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‘Cacho’ Soria, contar y soñar

/ 2 de abril de 2023 / 08:20

Han pasado más de 100 años del nacimiento de Oscar Soria, el mejor guionista del cine boliviano. Con su biografía, se hace presente de nuevo

El golpe del 64 expulsa a muchos hombres y mujeres de Bolivia. Una de esas personas se llama Aída, se apellida Saavedra. Es una militante aguerrida del MNR, ha sido nada más y nada menos que la secretaria privada de Gualberto Villarroel López, aquel presidente que no se consideraba enemigo de los ricos, pero era más amigo de los pobres, aquel que acabó colgado en un farol de la plaza Murillo. 

Aída Saavedra parte a Caracas junto a su hijo Gonzalo. Le pide a su pareja Oscar Soria Gamarra, más conocido como Cacho, que aliste maletas. “Si quieres vienes conmigo, si no te quedas”. Oscar Soria se queda. Se arrepentirá, quizás, toda una vida. Flashback. Cacho Soria, el mejor guionista de la historia del cine boliviano, se casa con Aída en 1947; un año después del asesinato del presidente Villarroel. Ella ya tenía una wawa, Gonzalo (Viscarra), de su anterior pareja. Cacho la tratará siempre como a un hijo. 

Siendo todavía novios, Aidita organiza la operación rescate del cuerpo del presidente colgado. Es la noche del 21 de julio de 1946. Son tres hombres y ella. Le ha explicado a su chico, el Cacho, el plan: van a trepar el muro del Hospital General donde está la morgue, envolverán el cadáver con varias frazadas y usarán varias cuerdas en plena madrugada para sacarlo por la pared; se caerá el cuerpo, lo intentarán de nuevo; velarán a Villarroel en una casa secreta; llegará gente y más gente de no se sabe dónde; lo enterrarán con honor y respeto. Soria, esta vez, dice que sí. No quiere quedarse atrás del coraje de su compañera de vida y batalla. 

Oscar Soria junto a su colega Mela Márquez.
Oscar Soria junto a su colega Mela Márquez. Foto. libro ‘Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la literatura’

Cuando Aída parte al exilio de Venezuela, Cacho no toca nada en la casa, ni un adorno femenino de ella se mueve de su lugar. Para Soria, después de 20 años de relación, ella sigue ahí. Cuando tiempo más tarde se entera de su enfermedad en Caracas, viaja rápido y veloz. Es demasiado tarde, Aída muere pronto. 

Soria cae en una profunda depresión. Pepe Ballón lo rescata, lo anima, lo saca de la cama. Y finalmente, los dos regresan a La Paz. Cuenta Antonio Eguino que el Cacho que vuelve a Bolivia no es el mismo, que algo ha cambiado; no retorna el hombre jovial y dicharachero que todos conocen. Eguino, en pleno rodaje de su película Pueblo chico, le da trabajo al amigo, entre todos le ayudan. Incluso tratan de buscarle un nuevo amor: es una yugoslava llamada Anita que trabaja en el estudio Foto Eguino de la Plaza del Estudiante y que está secreta y platónicamente enamorada. ¿Quién no se enamoró de Oscar Soria?

Eguino, hasta el día de hoy, envidia el éxito que tenía Cacho con las mujeres. Era alto, fornido, lindo rostro. Tenía una voz melodiosa. No era un don Juan, no iba por la vida de galán irresistible. Era parte de su forma de ser: amigo de sus amigos, amable, maravilloso, “de esos hombres que ya no existen”, dijo una vez una cineasta gringa de visita en La Paz. 

No sabemos si Soria se recuperó de la pérdida del amor de su vida, lo único que sabemos es que dejó una impronta verdadera en el cine y la literatura; que sus compañeros lo siguen recordando y amando. Los que tuvieron la dicha de conocerlo, trabajar y viajar con el Cacho Soria lo siguen buscando con el corazón, lo extrañan. 

(“Fue un pionero, fue un hacedor de historias desde las entrañas de la gente, tenía una generosidad bárbara y el don de romper las barreras generacionales. Siempre daba el mismo consejo: observen y lean la realidad con ojos de fantasía”, Raquel Romero Zumarán).

Oscar Eduardo Soria Gamarra nace un día de Santos Inocentes de diciembre de 1917 en la casa de su abuelo, en mina Chojlla, municipio Yanacachi, Yungas de La Paz. Su padre es don Oscar Soria Benavides y su madre, doña Zoila Gamarra. Tiene dos hermanos, el mayor Guillermo y la menor Bertha. Se conoce poco de su infancia y adolescencia. Lo único que sabemos es gracias al testimonio de la única familiar que vive, su sobrina Gilda Soria de Endara. Su testimonio está recogido en la biografía Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y a la literatura (de Álvaro Díez Astete), publicada recientemente por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en su flamante colección Biblioteca Biográfica. 

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Este es el cuarto libro de la colección tras la biografía de Lorgio Vaca, Óscar Alfaro y Édgar Huracán Ramírez. Serán 25 biografías (hasta 2025, bicentenario de la patria). Ya se vienen las de Encarnación Lazarte, Wálter Solón Romero, Miguel Alandia Pantoja, Nilo Soruco y Jorge Coco Manto Mansilla.

El chango Oscar, con 11 años, contrae poliomielitis y pasa 12 meses en silla de ruedas. Se vuelve un niño tímido, lee mucho. Estudia en el Colegio La Salle y luego pasa al Instituto Americano, donde escribe sus primeros cuentos. Sentirá toda la vida el “urgente llamado de la escritura”, en sus propias palabras. Se pasa horas de horas escuchando al hermano mayor, Guillermo, que no para de contar historias de la Guerra del Chaco. 

Uno de sus mejores amigos es Atilio Carrasco Núñez del Prado, futuro muralista. Juntos visitan a otro amigo que vive en Santa Cruz, es Lorgio Vaca. Cumple el servicio militar recién finalizada la guerra y termina la carrera de Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Su casa quedará en la calle que hoy lleva su nombre. Su oficina estará en el pasaje Bernardo Trigo, junto a la Plaza del Estudiante.

En una reunión Jorge Sanjinés, Antonio Eguino, Oscar Soria, Jorge Ruiz y Ricardo Rada.

En plena faena, trabajando Jorge Sanjinés, Oscar Soria y Antonio Eguino.

El guionista y escritor Oscar Soria con el crítico de cine Pedro Susz.

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Los dos primeros trabajos lo llevan a la fábrica: a Cueros Illimani y después a la empresa familiar Maestranza y Fábrica de Muebles. En 1943, con 26 años, su vida da un giro de 180 grados: se va a México a estudiar Filosofía y Letras con una beca del Gobierno. Vuelve al cabo de dos años y da clases de Cuento, Guion Cinematográfico, Radio-Teatro y Crítica Cinematográfica y también de Historia del Teatro en la Escuela Nacional de Teatro de La Paz. Participa de manera activa en la Revolución Nacional de 1952. Contará, junto a Jaime Saenz, esas aventuras al poeta argentino Enrique Molina, fundador del surrealismo argentino. 

En 1954, Jorge Ruiz y Augusto Roca filman su documental Los que nunca fueron con base en el cuento del mismo título de Oscar Soria, premiado en 1944 en el concurso de relatos del periódico La Razón. El “corto” forma parte de una campaña de la OMS (Organización Mundial de la Salud) contra la malaria en Ecuador. Las puertas del cine están a punto de abrirse. 

Soria está simplemente fascinado con la idea de ver sus letras en imágenes en movimiento. Es el segundo giro en 180 grados de su vida: va a ser el Cacho del cine boliviano. En una entrevista al periodista Carlos Mesa de Última Hora, en noviembre de 1983, confesará: “Ver a mis personajes hablando y actuando es una experiencia realmente agradable”. Soria sentirá eso hasta el final de sus días. 

(“Fue un luchador revolucionario, nos enseñó ética y moral que bien nos hace falta en estos tiempos. Lo conocí en 1971 cuando yo estaba de dirigente de la FUL en la universidad y llevábamos las películas de Sanjinés a las minas. Poseía una profundidad humana, difícil de encontrar”, Álvaro Díez Astete). 

Ese mismo año, 1954, protagoniza un hecho que lo define de cuerpo entero, que grafica su dignidad a prueba de balas: trabaja para la Corporación Boliviana de Fomento (CBF) cuando una “masacre blanca” pone en la calle a todos los que no tienen el carnet del partido gobernante. Cacho, firme creyente/producto de la Revolución Nacional, renuncia y se queda sin “pega”. Pero cuando una puerta se cierra, otra se abre: Jorge Ruiz y un joven empresario llamado Gonzalo Sánchez de Lozada lo “descubren” y lo reclutan para laburar en Bolivia Films y Telecine. 

Soria escribe cuentos (gana concursos en Bolivia e incluso México con su relato El saldo) y hace guiones que el Gobierno encarga, como Juanito sabe leer (sobre la campaña de alfabetización) y el famoso Un poquito de diversificación económica. También trabaja para la empresa Socine donde escribe Voces de la Tierra, película que logrará la Medalla de Plata en el prestigioso Festival de Cine Documental de Bilbao (País Vasco). 

En 1957 publica su primera novela (corta), Contado y soñado (visión y escenas de Río de Janeiro) con tapa e ilustraciones interiores del bohemio poeta vanguardista Luis Luksic, potosino. El título es una declaración de principios, de intenciones. Eso hará el resto de su vida: soñar y contar. La “nouvelle” logra nada más y nada menos que una mención de honor en el premio de novela de la Alcaldía carioca. El mérito es doble; Soria no ha pisado Río en su vida. Hoy es una joyita/rareza literaria, inencontrable por cierto.

Un año más tarde, en 1958, Cacho escribe su primer guion para el séptimo arte; es La Vertiente del maestro Jorge Ruiz. Parirá 36 guiones más de cine. Las películas rodadas sobre sus escritos lograrán 30 premios internacionales para Bolivia. 

(“El legado fundamental de su obra es haber sabido darse siempre a fondo. Sin mezquindades ni falsas poses. Con la ya dicha admirable honestidad. Sin duda por eso pudo convertirse en el puente entre cuando menos tres generaciones de cineastas bolivianos. No solo por haber estado junto a ellos. Fundamentalmente por haberles transmitido una manera de querer la tierra y el hombre boliviano. Por haber mostrado que la ternura no excluye la ira ni la crítica severa, sin concesiones. Y por habernos enseñado, además, a todos que el hombre vale cuánto valen sus sueños”, Pedro Susz Kohl). 

Antonio Eguino, Danielle Caillet, Atilio Carrasco, Tania Carrasco, Ricardo Rada, Soria y amigos.
Antonio Eguino, Danielle Caillet, Atilio Carrasco, Tania Carrasco, Ricardo Rada, Soria y amigos.

Para la década de los 50, sus convicciones políticas lo sitúan en una izquierda nacional y socialista; cree “en la alianza de clases obrera-campesina con la clase media pobre de las ciudades” (Díez Astete dixit). Es un gran viajero, un viajero generoso. Trabaja sus guiones desde el colectivo, escuchando a todos. Su palabra estará ligada siempre a los sin voz, al realismo social. Dicen las malas lenguas que sin sus guiones el primer cine de Sanjinés nunca hubiese sido lo mismo. 

Soria está ligado a seis obras míticas de nuestra cinematografía. Es un trabajador constante, pues lo hace a lo largo de cuatro décadas: los años 50 con La Vertiente de Jorge Ruiz; los 60 con Revolución, Ukamau, Yawar Mallku y El coraje del pueblo de Jorge Sanjinés; los 70 con Chuquiago de Antonio Eguino; y los 80 con Mi socio de Paolo Agazzi. Se puede contar gran parte de la historia del cine boliviano a través de su vida y obra. Es magia y Cacho la hace en silencio.

(“Fue un ser excepcional. Y lo fue por cuatro razones: por su bondad, condición para acceder a la belleza; por su libertad, nunca quiso demostrar nada a nadie; por su sensibilidad para escuchar al pueblo; y por su sabiduría, al conocer y usar los hilos secretos para contar buenas historias”, Marcos Loayza, director de cine).

Estamos en 1960 y Soria conoce a Sanjinés. No deja de ser paradójico que ambos comenzaran a trabajar juntos en la embajada norteamericana, en el Centro Audiovisual de USAID (que hacía un trabajo de difusión para el Ministerio de Educación). Jorge Sanjinés Aramayo labura de fotógrafo y Soria, de guionista. Están, como José Martí, conociendo al monstruo por dentro. Faltan nueve años para que ambos facturen la película que más dolor de cabeza le dará a un gobierno de EEUU en toda su historia. Es Yawar Mallku. La única película que logra expulsar a una organización (los Cuerpos de Paz) de Estados Unidos de un país del Sur global. Es/fue la valiente denuncia de las políticas gringas de esterilización contra pueblos indígenas, contra mujeres aymaras y quechuas. 

En 1961, Soria, Sanjinés, Ricardo Rada y Enrique Soruco forman Kollasuyo Films. Ganan un concurso de la Lotería y filman Sueños y realidades. Es un trabajo alimenticio. Soria y Sanjinés tienen que hacer plata para hacer películas. Publican una revista de crítica de cine (Estrenos) que llega a 10 números, todo un récord. Está a punto de nacer el mítico grupo Ukamau. Los 70 serán maravillosos. 

La dupla Soria/Sanjinés trabaja en el ICB (Instituto Cinematográfico Boliviano) hasta que los botan. Esa década contemplará (del 62 al 69) la mejor cara de la pareja. Ambos codirigen Inundación (1962), Revolución (1963) y Aysa (1965), el germen del largometraje Ukamau (1966). Todos los diálogos de la legendaria Ukamau son del Cacho. Se nota su mano; su habilidad de trasladar el habla popular a los diálogos de la gran pantalla. No sabemos si Soria leyó o no leyó el cuento del dominicano Juan Bosch (futuro presidente de la República Dominicana) con idéntica trama que el filme. Sanjinés dice en el libro de Díez Astete que fue una “pura coincidencia increíble”. 

(“Le debo mi profesión a él, todo lo que aprendí con el Cacho me sirvió para soportar lo que puedo estar pasando en la Cinemateca con tantas dificultades; me ha enseñado esa testarudez para luchar por mis películas, para terminarlas. Él me enseñó a amar el cine”, Mela Márquez Saleg). 

El año de Ukamau publica su segundo libro, esta vez, de cuentos. Siente la necesidad de narrar. Se llama Mis caminos, mis cielos, mi gente (estampas, cuentos y relatos), Colección Popular Número 3, editorial de la UMSA; es otro libro imposible de encontrar hoy en día. Son 21 textos. Ha ganado, en 1954, el segundo premio del Concurso del Cincuentenario del periódico El Diario. En el jurado estaba un tal Óscar Cerruto. 

La dedicatoria dice así: “A Aidita, mi esposa, de todos modos presente en estas estampas y cuentos”. Sus cuentos, en sus propias palabras, “no son críticas, ni ataques ni mofas, ni halagos en favor ni en contra de nadie. Pretenden y apuntan a ser algo y mucho más: pintura social, dulce o cruda, acre o risueña, más siempre constructiva”.

(“Oscar siempre hizo gala de un espíritu abierto contrario al pesimismo. Ni regionalista ni nacionalista, su actitud resultaba paradójica en un escritor tan bolivianista. Desde el punto de vista estético, su narrativa inicial perteneció al naturalismo. Soria Gamarra amaba a la gente humilde y sabía ver y escuchar las manifestaciones vivas de eso que él llamó, con simpatía, mi gente. Su libro Mis caminos, mis cielos, mi gente es un intento por codificar el lenguaje de las distintas regiones de Bolivia. Impregnadas de color local, sus narraciones se caracterizan por su plasticidad verbal y visual. Todo está reducido a imagen”, Pedro Shimose).

La revancha de su despido del ICB tras el éxito de Ukamau se llamará Yawar Mallku (1969). Sin trabajo, la dupla Soria/Sanjinés logra recaudar la plata para la película virgen gracias a los aportes de 28 médicos a la cabeza de Javier Torres Goitia, a 200 dólares por cabeza. La historia del cine boliviano está repleta de pequeñas/grandes hazañas colectivas. No hay otra, se hace a pulmón o no se hace. No es un país para timoratos. 

¿Por qué se rompió la sociedad Soria/Sanjinés? La culpa de (casi) todo la tiene una película perdida, una película que jamás veremos, que nadie vio terminada. Se llama Viaje a la independencia por los caminos de la muerte; es sobre la masacre de mineros en el campamento Siglo XX, municipio de Lllallagua, Potosí. La película se destruye completamente en un laboratorio de Berlín cuando Antonio Eguino la lleva para revelar el material. Sanjinés cree que es un sabotaje del norte. Otros, una cuestión de mala suerte. 

La dupla hizo una película más juntos, la última; es El coraje del pueblo (1971), sobre la masacre de San Juan basada en un cuento de Soria, Sangre en San Juan. Ya nada es lo mismo. Cuando Sanjinés se queda en el exilio, la grieta se ahonda. “Tal vez había flotando un malentendido de cuando yo en el exterior hacía alguna declaración nunca los mencionaba a ellos, pero lo hacía para no comprometerlos; cuando volví a Bolivia, encontré cierto resentimiento, eso nos separó, fue un triste sucedido”, dice Sanjinés en la biografía mencionada. ¿Qué hubiese pasado si Cacho y Jorge hubiesen hecho más películas juntos? Nadie lo sabrá.

(“Nosotros le debemos a Oscar ese conocimiento profundo que tenía del alma popular, que enriqueció los guiones e infundió al grupo Ukamau un estilo de serenidad y paciencia, de sabiduría y carisma, porque Soria era un hombre carismático. Tenía un profundo y divertidísimo sentido del mundo; era un hombre querido por la gente, de una capacidad de gran comprensión y respeto por las personas”, Jorge Sanjinés). 

En los 70, la dupla se llama Soria/Eguino. Se conocen en la casa del padre de Sanjinés, “una casa inmensa en Miraflores, en la Díaz Romero, cuando están todos por viajar para rodar un cortometraje” (Eguino dixit). Su primer trabajo juntos es Basta (un encargo del general Alfredo Ovando sobre la nacionalización de la empresa norteamericana Gulf Oil Company). Cacho y Toño viven en semiclandestinidad durante la dictadura de Hugo Banzer y en esas circunstancias hacen Pueblo chico (1974). La historia de nuestro cine está repleta de pequeñas/grandes heroicidades. 

Un año después, Eguino cae preso. ¿La culpa? Su nombre está en los créditos (como jefe de fotografía) de una copia clandestina de El coraje del pueblo que entra por la frontera del Desaguadero, Perú. En mayo de aquel año, 1975, Soria protagoniza otro hecho que lo define de cuerpo entero. Cacho escribe una carta al mismísimo ministro del Interior de la dictadura, el comandante Juan Pereda Asbún, futuro dictador golpista. Soria se autoinculpa como corresponsable del “delito” y se ofrece a cambio de la libertad de Antonio Eguino. Una campaña de denuncia internacional lanzada por Alfonso Gumucio Dagron desde París acompaña el valiente de gesto de amistad del Cacho. Faltan dos años para que Soria y Eguino hagan la película más vista de toda la historia del cine boliviano: Chuquiago (1977).

Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la lieratura’ es una iniciativa de la Fundación Cultural del Banco Central.
Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la lieratura’ es una iniciativa de la Fundación Cultural del Banco Central.

(“Oscar Soria fue un hombre excepcional, un verdadero amigo en las buenas y en las malas. Infundía valor e imaginación. Nos queda hasta el día de hoy sus enseñanzas, su sensibilidad, sus ganas de escribir y sus deseos de hacernos leer a nuestro país. Fue un hombre querendón de la ciudad de La Paz, de los menos favorecidos”, Antonio Eguino Arteaga). 

En los 80 la sociedad se llama Soria/Agazzi. Cacho trabaja con Danielle Caillet en su filme Warmi (1980) y luego con Paolo Agazzi en Hilario Condori, campesino (1981) y la primera comedia de nuestro cine, Mi socio (1982). La historia de ese viaje, de ese encuentro en el occidente y el oriente del país, nace en un aserradero del Río Grande, en la casa de un amigo maderero de Santa Cruz. Soria quiere unir esa dura realidad con las minas y sueña un periplo desde las tierras bajas hacia las altas. Quiere explorar el diálogo camba/colla. Cacho tiene a Bolivia entre ceja y ceja, de norte a sur, de este a oeste. Con Agazzi escribe también Los hermanos Cartagena (1985), basada en la novela de Gaby Vallejo Canedo, ¡Hijo de Opa!. No deja de laburar con Eguino y hacen Amargo mar (1984). 

(“Soria fue para mí muchas cosas; casi un padre, hermano mayor, tutor, colega, viajero generoso. Fuimos hasta Ecuador por tierra para presentar Pueblo chico; en los viajes es donde se conoce a las personas. Siempre le importó ayudar a los demás, dio mucho más que recibió en la vida. Me enseñó a ver la realidad de Bolivia con una sensibilidad única. Si una palabra lo define, esa es generosidad”, Paolo Agazzi Sacchini). 

Un tumor cerebral derrota en 1988 al Cacho. Es un 14 de marzo. No es fácil tumbarlo. La pelea. Lo operan dos veces: la primera en Cochabamba, donde vive su hermana Bertha; la segunda, tras su resurrección, en La Paz. Es velado en la Casa de la Cultura, es enterrado en el Cementerio General, en nicho perpetuo. Mery Cruz Rocha Vargas, hija de la trabajadora del hogar, Barbarita Vargas, que atendió toda la vida al Cacho, visita todos los meses la tumba de Soria. Reza por él desde 1988. En los homenajes póstumos y en pleno debate de la Ley del Cine, H. Jaime Taborga, diputado por Los Independientes, sugiere que la Cinemateca Boliviana lleve el nombre del Cacho. Hoy la Sala Dos es “Sala Oscar Soria”. 

En 1991 se publica, de manera póstuma, Sepan de este andar. Es una iniciativa conjunta de Eguino, Pepe Ballón y Díez Astete. Son 37 relatos, entre publicados e inéditos. Contará con un prólogo de Soria, subtitulado así: “Largo y penoso andar el de mi pueblo”. 

Sus cuentos magistrales (Shimose destacó en 1989 dos por encima de todos: Seis veces la muerte y Sangre en San Juan) y sus relatos perdidos/inéditos (como la novela corta La señorita Beatriz) junto a sus libros olvidados merecen una recuperación antológica. También su guion literario original Gringo Smith (pirateado para rodar en 1969 Butch Cassidy and the Sundance Kid, el filme oscarizado interpretado por Paul Newman y Robert Redford), recientemente descubierto por la sobrina Gilda Soria. 

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia está por la labor y así lo han estampado en el contrato que ha dado luz a la biografía citada. Solo cabe vencer un tema de derechos y la oposición de la única familiar viva, la sobrina. Redescubrir al Cacho Soria literato es una necesidad, es un lujo que nos podemos permitir, es un deber. Sería el mejor homenaje para un hombre bueno. 

Texto: Ricardo Bajo

Fotos: libro ‘Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la literatura’ de Alvaro Díez Astete (Biblioteca Biográfica de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia).

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Mario Conde ¿Y la exposición?

El artista paceño presenta la exposición ‘Opera Summa’ en la galería Altamira de La Paz

Por Ariel Mustafá R

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:17

Una parte fundamental del mundo de las artes plásticas es la publicación de libros que acompañen la producción creativa de los artistas. Huelgan los ejemplos de todos los museos del mundo y las grandes editoriales dedicadas casi exclusivamente a este fin. Nuestro país no es ajeno a ello, aunque a decir verdad la producción editorial vinculada a las artes plásticas es altamente limitada. Son contadas las publicaciones referenciales de arte en Bolivia, este motivo nos llevó, el año 2020, a publicar el libro Arte contemporáneo en Bolivia.

Sin embargo, la publicación de obras monográficas tiene una producción más intensa. Tal es así que de autores como Raúl Lara, Alfredo La Placa, Enrique Arnal, María Luis Pacheco, María Esther Ballivián, por citar algunos, hay libros publicados en los que se da a conocer al

artista y a su obra. Un común denominador entre todos ellos es que normalmente se realiza de artistas que ya no están entre nosotros. Esto tiene algunas explicaciones válidas, pero creemos que no debería ser necesariamente una norma. Por ello, en pocos días presentaremos el libro monográfico de un artista vivo, probablemente el artista en activo más importante de este momento en el país, nos referimos al maestro Mario Conde Cruz.

Trabajando en una sola técnica: la acuarela, Mario Conde despliega en técnica y contenido una maravillosa propuesta que despierta la admiración tanto en los grupos que defienden como en los que defenestran el arte moderno. Con un trabajo realista y surrealista al mismo tiempo, y su pensamiento anarquista con obras cargadas de ironía y sabiduría hacen sorna de la política —independientemente de la ideología— los manierismos del folclore, las instituciones sociales y su devenir en nuestro tiempo.

Dueño de un gran sentido del humor, su influencia entre los artistas, tanto nóveles como con trayectoria, es innegable y todos lo consideran un Maestro en el campo de las artes; pues en estos tiempos de cambios en las premisas del arte y con artistas conceptuales que pugnan por ganar protagonismo en las esferas del movimiento artístico con instalaciones, performances y propuestas innovadoras, la presencia de Conde y la admiración que se le profesa lo convierten en la bisagra que une el arte moderno con el arte contemporáneo.

Son tantos los motivos que justifican la publicación de este libro, que utilizamos este espacio dedicado a su exposición para promoverlo.

Por cierto, ¿y la exposición?, fantástica, como siempre. Irreverente, desafiante, provocadora. Opera Summa se exhibirá hasta en la galería Altamira (calle José María Zalles Nº834 – bloque M-4, San Miguel).

Mario Conde: maestro acuarelero.

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Perfil

Mario Conde Cruz  nació en La Paz, en 1956, ciudad en la que reside. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Hernando Siles, institución que actualmente lo cobija como docente, donde obtuvo la especialidad en pintura y grabado, decantándose por la acuarela. Es considerado un gran maestro en esta especialidad. Comenzó exponiendo sus obrasa en la plaza Humboldt de la ciudad de La Paz.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Mario Conde

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El Ring de las maravillas

La obra dirigida por Jorge Calero es una de las elegidas por el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo

Por Camilo Gil Ostria

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:09

La tercera semana de agosto la ciudad se llenó de arte: de danza, de teatro, de estrenos. La Paz vuelve a tener cierta movida cultural que alegra incluso en tiempos de crisis. ¡Qué nacionalistas anti-coloniales, se guardaron sus obras para agosto, el mes patrio!

En ese contexto, El Ring de las Maravillas —una de las piezas elegidas para presentarse en el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo— es quizás el mejor estreno de este 2024. La obra, brillantemente protagonizada por Ale Quiroz y Cintia Cortez, bajo la dirección de Jorge Calero, cuenta un futuro distópico, donde el teatro ha dejado de existir más que bajo la forma del Cachascán, el falso enfrentamiento de cholitas que, en medio, montan entremeses de Cervantes. La autoría (ficcional) de la obra la toma una tal Marianella, clon de Raúl Salmón, autor que hoy debe estar feliz de ser recordado con tanto tino.

La estructura de la obra es la del fragmento y la de la espiralidad, pues este futuro solo puede imaginarse como recordando el pasado, como algo ya vivido: esto que parece metáfora, en la obra es muy concreto, ya que se clonan a nuestros grandes escritores del siglo XX para que vuelvan a hacer de las suyas en el futuro. Pero el gran secreto de esta obra es que cada palabra habla solamente del presente, este gran nudo de tiempos que fueron, que podrían haber sido y que podría ser. El ring de las maravillas, entonces, se torna crítico y aunque muchos de los textos podrían tomarse como “políticamente incorrectos”, salen desde la confusión ante este, nuestro tiempo, que como el mestizo —esos seres fragmentados que somos, hijos de miles y todos al mismo tiempo y que por eso parecemos condenados a la insatisfacción (algo así ya se había dicho en La Chaskañawi, citada en la obra)—, es mezcla de mil verdades y mentiras.

En ese camino, la obra toma como centro y eje la figura de la chola: “¿es ético que yo, que en la vida real no visto pollera, lo haga en el teatro?”, se pregunta (más o menos) Alejandra. ¿Lo hace por anti-imperialista, por anti-colonial (porque es más fácil ser anti que con) o por ganar algún fondo estatal o municipal?, como ella misma señala. No lo sabemos, un poco de todo, y todas las modas de las Barbies al puente de plata que podríamos haber hecho de aquí a España serán puestas en la mesa de operaciones. Y es que ante las obras de nuestro tiempo, muchas parecen caer en el indigenismo y otros ismos por ganarse un fondo. El humor de la obra se ríe de esto con valentía, pero no se olvida tampoco reírse de sí misma y de lo mal armados que estos fragmentos estarían.

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Y es que hay varios pedazos que juegan a lo onírico, pero no por ello pierden la belleza estética y conceptual de la obra. Por ejemplo, hay un muerto en ring: entra con máscara de moreno y saco de cascabeles, mientras una de ellas cuenta su historia: la de la sangre que chorreaba. El muerto mira nomás, se mueve al son lento del moreno, sin bailar, pero su historia nos hace bailar a nosotros, los espectadores, que, confundidos, nos vemos obligados a entrar al campo de la interpretación. ¿Será el moreno metáfora de lo masculino que no existe en este futuro donde la clon de Cervantes o de Salmón nacen mujeres? ¿Será este un recordatorio de que aunque todo es ficción, la ficción habla sobre lo Real, sobre Tanatos?

Cargada de mil sentidos y de mil vacíos, varios señalados por la propia obra (como la duda de si la República de Santa Cruz seguirá siendo parte de “lo que queda de Bolivia”); cargada de mil referencias al mundo literario y teatral, a las grandes mujeres de pollera o sin pollera, o de ese dios de la comedia que se pone pollera quién sabe por qué….

La obra enfrenta con cabalidad grandes desafíos y las dos actrices, como buenas cholitas luchadoras, salen ilesas y dejan al público queriendo mucho más. No puedo evitar pensar que, si Raúl Salmón estaría hoy vivo, concordaría con que esta es la mejor versión de Hijo de chola de los últimos años, la precisa para nuestro tiempo, y estaría orgulloso de estas sus clones que, pasando con habilidad de un tono cómico a un tono melancólico, recordaron tan bien nuestro futuro…

Hubo muchos estrenos en agosto. ¡Que nos dure y que seamos todos del Grupo de terrorismo para que vuelva (se mantenga, no se vaya) el teatro!

P.S. Me sueño que la obra se vuelve performance anarquista: se presenta en oficinas estatales donde la Ale Quiroz, disfrazada en Infierno Verde, hace volar escritorios y funcionarios mientras les grita con amor sus verdades. La Cintia, disfrazada de la virgen o el ángel o como se llame, la espera en un auto ultramoderno para hacerse bola de los policías que, tan flojos (ya sea en el 2024 o el 2064), apenas las persiguen entre amenazas…

Taller de crítica teatral en el Festival Bertolt Brecht

El XXVI Festival de Teatro Bertolt Brecht de Cochabamba presentará su “Tercer Taller del Ciclo de Talleres”. La primera parte estará dedicada a la Crítica de Teatro, dictado por Xavier Jordán del 2 al 6 de septiembre. La segunda parte, El crítico/espectador ante la obra, estará dictada por Camilo Gil Ostria del 9 al 13 de septiembre. Ambos se realizarán vía zoom.

El taller de Gil Ostria, autor de la crítica de estas páginas, ofrecerá un “Ejercicio de análisis conjunto de Princesas”, como explica: “Esto será un taller, justamente, porque implicará partir del vacío juntos: aceptar que para hacer crítica no existe un solo método o receta.

Para ello, es necesario alejarnos de nociones como la ‘crítica constructiva’ o la mera opinión, ambas meras simplificaciones históricas. Juntos, entonces, puliremos la escritura estructurada y nos acercaremos al ejercicio de análisis sin que nadie ocupe el lugar único de la Verdad. Para ello, dos textos serán nuestros provocadores: Princesas (obra dramática y montaje escénico de El Masticadero) y Mitologías (el libro de 1957 de Roland Barthes, donde el escritor analiza mitos que, como en la obra de Eid, son lugares comunes de una sociedad). Así, balanceándonos ante al abismo, como críticos/espectadores viviremos la experiencia única e irrepetible de escribir sobre un hecho escénico”.

Consultas al 67413473.

Inscripciones: https://forms.gle/ExEUFA6uebKkFwh4A.

Texto y fotos: Camilo Gil Ostria

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Ayo Di: ‘muchas veces la música es la única compañera’

El músico boliviano lanzó en plataformas ‘Ni rebajándome te alcanzó’, el primer sencillo de su nueva producción

Por Miguel Vargas

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:06

Ni rebajándome te alcanzó es el primer sencillo que el músico Ayo Di sacó en las plataformas digitales a manera de presentación de su uevo materail. Se trata de una invitación a dejar atrás las lágrimas y abrazar el amor propio.

— Vivió y trabajó como DJ durante cinco años en China, ¿cómo ha influido esto en su vida y su música actual?

— Mi tiempo en China marca en mi vida un antes y un después. La cultura tan distinta y la mezcla de estilos a los que me expuse me ayudaron a abrir la mente y ampliar mi creatividad. Desde la electrónica underground con la que trabajaba en clubs hasta la música que escuchaba en la calle me ayudaron a tener un mayor repertorio de ritmos y sonidos. Cada evento y ciudad dejó una huella que influenció en mi estilo y mi música.

—¿Qué es la música para usted?

—La música es mi lenguaje más puro, mi manera de hablar sin filtros y de transmitir emociones que a veces ni las palabras alcanzan a expresar. Además, es una forma de acompañar a las personas con algún sentimiento o situación, la música es una herramienta poderosa para conectar con los demás y una forma de sanación personal. A mí no me gusta hacer música feliz, porque cuando estás feliz, ya estás lo suficientemente acompañado y cualquier canción o cualquier letra puede sacarte más sonrisas. Pero cuando estás triste es cuando más solo te sientes. Muchas veces la música es tu única compañía, y es en ese estado de tristeza cuando más atención se pone al mensaje. Es a esos momentos a los que me gusta dirigirme, entregando un mensaje que pueda ayudar o letras que resuenen con la situación que la gente está pasando.

—¿Cuál ha sido el proceso de Historias de desamor 1?

—Historias de desamor 1 nació en un momento en que necesitaba canalizar ciertas emociones intensas y complejas. Cada canción del EP fue compuesta y producida en momentos de mucha reflexión, donde la necesidad de crecimiento personal estaba muy presente, y sin querer, terminó siendo un proceso bastante terapéutico. Es un viaje que va desde la tristeza hasta el empoderamiento, cada track está conectado con el desamor, la superación y el amor propio, pero cada uno cuenta una historia diferente y con su propio mensaje.

—¿Cómo surge este primer sencillo?

—Ni rebajándome te alcanzó surge de la idea de que, a veces, ni siquiera rebajando nuestros estándares una persona puede ser suficiente y el problema más grande es que esa persona quiere tratarte como si el insuficiente fueras tú. Quería crear un himno para aquellos que deciden no conformarse, para quienes conocen su valor. Es una canción que te invita a ver una ruptura de diferente forma, a dejar los lamentos y abrazar el amor propio para salir de ese hoyo, porque considero que es la única forma de superar un corazón roto, darte cuenta que mereces más. Escuché muchas veces a mis amigas, una vez superado el ex, decir “¿cómo me fijé en él?”, “Estaba ciega”, “mi momento más humilde” y es porque al fin se dieron cuenta de que son mucho para esa persona, es ahí cuando el ex queda superado, esa es la esencia de esta canción.

— ¿Alguna experiencia personal?

— Es imposible no plasmar en mi música lo que vivo, pienso y siento. Este track tiene algunas frases inspiradas en una relación que me hizo olvidar quién era, pero también me ayudo a ser alguien aún mejor y a saber lo que sí y no merezco. No solamente una ruptura, pero cada evento trágico es una oportunidad para crecer como persona y en el caso de una ruptura, el objetivo debería ser mejorarse a tal punto que dejes a tu ex atrás y estar consciente que esa persona ya no tiene lo necesario para estar a tu lado, por eso la parte de la letra que dice “Ahora obsérvame de lejos, de cerca ya no me mereces” es tan poderosa.

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Texto: Miguel Vargas

Fotos: Ayo Di

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Adulterio

Un análisis de la trilogía literaria conformada por ‘La Regenta’ de Leopoldo Alas, ‘Anna Karenina’ de León Tolstoi y ‘Madamme Bobary’ de Gustav Flaubert

Por Christian J. Kanahuaty

/ 1 de septiembre de 2024 / 05:58

La trilogía del adulterio está compuesta por La Regenta de Leopoldo Alas, Anna Karenina de León Tolstoi y Madamme Bobary de Gustav Flaubert. Las tres son novelas de larga extensión, en las que dan cuenta de un mundo. Sólo en un caso se utiliza un nombre de ficción para referirse a la realidad. Alas nombra Vetusta a la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos, pero se sabe que el lugar que tuvo en mente a la hora de escribir su gran novela fue Oviedo. Dos de las protagonistas comparten el mismo nombre para la protagonista (Anna).

Las tres hacen de los personajes masculinos que son engañados, seres mezquinos, mediocres en sus oficios y con ínfulas de grandeza. Son fácilmente detestados por el lector e incluso se llega a sentir un poco de lástima por ellos. Pero son ellas las verdaderas constructoras del mundo, porque bajo sus deseos cubiertos y visibles, logran al mismo tiempo, describir, analizar y explorar su tiempo y sus circunstancias.

Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880
Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880

Las ciudades que nos presentan sufren transformaciones sociales y políticas (La Regenta), económicas y desarrollistas (Anna Karenina) y políticas además de científicas (Madamme Bobary). Es conocido el pasaje de los comicios agrícolas de la novela de Flaubert gracias, sobre todo a La orgía perpetua, el ensayo que Mario Vargas Llosa dedicara en su día a la novela que para él lo cambió todo. Y es que en la novela el mundo de la política y sus respuestas frente a la expansión imperial y la demanda de democracia es fantasmal. Su presencia, más que verse, se intuye. Y se presenta en menor medida que en La educación sentimental, donde lo político es el eje sobre el cual se desarrollan sus dos hilos argumentales. En Madamme Bobary, en lugar de ser la política y lo político el centro del debate, se presenta el de la ciencia. Con los avances en medicina inicia la novela y aunque el autor se demora más de una quinta parte del libro en presentar este acontecimiento lo hace con la única finalidad de describir con todo detalle a Charles Bobary, marido de Emma.

Es él quien no puede ser más que un mediocre medico de provincias, y no logra entender los avances de la ciencia y las transformaciones en el orden de la medicina, tratamientos y cirugías. Se resiste a pesar de su juventud en ingresar a la modernidad.

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Por su parte, el mundo militar es de nuevo explorado en la novela de Tolstoi, pero su visión no es tan exhaustiva como en La guerra y la paz, porque los militares aquí son aquellos personajes de carácter y no de destino, que sirven para exponer las reformas políticas y agrícolas que afronta Rusia. La reforma sobre la tenencia, arriendo y uso de la tierra sirven como contrapunto a la intriga de celos, romance y ambición que cubre la vida de Anna Karenina.

En clave de sociología del desarrollo la novela se podría leer como una obra de ficción en la que se ponen ideas que luego serán desarrolladas por Maurice Godelier y Karl Polanyi. Pero, esos debates no le restan fuerza a la novela, hacen, al contrario, un universo más rico intelectual y emocionalmente justificado, porque al leer los debates políticos, económicos, entendemos las motivaciones de los personajes y cómo las fuerzas conservadoras de los ricos sobre los pobres se hacen presentes. Así descubrimos que la protagonista de Tolstoi está motivada por el deseo, por la pasión y por cierto sentido altruista y revolucionario, intentando encontrar razones para que el mundo y la distribución de la riqueza sean diferentes.

Y es aquí cuando La Regenta, Ana Osores, es importante. Primero porque también ella está inconforme con el mundo que le ha tocado por suerte. El mundo de la restauración de la España del siglo XIX. Un tiempo en el que las costumbres, la moral y la identidad estaban marcadas tanto por la riqueza como por el apego a la doctrina católica.

Ana Osores no piensa sino en un modo de entender su mundo repleto de contradicciones, intrigas y apariencias. Está asqueada de ese mundo y pretende romperlo, pero no tiene el poder político para hacerlo, así que instintivamente encuentra que el amor fuera del matrimonio le abre nuevas esperanzas sobre un mundo que resulta más grande y provechoso que el de su ciudad. Este es el debate. No es que el adulterio suceda por las bajas pasiones, sucede porque en principio hay una seducción por el descubrimiento de algo más que aquello que se presenta de manera natural ante los ojos de la protagonista y ese algo más se encarna en dos hombres. Uno rico y viajero que pretende establecer una nueva forma de hacer las cosas y otro, anclado en la figura del magistral. Pero es la contundencia moral y sus dudas y miedos sobre sus propios deseos que hace del magistral el antagonista perfecto. Ambos serán la pareja sobre la cual Alas deposita lo bueno y lo malo, lo antiguo y lo nuevo, lo conservador y lo revolucionario, lo terrenal y lo celestial del mundo que habitan y del cual, cada uno a su manera desean dejar.

Las tres novelas muestran facetas distintas del mundo y del alma humana. Las pasiones no son los únicos motivos para ejercer el adulterio, pero él se presenta como insustituible ante la mirada de propios y extraños.

Las tres protagonistas no son mujeres de su tiempo, son de alguna manera precursoras del porvenir. Por ello, las tres tienen a lo largo de las novelas varias escenas en las que las encontramos leyendo. Se podría decir que mientras los hombres hacen la guerra y se dejan corroer por las intrigas, ellas leen. Leen, en principio, por aburrimiento. Pero luego, por conocer a través de la lectura, un poco mejor los temas sobre los cuales hablan los hombres. Y también leen porque encuentran que es la única manera de conversar intelectualmente con alguien que no les pide que guarden silencio y se dediquen mejor a los besos y al amor.

Otra novela sobre el adulterio que reclama en el acto de lectura un acompañamiento de la pasión. Pasión desmedida y que no guarda silencio es La letra escarlata. Quizá porque es una novela donde los libros y la lectura tienen sentido dado que se tratan de los soportes con los cuales se construirá el nuevo mundo. La novela de Nathaniel Howthorne sirve de contrapunto a las tres anteriores. Primero porque el puritanismo como perspectiva moral no impide que los personajes de la novela salten de las páginas y se los encuentre con más vida que los demás personajes. Además, Hester Prynne (la protagonista) no está narrada desde el punto de vista de un narrador omnisciente que lo conoce todo, sino que está contada por su propia hija. La novela por eso se da el lujo de dudar e ir a tientas en el descubrimiento de la infidelidad y no es tan enfática en algunas apreciaciones. La letra escarlata contiene además por su brevedad frente a las otras tres, rasgos que la hacen más veloz. Las descripciones son medidas y referidas al mundo que se descubre mientras se desarrolla la pasión. En La letra escarlata asistimos a otro tipo de castigo por la infidelidad: el estigma. La letra A que se borda para ser llevada siempre en el pecho.

Texto: Christian J. Kanahuaty

Fotos: Internet

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La Trampa

La más reciente película del director M. Night Shyamalan propone giros de guion que no terminan de concretarse

Por Pedro Susz K.

/ 1 de septiembre de 2024 / 05:50

Veinticinco años ha, el estreno, en 1999, de El sexto sentido, tercer largometraje del director M. Night Shyamalan, de origen hindú afincado desde muy joven en los Estados Unidos, se convirtió en un resonante éxito de público y crítica apuntalado por las seis nominaciones a los premios Oscar a que se hizo acreedor, incluyendo los de mejor dirección y mejor guion. Parte de los comentarios afirmó que había entrado en escena quien tomaría la posta del maestro del género de suspenso, Alfred Hitchcock. Y otra parte creyó identificar al mejor émulo de Steven Spielberg, con serias posibilidades de superarlo pronto.

Dicho sea de paso, en efecto ambas figuras han sido los referentes preferidos de Shyamalan, que a sus ocho años pidió a sus padres regalarle una cámara de Super 8 milímetros afanado en querer seguir los pasos de Spielberg, y con la cual hizo más de medio centenar de películas caseras.

Sus siguientes realizaciones —El protegido, que llegó a las pantallas el 2000, y Señales puesta a consideración de los espectadores el 2002— fueron asimismo muy bien acogidas, aun cuando algunas recensiones ya detectaron ciertas dubitaciones en la construcción de las historias abordadas, flaquezas hasta cierto punto disimuladas por el desenvuelto estilo de puesta en imagen y por el atrevimiento del realizador en los giros argumentales, ajenos por entero a las fórmulas usuales del cine comercial, tanto así que aquellos trabajos fueron tildados de ejemplos del cine independiente, que por entonces afrontaba una seria crisis en la imposibilidad de competir con los productos de multimillonarios presupuestos que plagaban las salas, desalentando a quienes aspiraban a continuar haciendo del cine un medio de expresión personal y una ventana abierta a la exploración de los conflictos humanos y de un mundo cada vez en mayor medida complejo.

El hecho es que de pronto los próximos eslabones de la filmografía de Shyamalan aguaron todas las expectativas iniciales, semejando hechuras por encargo de una industria voraz, al punto de dejar en la banquina a quienes no se someten a sus patrones focalizados exclusivamente en los números de la taquilla.

El prolongado bache en la carrera del director, quien figuró varias veces como candidato a los premios Razzie, o anti-Oscar creados en 1980 por el crítico y escritor de cine John Wilson para elegir la peor película del año, sin haber dejado tampoco de merecer una campaña que sumaba votos para devolver a Shyamalan al curso básico de una escuela de cine, pareció haber llegado a su fin el 2016 con Múltiple o Fragmentado una bizarra pero interesante película a propósito de Kevin, hombre con 23 personalidades distintas el cual mantiene secuestradas en el sótano de su casa a tres chicas jóvenes en un claustrofóbico relato lleno de sorpresas y sobresaltos gracias a los giros del guion, elaborado por el propio director, quien aparece asimismo como actor en varios momentos sin pronunciar palabra, copiando, a modo de homenaje, similares cameos recurridos en su tiempo por Hitchcok precisamente, ingrediente que, a su vez, Shyamalan ha utilizado en todas sus películas.

Pero La trampa, el más reciente trabajo del director que nos ocupa, permite evidenciar cuán circunstancial fue ese paréntesis en la pérdida de brújula de un cineasta con buenas ideas y franco atrevimiento para poner sobre el tapete los lugares comunes, de fondo y forma, constatables en el penoso estancamiento de la industria cinematográfica enfangada en la monótona reiteración. Tales potencialidades de Shyamalan colisionan, sin embargo, con su terco extravío en el laberinto de su egolátrica autovaloración como autor, impidiéndole encontrar el modo de articular las ideas y la irreverencia en relatos consistentes, fórmula, queda claro, que no supo aprender de los dos referentes cuya senda quiso seguir.

En compañía de Riley, su hija de 12 años, el bombero Cooper asiste a cierto espectáculo de música pop en un gigantesco estadio atiborrado de público, mayormente adolescente, magnetizado hasta el delirio por las interpretaciones de Lady Raven, estrella de moda con un estilo muy semejante al de Taylor Swift, interpretada por Shaleka Shyamalan, la hija mayor del director, quien, en la vida real es cantante de cierta notoriedad, dato imprescindible para descifrar la verdadera intención del film, según veremos más adelante.

Volvamos empero a la trama. Fingiendo estar también ensimismado en la música, en realidad Cooper se muestra inquieto. Ocurre que antes de comenzar el show y desde su ingreso al lugar le llamó la atención la presencia de cientos de policías y agentes del FBI fuertemente armados. Consiguió empero develar muy pronto el porqué de tal despliegue cuando un locuaz vendedor de camisetas le comentó que todo era una trampa montada para aprehender a un peligroso asesino serial, con 12 homicidios en su haber. Y como el amoroso papá Cooper, enseguida caemos en cuenta, es el asesino en cuestión, conocido como El Carnicero, nos hacemos cómplices de las argucias que va tramando y la película va develando, para zafar de la celada y llevar a buen resguardo a la pequeña y tierna Riley, entretanto simula atender al detalle cuanto ocurre sobre el escenario.

Valga recordar. El que la platea sea puesta al tanto de pistas desconocidas por los personajes que acompañan o confrontan al pérfido personaje central, en tanto eventuales víctimas de este, fue uno de los recursos narrativos usuales, denominado Mcguffin, en los films de Hitchcock a fin de sostener la intriga y escalar la tensión haciendo que el espectador no deje de preguntarse cómo reaccionarán aquellos en el intento de salvar su pellejo ante las demenciales maquinaciones del antagonista de turno.

En todo caso la mencionada soltura del director para sorprender con inesperadas inflexiones del desarrollo dramático, manteniendo así el suspenso, hace inicialmente un tanto llevadera la cosa. Entretanto la historia de La trampa transcurre en el estadio y no obstante la inverosimilitud sustancial de la trama y la demasiado evidente caricaturesca personificación de los agentes del orden pintados como un gran pelotón de lelos reclutados, se podría pensar, por haber aprobado su examen de incompetencia y, por ende, asimismo adivinamos muy pronto, no podrán cumplir con su misión.

No obstante la endeblez del guion, escrito por el propio Shyamalan, en esa mitad inicial el interés se mantiene a flote, pero naufraga no bien cambia de escenario, convirtiendo la segunda parte de la película, ambientada en el seno de la familia de Cooper y focalizada en la doble personalidad de este, en una intragable sucesión de anécdotas sin ton ni son, a menudo lindantes con la absoluta estupidez. Es entonces cuando queda en evidencia el caprichoso propósito último de la película: servir de una suerte de largo y caro spot promocional de la hija del director, a fin de darle definitivo impulso a su carrera musical.

El primordial, casi exclusivo, amén de insuficiente, soporte de La trampa termina siendo la esforzada interpretación, en el papel de Cooper, de Josh Hartnett, quien volvió a los primeros planos en Oppenheimer luego de años negándose a ser parte utilizado por las empresas del mainstream. Sin embargo, resulta patente que ni el guion ni la dirección encuentran la manera de aprovechar a cabalidad el esfuerzo del protagonista para entregar un creíble sujeto afectado del trastorno de identidad disociativo, que aparenta ser un padre y esposo ejemplar entretanto forcejea con el monstruo sociópata que asimismo lleva en su interior. Tratándose de un thriller de suspenso la tensión del relato viene a ser insuficiente, por no decir inexistente.

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La decisión de Shyamalan focalizando el grueso de la señalada segunda mitad del metraje en el personaje de Lady Raven, en sintonía con las descaradas intenciones de padrinazgo paternal, antes referidas, acaba fragilizando al máximo la contextura del relato. No aporta gran cosa la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, que ya en el tramo de la historia dentro del estadio privilegia inexplicablemente las tomas de las gigantescas pantallas colocadas alrededor del escenario donde Lady Raven canta en lugar de incidir en las maniobras de Cooper para fugar de sus fallidos captores. Y tampoco el insípido montaje de Preiswerk contribuye a enrarecer la atmósfera. Si es correcto el aprovechamiento del sonido para describir la envolvente euforia colectiva, lindante con la histeria, propia de los espectáculos de música pop.       

Por lo demás la descaminada idea de utilizar un film de suspenso como pretexto para promocionar a una cantante, entreverando dos hilos argumentales incompatibles en el fondo, queda patentizado en los pedestres diálogos y en los inconsistentes, cuanto superfluos, toques de humor encajados a la fuerza en la que en definitiva vendría a ser uno de los peores trabajos, entre los varios desorejados emprendimientos de quien en su momento, vuelvo al principio, aparentaba ser uno de los futuros renovadores de aquel cine perdido y añorado cuando dirigir una película representaba una tarea muy distinta a la de tan solo fabricar cualquier producto destinado a terminar pronto en el  basurero merced a la obsolescencia incorporada.

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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