tiempo, si su planteo era ofensivo o defensivo porque Brasil lo tuvo siempre encerrado cerca de su área, aún con el resultado a favor. Se percibía la impotencia para revertirlo, mientras ciento cuarenta mil torcedores comenzaban con el clásico ‘Ole’ después de cada toque. Eso y un zurdazo de Careca, que doblegó las manos de Rojas, fue lo que se vio hasta ese absurdo minuto 69.

Lo demás fue una farsa que no tiene parentesco alguno con el fútbol. No habían pasado más de seis o siete segundos desde la caída de Rojas (vale aclararlo, ni se había dado cuenta de la existencia de la bengala luminosa -que no es peligrosa como la que mató al hincha Basile en La Bombonera-, pero apenas la percibió se arrojó al piso) cuando sus compañeros, en masa, lo pechaban a Loustau pidiéndole justicia: esto es, que diera por finalizado el partido. Esto sin haberse acercado aún a Rojas para ver qué tenía.

“Lo vimos de al lado: se tiró”

El testimonio, tajante, pertenece a los fotógrafos Ricardo Alfieri (hijo), y Atsushi Kondo, japonés. ‘La luz fosforecente cayó un metro y medio detrás del arquero y él se tiró acusando la lesión. Nosotros estábamos pegados al arco y tenemos toda la secuencia, no estaba herido, seguro’, coincidieron ambos, quienes fueron invitados por la televisión brasileña para obtener su relato pormenorizado.

Juan Carlos Loustau, como correspondía, esperó un tiempo prudencial para que el partido se reanudase, pero Chile se quedó en los vestuarios y tuvo que suspenderlo. (El informe del árbitro sería desfavorable a los chilenos). Para Eurico Miranda, director del comité de Selección de la CBF, no hay duda sobre lo que vendrá: ‘El reglamento es muy claro, si un equipo se niega a seguir jugando pierde el partido por 2 a 0, salvo que al momento de la suspensión tuviera un marcador mayor en contra. Brasil estaba 1-0 arriba, de manera que ganó 2-0 y va al Mundial’.

Pero a pocos pasos de donde él declaraba, el vestuario chileno, una caldera, aseguraba al mundo entero: ‘Rojas tiene un corte en el cuero cabelludo, se le aplicaron cuatro puntos de sutura y además presenta quemaduras en el rostro’. Esto lo afirmó el médico de la delegación, el uruguayo Daniel Rodríguez. Por supuesto ningún periodista pudo entrar a verlo aunque, como es de imaginar también, los colegas chilenos no tenían tampoco la menor duda de la existencia de las heridas.

En fuentes brasileñas la queja era unánime: ‘Le tiraron mercurio para simular la herida y le dieron un golpe. Es una vergüenza lo que hacen para tratar de ganar, Brasil preparó una fiesta y atendió a Chile de la mejor manera’.

Sin guerra, pero sin paz

Chile llegó a Río en un vuelo de Varig recién el sábado a las 22 horas. Tuvimos oportunidad de ver por televisión todos los detalles de su arribo. Una centena de festivos torcedores lo esperaba en el aeropuerto de El Galeão, con carteles como ‘ESTE SERÁ EL ENCUENTRO DE LA PAZ’, ‘VOCÉS SAO OS MELHORES DO MUNDO’. Trescientos efectivos del batallón de choque de la policía estatal custodiaron con un celo excesivo (no pasaba nada) y les mostraron el camino hasta el hotel Atlántico Sul.

La CBF, temiendo que las hostilidades recibidas por los brasileños en Santiago pudieran despertar represalias, lanzó una campaña para promover una fiesta deportiva. Repartió 300.000 volantes por toda la ciudad con una sugerencia: ‘Torcedor, pedimos que aliente a la Selección, incentivando a nuestros jugadores, vibrando del principio al fin. Usted debe promover una fiesta colosal como solo el torcedor brasileño sabe hacer. Pero recibamos a los chilenos condignamente, como país civilizado’.

Personalmente tuve ocasión de presenciar la llegada de Chile al Maracaná, en el que estaban desplegados 1.667 agentes de seguridad, que luego se vio eran demasiados pues el público solo quería disfrutar. Unos doscientos hinchas locales esperaron que el bus se detuviera para aplaudir el descenso de los jugadores, en otra actitud amistosa. Solo hubo un coro de inocentes silbidos cuando la selección roja ingresó al campo, algo comprensible, pero absolutamente pacífico. Incluso el directivo chileno Alfredo Asfura, antes de comenzar el juego, agradeció por televisión la hospitalidad, la colaboración y las muestras de respeto recibidas por todos los chilenos presentes en Río. Las fuerzas del orden, para completarla, chequearon con detectores electrónicos a cada espectador para asegurarse de que no portaran armas o elementos contundentes. Todo fue en vano. Roberto Rojas se opuso tenazmente a aceptar el orden y la hospitalidad que le ofrecieron. Y hasta el mismo presidente José Sarney, de fin de semana en San Luis de Maranhão, su tierra natal, se ofendió con él: ‘No tenía derecho a hacer lo que hizo. El comportamiento del público fue muy bueno, nunca intentó agredir a nadie’.

Del perito: “no hay pólvora”

Las imágenes que pasa una y otra vez la televisión sobre la acción polémica mientras escribimos esta nota nos confirman nuevamente que Rojas no tenía nada al caer. Pero si los chilenos jugaron rápido, los brasileños no se quedaron lamentando. Mandaron al camarín visitante cuatro médicos forenses para constatar las heridas acusadas y para certificar si pudieron provenir de la estela luminosa. Incluso convocaron de inmediato en su despacho al secretario de Justicia de la ciudad, amparándose en una ley nacional. El lunes por la mañana ya iba a estar redactado un escrito oficial de las autoridades para presentar ante la FIFA. En primera instancia, el perito que lo revisó no encontró vestigios de pólvora en la herida de Rojas.

Cualquier cosa que la FIFA decida, desde ya será criticada por ser brasileño João Havelange. Si no lo fustigan los chilenos, lo harán sus compatriotas. ‘Brasil va a agredir a Chile, pero con goles’, había anticipado el entrenador Sebastião Lazaroni. En eso estaba, no lo dejaron. El que acertó por completo fue Pelé, con quien conversamos antes del encuentro: ‘Si es un partido normal, gana Brasil, es muy superior. Si hay otros factores ya no sé…’. Tal cual”.

“Ah, claro, el enviado especial…”

Ese fue el artículo completo. Antes de continuar vale hacer algunas precisiones. El acierto periodístico fue verdaderamente obra de la casualidad: que viéramos caer la bengala detrás de Rojas cuando la pelota estaba a muchos metros de allí. Nos llamó la atención la luz que emanaba y por unos segundos nos distrajimos del juego para seguir su trayectoria. Así observamos con total claridad cómo el elemento pirotécnico cayó detrás del portero sin tocarlo y éste, al verlo, en lugar de apartarse se arrojó encima de él en actitud indiscutiblemente dolosa. Lo que no imaginábamos en ese momento era que Rojas estaba aprovechando la confusión generada por la luz y el humo del artefacto para zambullirse sobre él y ejecutar una treta que no se le ocurrió antes ni después a ningún futbolista en los millones de partidos que el fútbol ha tenido. El Cóndor quedó tendido como desmayado y de su frente manaba abundante sangre. ¿Fue una esquirla de la bengala…? No podíamos asegurarlo. Sí advertimos su sospechosa caída. Como si viéramos a alguien en un supermercado tomar un producto, esconderlo entre su ropa y escudriñar a cada lado si alguien lo ha pillado. Fue lo que nos dio la certeza del fraude.

No era una bengala marina de esas que surcan el aire a velocidad sino un haz de luz sin ninguna fuerza que fue descendiendo lentamente a medida que se consumía. Casi se posó en el césped.

Tras la herida cortante que mostraba Rojas en su frente y el inmediato retiro del once chileno, puesto en una posición extremadamente irreductible, Loustau no tuvo otra que decidir la suspensión del encuentro porque Chile se fue del campo y se negó a continuar jugando. Tan convenida estaba esa retirada que no quisieron esperar la camilla: entre varios compañeros se llevaron a Rojas cargándolo de las piernas y los brazos. La consigna era irse o irse.

El Gráfico fue el único medio del mundo que, a través de esa nota, aseguró que el arquero Rojas había fingido la lesión y que todo era un grandioso engaño. El único que se atrevió a decirlo. Pero no fue fácil escribir esa crónica con el universo entero convencido de lo contrario. Era como ver un OVNI estando solo y luego pretender contarlo. Apenas decretada la suspensión, recurrí a un teléfono en la sala de prensa y llamé a la redacción, a Buenos Aires.

-Urgente, con Proietto. (Aldo Proietto era el director de El Gráfico).

-Ya te paso…

-Hola, Jorge…

-Hola, Aldo, le hablo desde Maracaná, acá pasó algo grave y el partido se suspendió.

 -Sí, ya sé, casi matan al arquero con una bengala.

-No, ni lo tocaron, eso le quería decir…

-¿Cómo que ni lo tocaron…? -Sube el tono-. Casi lo matan, lo estábamos viendo por televisión.

-No, Rojas simuló, lo vi clarito.

-¿Pero qué estás diciendo… si toda la prensa mundial dice que lo hirieron y le van a quitar los puntos a Brasil…?

-No fue así, la bengala era inofensiva, él la vio caer detrás suyo y se tiró encima. Por qué le salía sangre no lo sé, pero no tenía nada cuando se arrojó sobre la bengala. Quería decirle que voy a escribir eso.

-¿¿¿¿¿Quééééé…????? ¿Vos estás loco…? ¿Cómo El Gráfico va a decir eso…? Acá vimos cien veces las imágenes y se ve al tipo herido por la bengala…

-Aldo, tengo la seguridad total, lo estaba viendo, me distraje del juego justamente por la bengala, me quedé mirándola y vi cuando Rojas, en actitud muy dolosa, se zambulló sobre la bengala, que era un simple haz de luz, nada peligroso.

-No te juegues, en todo caso poné que abrigás algunas dudas…

-No abrigo ninguna duda, nunca estuve tan seguro de algo, quiero escribir lo que vi.

-Vamos a cometer un error histórico.

-Quédese tranquilo, sé lo que le digo, Rojas es un farsante. Además ¿Para qué vine a ver el partido entonces…?

-Ah, claro, porque el señor es el enviado especial… (Lo dijo en ese tono irónico medio en serio y medio en broma que era su característica, Proietto es un sujeto muy gracioso).

-No es porque sea el enviado especial, sino porque lo vi. Me voy al hotel y en dos horas mando la nota.

Existe una tradición en periodismo que en El Gráfico se cumplía: la palabra del enviado de la revista era siempre sacrosanta (o casi, en 1971 salieron dos versiones de La Pelea del Siglo entre Alí y Frazier porque el enviado vio ganar a Alí y el director dijo que eso era un disparate y había que reescribirla; pararon las máquinas, se cambió la nota y se siguió imprimiendo). Aún en el disenso, se avalaba el criterio del cronista. En este caso, respetaron a rajatabla mi opinión, que, si estaba equivocada, ponía en juego seriamente el prestigio de la revista. Así se publicó y me sentí reconfortado, aunque a mi retorno percibí que no me creían del todo y que sospechaban que la publicación había cometido un grave error por mi culpa. Hoy los entiendo perfectamente: era un enorme riesgo; ningún otro medio del mundo osaba decir que hubiera habido simulacro del arquero. Ni siquiera deslizarlo. Y de la forma en que titulé y escribí, no había posibilidad de retorno. Si FIFA daba la razón a Rojas, las consecuencias periodísticas y legales para El Gráfico podrían haber sido catastróficas.

“Usted es empleado de Havelange”

Esos días posteriores fueron muy difíciles, tensos y desagradables. Nadie me creía. Recibía llamados desde Chile insultándome. Pedían “con el señor Barraza” y cuando atendía me lanzaban un “deja de escribir huevadas, argentino conche tu madre”. Me llamaban desde radios santiaguinas para entrevistarme, pero en realidad era para hacerme fuertes acusaciones. Pasé a ser un enemigo público en el longilíneo país. El relator Milton Millas dijo cualquier cosa de mí persona, me puso al aire primero y luego me denigró por radio, señaló que yo era un empleado de Havelange y que por eso aseguraba que Rojas había simulado. En fin… Es el peligro de mezclar patria con fútbol. Nunca hay que hacerlo, se desafueran los nacionalismos. De todos modos, no guardo rencor: Millas fue otra víctima más del monumental engaño de Rojas. Aunque estaba influido: el DT Aravena, que no pudo entrar al campo por estar suspendido, vio el partido en la cabina de Millas, codo a codo con el narrador.

Ya me había ocurrido la misma tarde de la bengala en Maracaná. Después de sucedido el episodio bajé de inmediato al vestuario chileno, que estaba herméticamente cerrado. La amplia antesala era un maremágnum, había una multitud de cronistas, fotógrafos, dirigentes, curiosos. Alguien comentó que a Rojas lo llevaban al hospital, que estaba mal herido.

-¡Qué va a estar mal herido si se tiró! -exclamé.

¡Para qué! Se me vinieron encima varios colegas chilenos como para comerme, pero otros los atajaron.

En esa antesala conversé con Ricardo Alfieri, mi excompañero de El Gráfico que había cubierto el partido para Soccer Magazine de Japón.

-¿Viste lo de la bengala? -le pregunté.

-Sí, yo estaba al costado del arco de Rojas, muy cerca. No lo tocó para nada, él se tiró. Justo estaba apuntando con la cámara y le hice 24 fotos. Tengo el momento en que la bengala ya está en el suelo detrás suyo y él todavía parado y mirando al centro del campo.

A su lado, Atsushi Kondo, paparazzi japonés que vivía en la Argentina y hablaba notablemente el español, asintió:

-Está fingiendo, no tiene nada.

No necesitaba más. Eso respaldaba mi visión del hecho desde el palco de prensa.

En vestuarios, los futbolistas sobrepasaron la autoridad del presidente de la Federación de Fútbol de Chile, Dr. Sergio Stoppel y éste, apretado, convalidó el retiro del equipo, una decisión gravísima según los criterios de FIFA. El DT Aravena puso su grano de arena. Al estar suspendido por la expulsión en el cotejo de ida, vio el partido desde la cabina de transmisión del Canal 13 con los periodistas Antonio Neme y Milton Millas. El entrenador se comunicaba por walkie-talkie con el preparador físico Orlando Aravena. Neme y Millas contaron luego que, tras caer Rojas sobre la bengala, Aravena dio la instrucción a los gritos:

-¡Que no se pare…! ¡Que no se pare más…!

Los jugadores aprovecharon la volada de la bengala y, una vez en vestuarios, se negaron terminantemente a regresar al campo. ¿Para qué…? Patricio Yáñez lo admitió mientras se quitaba la camiseta:

-¿Y cómo chucha les hacemos dos goles en veinte minutos…?

Siguiendo la comedia de Rojas (mantenía sojuzgado al resto aún haciéndose el desmayado), la delegación de Chile se retiró ampulosamente del Maracaná y no fue al hospital ni pasó por el hotel, fue directamente al aeropuerto y de allí a Santiago.

-Sacamos al Cóndor en una camilla -evocaba tiempo después el directivo Raúl Sabando-. Cincuenta negros nos pegaban patadas camino al bus. Los policías se hacían los huevones. Meter la camilla al bus fue terrible. Nos fuimos directo al avión que nos había proporcionado el Gobierno. Llegamos a las cuatro de la mañana.

Quien esto escribe estaba ahí, a dos pasos del bus; efectivamente. Fue muy dificultoso introducir la camilla, que por cierto la llevaron a dos metros de altura, con los brazos en alto, para que nadie pudiera ver a Rojas. Pero no advertimos agresión alguna.

La Embajada de Brasil en Santiago, apedreada

En Chile, apenas anunciada la suspensión del partido, la gente salió a las calles. El pueblo estaba enardecido por lo que creía una emboscada y una actitud criminal de la torcida y de las autoridades brasileñas. Al llegar la delegación a Pudahuel eran las 3 y media de la madrugada, pero igual se habían juntado 8.000 personas que dieron la bienvenida a los jugadores como héroes y con consignas antibrasileñas. Quinientos vehículos embanderados formaron una caravana acompañando al bus de la selección, que tardó dos horas en llegar hasta la concentración de Pinto Durán, donde aguardaban otros 3.000 hinchas enfervorizados. En el camino se veían carteles con leyendas contra la FIFA y contra Brasil. “Brasileños asesinos”, rezaban algunas pancartas hechas a mano, a las apuradas.

Mil indignados más se congregaron frente a la Embajada Brasileña a tirar piedras y entonar cánticos ofensivos. Rompieron 44 vidrios de la legación. Y no eran jovencitos revoltosos, había gente grande genuinamente furiosa por lo que veían como un acto criminal inédito. Otro grupo se concentró en el centro de la ciudad frente a las oficinas de la aerolínea brasileña Varig, donde también causaron daños a la propiedad. En muchas esquinas de la Avenida Brasil, la gente le cambiaba el nombre pegándole un papel encima con el rótulo “Avenida Roberto Rojas”.

El tono de la prensa era incendiario. Julio Salviat, editor de Deportes de La Nación dedicó un título lapidario en su editorial, cuando aún no había salido el fallo de FIFA: “¡Dios te perdone, Havelange!”. En la nota decía: “¿Cómo esperar un fallo justo en una decisión que afecta a un país de escasa influencia futbolística y que podría dañar a otro que destaca justamente por sus influencias internacionales?… La conciencia tiene que estar en un lugar muy remoto, inaudible ya después de tanta injusticia. ¡Dios te perdone, Havelange! Nosotros no podemos”.

Pero Julio, un caballero, estaba ciegamente convencido de que Rojas había sido víctima de una canallada y eso fue seguramente lo más sobrio y recatado que se dijo. La Tercera salió a la calle con un titular directamente explosivo: “¡BRASILEÑOS SALVAJES!”. Las radios estaban en llamas. Radio Cooperativa estaba tomando el testimonio de Ricardo Alfieri desde camarines. Éste, siendo lo más cauteloso posible, dijo:

-Y… me parece que la bengala no le pega a Rojas.

-¡Quítele el micrófono a ese imbécil! -gritó imperativo desde la cabina el narrador Nicanor Molinare de la Plaza.

El único periodista chileno que se atrevió a mencionar la palabra engaño, aunque por lo bajo, fue Max Walter Kautz, de Radio Portales. En el momento, Kautz tuvo la valentía de decir en su transmisión:

-La bengala no le da a Roberto Rojas.

Luego, ya con el partido definitivamente suspendido, le confesó a otros colegas lo que había visto:

-Yo estaba en línea con Rojas y puedo asegurar que la bengala cayó mucho más atrás. Rojas hizo teatro, aquí hay algo raro.

Le pasó igual que a mí y le costó caro: en el vuelo de regreso lo tildaron de antichileno y lo pasó mal, aunque su testimonio sembró la duda en algunos. Para todos era una locura pensar así, pero, por otro lado, era conocido como un hombre serio, ¿por qué iba a mentir Kautz…? ¿qué interés podía tener…?

Chile, en cambio, hervía en una excitación cargada de ira. Otras emisoras instaban a ir al aeropuerto “a recibir a nuestros bravos muchachos”. Hubo declaraciones de todo calibre de los más diversos ámbitos, como las del almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar que derrocó a Salvador Allende, y que en ese momento fungía como presidente de dicho cuerpo. Merino cargó con bayoneta:

-Es lamentable que nuestros jugadores hayan estado en manos de un pueblo conformado por primitivos -declaró.

El país entero despertó el lunes como si lo hubieran apaleado, producto de la excitación y la trasnochada. El tema nacional era el partido, la bengala, la agresión. Los buses llevaban carteles que decían:

“El Cóndor está herido, el pueblo está dolido”.

También latía, subyacente, la esperanza concreta de clasificar a la Copa Mundial, a la cual Chile no acudía desde 1982. El pensamiento general era que, si se hacía justicia, debían darle el partido por ganado. Y Chile sería el primero en eliminar a Brasil de un Mundial.

La foto que hizo dudar al mundo

El testimonio pertenece a Danilo Díaz, excelente periodista chileno.

-Los medios y los periodistas se dividieron. Hubo muchos que creyeron, pero un grupo grande dudó desde el comienzo. Luego, en la medida que fueron pasando los meses, sobre todo con la comisión investigadora de Mario Mosquera, Rojas se fue quedando solo. La vida deportiva de Rojas lo sentenciaba, desde juveniles fue un bandido. En el escándalo del Sudamericano Sub-19 de 1979 en Paysandú, él fue uno de los que jugó con pasaporte falso, pues tenía 21 años y medio.

No obstante, en los primeros días posteriores a la bengala, la credibilidad de Rojas seguía alta. Para una inmensa mayoría, la nota de El Gráfico podía ser un error, un apresuramiento o una afirmación temeraria del cronista, aunque también configuraba un precedente: ya alguien aseguraba que había fingido. El primer gran revés del arquero fue la publicación de la foto que Ricardo Alfieri sabía era reveladora. Los fotógrafos saben cuando tienen la instantánea justa. Si al volver a la redacción ellos dicen “tengo el gol” es porque están seguros de haberlo captado. Humberto Speranza, otro gran amigo chasirete de El Gráfico, era especialista en box, un deporte sumamente difícil de fotografiar. Cuando Humberto decía: “Tengo la trompada del nocáut”, la tenía. Difícilmente les falla la intuición.

Alfieri comentó en la antesala de camarines que tenía la foto demostrativa de la farsa y la voz se corrió como una mecha. Momentos después se le apersonó Ricardo Teixeira, titular de la CBF.

-¿E verdade que vocé tem a foto?

-Sí -respondió Ricardo.

-Queremos esa foto.

-No se las puedo dar porque es de Soccer Magazine, de Japón.

-Mas, vocé pode revelar a foto e da uma copia para nos…

-No tengo problemas, pero necesito aprobación de mi revista.

Lo llevaron a una oficina del Maracaná, Ricardo habló a Japón, donde eran las primeras horas de la mañana del lunes; en su medio inglés explicó como pudo la situación a Chino san, el director, y éste también en su otro medio aprobó que revelaran los rollos en Río. Lo trasladaron a Ricardo a la revista Manchete, hicieron ir al jefe de laboratorio a las 3 de la mañana y un par de horas después ya Brasil tenía el documento probatorio de la infamia de Rojas. Esa sería la prueba fundamental para presentar en la FIFA, dado que las imágenes televisivas para nada aclaratorias. La TV, como es natural, siguió la trayectoria del balón, que estaba lejos de Rojas. Cuando volvió para tomar la escena de la bengala ya el golero estaba caído y mayormente se veía humo. No eran determinantes en absoluto. Al comisario del partido, el uruguayo Rocca Couture, entregó Ricardo la famosa foto y él fue quien la llevó a la FIFA.

Rocca Couture comentó, años después, que momentos antes de entrar al campo para iniciar el juego, Rojas se le apersonó con un sugestivo requerimiento: “Se me acerca y me pregunta qué pasa si no hay garantías y me dice que si no las hay, no pueden salir a la cancha. Encontré absurda su pregunta, pero no le di importancia. Nunca imaginé que estaría relacionada con lo que pasó después”.

La dirección de El Gráfico me encargó dedicarme al seguimiento del tema y publicamos a toda página la foto de Alfieri en la edición del 24 de octubre, casi dos meses después del escándalo. Fue un golpe para Rojas y todos sus defensores. Se lo ve a él de pie, de espaldas, siguiendo el juego, y la bengala ya en el piso, de modo que ésta no podía haberlo herido en la frente. A lo sumo en la parte posterior de su humanidad. Pero ahí no tenía nada. Junto a la foto y bajo una banda que decía “Anticipo exclusivo”, escribimos un segundo artículo con el título: “Severa sanción a Chile y su arquero”. Entretanto, en Brasil habían individualizado a quien arrojó la bengala, era una bonita mujer de 24 años llamada Rosenery Mello do Nascimento, a quien la prensa tituló como “La Fogueteira”. Primero la encarcelaron pensado en que era autora de una agresión al arquero, pero enseguida fue liberada porque no tenía antecedentes y no tuvo intención de lastimar a nadie. De hecho, no lo hizo. Rosenery se tornó tan famosa que hasta posó desnuda para la revista Playboy a cambio de 40.000 dólares. Falleció tempranamente, en 2011, a los 45 años, víctima de un aneurisma cerebral.

Harold Mayne-Nicholls era en ese momento periodista (luego sería presidente de la Federación de Fútbol de Chile) y escribió, en coautoría con Marco Antonio Cumsille, el libro El caso Rojas, un engaño mundial (1990). Hizo una profunda investigación en ese momento. Refirió al colega Christian González en una entrevista reciente en el diario La Tercera:

-La foto de Ricardo Alfieri fue clave y también las contradicciones en las que empezó a caer Roberto. No me acuerdo exactamente de los momentos, pero ahí empezó todo a darse vuelta. En Chile había un sentimiento en favor de Roberto, una tendencia a creerle, pero los hechos demostraban que su versión era muy frágil. A mí me pasó que amigos de toda la vida me decían que cómo dudaba. Yo ya tenía una convicción… Ni al Toño (Cumsille) ni a mi nos incomodó que la gente no nos creyera. Sentimos ese rechazo. Amigos, periodistas que nos decían que era un acto contra la patria. Era el ‘89, un momento bien delicado para el país, pero el convencimiento que teníamos era absoluto. La foto de Alfieri era demasiado categórica como para poner en duda nuestra versión. Esa foto generó el convencimiento de todo el mundo de que era imposible que la bengala golpeara a Roberto Rojas.

“El mayor intento de engaño de la historia”

Rojas, que fue llamado a declarar en Zúrich por la FIFA el 10 de septiembre, no se presentó ese día esgrimiendo no estar repuesto psicológicamente de la agresión. “Los médicos me ordenaron reposo”, se excusó. No quería afrontar el patíbulo. En cambio, el día 12 hizo una declaración pública con mucha repercusión en los medios, sabiendo que cada palabra suya llegaba de inmediato a Suiza:

-Quiero comenzar ofreciendo mi más sincero propósito de perdonar; perdonar a quien quizás sin comprender cuánto daño le pudo hacer a un ser humano igual que ella, me golpeó dejándome no sólo una herida en la frente, sino también una imborrable marca de tristeza en el alma que tardará mucho en sanar.

El hombre se mostró conciliador, cardenalicio, como si estuviera dando una homilía piadosa y absolutoria… Pero la investigación seguía su curso…

Presionado por la Federación de su país, el Cóndor no pudo eludir con certificados médicos una segunda convocatoria de la FIFA y, a regañadientes, se presentó en Zúrich frente a la Comisión Disciplinaria el 25 de octubre. Le pidieron un descargo, pero fue confuso. Le mostraron pruebas, le pasaron las imágenes cuadro por cuadro donde quedaba establecido que, con la bengala ya en el piso, él aún no sangraba. Dijo que tras la caída de la bengala entró en estado de shock y no podía recordar cómo se le produjo el corte en la frente. Pero debió admitir que no fue herido por el objeto luminoso. Y ese había sido justamente el motivo del abandono chileno.

En una primera resolución, la FIFA ya había suspendido a Chile para jugar en su país. Tenía una amonestación vigente por los serios incidentes ocurridos ante Uruguay en el mismo estadio Nacional en 1985 y, sumados los del día del 1-1 con Brasil, se determinó que no podría jugar en su territorio, por lo cual decidió enfrentar a Venezuela en Mendoza, Argentina. Posteriormente, el 10 de septiembre, tras llamar a Suiza al árbitro Loustau, al comisario oficial del partido Eduardo Rocca Couture (Uruguay), y al comisario extraordinario Agustín Domínguez (España), quienes sí asistieron, estos manifestaron que el ambiente era normal y estaban dadas todas las garantías para continuar el juego. FIFA decidió una segunda sanción: dar por ganado el partido a Brasil 2-0, con lo cual clasificaba al Mundial. El caso del guardameta Rojas, que era más engorroso, lo pasaba a la Comisión Disciplinaria.

Un tercer dictamen llegaría el 25 de octubre. Tras escuchar a Rojas, la Comisión Disciplinaria emitió un nuevo fallo que contenía solo dos puntos: 1) Suspensión a Rojas por 3 meses para cualquier actividad futbolística y de por vida para el ámbito internacional. 2) Multa a Chile de 50 mil francos suizos.

En un apéndice, la sanción agregaba: “El portero Rojas fue invitado para que asistiera a los debates. Admitió que no fue alcanzado por la bengala que indujo al equipo chileno a abandonar el campo sin permiso en el minuto 69. Esta afirmación coincide con las aclaraciones hechas por los oficiales de la FIFA en el encuentro. Rojas declaró que no podía dar ningún detalle sobre la causa de sus heridas en la cara”.

En el fondo, no hubo tanta severidad. En la edición de octubre de 1989 del recordado FIFA News, Joseph Blatter, entonces secretario general de la FIFA, calificó el acto de Rojas como “el mayor intento de engaño de la historia del fútbol”. Y todavía no se conocían las escandalosas revelaciones posteriores. FIFA lleva al extremo las penas por abandono de un partido debido a un argumento muy atendible que explicó Blatter en esa misma editorial: “Los iniciadores de esa peligrosa comedia apenas se imaginaron las consecuencias que puede tener la interrupción provocada de un partido en un estadio con más de 150.000 espectadores. Por una vez, la fortuna acompañó al fútbol. Los aficionados brasileños abandonaron sin incidentes uno de los estadios más grandes del mundo, una vez que la FIFA ya antes del encuentro, hubiera ordenado medidas de seguridad especiales”.

En efecto, San Fútbol estuvo presente esa tarde en Maracaná. Y fue porque el público brasileño, como la casi totalidad de los presentes, pensaba que a Rojas lo habían herido. Malherido. Si los hinchas hubiesen descubierto que Brasil estaba siendo víctima de una patraña -sumado a todo lo que le habían hecho en Santiago- el 3 de septiembre pudo haber terminado en tragedia. Pese a la gravedad señalada por Blatter, la sanción era mucho menos dura de lo que se esperaba. Los 50 mil francos suizos eran casi anecdóticos, y tres meses para Rojas eran nada. La sanción de por vida para juegos internacionales tampoco era preocupante porque ya había pasado largamente los 32 años y con semejantes antecedentes -en la Selección Juvenil y en la Mayor- no iba a ser convocado más.

Pero la Federación de Chile, en lo que hoy se considera un error garrafal, no quedó satisfecha y apeló el fallo, pese a que ya era vox populi en el ambiente del fútbol chileno y en los medios del país que Rojas se había autoinferido el corte sobre la ceja y que todo había sido un tongo colosal. Porque Rojas, como en Crimen y castigo, no aguantaba la presión de su propia conciencia y de a poco iba revelando detalles a sus amigos más cercanos. Y cuando uno lanza una bola, esta comienza a rodar. Otros compañeros que sabían la verdad lo habían confesado a familiares, a periodistas amigos. El clásico “te lo digo a vos, pero no lo comentes con nadie”, que luego se empieza a multiplicar.

Nelson Maldonado era el utilero de La Roja. Fue sancionado con un año de suspensión y perdió su puesto. Hasta hoy lo lamenta.

-Quedé manchado sin tener nada que ver, nada-, confiesa ahora, a treinta años del suceso, a Ignacio Leal, cronista del diario La Tercera. -Me culparon de que se perdió un polerón de Roberto y también los guantes, pero ese polerón él [Rojas] se lo regaló a Hisis y Vera para el arquero del Creta (N. del A: ambos jugaban en Grecia), y los guantes él los fue a buscar a los ocho días de que esto pasó. Yo no siquiera vi esos guantes, ahí quedaron hasta que vino él a buscarlos. El único acercamiento al tema fue que cuando se iba, me da un golpecito en la cabeza con los guantes y me dice: “Negrito, con estos me hice famoso”.

-¿Y no sospechó que algo extraño ocurría?

-O sea, después de que ocurre todo esto, en el camarín, uno comienza a ver una sonrisita por aquí, unos guiños de ojos por allá… Tampoco es que uno sospechara, pero sí me di cuenta de que algo pasaba.

-¿Y en algún momento Rojas le confesó la farsa?

-Días después lo acompañé al Sifup (Sindicato de Futbolistas Profesionales de Chile), porque nos seguimos juntando después de esto. Íbamos caminando por el Paseo Ahumada y la gente lo paraba para preguntarle cosas, algunos a favor y otros en contra. Le dije: linda cagada que te mandaste. Debo haber sido el único que se lo dijo en la cara. Él me reconoció: “Está bien po’, yo quería que fuéramos a Europa, que ganáramos plata”. Ahí me quedó claro que él estaba consciente de todo y que era el culpable directo. Me quedé callado.

La verdad comenzaba a extenderse entre los allegados al Cóndor. Y aunque Suiza queda lejos de Chile, se filtraban rumores en la prensa.

Tenso mano a mano en una plaza

Ante las primeras rajaduras del secreto, que ya había dejado de serlo, comenzaron a surgir revelaciones llegadas de Chile donde cada vez cobraba mayor fuerza la hipótesis de la simulación por parte del arquero y que se había herido él mismo. La dirección de El Gráfico decidió entonces enviarme a Santiago a entrevistar al polémico guardameta. Toño Prieto, periodista de fuste y amigo, corresponsal de la revista en Chile, hijo del entrañable Chuleta Andrés Prieto y sobrino de Ignacio, grandes futbolistas y técnicos, hizo una gestión magnífica y consiguió el sí de Rojas para que fuéramos a verlo. Nos acompañó el fotógrafo Marco Muga, que tomó las instantáneas del momento. Fue el reportaje más duro de mis 45 años de periodista. Lo hice al aire libre en Plaza Italia, sentados ambos en un banco y rodeados de decenas de transeúntes que aún confiaban en Rojas y me miraban torcido cada vez que le preguntaba algo al Cóndor. Reproducimos íntegro el artículo:

Reportaje a un impostor

(Por Jorge Barraza Enviado especial a Santiago de Chile)

“No sé cuántos años viviré. Sí sé que hasta el último de mis días lúcidos lo recordaré en cada detalle. Estaba en el colosal Maracaná asistiendo a una fiesta del fútbol, tranquila y apacible, el 3 de septiembre de 1989. Brasil vencía a Chile 1-0 y, presionaba por otra conquista, evitada cuatro veces en forma extraordinaria por el notable arquero chileno Roberto Antonio Rojas. Vi caer lentamente una bengala detrás del arquero, quien en un primer momento no la advirtió. Luego, según creo, y lo creo desde la firmeza de estar mirándolo detenidamente, Rojas se arrojó sobre la bengala en forma ampulosa. Acusó una herida, le salió sangre. No puedo explicar cómo. Sí se advertir una actitud dolosa. Y empecé a gritar en el palco de la prensa indignado como hincha del fútbol: “Es un farsante, lo vi, se tiró”. Los periodistas brasileños no entendían, supongo. Los colegas chilenos me miraron con desprecio. No me interesó, lo escribí, y mi nota, titulada: “UNA FARSA QUE ENSUCIA AL FÚTBOL”, apareció en EL GRÁFICO del 5 de septiembre. Me acusaron de parcial, me enviaron muchas cartas desde Chile con ira, indignación y enojo. Ahora lo tengo frente a mí. Roberto Antonio Rojas, 32 años. Estoy en su modesta pero coqueta casa del barrio San Miguel de Santiago. Sabe quién soy yo. Su esposa, María de los Ángeles, también. Hizo como que no se dio cuenta de mi llegada y le costó bastante romper el hielo. Sus hijos Paulo César, un santiaguiño de 8 años y Paz Belén, una brasileñita de siete meses, se encuentran al margen de todo. Estamos aquí para hacer la imagen familiar. Es el viernes 17 de noviembre. El diálogo áspero, por momentos violento, ocurrió en la tarde anterior en una plaza del centro de la ciudad. A él vamos.

 “La sanción es demasiado dura”

-¿Cómo estás?

-Tranquilo esperando la resolución de la FIFA sobre la apelación que hice de la sanción. Pienso que la va a reconsiderar.

-Tres meses suspendido para actuar en cualquier tipo de competencias, inhabilitado de por vida para disputar cualquier partido de carácter internacional… Yo pensé que podía ser más severa, ¿vos que decís?

-Que es demasiado dura porque, sin tener los antecedentes bien clarificados, la FIFA dispuso una sanción extremadamente drástica, nunca había tomado una determinación así. Yo creo que va más allá de lo deportivo, pasa por encima de los derechos del trabajador.

-Es probable que no haya en la historia de nuestra actividad una pena semejante. Tampoco un suceso como este. La misma FIFA lo declaró oficialmente como “el más grande intento de engaño de la historia del fútbol”.

-Bueno, esa es la opinión de la FIFA.

-Sí, claro, casi nada.

-Los antecedentes que se están reuniendo son para demostrar justamente que no es tan así. Que no fue un engaño, sino un accidente.

-¿Por qué creés que la FIFA resolvió sin tener todos los elementos?

-Porque si los hubiera tenido no habría autorizado a la Comisión Investigadora formada en Chile a reunir nuevas y mayores pruebas.

-¿Vos podés recordar exactamente lo que sucedió en el minuto 69 de ese Brasil-Chile del 3 de septiembre que, indudablemente, ya entró en la historia?

-Exactamente no, y por eso es lo que se trata de investigar. Lo que recuerdo es que se estaba jugando en la mitad de la cancha, cuando sentí una bulla detrás mío. Bueno, por esas cosas del instinto giré mi cabeza, una cuestión de milésimas de segundo, y vi una luz, no puedo decir si era chica o grande, atiné a protegerme, confundido porque uno está concentrado para jugar un partido y no espera otra cosa. Y al caer sentí primero un golpe y después un dolor.

-¿Vos decís ahora que la bengala no te pegó?

-Siempre he dicho que, la bengala, gracias a Dios no me pegó, no de lleno. Pero parte de ella tiene que haberme pegado, algo que se desprendió, no sé… Y eso es lo que la FIFA descarta. Ellos dicen que la bengala no despide esquirlas ni ninguna otra cosa contundente y que, si no me pegó, no pudo herirme. Yo pregunto: ¿me pueden demostrar técnicamente que no hubo un desprendimiento que me causó el daño?

-Yo estuve en el Maracaná y recuerdo como muy pocas cosas en mi vida ese instante. No podría explicar por qué detuve mi vista en ese haz de luz, pero lo vi caer muy suavemente un metro y medio detrás de ti, vos estabas de espaldas, siguiendo el partido. De pronto te diste vuelta, viste la luz y te arrojaste aparatosamente al suelo muy cerca de ella. Y esto es lo que demuestra la foto de Ricardo Alfieri que publicó El Gráfico. La bengala caída, vos aún parado y mirando hacia el centro del campo. ¿Cómo podés explicar que te haya herido en la frente?

-La foto está tomada un segundo después de que yo miré hacia atrás, que es cuando la bengala estaba todavía a la altura de mi cabeza. Yo ahí estoy tratando de salir, de escapar… (Siento que está mintiendo. Todas las fotos posteriores y las filmaciones demuestran que Rojas, no solo no escapó de la bengala, sino que se arrojó virtualmente sobre ella. Cualquiera que vio esas imágenes lo recordará caído, con su cabeza pegada a la estela de humo. Pero prefiero no decirlo y dejarlo continuar).

 “Si me daba de lleno, me mataba”

 -En la foto se ve bien lo que desprende la bengala, que no es fumígena como quiso demostrar Brasil. Toda bengala luminosa tiene un compuesto de fósforo y pólvora unido a una cámara de combustión. Lleva una serie de elementos que se van soltando a medida que se va desintegrando, me lo acaba de explicar un experto en la materia. Si me daba de lleno en la cabeza, me mataba…

-Te mataba o te quemaba, eso es indudable, el tema es que no te pegó.

-¿Y qué es lo que me pegó entonces?

-Bien, cambiemos el enfoque. Vos caés, y todo el equipo y la delegación chilena asumen una actitud sumamente sospechosa. Para empezar, tus compañeros, sin llegar a vos, ignorando lo que te pasa bordean al árbitro Loustau al grito de: ¡“Nos vamos, nos vamos”!. Como si el abandono del campo hubiese sido decidido mucho antes.

-Yo no puedo decirte exactamente lo que sucedió después porque estaba en shock.

-Si querés, yo te cuento, lo vi bien. Evitaron que el árbitro llegara hasta vos, casi le pasaron por encima al veedor impidiéndole constatar la herida, rechazaron el auxilio del camillero y te llevaron ellos mismos al vestuario. Todo muy aparatoso, muy veloz…

-Yo pienso que es lógico. Cuando hay un accidente con heridos, ¿Qué es lo que haces tú? Llevarlo a que lo atiendan, no esperas a la Policía ni a nadie. Reaccionas instintivamente con el corazón. Y ahí viene el otro punto. ¿Quiénes tenían que decidir con la cabeza? -¿Quiénes?

-Los dirigentes. Ellos debieron decidir en el camarín sobre volver a jugar o no.

-Ellos dieron la orden de no seguir…

-No, pienso que fue una decisión compartida, pero él, Sergio Stoppel, como presidente de la Federación, asumió la responsabilidad de retirarse. Yo creo que, por muy calientes que estuvieran los jugadores, él debió hacerles ver el perjuicio que ocasionaba el retiro. Y si no lo entendían, levantar un acta responsabilizando a los jugadores. Sin embargo, no lo hizo.

 “Era un partido normal”

-¿Cuánto tiempo te duró el estado de shock?

-Treinta, treinta y cinco minutos.

-Vi cuando te retiraron del estadio, casi dos horas después. Te sacaron con una camilla, con un dispositivo exagerado, te faltaba el suero y entonces parecías un hombre a punto de morir. Toda una gran comedia…

-Bueno, pero ese es un cuidado médico, tal vez mi intención no era salir en camilla, la responsabilidad era médica y se decidió que fuera así.

-Salieron declaraciones tuyas admitiendo que habías exagerado.

 -Las sacaron de contexto. Doy un ejemplo. De repente hay una trancada, una falta, el tipo cae y da ocho vueltas cuando podía haber dado cuatro, pero no quiere decir que la falta no existió. Mirándolo desde ese punto quizás hoy podamos darnos cuenta de que todo se sobredimensionó un poco a lo mejor, pero eso se ve después, no en el momento.

-En definitiva, ¿exageraste o no?

-No, para nada. ¿Tú puedes exagerar un accidente?

 -¿Cómo consideras que estaba el clima en el Maracaná?

-Normal, tranquilo. Había un poco de efervescencia, pero no agresiva. Chile no puso el carácter de “alto riesgo” del partido, lo puso Brasil, lo puso la FIFA. El clima estaba normal como el partido en el Estadio Nacional de Santiago.

-¿Te parece que fue normal?

-Seguro, nadie puede decir lo contrario. Anormal fue el partido que jugamos en Montevideo contra Uruguay por las Eliminatorias del Mundial ’86.

-¿Existió demasiada presión?

-No, presión no, fue una agresión constante los tres días que estuvimos allí. Caszely fue agredido, todos fuimos agredidos, nos apedrearon el bus cada vez que salíamos a la calle…

-¿Se tomó una represalia a lo que había sucedido en Santiago, donde fue herido el árbitro Jesús Díaz?

-Sí, fue herido el árbitro, no los jugadores. ¿Qué pasó aquí en Chile con Brasil? Nadie fue atacado. Aparte de las expulsiones, no hubo ni roces entre los jugadores.

-No lo comparto. Hubo una patada de tu compañero Ormeño a Branco que sin dudas fue una de las acciones más alevosas que vi en mi vida. Lo sacó del campo, pero no entiendo como no le partió la pierna. Fue un milagro.

-No, para nada.

-Un hombre pesado, rudo, bien entrenado, viene corriendo a toda velocidad y se arroja con los dos pies en plancha contra la pierna de un rival y a vos te parece una acción normal. Es evidente que no podemos coincidir en nada.

 “Me condenan a mí, no a la bengala”

-¿Qué es más peligroso, pegar de frente o una agresión de mano, un codazo?

-Yo te pregunto a vos, que es más peligroso: ¿Un balazo en la frente o un balazo en la nuca?

-De acuerdo, pero que vos me digas que es la agresión más grande que has visto en tu vida, no, mentira. Esas actitudes se ven normalmente en los estadios. Las repruebo, pero se ven.

-Debería hacer un gran esfuerzo para recordar algo similar.

-Lo que yo veo, es que nadie dice que la bengala existió.

 -Nadie duda que existió, el hecho es que no te pegó y vos acusaste una herida por ello.

 -El hecho es la bengala en sí misma. Yo te disparo a ti con un arma, no te pego, pero ¿cómo te sientes tú? No estarás herido físicamente, pero sí mentalmente. Pero eso ustedes no lo condenan.

-Se ha condenado, cómo no.

-¿Con que?, ¿con un cruzado, con un austral? (N. del A.: en ese momento, el cruzado era la moneda brasileña y el austral la de Argentina) Las pe… es severamente condenable. El otro día vimos en una Copa de Europa que un club griego fue sancionado porque se encontraron bengalas entre sus hinchas, aunque no las hubiesen arrojado. Se castiga el hecho. Yo juego hace dos años en Brasil y, puedo asegurar que esta no es una bengala normal. Lo increíble es que la agresora sacó un buen partido de todo esto. ¿Gracias a qué? A una agresión. Cuidado, mañana puede tomarse como un ejemplo. Brasil ha manejado muy bien la situación de un hecho repudiable. ¿O qué esperaban los argentinos, los uruguayos, la FIFA? Que me volaran la cabeza para decir sí, tiene razón…

-¿Por qué decís que Brasil manejó bien la situación?

-En cuatro horas manipuló una situación muy complicada. Primero presentó a una niña de catorce años como la agresora. Al rato ya tenía veinticuatro o veinticinco.

-¿Vos la viste?

-Yo no, pero hay testigos. La norma de comportamiento del público era no llevar banderas con mástiles y las hubo, muchas. Todo esto es condenable.

-Arrojar una bengala es condenable, simular una lesión es peor.

-¿Por qué simular? Mientras no me lo demuestren, la lesión existió.

-Es muy pobre de tu parte, te estás amparando en el beneficio de la duda.

-¿Por qué duda? ¿Quién duda?

-Yo. Vos me dijiste que no viste caer la bengala y yo sí. Vos te encontrabas de espaldas y yo de frente. Vi el fuego ya en el suelo y vos aún estabas parado, de espaldas.

  “Fue un accidente”

-¿Cómo consideras el hecho del retiro del campo de juego?

-Ahí está el otro punto, muy importante. La FIFA no acepta que se abandone un partido y yo estoy de acuerdo. Los jugadores actuaron en caliente, pero la falla es de los directivos que no supieron hacerles ver las cosas. Si Chile hubiera seguido jugando, nada de esto hubiese pasado.

-¿Qué grado de participación tiene el técnico Orlando Aravena en todo esto?

-Es lo que se está averiguando. En el hecho, nada, porque fue un accidente. Tal vez hubo exceso en algunas declaraciones, como las hubo de parte del técnico de Brasil. Lazaroni no es una blanca paloma, no lo es…

-Seguís escudándote en generalidades. La patada de Ormeño, bueno, hay muchas patadas en el fútbol… Las declaraciones de este señor Aravena, bueno, todos declaran… Si unos matan, bueno, también otros matan… Este hombre llevó el enfrentamiento Brasil-Chile al borde de una guerra.

-Es su responsabilidad, no mía, yo lo condeno. Eso pasó en Uruguay con Borrás, pasa en Argentina… ¿O no hay técnicos en la Argentina que hablen de más? Es su manejo personal.

-Claro, pero él está armando una guerra en la cual uno de los soldados sos vos…

-Yo pregunto: ¿Qué hubiese pasado si los mismos incidentes del día 3, en lugar de Río de Janeiro sucedían en Santiago? ¿Castigarían a Brasil como a Chile? En absoluto.

 -¿Qué quieres decir, que Brasil es favorecido por João Havelange?

-Eso dilo tú.

-No, vos lo estás pensando, pero querés que lo diga yo. Yo te voy a decir lo que creo: creo que Chile intentó algo muy difícil, llegar a un Mundial sin cruzar la mitad de la cancha. Eso es imposible. Después es fácil decir que Brasil se clasificó porque Havelange es brasileño y, porque su yerno, Ricardo Teixeira, es el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol. Más allá de cualquier incidente, Brasil hizo los méritos para entrar al Mundial, Chile no, y ahora queda como que Brasil entró por la ventana.

-¿Y tú quieres limpiarla?

-No tengo por qué limpiar nada, analizo lo que veo.

 -Sé más objetivo entonces. No analices resultados, juzga actitudes.

-¿Vos crees que yo no soy imparcial?

-Hasta ahora no lo sos.

-Yo creo que la bengala no te tocó. Lo puse en la revista EL GRÁFICO la misma noche del partido.

-Vos no crees y yo podría dudar de lo que vas a publicar de esta nota.

-Es un riesgo que corrés desde el momento en que aceptaste hacer la nota. ¿Vos no esperarías que yo viniera de Buenos Aires especialmente a obsequiarte un ramo de flores o a ponerte el micrófono para que dijeras cualquier cosa, no?

-No, no, está bien.

El clima de la entrevista se tornaba progresivamente denso. Cada vez más público nos rodeaba en esta plaza del barrio Providencia, del cada vez más hermoso Santiago de Chile. Pensé, por un instante, que Rojas se irritaría hasta ofenderme. No lo hizo, mantuvo las formas. Sin embargo, la temperatura del reportaje siguió muy alta.

“No necesito que me creas”

-Vos sabés que es muy difícil creerte…

-Para ti… No necesito que me creas. Necesito sentirme bien yo.

-De acuerdo, vos estás tranquilo interiormente, pero la sanción te ha dolido mucho.

-Lógico, si a ti mañana te echan de El Gráfico y no te dan las razones ¿No te vas a sentir dolido?

-¿Qué día estaba fijado para la primera citación en la FIFA?

-El día… 10 de septiembre.

-¿Por qué no fuiste?

-Certificado médico.

-Pero…

-Aquí está la constancia médica (la esgrime, tiene varias firmas).

-No hace falta que la vea.

 -Es que tú no me crees, mírala, aquí la tienes (la pone frente a mis narices).

-Vos decís que entre 30 y 35 minutos después ya estabas recuperado, que pediste salir del estadio en el bus, sentado junto a tus compañeros, y siete días después no estabas en condiciones de viajar a Suiza. Vamos…

-Es responsabilidad médica.

-No eras un moribundo, habías recibido un golpe según vos. En siete días debías estar perfectamente bien. Claro que pudiste hacer la del empleado que no quiere ir a trabajar, pide médico y le dice que le duele la cabeza. El otro no puede meterse dentro de su cabeza, tiene que creerle…

-Es responsabilidad médica.

-Bien, dejémoslo así. ¿Dónde fue la herida?

-Dímelo tú, tú sabes todo, tú viste todo.

-Yo vi la actuación, la vi perfecta, pero desde el palco de periodistas no se puede divisar dónde está el corte.

-¿Y luego no pudiste comprobarlo? ¿Tu responsabilidad periodística terminó en el campo de juego?

-En absoluto, estuve dos horas esperando que abrieran el vestuario chileno. Pero no dejaron entrar a nadie, te escondieron bien.

-Si tú sabes todo debes saber dónde está el corte.

-Para mí no hubo ningún corte, por lo menos de la bengala.

-Si tú juzgas de antemano, ¿para qué viniste a hacerme el reportaje?

-Porque tenés un derecho a réplica.

-Yo no te lo pedí a ti, juzga lo que quieras.

-No haber comparecido siete días después por razones médicas es otra exageración.

 “La FIFA, Pelé y el Gráfico”

-Fuiste a la FIFA el 25 de octubre. ¿Qué sucedió allí?

-Me mostraron videos, fotografías, especialmente esa que publicaron ustedes. A propósito, ¿qué pacto tiene El Gráfico con la FIFA? Porque esto es prueba ¿verdad? Y Pelé lo sacó en El Gráfico cinco días antes de la reunión de la FIFA.

-Ningún pacto. ¿Y qué tiene que ver Pelé con El Gráfico?

-Tiene que ver. La FIFA es un organismo privado, tiene la foto como elemento de prueba y ustedes la publican antes del fallo.

-La foto no es de la FIFA, aunque tenga una copia, empecemos por ahí. Es de la revista World Soccer Magazine, de Japón, que autorizó su publicación. Y además la difundió antes que El Gráfico…

-¿Y por qué la FIFA permite que se publique antes de la sanción? ¿Con qué objeto?

-Simplemente porque no le pertenece.

-¿Cuál es el sentido de publicarla?

-Pura y exclusivamente periodístico. Es un documento excepcional.

-Entonces que la FIFA no tome la foto como prueba. Es objetable. Ya fue utilizada antes como elemento de márketing. ¿A favor de quién, en perjuicio de quién?

-¿De quién qué?

-A favor de Brasil. No estoy viviendo en un país de primitivos como para no darme cuenta.

-¿Vos decías que El Gráfico publicó eso para favorecer a Brasil o respaldar a la FIFA?

-Puede ser. ¿Qué le conviene más a Argentina, que entre Brasil al Mundial o que sea Chile?

-Y yo pienso que Chile ¿No? Me parece que es más fácil ganarle a Chile que a Brasil…

-A mí me da lo mismo, hablo de El Gráfico. ¿Qué le conviene más?

-El Gráfico no vende ni un solo ejemplar más por el hecho de que Brasil gane o pierda.

-Pero vende más con Brasil que sin Brasil. No estoy loco. Todo lo que Brasil hizo en esta Eliminatoria fue muy claro. Nunca se vio tan complicado y por eso hizo sacar a Chile del estadio Nacional. Sabían que aquí podíamos hacerle diez goles a Venezuela.

-Si Brasil tiene todo orquestado como vos decís, no habría permitido que el árbitro colombiano Jesús Díaz le diera en contra un gol a Chile viciado de nulidad.

-Y eso es lo que les duele, la honestidad de Jesús. Brasil no pudo con él. Y no me vengan a hablar los argentinos de cosas arregladas ¡Por favor! Ni hablemos del Mundial ’78, del gol de Maradona contra los ingleses. No digo que en Chile no haya arreglos, que lo hagan mal es otra cosa, pero es porque les falta la experiencia de los brasileños, los argentinos y los uruguayos…

-De manera que estos tres países han ganado todo lo que han ganado arreglando…

-Han sido más vivos que nosotros dentro y fuera de la cancha. Nosotros no tenemos resultados, pero preferimos no tenerlos de ese modo. …

“Los dirigentes me entregaron”

-Inmediatamente después del suceso del día 3 de septiembre, la FIFA te mandó un cuestionario de solo dos preguntas en el que debías contestar simplemente sí o no. La primera es: ‘¿Fue usted golpeado en la frente por un objeto lanzado desde las graderías en el minuto 69 del encuentro Brasil-Chile?’. Tu respuesta es SÍ. La segunda es: ‘¿Sufrió usted alguna lesión en su región frontal durante los primeros 68 minutos del citado partido?’. Tu contestación fue NO. Y está firmado por vos en ambos casos al lado de la contestación. ¿Cómo pudiste decir después que la bengala no te golpeó, al menos de lleno?

-Están mis firmas, pero no fue contestado por mí. El formulario ya venía completado por los dirigentes chilenos, quienes me dijeron que debía firmarlo así, cosa que yo acepté con la condición de que me permitieran hacer este agregado (Nos muestra el papel, que dice lo siguiente: ‘En relación con la pregunta número uno, desconocemos la procedencia del objeto y de dónde fue lanzado. Con respecto al tiempo transcurrido del partido, no podría asegurar en qué minuto sucedió ya que la única persona autorizada a tomar el tiempo es el árbitro’). Sin embargo esto, que cambia sustancialmente la respuesta, no fue enviado a la FIFA.

-Yo pienso que no cambia nada, pero no importa. ¿Por qué lo firmaste si no estabas de acuerdo?

-Cambia, cambia.

-Estás dando a entender que los directivos chilenos te entregaron.

-Lógico, y eso se está investigando.

-¿Quién te pidió que firmaras?

-Alfredo Asfura, el coordinador de la Selección Chilena.

-¿No sos un poco grandecito para que te hagan firmar cosas que no compartís?

-Tú sabes cómo es el jugador, no es experto y se confía.

-Me han dicho que estás solo en todo este lío.

-Totalmente, los directivos se han apartado, me deben tres meses de sueldo, no se han preocupado para nada de mi situación, quieren salvar únicamente su responsabilidad. Están ofreciendo mi cabeza a cambio de salvar las suyas. Si vieras la apelación que presentó la Federación de mi caso, una vergüenza… Los problemas del fútbol chileno no empezaron el día 3 sino antes. A nivel directivo se vienen cometiendo una serie de errores que desembocaron en este problema. Todos los repudian y ellos quieren salvarse a costa de cualquier cosa.

-El nuevo presidente de la Federación de Chile, Guillermo Weinstein, dice que estás mintiendo, que durante un mes sostuviste que la bengala te golpeó.

-Bueno, de ellos se puede esperar cualquier cosa, están desesperados por salvarse a sí mismos.

Me atendió cortésmente, me abrió la puerta de su casa, soportó sin reaccionar mi interrogatorio por momentos descarnado. Debo reconocerlo, nobleza obliga. Pero no le creí. Ni el 3 de septiembre en Maracaná ni el 16 de noviembre en Santiago. Para mí hubo farsa”.

“Se autoinfirió la herida”

Para exhibir la máxima transparencia posible, y dado que estaba Brasil de por medio -siendo Havelange presidente- la FIFA encomendó que dentro mismo de Chile se realizara una exhaustiva investigación del caso y se entregara luego el informe en Zurich. Y que los miembros del equipo de trabajo fueran chilenos.

El nuevo presidente Guillermo Weinstein (había reemplazado al infortunado Stoppel), ordenó entonces constituir una comisión de notables que investigara el caso a fondo y luego entregara su informe a la FIFA. La comisión estaba presidida por el jurista y académico Mario Mosquera (luego presidente de la FFCH), hombre de altísima reputación, e integrada por otros cuatro abogados de prestigio, miembros de la Corte Suprema de Justicia, gente intachable dispuesta a esclarecer de verdad los hechos, que hizo un trabajo minucioso, completo y con total honestidad. Llamaron a declarar a dirigentes, jugadores, cuerpo técnico, médicos, peritos. Reunieron pruebas fílmicas y fotográficas, hasta enviaron a buscar a la fábrica en Brasil una bengala como la que fue arrojada en el partido (que insólitamente era de marca “Cóndor”) la accionaron y se comprobó que era fumígena, o sea que se quema, pero no explota. “No se parte, no estalla y no se fragmenta”, sentenció el informe. Que la herida era de tipo cortante, lineal y no por un impacto. Y que la actitud normal hubiese sido que Rojas, al ver la bengala, se hubiese apartado de ella; por el contrario, él se lanzó encima. Analizada la bengala, se constató que era un artefacto mínimo, de 20 gramos, aproximadamente lo que pesa un chocolate Bon o Bon o Garoto, con una pequeña cantidad de pólvora. En el excelente libro El caso Rojas, un engaño mundial, de los mencionados Cumsille y Harold Mayne-Nicholls, habla Carlos Erane Aguilar, directivo de la Industria Química Cóndor S.A., fabricante del producto:

-Cuando llegaron las noticias del accidente, nosotros ya sabíamos que era una farsa de Rojas. La carga explosiva del proyectil como máximo chamuscaría al arquero, pero jamás dejaría una herida como la que se vio a Rojas.

Los miembros de la comisión pidieron licencia en sus labores, se constituyeron en un edificio céntrico y trabajaron arduamente durante días. Al cabo de las investigaciones, peritajes y declaraciones de decenas de testigos, llegaron a una devastadora e indudable conclusión contenida en un fallo de 73 carillas y más de 300 fojas anexas:

* Roberto Rojas se autoinfirió la herida; se descarta que la haya causado la bengala.

* Los dirigentes al mando de la selección (liderados por Sergio Stoppel) son culpables de manejos desacertados y de desconocimiento de los reglamentos.

* El entrenador Orlando Aravena es igualmente responsable por inducir a los jugadores.

* El cuerpo médico es encontrado culpable por descuido y desatención.

* Los jugadores tienen responsabilidad, especialmente Fernando Astengo, como motivador del retiro del campo.

Entre las muchas declaraciones de testigos, sobresale la de Stoppel, quien echó toneladas de tierra sobre Rojas, al que definió como “un sujeto mala clase, capaz de cualquier cosa”, un tramposo que ya lo había extorsionado sacándole un dinero no convenido, horas antes de viajar a Venezuela para el primer partido de aquella Eliminatoria, so pena de que el plantel no subiría al avión. Era un platal. Stoppel era presidente de la poderosa Codelco (Corporación del Cobre), debió hacer una gestión de urgencia, consiguió el dinero en la misma Codelco y Rojas acordó que viajaban.

Las lapidarias conclusiones de la comisión investigadora fueron entregadas a la Federación de Chile el 29 de noviembre y enviadas de inmediato a la FIFA en Zúrich. Al llegar a manos de la Comisión Disciplinaria, esta leyó con asombro los pormenores, que cambiaban sustancialmente los antecedentes que obraban en su poder y agravaban los hechos. Con base a ese informe, se elaboró un nuevo dictamen. Chile fue citado otra vez para efectuar un descargo, esta vez el 5 de diciembre en Roma, donde se reunía el comité ejecutivo del Vaticano del fútbol.

El 8 de diciembre de 1989, en el hotel Jolly Midas, de Roma, Pablo Porta Bussoms leyó el nuevo y definitivo fallo, el que inicia esta nota, el más duro emitido por la matriz del balompié en sus 115 años de existencia.

-El arquero Roberto Rojas es suspendido de por vida para toda actividad futbolística, nacional o internacional, como jugador, técnico, auxiliar, dirigente, lo que fuera.

-El directivo Sergio Stoppel y el médico Daniel Rodríguez, también suspendidos a perpetuidad.

-Orlando Aravena y Fernando Astengo, inhabilitados por 5 años a nivel nacional e internacional.

-Alejandro Kock (kinesiólogo) y Nelson Maldonado (utilero que escondió los guantes de Rojas donde ocultaba el bisturí), un año en el fuero nacional e internacional.

-100.000 francos suizos de multa a la Federación de Fútbol de Chile.

-Chile queda excluido del Mundial 1994 (o sea, dos juntos, el de Italia y el de Estados Unidos).

-También se solicitaron al Gobierno de Chile sanciones ejemplarizantes para otros dos médicos que se prestaron a firmar certificados falsos.

Fue una resolución severísima, acorde con el daño perpetrado: la mayor estafa de la historia de este juego. Se intentó eliminar a una selección de un Mundial con un engaño. Y casi lo consiguen… Además, con el agravante de la premeditación. El hacha de la FIFA pareció ser el punto final para un escándalo que conmovió como ningún otro al mundo de la pelota. Pero habría un capítulo más…

La confesión

Ya con las pruebas irrefutables del pecado, hundido deportiva, económica, moral y laboralmente, Rojas seguía intentando sostener el andamio de sus mentiras, culpando a la FIFA, a la dirigencia, al periodismo… Algunos compañeros le prestaban plata, otros le llevaban cestas con productos alimenticios a su casa.

Ante la renuncia indeclinable de Guillermo Weinstein, acusado de ser el ideólogo de apelar el fallo de la FIFA con el consiguiente perjuicio posterior, la Federación de Fútbol de Chile (FFCh) tenía nuevo presidente, el empresario vasco-chileno Abel Alonso, titular por años de Unión Española, quien asumió con la expresa misión de lograr el levantamiento del castigo al fútbol del país. Ya no estaría presente en Italia ’90, pero al menos se buscaba conseguir la absolución para intentar llegar a Estados Unidos ’94. La estrategia era que Rojas hiciera una amplia confesión y se culpara en solitario, dejando en claro que la trama de su infamia había sido idea solamente suya o a lo sumo de él y de algunos compañeros y el técnico, que la Federación no tuvo nada que ver (efectivamente, así fue). Eso despegaría a la FFCH y se podría levantar el castigo. La FIFA celebraría su 47º Congreso en Roma el 6 de junio de 1990 con todas sus asociaciones, era la ocasión perfecta para pedirle al mundo del fútbol la exoneración. Pero previamente se necesitaba que Rojas escupiera la verdad.

Se hicieron febriles gestiones y finalmente el 26 de mayo, el diario La Tercera salió con la primicia mundial de la confesión bajo el gigantesco título: “¡SOY CULPABLE!”, donde el arquero develó que él mismo se había cortado en la frente con un bisturí. Claro que antes celebró un acuerdo con el grupo Copesa, dueño del diario, mediante el cual le pagaban alrededor de 40.000 dólares al cambio de ese momento por la exclusiva. Finalmente le dieron 20.000 debido a que hubo filtraciones y otros medios lograron adelantar que habría confesión, por lo que La Tercera no logró todo el éxito editorial esperado. Igual, los 20.000 le cayeron como la bengala, del cielo, porque estaba quebrado financieramente y porque el pecho y la cabeza le iban a estallar de tanto aguantar la mentira. No daba más. El testimonio ocupó varias páginas, el encargado de tomarlo fue Orlando Escárate, editor de Deportes del diario. Estuvo cinco horas grabándole. “El Cóndor liberó la presión que hacía su vida insostenible”, relató Escárate. Rojas contó todo en detalle.

-Pensaba sacar una ventaja deportiva para mi equipo: que nos dieran por ganados los puntos. No es verdad que quisiera dinero u otras regalías… Lo hice por Chile. Solo pensé en mi país -se sinceró Rojas, agregando que a los primeros a quienes contó la verdad fueron su esposa, su madre y un hermano-. Fue como estar en un funeral. Pero ya no podía más con mi conciencia porque no se puede vivir con la mentira a cuestas.

Cuatro días antes del encuentro de Maracaná, una broma del técnico, Orlando Aravena, sugirió la idea del engaño en el Cóndor. Tras su caída en un entrenamiento, el DT deslizó:

-A la primera, allá (en Brasil) te das vueltas y nos vamos de la cancha…

En el clima tenso que vivían esos días, el delantero Jorge Aravena tomó en serio la chanza y replicó:

-No, profe; jugando al fútbol les ganamos a los negros.

A los dos días, Rojas le preguntó al defensa Fernando Astengo:

-¿Te animas a hacer algo?

Aunque Astengo luego lo desmintió, Rojas sostuvo que el zaguero le contestó afirmativamente. El pacto ultraconfidencial entre ambos, que jugaban en clubes brasileños, fue simple, según Rojas:

-Si le pasaba algo a Astengo, al equipo lo retiraba yo. Si me pasaba a mí, lo hacía él.

Y así fue, Astengo lo retiró. “Maestro, está todo listo", le señaló el kinesiólogo Alejandro Kock al pasarle un bisturí envuelto en tela adhesiva, pero con un centímetro de filo al descubierto.

-Me lo puse en la pierna izquierda, al lado de la canillera, y jugué así el primer tiempo. Mi idea y la de Astengo era aprovechar un momento en que la pelota saliera por detrás del arco. Entonces iba a correr hacia el balón y simular que me daban una pedrada. Pero no se pudo por los policías y los reporteros gráficos, estaba llenísimo. En el descanso puse el bisturí entre mi guante derecho y la camiseta. En el minuto 69 surgió una luz verde. No supe que era una bengala hasta después. Solo la vi, sentí el ruido, me tiré y me corté.

La exposición fue mucho más amplia y se dio en dos ediciones seguidas para vender más ejemplares. No obstante, aunque Chile la presentó como prueba, FIFA mantuvo la sanción. La FFCH siguió insistiendo, pero en un encuentro con João Havelange en 1991, un periodista de Canal 13 le preguntó por enésima vez sobre la sanción y el presidentísimo respondió tajantemente:

-El castigo es irreversible, irreversible, no me pregunten más.

El periodista Luis Urrutia O’Nell, autor del libro Historias secretas del fútbol chileno, explica allí mismo el por qué de la inflexibilidad de Havelange para no levantar el castigo:

-Chile pasó a ser una federación paria, una grasienta mancha que había ensuciado el impoluto traje de lino de la FIFA con un montaje burdo. Una de las cosas que molestaba a Havelange era el encono del pueblo chileno, que lo había transformado en el culpable de todos los males del fútbol en el país. Lo habían ridiculizado al extremo. Pero lo que más le había irritado era el descaro de los dirigentes chilenos, quienes no solo habían retirado el equipo del Maracaná, sino que habían tenido la desfachatez de llegar a Suiza -premunidos de pruebas insostenibles y ridículas- para defender la absurda versión de Roberto Rojas sobre la caída de la bengala. Y que Stoppel, encima, exigiera a la FIFA que dieran a Chile como ganador del partido en Río de Janeiro había superado todos los límites del caradurismo.

A su vez, su colega y connacional Eduardo Bruna reconoce en la misma obra que la prensa chilena debió hacer un mea culpa:

-Ingenua o involuntariamente, el periodismo se hizo cómplice del descomunal engaño de Rojas. Durante semanas, incluso meses, respaldó la idea del complot internacional para sacar a Chile de Italia ’90 y contribuyó a crear un clima de malsana e irracional agresividad. Conocida la verdad, a tantos años de los acontecimientos, lo dicho y lo publicado nos hace avergonzarnos… Rojas, es cierto, se equivocó rotundamente, frustrando de paso una carrera que se adivinaba esplendorosa. Pero no fue el culpable único ni último. Más bien fue el fruto de una podredumbre que se había venido incubando por años. Desde que alguien creyó que solo se podía ganar haciendo trampas y que para dejar definitivamente el papel de eternos perdedores solamente bastaba integrarse al club de los gangsters… Rojas pensó, además, que en una sociedad donde comenzó a reinar la impunidad, él podía hacer cualquier cosa, escudarse en razones tan pueriles como aquella de “lo hice por Chile”, para transformarse en el héroe de pantalones cortos.

“Cabecear las piedras”

Cuando Rojas reconoció su falta, me sentí tranquilo más que nada. Es que a uno lo hacen dudar tanto que al final cree que cometió una gran injusticia. Y dañar a un ser humano por error es tremendo, no lo soportaría. Digamos que las notas fueron un acierto periodístico, pero no me vanaglorio de ello ni mucho menos, no es un recuerdo grato porque originó situaciones muy desagradables.

Cuando el almirante Merino trató de primitivo al pueblo brasileño evidentemente incurrió en un exabrupto fenomenal, pero no se lo puede culpar del resentimiento, ni a él ni a ningún chileno. La gente pensó (gracias a Rojas y a la irresponsabilidad periodística también) que Brasil había preparado una venganza atroz y que a Rojas casi lo habían matado. Fue todo al revés. El Cóndor concibió en el más absoluto sigilo un plan demoníaco y lo había cumplido casi a la perfección, al punto de que el mundo entero al día siguiente pensaba que si la FIFA no le daba los puntos a Chile era una vergüenza universal. Él y sus secuaces tramaron el engaño basados en las horrendas hostilidades que ellos mismos habían infligido a Brasil en el partido de ida. Fue tan grave aquello que lo lógico era pensar que Brasil se tomaría revancha. Algo harían. Y cuando lo hicieran, actuarían ellos, se beneficiarían. Por eso la consigna que se habían impuesto era “cabecear las piedras”. Servir de blanco a todo lo que cayera. No hubo piedras, lo único que cayó fue ese inocente haz de luz provocando una humareda, suficiente para que Rojas accionara la farsa. "Total, todo el mundo va a pensar que es cierto porque nos deben querer reventar". Muy maquiavélico.

Lo insólito es que al momento del bochorno aquel, Rojas jugaba en el São Paulo FC (y su secuaz en la trama, Fernando Astengo, en el Gremio de Porto Alegre). No le importó. Y que desde entonces el único que le dio trabajo fue el mismo São Paulo FC, como entrenador de arqueros.

El 30 de abril de 2001, en un escueto comunicado sin mayor difusión, FIFA informó que se levantaba la sanción de por vida a Roberto Rojas. No volvió a jugar pues ya estaba próximo a los 44 años y llevaba más de once inactivo. Fue apenas un alivio moral, saber que no era un reo. Además, pudo dejar la clandestinidad de su trabajo en el São Paulo FC. Aunque lo tenía prohibido, todos sabían, incluso la FIFA, que cumplía allí la función de adiestrador de arqueros, pero nadie lo objetaba. Y FIFA miraba hacia otro lado. Telé Santana, siempre tan humanista, le dio el puesto en su inolvidable etapa sanpaulina de los años ‘90.

Lo que sí se perdió Rojas fue la impresionante seguidilla de conquistas del famoso time de Telé. Que fueron 10 en total: 2 torneos Paulista (1991-92), 2 Libertadores (1992-93), 2 Intercontinentales (1992-93), 2 Recopa Sudamericana (1993-94), 1 Supercopa Sudamericana (1993), 1 Master de Conmebol (1996). Todas esas se las llevó Zetti, el gran guardameta que Telé se trajo de Palmeiras al conocerse la grave medida disciplinaria aplicada a Rojas.

En 2007, FIFA indultó a Stoppel. Los demás ya habían cumplido. Orlando Aravena dirigió nuevamente en 1996 -a Palestino- pero se retiró definitivo del fútbol en 2006 y Astengo volvió a jugar en Audax Italiano tras purgar su pena, aunque ya no era el león de la defensa.

-No deja de provocarme una sana alegría -declaró Stoppel-. La sanción al fútbol chileno fue justa porque cometió un fraude… Lo hizo el capitán de la Selección Chilena, pero lo hizo en representación de la asociación nacional, y el presidente asumió la responsabilidad y lo apoyó.

En noviembre de 2003, Roberto Rojas dirigió técnicamente al equipo del São Paulo FC y llegó a Buenos Aires para disputar la semifinal de la Copa Sudamericana frente a River Plate. En ese momento concedió un extenso reportaje a Diego Borinsky, de El Gráfico. Dos fragmentos merecen la pena reproducirse:

–¿Por qué lo hi­zo?

–Por Chi­le, por un re­sul­ta­do de­por­ti­vo. Só­lo pen­sa­ba en ga­nar. Que­ría que hu­bie­se un ter­cer par­ti­do, co­sa que ha acon­te­ci­do mun­dial­men­te. Cuan­do Ca­re­ca nos hi­zo el 1-0, la co­sa se pu­so muy di­fí­cil. Era un par­ti­do de vi­da o muerte, te­nía que con­se­guir­se a co­mo die­ra lu­gar. Y el es­tú­pi­do fui yo.

–¿Sus com­pa­ñe­ros lo sa­bían?

–Na­die sa­bía, me la ju­gué so­lo.

Con 62 años cumplidos, y a treinta de la monumental patraña, Roberto Antonio Rojas Saavedra está jubilado y en el olvido. Nunca más volvió a jugar desde aquella tarde. Vive en Brasil y está con serios problemas hepáticos. Espera un trasplante de hígado. El Cóndor, acaso el mejor guardavallas de la historia de Chile, murió el 3 de septiembre de 1989. No fue la bengala, lo mató el propio Rojas.

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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Gana el que ficha bien

Jorge Barraza

/ 20 de febrero de 2023 / 02:47

Julian Nagelsmann mira al banco y echa mano a Alphonso Davies, Thomas Müller y Serge Gnabry. Christophe Galtier necesita hacer un cambio, gira su cabeza y no ve a nadie potable, los que están sentados no pueden darle soluciones porque juegan menos que los titulares.

He ahí la diferencia esencial entre el Bayern Munich y el Paris Saint Germain. Además de los once cracks que tiene en campo -todos contrastados y de alto rendimiento-, el técnico alemán dispone de esos tres fenómenos. Y aún le quedan en la recámara Daley Blind y Mazraoui, que fueron figuras en el Mundial para Holanda y Marruecos respectivamente.

Incluso hay tres ausentes ilustres: Manuel Neuer, Lucas Hernández y Sadio Mané, ahora lesionados. Tiene siempre 20 ó 22 profesionales de máximo nivel porque disputa hasta el final todas las competiciones.

Salvo deshonrosa excepción, el Bayern se equivoca poquísimo en las contrataciones. Neuer, Kimmich, Goretzka, Pavard, Davies, De Ligt, Upamecano… Hasta hace poco Lewandowski, Alaba, Hummels, Ribery, Robben… Todos vienen de afuera, todos bien ojeados.

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En el club bávaro no hay pases ruinosos tipo Neymar (222 millones de euros) o Coutinho (160 M€). Con Coutinho y James Rodríguez probaron con un préstamo, no eran lo que ellos pensaban, los devolvieron. Ése es el secreto de su éxito permanente: saber comprar. Y es la clave de la felicidad en el fútbol.

Desde el inicio del nuevo milenio (contando a partir del año 2000) el Bayern ha hilvanado 47 títulos: 17 Bundesligas, 11 Copas de Alemania, 3 Copas de la Liga, 8 Supercopa de Alemania, 3 Champions League (y 2 subcampeonatos), 2 Supercopas de Europa, 1 Copa Intercontinental y 2 Mundiales de Clubes. Descomunal. Y en Champions varias veces llegó a semifinales o a cuartos. Siempre dejando su marca de solidez y confiabilidad. Nunca hipotecando las finanzas.

En medio de semejante cosecha, en 2006 adquirió en propiedad el fantástico estadio Allianz Arena. Hoy es el club de fútbol con más socios en el mundo: 323.000. Y posee 358.886 miembros registrados en sus 4.428 clubes oficiales de fans. El club posee, además, el 51% de una sociedad anónima llamada Bayern Munchen AG cuyos socios minoritarios son tres superpotencias: Adidas (8.33 %), Audi (8.33 %) y Allianz (8.33 %).

Desde luego, está extraordinariamente bien administrado, pero la base de semejante pirámide sigue siendo fichar bien, en base a tres preceptos: capacidad, rendimiento y carácter, los atributos esenciales que necesita un futbolista para triunfar en el club de Beckenbauer y Gerd Müller, padres fundadores de este imperio.

Aunque de naturaleza muy distinta, el Paris Saint Germain es otro notable acierto empresarial. El fondo soberano catarí Qatar Investment Authority compró el 70% de las acciones en mayo de 2011 a un costo de 70 millones de euros. Luego se quedó con el 30% restante.

En septiembre de 2022, la revista estadounidense Forbes estimó el valor de la marca Paris Saint Germain en 3.200 millones de dólares (sólo Kylian Mbappé vale 300 millones). Tomaron un club de escasa trascendencia que había ganado dos ligas desde su creación en 1970 y lo convirtieron en una referencia mundial. Y desde la llegada de Lionel Messi subieron excepcionalmente su imagen y popularidad en redes sociales, también su mercadeo.

En estos once años ganaron 8 ligas, 6 Copas de Francia, 6 Copas de la Liga y llegaron a la final de Champions en 2020, cayendo en la final justo ante el Bayern Munich 1-0 con gol de Kingsley Coman, curiosamente el mismo resultado y mismo goleador del choque de este martes que pasó. En cuatro meses estará listo el ultramoderno complejo deportivo de Poissy, que será la casa de todos los planteles del PSG, con 17 canchas inmaculadas. Y ya está el plan para construir el nuevo estadio por si finalmente el Ayuntamiento de París no le vende el Parque de los Príncipes, donde juega de local hasta ahora.

La inversión qatarí, ha sido un negocio fabuloso, que sigue creciendo y valorizándose. Han universalizado el nombre de un club sin tradición, del que nadie hablaba, al tiempo de alcanzar veinte conquistas y transformarlo en el número uno de Francia y en un grande de Europa.

Desde luego, la corona que falta es la Liga de Campeones y por ella insisten año tras año. Pero para levantar la Orejona se necesita algo más que visión comercial y un plantel correcto: una nómina casi perfecta, como la del Bayern, en número y calidad. De eso carece. Es un plantel mal armado, corto y con puestos no bien cubiertos.

Antes de iniciarse la temporada gastó 147,5 millones en varias caras nuevas: Nordi Mukiele (defensa, 12 M€), Vitinha 41,5 M€, Renato Sanches 15 M€ (ambos centrocampistas), los españoles Fabián Ruiz 23 M€ y Carlos Soler 18 M€ (volantes ofensivos), Hugo Ekitike (delantero, a préstamo) y pagó 38 M€ por la opción del lateral Nuno Mendes. Tres portugueses y dos españoles, huuuummm… Ninguno da la talla para el nivel europeo. Mendes muestra cosas interesantes en ataque, pero no defiende bien; el gol de Coman es todo de él: se distrajo, perdió la marca y Coman, detrás suyo, totalmente solo, marcó a voluntad.

Vitinha ha tenido alguna actuación ponderable en la liga francesa, pero, cuando alguien ficha por encima de los 40 millones, el jugador debe dar garantía inmediata. De seis fichajes importantes, dos al menos deben rendir a satisfacción, es un mínimo grado de acierto. En lugar de mejorar la temporada anterior, la empeoraron. Más que del técnico hay una responsabilidad del director deportivo, el portugués Luis Campos. A él lo apuntan. Deportivamente el club es terremoto. Ayer ganaba 2-0 al Lille jugando pésimo, luego perdía 3-2 y era casi bailado en su propio estadio. Sobre el final logró empatar Mbappé y a los 95 minutos Messi apagó el incendio con un golazo de tiro libre.

Pero el aire es irrespirable. Era tal la tensión y el descalabro futbolístico del PSG que el cuestionado Luis Campos, acusado de los ineficaces fichajes, bajó del palco al campo de juego y empezó a dar indicaciones a los gritos, ignorando al DT Galtier. Nunca visto.

Es verdad que al equipo lo damnificaron numerosas lesiones. Y los que entran no cumplen. Por eso, en lo que va de este año, mes y medio, perdió cinco partidos, tres por liga, uno por Copa (eliminado por el Olympique de Marsella) y el referido ante el Bayern.

El imaginario popular lee Messi, Neymar y Mbappé y piensa en un equipo de estrellas, pero Mbappé estuvo lesionado, Neymar es casi un exjugador y Messi está cercano a los 36 años. Ha hecho un Mundial de locura, pero apoyado por diez gladiadores, acá tira una pared y le devuelven un ladrillo. “El PSG tiene para armar dos equipos”, se comenta en Twitter. Error, no da ni para uno bueno-bueno. La mayoría de la gente no mira los partidos, ve goles sueltos. La Champions es una carrera que requiere de un auto ganador, como el del Bayern.  

Era claro que con esta dotación al PSG no le alcanzaba para la lucha por el continente. Con suerte se le da la liga local y esto provoca una decepción gigantesca. Hay un clima pesado en París, Neymar -lo admitió- se agarró feo con Campos en el vestuario por la mala conformación del plantel.

El Bayern era favorito y se dio la lógica. Al menos en el primer choque. Esto no quiere decir que la llave esté cerrada. Galtier ha logrado recuperar al ejército de lesionados, puede que llegue a Munich con el once titular completo. Y todo partido es ganable, aunque el candidato, como siempre, sigue siendo el que ficha bien.

(20/02/2023)

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2030: Bolivia va al banco

Jorge Barraza

/ 12 de febrero de 2023 / 18:28

Ya está, es oficial: Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile oficializaron el martes último su candidatura conjunta para hospedar la Copa Mundial 2030. Un hecho inédito, nunca hubo cuatro países reunidos en una misma organización.

Corea del Sur y Japón, no por deseo de compartir sino por un salvataje político, fueron los primeros países en dividirse el torneo en cincuenta y cincuenta. Y en 2026 serán tres naciones —Estados Unidos, Canadá y México— las responsables de montar la fiesta.

Ahora lo pretenden cuatro. Parece demasiado, pero es la tónica imperante: unirse. Las exigencias de la FIFA —y del mundo actual— son cada vez más altas y, a no ser por países con muchísimo dinero —Qatar, Arabia Saudita— o con sobrada infraestructura —Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Alemania, Francia, España, Italia— es cada vez más difícil para uno solo asumir el reto.

Y aparte porque FIFA entiende que, de lo contrario, habrá muchos lugares adonde la Copa del Mundo nunca podrá llegar. El Mundial cobró una magnitud colosal. Mundiales caseritos como Uruguay 1930 o Chile ’62 ya no podrán repetirse.

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El hecho de que el anuncio haya estado a cargo del presidente argentino Alberto Fernández habla de la firmeza con que va el tema. Porque esta aspiración empezó con su antecesor, Mauricio Macri, y aunque son de signos políticos antagónicos, ambas fuerzas políticas la apoyan.

A efectos históricos, la iniciativa nació por una idea magnífica, redonda: que al cumplirse cien años del primer Mundial, la Copa volviera al sitio donde todo empezó: Uruguay. Como el país de Obdulio Varela no puede sólo con tamaño desafío, sumó a Argentina, quien fue su rival en la final del ’30.

Era una postulación inmejorable con un pretexto perfecto: el centenario de la Copa. Y el Río de la Plata como epicentro, aunque lógicamente Uruguay pondría una sede —Montevideo—, quizás dos —Punta del Este— y el resto en ocho ciudades argentinas.

Pero luego se agregó a Paraguay y más tarde a Chile en la fórmula, lo cual, a ojos internacionales destiñe un poco el encanto inicial, pero también descarga obligaciones económicas: más gobiernos compartirán los gastos.

El martes, mientras se lanzaba la propuesta de Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile 2030, Alberto Fernández señaló que sería ideal que se sumara Bolivia. Un apoyo irrestricto y generoso, aunque en Bolivia nadie abrió la boca. “Así podamos recibir un solo partido mundialista, ya sería una fiesta», manifestaron algunos periodistas bolivianos.

Sin embargo, el aumento de 32 equipos a 48 desde la próxima edición 2026, hará que los 64 encuentros que se disputaron hasta Qatar 2022 deban aumentarse considerablemente.

Aunque aún no se decidió cuál será el sistema de disputa en Canadá-Estados Unidos-México, se presume que podrían llegar a 112 cotejos. Por ello, no sería problema darle 10 ó 12 partidos a Bolivia, todavía quedarían 100 para los otros cuatro. Una mayoría de ellos, en Argentina.

Muy bonito, pero, queda solventar un pequeño detalle: hay que ganar la candidatura, porque son cuatro. La elección tendrá lugar el año próximo y la decidirá el Consejo de la FIFA después de estudiar gruesos informes de factibilidad.

El Consejo está compuesto por 38 miembros, cinco de ellos de Sudamérica: Alejandro Domínguez (Paraguay, presidente de la Conmebol), Fernando Sarney (Brasil), Ramón Jesurún (Colombia), Ignacio Alonso (Uruguay) y María Sol Muñoz (Ecuador). Deberán convencer, entre otros, a 10 miembros de Europa, 8 de África, 7 de Asia…. No será sencillo.

Los rivales, hasta ahora, porque aún podría sumarse alguno más, son España, Portugal y Ucrania por Europa, Marruecos por África y Arabia Saudita, Egipto y Grecia en una inédita reunión de tres continentes.

Está última tiene mínimas chances porque, por el principio de rotación, quedaría invalidada pues Asia viene de ser anfitrión a través de Qatar.

Marruecos es reincidente, se presenta por sexta vez, ahora respaldado por su auspiciosa actuación en el reciente Mundial, donde además de buen juego mostró la euforia de su gente por el fútbol. Tiene una ubicación estratégica en el Mediterráneo, desde España sólo hay que dar un salto y ya está.

Es un país económicamente en crecimiento y dado que la última y la única vez de África fue en 2010, podría ser… El adversario a vencer, el más difícil, es España y Portugal, que lo tienen todo: cantidad de ciudades, magnífico sistema de transporte, grandes estadios, hotelería, historia futbolística, el apoyo europeo… En solidaridad con Ucrania, ambos países decidieron sumar a Ucrania en su papeleta. Parece más una intención de congraciarse con los electores, porque para el 2030 faltan siete años, pero ahí está.

La contra de la postulación ibérica es que el último Mundial en Europa está muy fresco: Rusia 2018.

¿Por qué se dividieron el Mundial Japón y Corea…? João Havelange aún era presidente te la FIFA hacia 1996. Le había prometido el torneo a Japón, igual que su secretario general Joseph Blatter, pero antes de llegarse a la votación —el 31 de mayo de 1996— sondearon a los miembros del Comité Ejecutivo —así se llamaba entonces— y, con estupor, advirtieron que estaba ganando claramente Corea del Sur, por lo cual se anticiparon y le ofrecieron al doctor Chung Mong-joon, presidente de la Asociación Coreana y dueño de la Hyundai Motors, compartir la sede y evitar el riesgo de los votos.

Mong-joon aceptó y el Mundial fue perfecto, aunque nunca hubo un deseo real de unidad en el emprendimiento. Corea y Japón querían la Copa en solitario. 

Los primeros comentarios a la pretensión sudamericana fueron “Cuatro países, ¿no es demasiado…?”. No es poco, sin embargo, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile suman 4.120.317 km cuadrados frente a los 21.096.638 de Estados Unidos, México y Canadá. No llega a ser un quinto de territorio. Y en la Copa de 2026 habrá dieciséis sedes. En Sudamérica serán alrededor de diez. De modo que no puede ser esgrimido como obstáculo.

El concepto de “Mundial compacto”, que vendió la FIFA para Qatar 2022, o sea todo en una ciudad con cientos de miles de turistas-hinchas confraternizando, resultó excelente, pero se desvirtuó completamente para 2026, que será un torneo desperdigado. Un día se juega en Ciudad de México, al siguiente en Vancouver, al otro en Nueva York, luego Los Ángeles… En Europa sería como ir de Lisboa a Moscú, de Moscú a Roma, de Roma a Oslo…

El mejor argumento sudamericano para convencer a los miembros del Consejo de la FIFA debe ser LA PASIÓN. No hay ninguna otra región del planeta donde el fútbol se viva con igual intensidad que acá. Sobre todo, en Argentina.

Decir que quienes vengan de otras latitudes vivirán una atmósfera jamás imaginada de euforia. Activar la pasión en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, no requiere de tecnología ni de presupuestos, sólo hay que llevar el Mundial y ya. El hincha, solo, hace el resto.

El sueño mundialista está. Por ahora, Bolivia va al banco de suplentes; a ver si se anima a entrar…

(12/02/2023)

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¿Y los muertos de Qatar…?

Jorge Barraza

/ 5 de febrero de 2023 / 22:46

La honda preocupación occidental en general, y europea en particular, durante noviembre y diciembre últimos fueron “las violaciones a los derechos humanos en Qatar y los obreros fallecidos en la construcción de los estadios en el emirato”.

Quienes allí estuvimos, y fuimos alrededor de dos millones de visitantes, no advertimos tales violaciones durante nuestra estancia y no se registraron reclamos o protestas durante la visita de los extranjeros, siempre una imperdible ocasión de manifestarse para los locales en desacuerdo con algún tema.

No hubo restricciones para los turistas-hinchas, como predijo la prensa europea, ni semejó en nada a un estado policíaco.

Sí se disfrutaron libertades casi sorprendentes, incluso se respiró un bellísimo aire a confraternidad, a convivencia multirracial, a seguridad. Y sobre los muertos, no los desmentimos en absoluto, tampoco los confirmamos, simplemente seguimos aguardando informes oficiales de la Naciones Unidas, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de los propios gobiernos de los supuestamente fallecidos o mismo de sus familiares.

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Sobre esto último, es muy curioso no haber escuchado nunca una voz doliente por un esposo, un hijo, un hermano víctima. La OIT incluso abrió una oficina en Doha el 30 de abril de 2018 para colaborar y seguir de cerca la implantación “de un exhaustivo programa sobre las condiciones de trabajo y los derechos laborales en dicho país”, según informó.

Se fue el Mundial y los medios europeos no se refirieron más al tema. Nadie confirmó las muertes ni se dieron listas de nombres ni pruebas. Todo se basó en una información publicada por el diario inglés The Guardian, que, aseguró, hubo la impresionante cifra de 6.500 trabajadores muertos. Pero no ofreció documentación probatoria alguna.

El Gobierno qatarí, por su parte, contrarrestó: “Sólo se registraron tres fallecimientos por distintos accidentes en las obras”.

Hay 6.497 muertos de diferencia. En un tema tan delicado y que atañe a la sensibilidad humana, lo coherente sería un informe serio refrendado por gobiernos y organizaciones confiables.

Pero pasó el Mundial y parece haber pasado también la inquietud de esos mismos medios que, quince o veinte días de comenzar el torneo, como coordinados, arreciaron con reportajes y notas acusadoras. Tras la final no se habló más del tema.

¿Enterraron a los 6.500 muertos…? ¿Europa y Occidente necesitan un juguete nuevo…? ¿El Mundial les salió mal porque fue un éxito organizativo y futbolístico indiscutible…? “La final fue tan buena que fortaleció al Mundial entero, incluso a Qatar, en ese juego de proyecciones que hace el fútbol”, declaró con acierto Jorge Valdano tres días después de caer el telón. Pero puso algún reparo: “Una cosa es la realidad y otra la percepción, ayer la percepción fue que el Mundial ha sido un éxito“. Con esto último nos quedamos todos. No obstante, a Jorge le pasa lo que a muchos que viven y trabajan en Europa: les cuesta rendirse a la excelencia organizativa de Qatar.

Lo pueden las sospechas. Fue un Mundial magnífico, pero ya estaba tan vilipendiado que muchos se quedaron sin retorno. Ahora, cada mención en los diarios españoles, franceses o alemanes comienza con un latiguillo: “el polémico Mundial de Qatar”. No explican por qué.

La causa esgrimida para las presuntas muertes de miles de operarios en las construcciones fue que Qatar es un “país-horno” (definición de la alemana revista Der Spiegel) y que los pobres nepalíes, indios, paquistaníes, bengalíes, etcétera morían por el calor. Esta afirmación, resultante de una amplísima nota de la revista estadounidense Time. Pero tal veredicto choca con una constatación personal que hicimos in situ.

Nos sorprendió que en noviembre-diciembre hiciera una temperatura cercana a los 30 grados (a veces menos) entre las 11 de la mañana y las 5 de la tarde, para luego bajar considerablemente. Incluso llegaba a estar muy fresco durante la noche. Conste que los partidos eran en su mayoría a las 18, 20 y 22 horas.

Durante el torneo nos encontramos en el estudio que Win Sports montó en Doha con la familia Pacheco, colombiana, que vive hace dos años en Doha. Quisimos ahondar sobre el clima. Pablo, el padre de familia, un ingeniero en petróleo, respondió: “Calor fuerte, bravo, es en julio, agosto y primera quincena de septiembre.

El resto del año es como ahora, un calorcito agradable y, al caer la tarde, fresquito”. De modo que no cierra que durante ese breve lapso murieran tantos miles, sobre todo porque en un momento de las construcciones se decidió cambiar el horario laboral y que empezara a las 4 de la mañana. Además, mediaron doce años y nueve meses entre que Qatar fue elegido como sede -el 2 de diciembre de 2010- y el comienzo del Mundial. Hubo hartísimo tiempo y dinero para levantar los estadios sin necesidad de forzar la maquinaria humana.

Harold Mayne Nicholl’s, chileno, inspector de FIFA para evaluar las candidaturas de los Mundiales 2018 y 2022, dio a Qatar la nota más baja de todas, lo cual conllevaba una recomendación a no votar por el emirato en la elección. Entregó su evaluación el 14 de septiembre de 2010. Sin embargo, luego cambió radicalmente su postura.

Días antes del puntapié inicial del torneo declaró: “Me atrevería a decir que este será un Mundial excepcional”. Y lo explicó: “Yo no tenía derecho a oponerme a Qatar. Sí a informar que, de todas las sedes que se proponían para el Mundial, esta reunía menos requisitos positivos en 2010. Pero esa no es la situación de hoy. Tomaron el informe que hicimos y actuaron para corregir todas las falencias. Y lograron lo más difícil, que era cambiar la fecha para evitar el calor. El Mundial será espectacular». Y acertó.

Queda la sensación de que todo lo que no se hace en Europa está mal y hay que denostarlo, mancharlo. Rusia 2018 fue también un Mundial fantástico en lo organizativo, pero Rusia es mala palabra para los países cercanos al meridiano de Greenwich y los periodistas de Occidente se cuidaron de dedicarle cualquier elogio.

Simplemente tragaron y a seguir adelante. La aprobación por parte del Consejo de la FIFA del Mundial de Estados Unidos, México y Canadá 2026 tal como quedó anunciado sí es un desacierto que desvirtúa la noción de país-sede, de fiesta aglutinadora. Un torneo que se dispersará sobre un territorio de más de 20 millones de km cuadrados, donde los aficionados no podrán viajar miles de kilómetros diariamente para seguir los partidos que prefieran (en Qatar se podían ver dos y hasta tres por día).

Es física y económicamente muy complejo. Será un Mundial exclusivo para la televisión. Y para recaudar. Y en junio-julio quizás hará en México y Estados Unidos un calor insoportable, mucho peor que en Qatar, como lo padecimos en 1986 y 1994. Pero no se harán referencias al tema, nadie se escandalizará. Y es muy dudoso que refrigeren los estadios.

Mucho gasto. Francia ya avisó que no habrá aire acondicionado en la villa olímpica en los Juegos del año próximo y los atletas protestan.

Como en Qatar, el Mundial 2026 irradiará la imagen positiva o negativa que los medios dominantes construyan. Un ejemplo de su tremendo poder.

A propósito de Europa y de muertes, el 22 de enero, el jefe de Estado mayor noruego Eirik Kristoffersen reveló que la europea guerra ruso-ucraniana acumula ya 180.000 muertos o heridos en las filas del ejército ruso, 100.000 del lado ucraniano y 30.000 civiles muertos, o sea 310.000 en total. Número que aumenta día a día. De esto sí hay certeza.

(05/02/2023)

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¿Quién ganaría este duelo imaginario…?

Jorge Barraza

/ 29 de enero de 2023 / 21:50

La Copa del Mundo le debe al planeta fútbol una final Argentina-Brasil, el máximo clásico posible de este deporte. No existe nada igual, ni siquiera parecido. Por categoría, historia y rivalidad. Llevan 109 años chuceándose.

Ni Alemania-Francia, ni España-Italia, ni Inglaterra contra cualquiera de ellos generaría la expectativa universal del duelo sudamericano. Sería un choque de trenes que batiría todos los récords de audiencia del deporte. Y más allá del deporte también. Ocho títulos mundiales entre ambos y 13 finales disputadas. Una locura.

Estuvieron cerca de encontrarse en semifinales en Qatar 2022, lastimosamente Brasil se encontró a la vuelta de la esquina con un verdugo inesperado, Croacia. Hubiese sido espectacular verlos, aunque nada se parecerá a una final. Ojalá el Mundial 2026 nos haga ese regalo.

No obstante, como juego periodístico podemos hacer un partido imaginario entre el once ideal histórico de Brasil y su par de Argentina. Dos máquinas. Entre 1914 y 1956 Argentina le ganaba seguido, hasta que en el ’57 apareció un muchacho Pelé y se terminó el dulce.

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La pulseada se hizo palo y palo. En los ‘90 se desniveló con el surgimiento de los Rivaldo, Romario, Ronaldo, Ronaldinho, Roberto Carlos, Kaká, Cafú… Demasiados cracks juntos. Y en los últimos tiempos volvió a emparejar la celeste y blanca. El historial ahora está 42 victorias para Brasil, 41 para Argentina. Ninguno permite que el otro se le escape.

La elección de los jugadores es a gusto del cliente. En nuestra consideración, Argentina debería ir con Fillol o Dibu Martínez en el arco; Cuti Romero marcando la banda derecha, Ruggeri y Passarella en la zaga y Olarticoechea marcando la otra raya. Burruchaga, Redondo y Maradona en el medio; Messi, Di Stéfano y Kempes arriba. Un 4-3-3 pero con Maradona también en actitud ofensiva. Batistuta, Caniggia, Sívori, Houseman, Bochini al banco. Y el técnico: ¿Bilardo, Menotti…? Mucho, pero mucho antes, Scaloni. Para empezar, Scaloni no le tendría miedo a Brasil.

Brasil alistaría a Marcos en la valla; a cargo del andarivel derecho Dani Alves (Cafú tenía más ida y vuelta, Alves más fútbol en la cabeza y en los pies); Aldair y Luis Pereira en el fondo, Roberto Carlos subiendo por el carril izquierdo. Gerson y Falcão en el centro del campo, Garrincha, Zico, Pelé y Ronaldinho en ataque. El sistema tradicional brasileño: 4-2-4. Y esto sí sería un desperdicio: Jairzinho, Tostão, Rivelino, Romario, Rivaldo, Ronaldo, Junior y una docena más de monstruos sentados junto al técnico Telé Santana al costado del campo.

La lista de convocables de Brasil es mucho más rica y extensa. Claro que al campo entran once y ahí Argentina equipara. Lo único seguro es que ninguna otra selección podría alinear tantos artistas como estas dos.

Si se juntaran Alemania, Francia, Italia, España, Holanda e Inglaterra, incluso Hungría, tal vez no alcanzarían a componer una aplanadora como éstas. En cambio, si Argentina y Brasil se combinaran, Europa entera no tendría ni una remota posibilidad de triunfo. Allí, mirando del hoy hacia atrás, nos damos cuenta de la abundancia de artistas sudamericanos y nos enorgullece.

Para empezar, son dos estilos distintos. Jogo bonito y contundencia Brasil, personalidad y buen fútbol Argentina. Arquero por arquero, gana la Albiceleste, Fillol y Dibu Martínez son más que Taffarel, Leão, Félix, Julio César, Dida, Alisson… No ha sido tierra de arqueros el país del carnaval.

El mejor goleiro brasileño que este cronista vio fue Marcos, el discreto pero segurísimo portero del Palmeiras que Felipão Scolari, quien lo conocía de ser multicampeón con el Verdão, lo llevó al Mundial de 2002 y fue decisivo en la conquista del título.

En eficiencia, Marcos no está nada lejos de Fillol o Dibu, en transmisión de coraje, estos dos le sacan una ventaja. 

En las dos bandas se impondría Brasil, cuyos laterales han sido los mejores del fútbol mundial. Ejemplo: en la izquierda, la Verdeamarilla ha contado con Nilton Santos, Francisco Marinho (fabuloso), Junior, Branco, Marcelo… Cualquiera de ellos sería el mejor marcador zurdo de todos los tiempos de, al menos, 200 selecciones. Y en la derecha, otra lista dorada: Cafú, Carlos Alberto, Leandro, Josimar, Paulo Roberto, escaladores espectaculares por su punta. Argentina opondría a Cristian Romero, que ni siquiera es lateral puro, pero se le da bien ese sector, tiene anticipo, velocidad, extraordinario sentido de la marca y un rigor terrible.

La izquierda debería ser clausurada por el Vasco Olarticoechea, tampoco lateral nato, sin embargo un jugador de una sangre conmovedora, con buena intuición de quite, pero especialmente con un corazón de oro, nunca estaba vencido, siempre sonriente, pecho henchido, soldado para todas las batallas. Los laterales de la Canarinha superan en clase a los gauchos, pero éstos tienen más instinto de marca.

En la cueva (término perimido, pero bello, permítasenos exhumarlo), Ruggeri y Passarella ofrecen juego aéreo, temperamento y determinación defensiva. Aldair y Luis Pereira, calidad y salida limpia, dos talentos que podrían haber sido volantes ofensivos de tanta calidad que poseían. Luis Pereira no te quitaba la pelota, te la sustraía. Defensivamente, en Brasil resaltan elegancia y proyección, en Argentina, firmeza y seguridad.

En la franja central, roba Brasil con dos genios: Gerson, el más estrepitoso armador, distribuidor y lanzador, con un don de mando excepcional (“Él era nuestro líder en el campo”, afirma Tostão), y a su lado Paulo Roberto Falcão, el Beckenbauer del mediocampo, capaz de subir y anotar doce o trece goles por temporada. Intentarían oponerse Redondo, el Falcão argentino, un medio sin gol aunque de manejo lujoso, exuberante y con buena mentalidad, y Burruchaga, volante completo: técnica, inmenso despliegue, rapidez y gol. No se le conoce un gol errado a Burru. Polifuncional, además.

Adelante, una constelación de monstruos. Es complicado decir quién prevalecería en esa línea porque son fenomenales los cuatro de cada equipo. En los dos casos, cabe pensar en qué podrían hacer las defensas ante tamaños rivales.

Se nos ocurre imaginar las paredes que podrían construir Pelé y Zico, dos tocadores en corto celestiales, pero enfrente también estarían Maradona y Messi, que harían auténticos desastres con la retaguardia brasileña. Garrincha y Ronaldinho en los extremos de un lado, el carácter indomable de Di Stéfano y Kempes del otro.

Obviamente están los que se escandalizarían de ver tantas figuras de ataque juntas. “¿Y quién marca…?”. El que quiera hacerlo. La mayoría va a querer jugar y atacar. ¿Cuál de los dos se apoderaría de la pelota…? Imposible responderlo.

¿Quién ganaría en este enfrentamiento…? Difícil determinarlo. No hablamos solo de jugar lindo, que estaría asegurado, sino de golear y corajear. Lo seguro es que, los dos, al recuperar la pelota, irían hacia adelante por una cuestión de vocación innata de los actores.

Se supone que Brasil será más persistente en ataque y más proclive a cuidar la casamata, pero las estadísticas concuerdan con esta apreciación.

El cuarteto albiceleste suma 2.018 goles (794 Messi, 523 Di Stéfano, 354 Kempes, 345 Maradona), el brasileño 1.798 (765 Pelé, 523 Zico, 395 Ronaldinho, 115 Garrincha). Entre ambas delanteras hay 3.814 goles, parece ciencia ficción. Es el clásico de los irmaos. Si se diera de verdad, explota el mundo.

(29/01/2023)

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