Un orfebre que vale oro
Víctor Simón Vidangos es uno de labradores de metales más antiguos de La Paz
En la penumbra de su taller, la mirada de Víctor Simón Vidangos Rocha está enfocada en el lugar donde una lámpara pequeña alumbra con más intensidad. No le tiembla la mano y, por momentos, pareciera que ni siquiera pestañea. Cual cirujano, con la mano izquierda sujeta el anillo de plata y con la derecha sostiene con firmeza la pinza con la que colocará la piedra preciosa. Así han transcurrido seis décadas en la vida de este maestro orfebre, uno de los más antiguos de La Paz.
Víctor se enorgullece de tener buena vista porque es imprescindible para trabajar en la orfebrería, oficio que surgió en el periodo neolítico, cuando los seres humanos empezaron a hacer collares, estatuas o recipientes de oro, plata, cobre y bronce. A pesar de los años, este arte ha mantenido su esencia: la elaboración de objetos en metal que se destacan por el material y, sobre todo, por la mano de obra.
En este trabajo resalta Víctor, nacido en la calle Vicente Ochoa, de la zona de Chijini, el 24 de marzo de 1942. Cuenta que su vida transcurrió tranquila hasta que falleció su padre, quien era el sostén del hogar. “Vi que mi madre se sacrificaba mucho, por eso he buscado trabajo”.
En la habitación de 1,5 de ancho por 3 de largo de la calle Sagárnaga, el orífice tiene todo lo que necesita en la mesa que está delante él. A pesar de la oscuridad, su pericia hace que solo extienda los brazos para identificar y tomar la herramienta precisa.
Víctor trabajó desde sus 14 años como ayudante de sastrería y luego se desempeñó en la carpintería, hasta que conoció un taller de orfebrería. “Al final, este oficio me ha gustado más que los otros”. El camino no fue sencillo, pues tuvo que insistir a sus amigos de barrio para que le dejaran conocer el taller donde trabajaban.
En una habitación parecida a la que alquila ahora vio por primera vez a cuatro maestros: un tiwanacotero (estilo que estaba de moda entonces), un garra argentina (quien trabaja con piedras grandes), un grabador (que tiene la habilidad de hacer trazos diminutos) y un engarzador (quien sujeta la piedra preciosa al metal). Víctor empezó como encargado de limpieza.
“No es porque sea mi padre, he visto a otros orfebres, pero no llegan a su nivel”. Desde sus 21 años, Víctor Hugo (51) sigue los pasos de su progenitor. Por ello tiene una mesa similar y trabaja igual concentrado que su maestro, para convertir una diminuta caja de oro en un anillo reluciente.
A pesar de que los maestros se negaban a enseñarle, Víctor aprendió mediante la observación, hasta que una noche se le presentó la oportunidad de entrar al mundo de la orfebrería.
Llegar a su taller es complicado. Está en uno de los callejones escondidos entre puestos de venta de la Sagárnaga, un laberinto donde hay kioscos de ropa, soldadura, adivinos de la suerte y una cooperativa de préstamos. Por eso es necesario preguntar a la gente para que uno de los vecinos lleve al visitante hacia donde está el artesano.
Cuando Víctor tenía sus 16 años, uno de sus jefes tenía poco tiempo para entregar seis anillos, así es que le pidió ayuda. El entonces aprendiz trabajó hasta la madrugada para terminar las joyas. Semanas después, su empleador le dio unos gramos de oro y le dijo: “Desde ahora eres maestro”.
Como labrador de piedras preciosas, Víctor trabajó para joyerías como Hubert, Esmeralda y Luxor, entre varias otras. De forma paralela recibe pedidos de la calle Tarapacá, Evaristo Valle y de la zona Sur. “Para mí no existe la palabra difícil, porque hago todo lo que me traen”. Para ello tiene una laminadora que estira el mineral, una hilera (que da un grosor al filamento) hecha de una moneda, un taladro que funciona a pedal y un soplete artesanal que tiene un fuelle para regular la intensidad del fuego.
Su hijo cuenta que Víctor había dejado el oficio, pero al poco tiempo retornó a su taller. “No hay caso de abandonar los fierros, es una costumbre”, dice este hombre que lleva seis décadas como orfebre de La Paz.