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‘Grillo’ Villegas, escéptico

Rodrigo ‘Grillo’ Villegas muestra un cuadro de Hermeto, el gato del músico. Se trata del regalo de un fan.

/ 11 de junio de 2023 / 06:33

Rodrigo Villegas de vuelta con un octeto de cuerdas. El viernes y sábado tocará en el Teatro Municipal de La Paz y después seguirá su gira por el país

En el “living” de la casa del “Grillo” hay un cuadro de Rosmery Mamani. No es uno de sus retratos hiperrealistas, es un paisaje. Cuando Rodrigo Villegas se fue a vivir/estudiar a Buenos Aires hace unos años se llevó la pintura para matar nostalgias. El cuadro es un Illimani. Cuando la dueña del monoambiente que alquiló le preguntó por dónde estaba esa linda montaña, el “Grillo” respondió: “la tengo delante de mi casa, en La Paz”. Solo cuando dejamos la hoyada, extrañamos al “Resplandeciente”. Solo cuando nos vamos, alardeamos y nos sentimos orgullosos de nuestro guardián.

En la sala principal de la casa también hay cuadros de Efraín Ortuño, Gabriel Aguirre Alandia y una serigrafía del viejo George, un personaje paceño. A los costados están dos viejos bancos de madera del legendario “Socavón”. En el centro de la habitación reina imponente una mesa de póquer. Ya vamos a hablar de póquer. Sobre ella están los últimos regalos que el músico/compositor ha recibido en Cochabamba tras el primer concierto de la gira con su octeto de cuerdas. En La Paz toca este viernes (16) y sábado (17) en el Teatro Municipal. No han sido regalos para él, han sido para su gato (persa). Hermeto es una estrella del rock. Se llama así por su increíble parecido con el compositor (de jazz y música popular brasileña) Hermeto Pascoal. “Tiene más ‘likes’ que yo cuando subo una foto suya al Instagram”.

Hermeto es celoso, posesivo. Tras varias cinco horas de charla, el gato blanco reclama atención, pide mimos y se pregunta: ¿por qué no se va este intruso de la casa, “Grillo”? “Cuando vienen chicas, es mucho peor”, me dice como consuelo. En una de las habitaciones del fondo, donde está el piano eléctrico, hay retratos de Hermeto, también son regalos. Villegas acepta posar con uno de ellos. El “Grillo” solo se ablanda con el gato.

Daniel Subirana, Peque Gutiérrez, ‘Grillo’ Villegas, Fulvia Fossati, Ramón Rocha y Heber Peredo.
Daniel Subirana, Peque Gutiérrez, ‘Grillo’ Villegas, Fulvia Fossati, Ramón Rocha y Heber Peredo.

Rodrigo Villegas Jáuregui ha celebrado 13 cumpleaños en su vida. Nace un 29 de febrero (de 1968) y cumple solo en los años bisiestos. Ya le toca en 2024; cada vez que hay Juegos Olímpicos sopla las velas. Se siente orgullosamente paceño con tres generaciones completas de familiares (14, en total) nacidos en la “hoyada”. Es capaz de distinguir los acentos de los diferentes barrios e incluso identifica cada zona por el género musical predominante en décadas anteriores. “Sopocachi era de los troveros; Miraflores, de los rockeros de antaño; y las villas, territorio metalero con Cristo Rey y Tembladerani para las orquestas y la cumbia”.

La música llega a su vida (para quedarse) en la casa familiar (en Achumani). El padre, don Jorge Villegas Monje, de profesión ingeniero industrial y conocido docente universitario de estadística, es un amante de las guitarreadas con zambas, amigos y tragos en la casa. El abuelo paterno es Víctor Hugo Villegas Núñez del Prado, periodista, corresponsal de Reuters, guionista de radioteatro en los 50; autor de una novela escrita a cuatro manos llamada Chuno Palma (1948), subtitulada “novela de cholos”. Del título de uno sus capítulos, el nieto sacará el nombre para uno de sus discos, el Conciliábulos (2014). Por cierto, conciliábulo es una reunión de herejes contra las reglas de la disciplina de la iglesia. El “Grillo” es un ateo militante.

El “Grillo” está convencido de algo que parece loco, de ciencia ficción (pero tal vez no lo sea): el tiempo dividido en pasado, presente y futuro no existe. Y si existe, está todo en uno. ¿Y si el abuelo puso ese título para su nieto? “Últimamente, he leído letras mías pasadas que responden a cosas que me pasan ahorita y al revés, tal vez lo que escribo ahora me dé las respuestas a preguntas del futuro. Me mando mensajes en el tiempo; es un juego que me he inventado”.

La letra favorita del abuelo era la hache. Puso a sus cuatros hijos el segundo nombre con esa letra muda. El padre siguió la tradición y su primer hijo (Jorge Horacio, hermano mayor de Rodrigo) también lleva la hache. El “Grillo” no la lleva, por algo será. El nieto —que no se calla nunca— bautiza a su gato con la misma letra como inicial. Es un juego con el abuelo.

Desde chico se enamora de la música. Más que enamoramiento, es fascinación. Es curiosidad sin fin por la música como lenguaje. Estudiante del Colegio San Ignacio, con 14 años se separa de las canciones del padre. “A esa edad ya tenía claro que quería ser músico. Mi familia, obviamente, no me tomó en serio cuando lo anuncié y mi papá dijo: ‘puedes ir al Conservatorio a estudiar, pero ojo: mostrame las notas de la universidad, carrera de Economía’”. Villegas será un buen estudiante, amará los números y será un perfeccionista en todo lo que haga, ya sea análisis estadístico en plena pandemia de COVID, estudioso del póquer, alumno de composición y arreglos o músico/líder sobre el escenario.

El músico se presentará el 16 y 17 de junio a las 19.30 junto con su octeto en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.
El músico se presentará el 16 y 17 de junio a las 19.30 junto con su octeto en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.

La primera banda que lo fascina se llama OM, la mítica banda de los 80, la que nos dejó verdaderos himnos de la noche paceña como son Cochuna (la de “Cochuna, Coroico, Los Yungas, La Paz”), El reggae del cóndor y Estaño metal del diablo. Los OM (Ismael Saavedra, Luis Kúncar —ya fallecidos—, José Luis “Vichi” Olivera y Marcelo Palacios) no hacen “covers”, tocan sus composiciones. “El tío del Rodo Ortiz tocaba en OM y nosotros íbamos a sus ensayos. Años más tarde, grabamos el Cochuna y pedimos autorización al “Vichi” y consultamos qué poner en los créditos, nos dijeron ‘pongan simplemente OM’”.

No tardan los amigos del “Grillo” en armar su propio grupo de rock. Se llamarán Fox (1983-84). Son Villegas, Rodolfo Ortiz y los hermanos Joffré, Martín y José Luis. Es el nombre de la pandilla de Achumani y Los Pinos (se reunían en una pizzería de la calle 21 de Calacoto). Es el nombre de una marca de motocross. “Por aquella época los festivales se daban después de las carreras de motos”.

Estamos en los inicios de los años 80 y la noche comienza a despertar. Se ha recuperado la democracia, aparecen las radios FM y el vacío del rock boliviano (tras la primera época sesentera/setentera) está por llenarse. Fox hace “covers” de heavy metal (desde Scorpions y Iron Maiden a Black Sabbath) desde glam rock a clásicos en castellano de Barón Rojo y Los Ángeles del Infierno (“tocábamos el Maldito sea tu nombre). Con el tiempo se especializan en Metallica y llegan a tocar íntegramente el primer y segundo disco: Kill’em all (1983) y Ride the lightning (1984).

Al “Grillo” le gusta la buena música. Así de claro. En sus tiempos escucha Silvio Rodríguez y viaja a Buenos Aires para ver al dúo inglés de “new age” Tears for Fears. También llega a la Argentina para ver a Iron Maiden o a la banda de Ozzy Osbourne. “No me rijo por géneros, estos son como ríos y ya verás tú donde te llevan. No tengo problemas con ningún género. Si te gusta la música te riges más por álbumes, ni siquiera por canciones. Dime, ¿cuál es tu disco favorito? En este mundo donde los jóvenes soportan apenas 16 segundos de un tik-tok, el álbum está más vivo que nunca”.

Villegas tiene un hábito: cada año reseña los mejores discos publicados en el mundo separándolos en dos categorías: jazz y no jazz. A través de ese río de géneros, el “Grillo” desemboca, inexorablemente, en el oceáno (inabarcable) del jazz. “El jazz-rock es una gran puerta para el género; Miles Davis ha cambiado cuatro veces la dirección de la música”.

Cuando el Socavón, “la taberna del arte”, abre sus puertas a finales de 1989 en la avenida 20 de Octubre (al 2172) del barrio de Sopocachi, la historia del rock en La Paz da un giro de 180 grados. El “Soca” se convertirá en el lugar de esa efervescencia de principios de los años 90. Bolivia clasifica por primera vez por méritos propios a una Copa de Mundo (Estados Unidos 1994). Nace la primera banda de rock que en un periodo muy corto va a dejar una huella muy alargada en toda Bolivia: Lou Kass. Llega el “boom” del cine boliviano de 1995 con películas de Sanjinés, Loayza, Valdivia, Mela Márquez…

La Drago Blues Band revienta el “Soca” de la mano del guitarrista croata Drago Dogan y su armónica Hohner, el saxo de Gustavo “Chavo” Valera y músicos ex OM como el “Vichi” en la “bata” y Kúncar en la guitarra. El “hit” se llama Mama Coca. Villegas en el bajo, “Rodo” Ortiz y Christian Krauss (el mejor “front man” del rock boliviano) se unen a “la Drago”. El “Grillo” toma la banda. “Apareció un alemán hippie de la Sagárnaga, venía viajando por toda Sudamérica. Caía mucho gringo en el Soca, le gustaba el reggae y Bob Marley, era el Krauss”.

Rodrigo ‘Grillo’ Villegas y el vocalista Christian Krauss, tocando en El Socavón juntos en Lou Kass.
Rodrigo ‘Grillo’ Villegas y el vocalista Christian Krauss, tocando en El Socavón juntos en Lou Kass. Foto: Ricardo Bajo y archivo de Rodrigo Villegas Jáuregui

Cuando Drago se va, Grillo habla con el dueño del boliche, el artista Sol Mateo. “¿Qué van a tocar, pero? ¿Cómo se van a llamar? Sol bautiza al grupo: “serán La Nave de Lou-Kass”. Villegas cree que el nombre es muy largo y se quedan con Lou Kass. “Le puso Lou por Lou Reed y Kas por un famoso refresco que había en el norte de España, Sol había estado de viaje por allá hacía poco”. La doble ese era para provocar, típico del Sol.

El 24 de octubre de 1990 (un miércoles) Lou Kass debuta en el “Soca”. En lugar de papa frita hay coca en las mesas para acullicar (con “lejía” incluída). La fauna de los “socavonenses” es leyenda viva de la noche paceña: Gastón Ugalde, Pablo Cingolani, H.C.F. Mansilla, Mario Conde, Patricia Mariaca, Diego Torres, los hermanos Lara, el cuartero Madera Viva (de música contemporánea), Carlos Villagómez (el creador del logo de Lou Kass con hojita de marihuana), Keiko González, Efraín Ortuño, Jechu Durán, Roberto Valcárcel, Jenny Cárdenas, el Titiritero de Banfield, Oscar García, “Papirri”, Marcos Loayza, “Chichizo” López, los chicos de Wara, Altiplano, Metalmorfosis, Coda 3, los Lapsus de Mauricio Torres, Dies Irae, Ragga Ki, la muchachada del Teatro de los Andes…

Todos se reúnen alrededor del altar/escenario con el Tío, la coquita y sus puchos Astoria, bajo la atenta mirada de los tres retratos pintados por Sol Mateo, logo del antro. “Grillo” recuerda las colas para entrar y ver a Lou Kass, con el padre de Sol, don Jaime, de portero, empilchado. Había reservas para semanas y meses en adelante. En un boliche para 80 entraban 200. “Recuerdo el sudor en las paredes, la gente apelotonada, los chicos sin polera, muchos se paraban en las mesas. Me da nostalgia”.  Socavón, la vida alucinante.

¿Por qué explotó el fenómeno Lou Kass? “Tocábamos bien, éramos jóvenes, todos entre 20 y 23 años pero veníamos de tocar juntos desde los 15 con los covers de Fox; Rodo y Martín eran muy buenos en batería y guitarra. No éramos la bandita que debutaba los miércoles en el Soca. Comenzó a venir más y más gente. Había traído cassettes de Sumo de Buenos Aires, luego se vendían en la tienda de discos que tenía el Coco Cárdenas. Tocábamos también temas de los Redondos, un poco de ska y reggae del Krauss, mi hermano”. Canciones como La rubia tarada (de Sumo) Masacre en el puticlub y Aquella solitaria vaca cubana (de Patricio Rey y sus Rendonditos de Ricota) junto a La torcida se vuelven himnos nocturnos.

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Los dos primeros discos (el Lou Kass de 1992 y el Akasa de 1994) dejan canciones para la historia: Chico predecible, Escrúpula, Extravismo, Feel high, No reces al sol, Resumen paceno, Porque eres tan bella… El nivel de alegría estaba por las nubes en La Paz. “Fue un momento muy lindo, como identidad de país, cuando Bolivia clasificó al Mundial nos abrazamos todos, con el taxista, con la caserita. Fuimos un país, una nación unida por un momento; ese instante duró semanas, no solamente días. Todo sucedió a la vez. Tocábamos y llenábamos el Teatro al Aire Libre y había banderas tricolores por todo lado; en los conciertos del interior, igual. Creo que mi generación cumplió, haya sido un sueño o no”.

Es la época en que Villegas —uno de los mayores iconos del rock boliviano— no puede ni salir a la calle; “el tráfico se cortaba cuando se anunciaba una tocada de Lou Kass en algún canal de televisión”. La banda se separa por lo que siempre separa a las bandas: peleas entre ellos.

Estudio. ‘Grillo’ Villegas con el músico argentino Guillermo Vadalá.
Estudio. ‘Grillo’ Villegas con el músico argentino Guillermo Vadalá.

Tras los cuatro años de Loukass (dos discos en estudio y tres en vivo con un par de regresos), llegarán 20 con Llegas (12 discos, algunos mezclados en los estudios de Luis Alberto Spinetta y Fito Páez) y tres álbumes bajo la autoría de Grillo Villegas. El músico, estudioso de su propia obra, ve cinco trilogías. “Tengo la trilogía de lo popular que agrupa a mis discos más escuchados, donde están las canciones más clásicas”. Son el Huye el sol (1996), el Almaqueloide (1998) y el Pesanervios (2000). De esa trilogía, la hinchada intergeneracional del “Grillo” (Villegas no solo tiene un público fiel, tiene hinchada, que lo idolatra y lo mima, es “Grillo Fútbol Club”) corea con cariño siempre temas como Raquel (escrita junto a Óscar García), Cada beso, Diamante, Alas, Antifaz y Huesos, entre otros. La canción más reproducida en Spotify, Apple y Deezer (más de un millón de veces) es Subterránea, esa que dice “cómo consigues asumir/ la bendición de un cura/ si el que te cura es un faquir/ con anfetaminas”.

La segunda trilogía es la de los álbumes más experimentales, “más densos para escuchar”. Es la formada por Revolver (2001, “es un gran disco, con Daniel Zegada en la batería”), Hidrometeoros 2 (2006) y Conciliábulos (2014). La tercera trilogía es la más débil, dice en tono autocrítico. Antes incluso de decir la palabra “débil”, ha dicho la palabra “mala”. Es el “Superjuguetes (2004), el Bipolar (2010) y el Duramadre (2012). “No significa que no haya buenas canciones en esos discos, por si acaso”.

La cuarta trilogía está formada por los discos en directo: Autosabotajes (2002, doble), Espejismos (2011, acústico grabado en el Teatro Municipal, con Guillermo Vadalá, llegado de Buenos Aires para tocar el bajo) y Viene el sol (2013, un CD/DVD grabado en el Teatro 16 de Julio con invitados como Javier Malosetti).

La quinta es la nueva, la que está firmada como Grillo Villegas. Son el Yo es otro (2017, la vuelta de Buenos Aires), La música debe elevarnos (2019) y Hermetismos (2022, el último). Como estamos hablando de juegos, “Grillo” cree que cada uno de estos tres discos encaja en uno de las tres primeras trilogías: los álbumes populares, los experimentales y/o los malos/débiles. Como estamos hablando de discos (y canciones) y como tiene delante a un periodista, Villegas aprovecha para quejarse del oficio, del periodismo (cultural/musical).

Tira de una frase que le gusta harto: “saber del anecdotario de la música no es saber de música, es saber del anecdotario de la música”. La frase es del divulgador musical argentino Lucas Marti. El “Grillo” lamenta que las críticas/reseñas de conciertos/discos no hablen de música, del lenguaje musical, de estructuras, que se centren casi exclusivamente en las letras. Intuye que es por ignorancia. Tiene razón.

En esta amplia discografía se puede observar cuatro años de intervalo, de ausencia, de lucha por la vida, de reinvención. Son los años dedicados a salvarse de/a sí mismo. Villegas llega a bajar 25 kilos en ese proceso. Rodrigo lleva hoy 12 años “limpio”. Dejó la “blanca” y el alcohol a su manera: sin ayuda, sin clínica de desintoxicación, sin religiones, sin dioses, a puro pulmón. Su mérito es enorme. “Si seguía así, iba a terminar donde terminaron muchos, viviendo en la calle, o en la cárcel, o en el cementerio”. Antes de abandonar los vicios, tiene un gravísimo accidente de tránsito en febrero de 2011 (después de una noche de tocada en el Equinoccio, el testigo del “Soca”). 

Hoy el “Grillo” —un sobreviviente— sigue compartiendo con amigos y lo único que pasa de mano en mano es una cerveza sin alcohol o una buena taza de café caliente. Los jueves se reúne en su casa de Los Pinos para jugar póquer. Ha llegado a ser un jugador semiprofesional, ha llegado a viajar a Chile, Argentina, Uruguay y Brasil para competir en torneos profesionales. Mientras me habla de su pasión por este juego de habilidad mental, saca un cuaderno con apuntes a mano. Ha llegado a tener un entrenador (“coach”) para mejorar. Ha ganado dinero, ha llegado a vivir del póquer. Poca broma. “En un momento determinado tuve que elegir entre la música y el póquer, para subir de nivel en el juego tenía que dedicarle todo el tiempo de manera exclusiva todo el año y decidí priorizar la música”. El póquer es un mundo complejo. “Si te gusta los números, si te gusta estudiar, es apasionante, a mí me atrapó”.

El “Grillo” no sabe por donde irá encaminada su sexta trilogía. No sabe si volver a Buenos Aires para terminar sus estudios de Armonía, Arreglos y Composición en la Escuela de Música Contemporánea (donde estuvo entre 2015 y 2016 con profesores como Juan “Pollo” Raffo y Ezequiel Cantero). No sabe si seguirá escribiendo lo que está escribiendo ahora: obras de cámara, cuartetos para cuerda con el poso del postromanticismo como bandera, composiciones originales con arreglos únicos, interludios e introducciones.

No sabe si de la actual gira —Teoría de cuerdas— con un octeto clásico —liderado por Andrea García, la guía de violonchelos de la Orquesta Sinfónica Nacional, por siete ciudades (tras Cochabamba y anoche Santa Cruz, se vienen La Paz, Oruro, Sucre, Potosí y Tarija)— saldrá un disco. No sabe si su “hinchada” acompañará en estas tocadas alrededor de un conjunto de cuerdas; ni si volverá con su habitual sexteto de pop/rock, se supone que sí. No sabe si volverá a la cancha a ver a querido Bolívar (“luego del incidente de fanatismo que tuve por el tema del Festival de Viña del Mar, no volví a pisar el estadio, ahora soy un simpatizante apático del club”).

El “Grillo” es de la de escuela de los escépticos; de los escépticos religiosos y científicos (por eso se peleó en las redes sociales —tiene 15 mil seguidores en Twitter— en plena pandemia contra los divulgadores de la pseudo-ciencia y sus remedios “mágicos”); es de los que dudan; de los que bancan el pensamiento crítico; de los que creen que no hay verdades absolutas (y si esta existe, la verdad, de los que creen que es imposible conocerla). El “Grillo”, como Sócrates, solo sabe que no sabe nada.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo y archivo de Rodrigo Villegas Jáuregui

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EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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