Polarización digital
La propia lógica de las redes digitales tiende a agrupar a las personas que comparten puntos de vista similares.
Las redes sociales digitales se han transformado en medios importantes para la expresión de las opiniones políticas de los ciudadanos, pero eso ha venido también acompañado de la proliferación de imposturas y descalificaciones. Hay necesidad de fomentar una actitud crítica y reflexiva en la sociedad acerca de los contenidos que circulan en esos espacios.
El uso de redes como Facebook, Twitter o WhatsApp para informarse y opinar sobre la actualidad sociopolítica ha aumentado sustancialmente en los últimos años, y se ha intensificado en la actual coyuntura de conflictividad. Su capacidad para articular corrientes de opinión pública es evidente, de allí que su influencia debiera ser considerada con mucha seriedad por las dirigencias. Previsiblemente, en los próximos años se van a constituir en uno de los campos de acción prioritarios de la persuasión y la confrontación política.
Por esta razón, resulta crucial reflexionar acerca de sus límites y de los riesgos que vienen asociados a su uso masivo. A veces no se comprende, por ejemplo, la naturaleza segmentada y autorreferencial de los grupos de opinión que se crean en estos ámbitos. Ciertamente estos instrumentos son utilizados por millones de bolivianos, pero eso no significa que todos comparten un mismo espacio de diálogo y de intercambio de criterios. Al contrario, la propia lógica de las redes digitales tiende más bien a segmentarlos en grupos con afinidades y puntos de vista relativamente parecidos, que se refuerzan entre sí, facilitando la polarización y la radicalización. De allí que uno de los grandes retos sea fomentar el diálogo entre diferentes, fundamento ineludible de la democracia, y no solo el agrupamiento y la movilización de los convencidos a partir de una misma idea/causa.
Por otra parte, al ser espacios públicos cada vez más relevantes, son utilizados de manera creciente para difundir propagandas y campañas políticas, incluyendo aquellas que buscan denigrar a los adversarios coyunturales, generar confusión con noticias falsas y promover razonamientos conspirativos. Estas perversiones ya no provienen solamente del entusiasmo, quizás excesivo, de algunos ciudadanos, sino del uso de tecnologías de mercadeo político, no siempre con estándares éticos aceptables, bastante comunes en otros países.
El problema no son “las redes” o la tecnología que las sostiene, sino la manera como las pasiones humanas (generosas y dañinas) se despliegan en ellas. Es decir, son nuestro espejo deformado. El gran riesgo es que nos dejemos encantar por el confort de la ilusión de creer que todos piensan igual que nosotros, porque eso es lo que se percibe en redes que justamente han sido diseñadas para lograr ese efecto. Los asuntos humanos exigen interactuar y entenderse con el otro, en la red y fuera de ella, si no, derivan en la violencia y el autoritarismo.