Leones chinos despiertan y bailan en La Paz
Practicantes paceños de kung fu comienzan a aprender la danza que llama a la buena suerte y pone a prueba su pasión y sus habilidades atléticas.
Un tambor comienza a escucharse y el sonido de platillos acompaña el ritmo enérgico que se produce. El león morado que descansaba en el piso mueve sus párpados, orejas y cabeza. Despierta. Se levanta y sus primeros movimientos lo llevan al altar donde está Buda, sonriendo ante el salón, allí hace una pequeña reverencia.
Otro personaje, que viste enteramente de rojo, llama la atención del león con una esfera sólida rodeada de círculos —de los que cuelgan cintas— similar a un átomo. Mostrándole esta “perla” y moviéndola, el “Buda alegre” motiva a que el león continúe con su danza, a medida que la música sigue, el felino toma más energía y comienza a hacer acrobacias. Rodar, saltar, pararse en dos patas. Poco después el baile culmina y vuelve a descansar.
Los tres bailarines que interpretaron la pequeña coreografía se quitan exhaustos máscaras y trajes. Dos interpretan al león y un tercero, a su guía. Todos son experimentados practicantes de kung fu de la escuela El dragón dorado del sur (Av. Hernando Siles, esq. 4 de Obrajes).
El león y su rutina están marcados por diferentes corrientes espirituales que son parte de la cultura china. En Año Nuevo las escuelas de kung fu interpretan la danza para atraer la buena suerte y equilibrar las energías. “Allá en China el budismo o el taoísmo no son una religión como tal, sino una suerte de códigos de ética; maneras en las que uno se comporta. Y esta danza tiene mucho que ver con la espiritualidad, no es solo folklore”, explica Fernando Huanacuni, (excanciller de Bolivia), quien pasó varios años entrenando en un templo shaolin y ahora es líder de esta escuela.
Cuando una familia está por mudarse a su nueva casa o un empresario abre una nueva tienda pide que el león entre primero, esto porque es capaz de “espantar las cosas guardadas que moran en las esquinas”. Después, el lugar donde se ha bailado es propicio para atraer buena fortuna a quienes lo habitan.
El felino —y su danza— suele inaugurar diferentes eventos, mientras que el dragón los culmina, porque el primero está relacionado con lo terrenal, y la bestia imaginaria interactúa con el mundo celestial. Conforman, así, una de las dualidades más importantes de la cosmovisión de la nación asiática.
Los danzarines son siempre experimentados artistas marciales y Leslie Flores, Wara Huanacuni y Leonardo Calamani no son la excepción. Los movimientos están compuestos por posiciones de kung fu que deben sostenerse por mucho tiempo. “Es agotador, pero te forma músculos y te da más resistencia. Ambos debemos estar en la postura mapú o del caballo. Mientras quien sujeta la cabeza está erguido, quien está detrás debe tener la espalda paralela al piso. Es muy exigente”, detalla Wara, quien en esta ocasión fue parte del dúo que da vida al león morado.
La cabeza de este traje —que “despertó” en Bolivia porque fue aquí donde se usó por primera vez— puede mover los ojos, la boca y las orejas de forma independiente a la del cuerpo, lo que en realidad adhiere dificultad a la interpretación. Leonardo Calamani fue el encargado de darle expresión y personalidad al león.
“Cuando el león está con la boca abierta significa que tiene hambre. En China se acostumbra colgar lechugas de hilos rojos para que sacie su apetito”, describe Fernando.
Leslie encarnó al Buda alegre —quien lleva una máscara pintada con una cara sonriente— que es el encargado de despertar, motivar y calmar al león. El objeto que lleva en la mano es una perla, un símbolo de elevación que seduce al león, quien como ser terrenal desea poseerla.
Estas manifestaciones tradicionales y artísticas son parte de los retos que asumen los practicantes de kung fu para mejorar su técnica. Tienen un grado muy alto de dificultad y, por lo tanto, requieren entrenamiento extra. Sin embargo, es un honor llevar el traje porque es un voto de confianza del maestro y además tiene un efecto energético sobre el bailarín.
“Uno de los sueños de un artista marcial es poder bailar estas danzas, porque hay que hacer méritos para lograrlo. Es una alegría y un buen augurio”, narra Leonardo, quien lleva 16 años como artista marcial, a lo que Leslie complementa: “El león nos complementa energéticamente porque cuando nos convertimos en él podemos agradecer por lo que hemos recibido”.
En septiembre se realizó el primer festival de esta danza, donde cuatro dúos compitieron representando a diferentes escuelas. Como es una práctica reciente en Bolivia, el nivel de los participantes aún es el de principiantes. Por esto, buscaron representar hazañas —los ganadores narraron la lucha entre el león y una serpiente— para mostrar su habilidad.
“Todavía nos falta mucho, hay competencias internacionales donde el escenario está lleno de columnas con diferentes alturas y los participantes hacen acrobacias sin perder el equilibrio”, cuenta Fernando.
Además de cumplir este año tres décadas de existencia, la escuela participó de un gran festival en China y logró varias medallas de oro, plata y bronce. Para los instructores no es solo su carrera —Leslie tiene 32 años y pasó 22 como artista marcial— sino una pasión que rige todos los aspectos de su vida.