‘Cacho’ Soria, contar y soñar
Han pasado más de 100 años del nacimiento de Oscar Soria, el mejor guionista del cine boliviano. Con su biografía, se hace presente de nuevo
El golpe del 64 expulsa a muchos hombres y mujeres de Bolivia. Una de esas personas se llama Aída, se apellida Saavedra. Es una militante aguerrida del MNR, ha sido nada más y nada menos que la secretaria privada de Gualberto Villarroel López, aquel presidente que no se consideraba enemigo de los ricos, pero era más amigo de los pobres, aquel que acabó colgado en un farol de la plaza Murillo.
Aída Saavedra parte a Caracas junto a su hijo Gonzalo. Le pide a su pareja Oscar Soria Gamarra, más conocido como Cacho, que aliste maletas. “Si quieres vienes conmigo, si no te quedas”. Oscar Soria se queda. Se arrepentirá, quizás, toda una vida. Flashback. Cacho Soria, el mejor guionista de la historia del cine boliviano, se casa con Aída en 1947; un año después del asesinato del presidente Villarroel. Ella ya tenía una wawa, Gonzalo (Viscarra), de su anterior pareja. Cacho la tratará siempre como a un hijo.
Siendo todavía novios, Aidita organiza la operación rescate del cuerpo del presidente colgado. Es la noche del 21 de julio de 1946. Son tres hombres y ella. Le ha explicado a su chico, el Cacho, el plan: van a trepar el muro del Hospital General donde está la morgue, envolverán el cadáver con varias frazadas y usarán varias cuerdas en plena madrugada para sacarlo por la pared; se caerá el cuerpo, lo intentarán de nuevo; velarán a Villarroel en una casa secreta; llegará gente y más gente de no se sabe dónde; lo enterrarán con honor y respeto. Soria, esta vez, dice que sí. No quiere quedarse atrás del coraje de su compañera de vida y batalla.
Cuando Aída parte al exilio de Venezuela, Cacho no toca nada en la casa, ni un adorno femenino de ella se mueve de su lugar. Para Soria, después de 20 años de relación, ella sigue ahí. Cuando tiempo más tarde se entera de su enfermedad en Caracas, viaja rápido y veloz. Es demasiado tarde, Aída muere pronto.
Soria cae en una profunda depresión. Pepe Ballón lo rescata, lo anima, lo saca de la cama. Y finalmente, los dos regresan a La Paz. Cuenta Antonio Eguino que el Cacho que vuelve a Bolivia no es el mismo, que algo ha cambiado; no retorna el hombre jovial y dicharachero que todos conocen. Eguino, en pleno rodaje de su película Pueblo chico, le da trabajo al amigo, entre todos le ayudan. Incluso tratan de buscarle un nuevo amor: es una yugoslava llamada Anita que trabaja en el estudio Foto Eguino de la Plaza del Estudiante y que está secreta y platónicamente enamorada. ¿Quién no se enamoró de Oscar Soria?
Eguino, hasta el día de hoy, envidia el éxito que tenía Cacho con las mujeres. Era alto, fornido, lindo rostro. Tenía una voz melodiosa. No era un don Juan, no iba por la vida de galán irresistible. Era parte de su forma de ser: amigo de sus amigos, amable, maravilloso, “de esos hombres que ya no existen”, dijo una vez una cineasta gringa de visita en La Paz.
No sabemos si Soria se recuperó de la pérdida del amor de su vida, lo único que sabemos es que dejó una impronta verdadera en el cine y la literatura; que sus compañeros lo siguen recordando y amando. Los que tuvieron la dicha de conocerlo, trabajar y viajar con el Cacho Soria lo siguen buscando con el corazón, lo extrañan.
(“Fue un pionero, fue un hacedor de historias desde las entrañas de la gente, tenía una generosidad bárbara y el don de romper las barreras generacionales. Siempre daba el mismo consejo: observen y lean la realidad con ojos de fantasía”, Raquel Romero Zumarán).
Oscar Eduardo Soria Gamarra nace un día de Santos Inocentes de diciembre de 1917 en la casa de su abuelo, en mina Chojlla, municipio Yanacachi, Yungas de La Paz. Su padre es don Oscar Soria Benavides y su madre, doña Zoila Gamarra. Tiene dos hermanos, el mayor Guillermo y la menor Bertha. Se conoce poco de su infancia y adolescencia. Lo único que sabemos es gracias al testimonio de la única familiar que vive, su sobrina Gilda Soria de Endara. Su testimonio está recogido en la biografía Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y a la literatura (de Álvaro Díez Astete), publicada recientemente por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en su flamante colección Biblioteca Biográfica.
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Este es el cuarto libro de la colección tras la biografía de Lorgio Vaca, Óscar Alfaro y Édgar Huracán Ramírez. Serán 25 biografías (hasta 2025, bicentenario de la patria). Ya se vienen las de Encarnación Lazarte, Wálter Solón Romero, Miguel Alandia Pantoja, Nilo Soruco y Jorge Coco Manto Mansilla.
El chango Oscar, con 11 años, contrae poliomielitis y pasa 12 meses en silla de ruedas. Se vuelve un niño tímido, lee mucho. Estudia en el Colegio La Salle y luego pasa al Instituto Americano, donde escribe sus primeros cuentos. Sentirá toda la vida el “urgente llamado de la escritura”, en sus propias palabras. Se pasa horas de horas escuchando al hermano mayor, Guillermo, que no para de contar historias de la Guerra del Chaco.
Uno de sus mejores amigos es Atilio Carrasco Núñez del Prado, futuro muralista. Juntos visitan a otro amigo que vive en Santa Cruz, es Lorgio Vaca. Cumple el servicio militar recién finalizada la guerra y termina la carrera de Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Su casa quedará en la calle que hoy lleva su nombre. Su oficina estará en el pasaje Bernardo Trigo, junto a la Plaza del Estudiante.
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Los dos primeros trabajos lo llevan a la fábrica: a Cueros Illimani y después a la empresa familiar Maestranza y Fábrica de Muebles. En 1943, con 26 años, su vida da un giro de 180 grados: se va a México a estudiar Filosofía y Letras con una beca del Gobierno. Vuelve al cabo de dos años y da clases de Cuento, Guion Cinematográfico, Radio-Teatro y Crítica Cinematográfica y también de Historia del Teatro en la Escuela Nacional de Teatro de La Paz. Participa de manera activa en la Revolución Nacional de 1952. Contará, junto a Jaime Saenz, esas aventuras al poeta argentino Enrique Molina, fundador del surrealismo argentino.
En 1954, Jorge Ruiz y Augusto Roca filman su documental Los que nunca fueron con base en el cuento del mismo título de Oscar Soria, premiado en 1944 en el concurso de relatos del periódico La Razón. El “corto” forma parte de una campaña de la OMS (Organización Mundial de la Salud) contra la malaria en Ecuador. Las puertas del cine están a punto de abrirse.
Soria está simplemente fascinado con la idea de ver sus letras en imágenes en movimiento. Es el segundo giro en 180 grados de su vida: va a ser el Cacho del cine boliviano. En una entrevista al periodista Carlos Mesa de Última Hora, en noviembre de 1983, confesará: “Ver a mis personajes hablando y actuando es una experiencia realmente agradable”. Soria sentirá eso hasta el final de sus días.
(“Fue un luchador revolucionario, nos enseñó ética y moral que bien nos hace falta en estos tiempos. Lo conocí en 1971 cuando yo estaba de dirigente de la FUL en la universidad y llevábamos las películas de Sanjinés a las minas. Poseía una profundidad humana, difícil de encontrar”, Álvaro Díez Astete).
Ese mismo año, 1954, protagoniza un hecho que lo define de cuerpo entero, que grafica su dignidad a prueba de balas: trabaja para la Corporación Boliviana de Fomento (CBF) cuando una “masacre blanca” pone en la calle a todos los que no tienen el carnet del partido gobernante. Cacho, firme creyente/producto de la Revolución Nacional, renuncia y se queda sin “pega”. Pero cuando una puerta se cierra, otra se abre: Jorge Ruiz y un joven empresario llamado Gonzalo Sánchez de Lozada lo “descubren” y lo reclutan para laburar en Bolivia Films y Telecine.
Soria escribe cuentos (gana concursos en Bolivia e incluso México con su relato El saldo) y hace guiones que el Gobierno encarga, como Juanito sabe leer (sobre la campaña de alfabetización) y el famoso Un poquito de diversificación económica. También trabaja para la empresa Socine donde escribe Voces de la Tierra, película que logrará la Medalla de Plata en el prestigioso Festival de Cine Documental de Bilbao (País Vasco).
En 1957 publica su primera novela (corta), Contado y soñado (visión y escenas de Río de Janeiro) con tapa e ilustraciones interiores del bohemio poeta vanguardista Luis Luksic, potosino. El título es una declaración de principios, de intenciones. Eso hará el resto de su vida: soñar y contar. La “nouvelle” logra nada más y nada menos que una mención de honor en el premio de novela de la Alcaldía carioca. El mérito es doble; Soria no ha pisado Río en su vida. Hoy es una joyita/rareza literaria, inencontrable por cierto.
Un año más tarde, en 1958, Cacho escribe su primer guion para el séptimo arte; es La Vertiente del maestro Jorge Ruiz. Parirá 36 guiones más de cine. Las películas rodadas sobre sus escritos lograrán 30 premios internacionales para Bolivia.
(“El legado fundamental de su obra es haber sabido darse siempre a fondo. Sin mezquindades ni falsas poses. Con la ya dicha admirable honestidad. Sin duda por eso pudo convertirse en el puente entre cuando menos tres generaciones de cineastas bolivianos. No solo por haber estado junto a ellos. Fundamentalmente por haberles transmitido una manera de querer la tierra y el hombre boliviano. Por haber mostrado que la ternura no excluye la ira ni la crítica severa, sin concesiones. Y por habernos enseñado, además, a todos que el hombre vale cuánto valen sus sueños”, Pedro Susz Kohl).
Para la década de los 50, sus convicciones políticas lo sitúan en una izquierda nacional y socialista; cree “en la alianza de clases obrera-campesina con la clase media pobre de las ciudades” (Díez Astete dixit). Es un gran viajero, un viajero generoso. Trabaja sus guiones desde el colectivo, escuchando a todos. Su palabra estará ligada siempre a los sin voz, al realismo social. Dicen las malas lenguas que sin sus guiones el primer cine de Sanjinés nunca hubiese sido lo mismo.
Soria está ligado a seis obras míticas de nuestra cinematografía. Es un trabajador constante, pues lo hace a lo largo de cuatro décadas: los años 50 con La Vertiente de Jorge Ruiz; los 60 con Revolución, Ukamau, Yawar Mallku y El coraje del pueblo de Jorge Sanjinés; los 70 con Chuquiago de Antonio Eguino; y los 80 con Mi socio de Paolo Agazzi. Se puede contar gran parte de la historia del cine boliviano a través de su vida y obra. Es magia y Cacho la hace en silencio.
(“Fue un ser excepcional. Y lo fue por cuatro razones: por su bondad, condición para acceder a la belleza; por su libertad, nunca quiso demostrar nada a nadie; por su sensibilidad para escuchar al pueblo; y por su sabiduría, al conocer y usar los hilos secretos para contar buenas historias”, Marcos Loayza, director de cine).
Estamos en 1960 y Soria conoce a Sanjinés. No deja de ser paradójico que ambos comenzaran a trabajar juntos en la embajada norteamericana, en el Centro Audiovisual de USAID (que hacía un trabajo de difusión para el Ministerio de Educación). Jorge Sanjinés Aramayo labura de fotógrafo y Soria, de guionista. Están, como José Martí, conociendo al monstruo por dentro. Faltan nueve años para que ambos facturen la película que más dolor de cabeza le dará a un gobierno de EEUU en toda su historia. Es Yawar Mallku. La única película que logra expulsar a una organización (los Cuerpos de Paz) de Estados Unidos de un país del Sur global. Es/fue la valiente denuncia de las políticas gringas de esterilización contra pueblos indígenas, contra mujeres aymaras y quechuas.
En 1961, Soria, Sanjinés, Ricardo Rada y Enrique Soruco forman Kollasuyo Films. Ganan un concurso de la Lotería y filman Sueños y realidades. Es un trabajo alimenticio. Soria y Sanjinés tienen que hacer plata para hacer películas. Publican una revista de crítica de cine (Estrenos) que llega a 10 números, todo un récord. Está a punto de nacer el mítico grupo Ukamau. Los 70 serán maravillosos.
La dupla Soria/Sanjinés trabaja en el ICB (Instituto Cinematográfico Boliviano) hasta que los botan. Esa década contemplará (del 62 al 69) la mejor cara de la pareja. Ambos codirigen Inundación (1962), Revolución (1963) y Aysa (1965), el germen del largometraje Ukamau (1966). Todos los diálogos de la legendaria Ukamau son del Cacho. Se nota su mano; su habilidad de trasladar el habla popular a los diálogos de la gran pantalla. No sabemos si Soria leyó o no leyó el cuento del dominicano Juan Bosch (futuro presidente de la República Dominicana) con idéntica trama que el filme. Sanjinés dice en el libro de Díez Astete que fue una “pura coincidencia increíble”.
(“Le debo mi profesión a él, todo lo que aprendí con el Cacho me sirvió para soportar lo que puedo estar pasando en la Cinemateca con tantas dificultades; me ha enseñado esa testarudez para luchar por mis películas, para terminarlas. Él me enseñó a amar el cine”, Mela Márquez Saleg).
El año de Ukamau publica su segundo libro, esta vez, de cuentos. Siente la necesidad de narrar. Se llama Mis caminos, mis cielos, mi gente (estampas, cuentos y relatos), Colección Popular Número 3, editorial de la UMSA; es otro libro imposible de encontrar hoy en día. Son 21 textos. Ha ganado, en 1954, el segundo premio del Concurso del Cincuentenario del periódico El Diario. En el jurado estaba un tal Óscar Cerruto.
La dedicatoria dice así: “A Aidita, mi esposa, de todos modos presente en estas estampas y cuentos”. Sus cuentos, en sus propias palabras, “no son críticas, ni ataques ni mofas, ni halagos en favor ni en contra de nadie. Pretenden y apuntan a ser algo y mucho más: pintura social, dulce o cruda, acre o risueña, más siempre constructiva”.
(“Oscar siempre hizo gala de un espíritu abierto contrario al pesimismo. Ni regionalista ni nacionalista, su actitud resultaba paradójica en un escritor tan bolivianista. Desde el punto de vista estético, su narrativa inicial perteneció al naturalismo. Soria Gamarra amaba a la gente humilde y sabía ver y escuchar las manifestaciones vivas de eso que él llamó, con simpatía, mi gente. Su libro Mis caminos, mis cielos, mi gente es un intento por codificar el lenguaje de las distintas regiones de Bolivia. Impregnadas de color local, sus narraciones se caracterizan por su plasticidad verbal y visual. Todo está reducido a imagen”, Pedro Shimose).
La revancha de su despido del ICB tras el éxito de Ukamau se llamará Yawar Mallku (1969). Sin trabajo, la dupla Soria/Sanjinés logra recaudar la plata para la película virgen gracias a los aportes de 28 médicos a la cabeza de Javier Torres Goitia, a 200 dólares por cabeza. La historia del cine boliviano está repleta de pequeñas/grandes hazañas colectivas. No hay otra, se hace a pulmón o no se hace. No es un país para timoratos.
¿Por qué se rompió la sociedad Soria/Sanjinés? La culpa de (casi) todo la tiene una película perdida, una película que jamás veremos, que nadie vio terminada. Se llama Viaje a la independencia por los caminos de la muerte; es sobre la masacre de mineros en el campamento Siglo XX, municipio de Lllallagua, Potosí. La película se destruye completamente en un laboratorio de Berlín cuando Antonio Eguino la lleva para revelar el material. Sanjinés cree que es un sabotaje del norte. Otros, una cuestión de mala suerte.
La dupla hizo una película más juntos, la última; es El coraje del pueblo (1971), sobre la masacre de San Juan basada en un cuento de Soria, Sangre en San Juan. Ya nada es lo mismo. Cuando Sanjinés se queda en el exilio, la grieta se ahonda. “Tal vez había flotando un malentendido de cuando yo en el exterior hacía alguna declaración nunca los mencionaba a ellos, pero lo hacía para no comprometerlos; cuando volví a Bolivia, encontré cierto resentimiento, eso nos separó, fue un triste sucedido”, dice Sanjinés en la biografía mencionada. ¿Qué hubiese pasado si Cacho y Jorge hubiesen hecho más películas juntos? Nadie lo sabrá.
(“Nosotros le debemos a Oscar ese conocimiento profundo que tenía del alma popular, que enriqueció los guiones e infundió al grupo Ukamau un estilo de serenidad y paciencia, de sabiduría y carisma, porque Soria era un hombre carismático. Tenía un profundo y divertidísimo sentido del mundo; era un hombre querido por la gente, de una capacidad de gran comprensión y respeto por las personas”, Jorge Sanjinés).
En los 70, la dupla se llama Soria/Eguino. Se conocen en la casa del padre de Sanjinés, “una casa inmensa en Miraflores, en la Díaz Romero, cuando están todos por viajar para rodar un cortometraje” (Eguino dixit). Su primer trabajo juntos es Basta (un encargo del general Alfredo Ovando sobre la nacionalización de la empresa norteamericana Gulf Oil Company). Cacho y Toño viven en semiclandestinidad durante la dictadura de Hugo Banzer y en esas circunstancias hacen Pueblo chico (1974). La historia de nuestro cine está repleta de pequeñas/grandes heroicidades.
Un año después, Eguino cae preso. ¿La culpa? Su nombre está en los créditos (como jefe de fotografía) de una copia clandestina de El coraje del pueblo que entra por la frontera del Desaguadero, Perú. En mayo de aquel año, 1975, Soria protagoniza otro hecho que lo define de cuerpo entero. Cacho escribe una carta al mismísimo ministro del Interior de la dictadura, el comandante Juan Pereda Asbún, futuro dictador golpista. Soria se autoinculpa como corresponsable del “delito” y se ofrece a cambio de la libertad de Antonio Eguino. Una campaña de denuncia internacional lanzada por Alfonso Gumucio Dagron desde París acompaña el valiente de gesto de amistad del Cacho. Faltan dos años para que Soria y Eguino hagan la película más vista de toda la historia del cine boliviano: Chuquiago (1977).
(“Oscar Soria fue un hombre excepcional, un verdadero amigo en las buenas y en las malas. Infundía valor e imaginación. Nos queda hasta el día de hoy sus enseñanzas, su sensibilidad, sus ganas de escribir y sus deseos de hacernos leer a nuestro país. Fue un hombre querendón de la ciudad de La Paz, de los menos favorecidos”, Antonio Eguino Arteaga).
En los 80 la sociedad se llama Soria/Agazzi. Cacho trabaja con Danielle Caillet en su filme Warmi (1980) y luego con Paolo Agazzi en Hilario Condori, campesino (1981) y la primera comedia de nuestro cine, Mi socio (1982). La historia de ese viaje, de ese encuentro en el occidente y el oriente del país, nace en un aserradero del Río Grande, en la casa de un amigo maderero de Santa Cruz. Soria quiere unir esa dura realidad con las minas y sueña un periplo desde las tierras bajas hacia las altas. Quiere explorar el diálogo camba/colla. Cacho tiene a Bolivia entre ceja y ceja, de norte a sur, de este a oeste. Con Agazzi escribe también Los hermanos Cartagena (1985), basada en la novela de Gaby Vallejo Canedo, ¡Hijo de Opa!. No deja de laburar con Eguino y hacen Amargo mar (1984).
(“Soria fue para mí muchas cosas; casi un padre, hermano mayor, tutor, colega, viajero generoso. Fuimos hasta Ecuador por tierra para presentar Pueblo chico; en los viajes es donde se conoce a las personas. Siempre le importó ayudar a los demás, dio mucho más que recibió en la vida. Me enseñó a ver la realidad de Bolivia con una sensibilidad única. Si una palabra lo define, esa es generosidad”, Paolo Agazzi Sacchini).
Un tumor cerebral derrota en 1988 al Cacho. Es un 14 de marzo. No es fácil tumbarlo. La pelea. Lo operan dos veces: la primera en Cochabamba, donde vive su hermana Bertha; la segunda, tras su resurrección, en La Paz. Es velado en la Casa de la Cultura, es enterrado en el Cementerio General, en nicho perpetuo. Mery Cruz Rocha Vargas, hija de la trabajadora del hogar, Barbarita Vargas, que atendió toda la vida al Cacho, visita todos los meses la tumba de Soria. Reza por él desde 1988. En los homenajes póstumos y en pleno debate de la Ley del Cine, H. Jaime Taborga, diputado por Los Independientes, sugiere que la Cinemateca Boliviana lleve el nombre del Cacho. Hoy la Sala Dos es “Sala Oscar Soria”.
En 1991 se publica, de manera póstuma, Sepan de este andar. Es una iniciativa conjunta de Eguino, Pepe Ballón y Díez Astete. Son 37 relatos, entre publicados e inéditos. Contará con un prólogo de Soria, subtitulado así: “Largo y penoso andar el de mi pueblo”.
Sus cuentos magistrales (Shimose destacó en 1989 dos por encima de todos: Seis veces la muerte y Sangre en San Juan) y sus relatos perdidos/inéditos (como la novela corta La señorita Beatriz) junto a sus libros olvidados merecen una recuperación antológica. También su guion literario original Gringo Smith (pirateado para rodar en 1969 Butch Cassidy and the Sundance Kid, el filme oscarizado interpretado por Paul Newman y Robert Redford), recientemente descubierto por la sobrina Gilda Soria.
La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia está por la labor y así lo han estampado en el contrato que ha dado luz a la biografía citada. Solo cabe vencer un tema de derechos y la oposición de la única familiar viva, la sobrina. Redescubrir al Cacho Soria literato es una necesidad, es un lujo que nos podemos permitir, es un deber. Sería el mejor homenaje para un hombre bueno.
Texto: Ricardo Bajo
Fotos: libro ‘Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la literatura’ de Alvaro Díez Astete (Biblioteca Biográfica de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia).