Ch’aki Fulero
ch’enko total
Ahora que veo las fotos del concierto Camote, ahora que transito el tole tole, ahora que viene el vacío del posparto, ahora que llega el ch’aki fulero y ya no sabes dónde meter tantos versos flotantes, qué hacer con la guitarra que suena sola, con el insomnio de aplausos, ahora que esta soledad yede, siento que es una vaina no poder llevar este concierto por escenarios de Bolivia. No hay kibo, cirilo. No se puede. Las entraditas no alcanzan.
Tenía la sensación de estar repitiendo canciones desde hace unos seis años, unos 12 temas que siempre iban, el primer seco de este ch’aki fulero fue sacar esas canciones y salir de la zona de confort, del éxito seguro. Era como extraer un pedazo de mí y poner otro. ¿Y cuál era ese otro pedazo? Se trataba de medio concierto, no era chiste. ¿Estrenar canciones? Solo eran dos, compongo poco. Revisar canciones raritas… hummm, creo que ya lo había hecho alguna vez… Allí vino el segundo seco de este ch’aki fulero: decidir hacer el concierto con mis canciones de amor y desamor, rollos de pareja que me acontecieron en estos 44 años como cantautor.
Entonces llegaron los recuerdos con su baldazo preciso. Apareció Signos, una canción que grabé en 1998 y que nunca más canté. “Hay asuntos planetarios que nos separan/ entorpecen sus apuestas en medio de nuestro beso/ y los anillos de Saturno nos hacen pisar todos los charcos a su turno…”, comienza en recitada. Me costó aprenderla de nuevo, recordar el motor vital, el primer impulso de aquel amor metepata. Fue buena idea empezar así el concierto. Surgió Mi compañera, emocionante escuchar la voz de aquel joven veinteañero cantándole a la dama de sus sueños. De pronto llega Eugenia, aquella chilanga que me movió el piso, una güerita pequeña de tamaño… (pero con una delantera parecida a la del Tigre 1971, se mete el Papirri con su voz de ch’aki fulero). Allí nació el seco tres: la idea de las dos voces, la protocolar y epistolar del Manuel versus la desgarrada y medio torpe del Papirri. Había que anotar lo que ambos decían, más aún en épocas de alta susceptibilidad, creamos un guioncito. No salió tan bien por falta de ensayo en la sala y coordinación con las luces. Teníamos tres horas para montar todo el espectáculo. Entonces apareció La Necrológica, un bolero de caballería que había quedado mudo en un vinilo, no tenía cómo compartirla con los músicos, canción jodida de 1990 que relata el entierro del amor, y termina diciendo: “porque amores verdaderos, futuros velorios son”. Sonó muy bien. Cuarto seco.
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Sirwiñacu… la había cantado una vez en el 2003, en cuanto a Licona, del mismo disco Cara Conocida, un bolero en mi bemol bastante complicado, salió full jazz. Entonces apareció la Décima vez, refrescando el programa, más el estreno de Te vas, un corrido cortavenas que decidí cantar con el sombrero de mariachi de mi papá que se salvó de 15 traslados y un exilio, aquel sombrero que compró en el peor momento del destierro mexicano con ese gesto de reírse de la vida cuando se ponía en blanco y negro. Quinto seco. Llegaron los mix finales. Mix de tres cuecas para chupar: Ingratitud, Celos, El tigre del Pueblo. Apareció el gran David Portillo —que cada vez canta mejor— con sus Polvos del olvido, el mix de morenadas, el mix de huayñitos con Hasta Ahurita y el Nuna se encendió de bailes, cinturita, orejitas. Así terminamos, bailando los amores y desamores. Sexto seco.
Me queda ahora —en este ch’aki fulero rojizo con las cuerdas de mi garganta ardiendo— agradecer a los que apoyaron Camote. Gracias a mi amigo Astroboy que me bancó un par de meses de preproducción en el armado angustioso del programa. A Mauricio Muñoz y María Sanzetenea, por sus tardes pacientes escuchando y seleccionando decenas de mis canciones. A Segalez, guitarrista, compositor, joven hermano del alma que me acolita en estos afanes, a Panchito Rocha por lidiar con las tensiones detrás de escena, a Nelson Lima por estrenar el teleprónter aunque sea a medias, a Heber Peredo por sus teclas maravillosas. A la siempre profesional y buena amiga, la cantante Diana Azero. A Mauri Cardona e Inti Medina, que conmigo hacen el trío cochala, gracias por los ensayos jodidos, por las idas y vueltas. Gracias a Kicho Jiménez por su zampoña rebelde. A Elisa Canedo, cantante chapaca que iluminó la noche, a los bailarines del ballet Carazas. A Iris Mirabal por la producción del evento. A La Razón, gracias por el apoyo. A Banco Unión que nos apoyó por primera vez con la llegada de los cochalas a La Paz. A la Embajada de Brasil, que nos ayudó con el alojamiento de los músicos. Gracias al Reneco, al Luisda y al Oso del Teatro Nuna. Gracias, gracias al público paceño que abarrotó el teatro. Bien nomás le hemos cascado.
Pa ques decir. Seco final.