Italia épica – Turín
Capital del Piamontes, la ciudad está poblada de pasiones: el cine, el arte egipcio y el fútbol.
Com’è?” Pues, es inmensa. Avenidas largas y calles de piedra —como mucho, sino todo, en Italia—, con fábricas y construcciones industriales a los costados. Hacia un lado de la ciudad avanza el río Po, desde el otro aparecen Los Alpes. Al medio, entre colinas y bosques, cúpulas y torres. De las primeras, la que puede verse de todo lado es la de la iglesia barroca Santa María en el Monte de los Capuchinos. De las segundas, la Mole Antonelliana, desde la cual puede verse todo lado, alberga hoy uno de los museos de cine más grandes del mundo. En Turín —al norte de Italia— el aire corre, hay subidas y bajadas, viento húmedo y luz naranja. Tal vez esto tuvo feliz a Nietzsche en su última década de lucidez, cuando vivió en la capital piamontesa, antes de enero de 1889 y el famoso episodio del caballo y el cochero, y la famosa película de 2011 de Béla Tarr, sobre el destino de estos últimos. O tal vez fue el café Fiorio y su helado, con alto porcentaje de leche condensada, sabor crema y gianduia, una conmovedora mezcla de chocolate y pasta de avellanas.
Este legendario café fundado en 1780 está sobre la vía Po, la avenida de piedra y edificios del barroco piamontés que une dos plazas monumentales en Turín, Plaza Castello y Plaza Vittorio Veneto. En las veredas de esta vía y de otras varias calles del centro de la ciudad se hace una cadena de pórticos que hace que el placer de caminar en esta ciudad sea el de atravesar umbrales. Placer que los reyes de Saboya —la familia real de Italia cuya cuna fue Turín— no debieron experimentar. “De un lado de la avenida Po construyeron los pórticos con las correspondientes interrupciones en las intersecciones de calles; del otro lado, no cortaron el pórtico, que continúa como un túnel sobre la vía. Tal vez era para que los reyes no se mojaran en caso de lluvia”, me contó riendo mi amiga italiana. También se reían ella y sus amigos cuando trataban de explicarme, por un lado, el fin de la monarquía y el nacimiento de la república en 1946 y, por otro, el actual y complicado sistema político del país.
La política italiana es intensa porque los italianos son gente intensa. Solo basta con verles tomar café. Atravesando algunos pórticos de camino a la estación del tranvía para ir a casa, borgo San Paolo, nos detenemos en un café diminuto. Coronado de una máquina Wega y rodeado de vinos y bebidas, el bar podía acoger difícilmente a más de tres personas. Porque difícilmente más de tres personas se quedan allí por más de cinco minutos. El espresso italiano se bebe rápido, muy rápido, a media marcha entre un lugar y otro, de pie y de un tranco. Es fuerte, lo que agranda la dosis que parece pequeña, pero que en verdad es más que exacta.
Dioses y diosas de 35 mm
La parada del café era obligatoria después de haber pasado todo el día en el Museo Nacional del Cine de Turín. Inaugurado en 2000, le dio otro sentido a uno de los símbolos más arraigados de la ciudad, la Mole Antonelliana. La construcción de este edificio, originalmente pensado como sinagoga, comenzó en 1863 y terminó en 1889, aunque después y hasta el siglo XX sucedieron algunos derrumbes y refacciones. Sus 167,5 metros convierten a la Mole en la construcción de albañilería más alta de Europa, concebida por el arquitecto Alessandro Antonelli, a quien le debe su nombre.
El museo es inmenso: sus colecciones de historia y arqueología del cine, fotografías y materiales publicitarios, maquinaria, arte y utilería del cine italiano y mundial, junto a muestras temporales y la programación del cine Massimo hacen de su recorrido una experiencia exhaustiva y sumamente didáctica del séptimo arte. Porque sí, lo mejor de este museo es la concepción de sus espacios: el diseño y la escenificación de sus salas, en la particular especificidad de sus colecciones, y la originalidad abierta a todo público de la curaduría y la disposición de las exposiciones.
Cuando fui, me tocó ver la exposición Merry Marilyn. Elegancia natural, encanto mágico, dedicada a la máxima diva de Hollywood y organizada en asociación con el Museo Salvatore Ferragamo de Florencia y la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles. La muestra rescata la relación de la actriz con el diseñador de zapatos italiano a través de cartas, fotografías y documentos. La belleza de Marilyn —a partir de la que otro italiano, Pier Paolo Pasolini, pensaría el siglo XX de la guerra, el consumo y la muerte— aparece en sus vestidos, fotografías y otros soportes a través de los que la industria ocultó el gusto minimalista de la actriz y explotó hasta el fin la cabellera rubia, los labios rojos y las curvas.
Recostada en uno de los sillones/divanes de la inmensa sala central, donde se proyectaban entrevistas de Marilyn, un poco extrañada, sentí algo así como el llamado de Cthulhu. La criatura no tenía una cabeza de pulpo, sino de carnero, pero era alada como la deidad de la mitología de Lovecraft. El dios Moloch sentado en un trono y encadenado, todo dorado, es una de las reliquias del museo de cine en Turín. Esta enorme pieza fue parte de la escenografía de Cabiria, pieza fundamental de la historia del cine italiano que tiene como origen Italia Films, la productora de principios del siglo XX más importante en Italia, establecida en la ciudad piamontesa. Dirigida por Giovani Pastrone y con guion de Gabriele d’Annunzio —una versión libre de Salambó de Flaubert—, la película de 1914 marcaba —desde su historia, su estética y la filiación política de sus realizadores— el inicio de la Primera Guerra Mundial y el fin de la belle époque.
Un pasado de papiros y excavaciones
Pero antes de haber sido la casa del dios Moloch, un siglo antes, Turín ya consolidaba sus obsesiones con el tiempo, el misterio del pasado y sus ruinas, la llamada del otro. Y es que hay un espacio fundamental en todo el recorrido cultural e histórico en Europa que se encuentra en esta ciudad: el Museo Egizio, fundado en 1864, la primera colección de antigüedades egipcias del mundo y la segunda más grande dedicada exclusivamente a Egipto después del museo de El Cairo. Sí, los turineses no solo están locos por la gianduia y el fútbol (ya llegaré a ello), sino que desarrollaron desde el siglo XVIII una desmedida pasión por exhumar las piedras alrededor del Nilo.
Su colección tiene 26.000 objetos, de los cuales solo un poco más de 6.000 están en exposición. Es una locura que, idealmente, exige más de un día de visita. Sin embargo, en pocas horas el lugar te quita el aliento: el Libro de los muertos de Iuefankh, un papiro de 1847 centímetros de extensión, o el Papiro Erótico de Turín, uno de los pocos documentos que habla, desde el humor y la sátira, acerca de la vida sexual en el antiguo Egipto, son piezas clave para egiptólogos de todo el mundo, curiosas y potentes para casi cualquier visitante. Hay cerámicas, tejidos, momias humanas y animales, y una colección de bellos sarcófagos. En esta sección, la tumba del arquitecto Kha y su esposa Merit, hallada en el poblado de los artesanos en Deir el-Medina, se dispone tal y como fue encontrada a inicios del siglo XIX: intacta, con un amplio ajuar en el que puede verse hasta la ropa interior de Kha, los cosméticos y la peluca de Merit.
El cherry sobre la torta, o en este caso la grappa después del tortellini, es la Sala de Reyes, redecorada para la reapertura del museo (2015) por Daniel Ferreti, escenógrafo ganador de tres premios Oscar. Pero esta no fue mi sala favorita, sino la primera, una generosa muestra de la historia, las etapas y las particularidades museográficas del ensamble de colecciones egipcias albergadas en Turín, desde el trabajo del explorador del siglo XIX Bernardino Drovetti, hasta el de Ernesto Schiaparrelli, el egiptólogo italiano más importante del siglo XX, y todos los directores de museo, jefes de misión, arqueólogos e historiadores que construyeron la tradición egiptológica en el Piamonte italiano.
La épica de la nostalgia
En Turín, Egipto es importante, pero lo es también el fútbol. Es probable que la primera asociación que mucha gente pueda hacer con esta ciudad —que tiene muy a su favor el poder de transmitir una cabal condición de cotidianidad que otras ciudades atestadas de turistas han perdido— radique en el fútbol. La Juventus es de Turín. El equipo campeón de la liga italiana hace siete torneos y ahora con Cristiano Ronaldo como goleador tiene fanáticos en toda Italia y todo el mundo. Cuando era profesora, el 90% de mis alumnitos adoraban a CR7; supongo que ahora estos caballeritos (adolescentes) tienen la camiseta rayada. Lo cierto es que la excitante actualidad de la Juve no se compara con la épica y trágica historia de su clásico rival: el Turín, el de camiseta guinda y blasón taurino.
En los últimos años el equipo siempre anduvo al medio de la tabla de posiciones. Pero el pasado de extrema luz del club ocupa una de las colinas más altas de la ciudad: Superga. Hace 70 años, el 4 de mayo de 1949, el avión que llevaba a todo el equipo de Turín, campeones de Italia y la base principal de la selección nacional, se estrelló en esta colina, contra el muro de contención detrás de la basílica. Regresaban de Portugal después de un partido amistoso con el Benfica. “Le pasó lo mismo que al Tigre”, me dijo mi amiga Claudia, bolivarista, recordando la tragedia de Viloco en la que murió todo el equipo de The Strongest, en septiembre de 1969. “Le pasó lo mismo a Alianza Lima en 1987”, me contó por Instagram un amigo peruano. Y muchos nos acordaríamos de la primera final internacional que no jugó el Chapecoense de Brasil, en 2016. En Superga hay un paseo con las fotografías de los jugadores de Turín y, sobre un toro de metal, todas las muestras de solidaridad de otros clubes deportivos del mundo. Hay muchos niños hinchas tomándose fotos con ídolos que no conocieron.
Pero las cosas no son simplemente tristes. Una nostalgia parecida a la de estos niños, algo así como el blue mood turinense, lo bailamos todos al saltar de milenio.
“Sí, Eiffel 65 es de acá”. La historia del hombrecito azul que vivía en un mundo azul y tenía una chica muy azul da ba de da ba da, esa historia y su épico video son de Turín. Lo que entendió el eurodance del norte de Italia acerca del inicio del siglo XXI y la juventud es algo que aún tardaremos en comprender, pero que tiene una huella en todos los que bailamos y cantamos la canción pop italiana más escuchada de la historia. Turín es una ciudad, como las más vitales, diferente. El aire es otro y el saludo también. Entre subidas y bajadas y atravesada de agua, acá y en La Paz “cómo es” (“com’è”) es una pregunta sin respuesta cierta, abierta como un tajo de río y de cara a la montaña nevada.