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‘Cacho’ Soria, contar y soñar

/ 2 de abril de 2023 / 08:20

Han pasado más de 100 años del nacimiento de Oscar Soria, el mejor guionista del cine boliviano. Con su biografía, se hace presente de nuevo

El golpe del 64 expulsa a muchos hombres y mujeres de Bolivia. Una de esas personas se llama Aída, se apellida Saavedra. Es una militante aguerrida del MNR, ha sido nada más y nada menos que la secretaria privada de Gualberto Villarroel López, aquel presidente que no se consideraba enemigo de los ricos, pero era más amigo de los pobres, aquel que acabó colgado en un farol de la plaza Murillo. 

Aída Saavedra parte a Caracas junto a su hijo Gonzalo. Le pide a su pareja Oscar Soria Gamarra, más conocido como Cacho, que aliste maletas. “Si quieres vienes conmigo, si no te quedas”. Oscar Soria se queda. Se arrepentirá, quizás, toda una vida. Flashback. Cacho Soria, el mejor guionista de la historia del cine boliviano, se casa con Aída en 1947; un año después del asesinato del presidente Villarroel. Ella ya tenía una wawa, Gonzalo (Viscarra), de su anterior pareja. Cacho la tratará siempre como a un hijo. 

Siendo todavía novios, Aidita organiza la operación rescate del cuerpo del presidente colgado. Es la noche del 21 de julio de 1946. Son tres hombres y ella. Le ha explicado a su chico, el Cacho, el plan: van a trepar el muro del Hospital General donde está la morgue, envolverán el cadáver con varias frazadas y usarán varias cuerdas en plena madrugada para sacarlo por la pared; se caerá el cuerpo, lo intentarán de nuevo; velarán a Villarroel en una casa secreta; llegará gente y más gente de no se sabe dónde; lo enterrarán con honor y respeto. Soria, esta vez, dice que sí. No quiere quedarse atrás del coraje de su compañera de vida y batalla. 

Oscar Soria junto a su colega Mela Márquez.
Oscar Soria junto a su colega Mela Márquez. Foto. libro ‘Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la literatura’

Cuando Aída parte al exilio de Venezuela, Cacho no toca nada en la casa, ni un adorno femenino de ella se mueve de su lugar. Para Soria, después de 20 años de relación, ella sigue ahí. Cuando tiempo más tarde se entera de su enfermedad en Caracas, viaja rápido y veloz. Es demasiado tarde, Aída muere pronto. 

Soria cae en una profunda depresión. Pepe Ballón lo rescata, lo anima, lo saca de la cama. Y finalmente, los dos regresan a La Paz. Cuenta Antonio Eguino que el Cacho que vuelve a Bolivia no es el mismo, que algo ha cambiado; no retorna el hombre jovial y dicharachero que todos conocen. Eguino, en pleno rodaje de su película Pueblo chico, le da trabajo al amigo, entre todos le ayudan. Incluso tratan de buscarle un nuevo amor: es una yugoslava llamada Anita que trabaja en el estudio Foto Eguino de la Plaza del Estudiante y que está secreta y platónicamente enamorada. ¿Quién no se enamoró de Oscar Soria?

Eguino, hasta el día de hoy, envidia el éxito que tenía Cacho con las mujeres. Era alto, fornido, lindo rostro. Tenía una voz melodiosa. No era un don Juan, no iba por la vida de galán irresistible. Era parte de su forma de ser: amigo de sus amigos, amable, maravilloso, “de esos hombres que ya no existen”, dijo una vez una cineasta gringa de visita en La Paz. 

No sabemos si Soria se recuperó de la pérdida del amor de su vida, lo único que sabemos es que dejó una impronta verdadera en el cine y la literatura; que sus compañeros lo siguen recordando y amando. Los que tuvieron la dicha de conocerlo, trabajar y viajar con el Cacho Soria lo siguen buscando con el corazón, lo extrañan. 

(“Fue un pionero, fue un hacedor de historias desde las entrañas de la gente, tenía una generosidad bárbara y el don de romper las barreras generacionales. Siempre daba el mismo consejo: observen y lean la realidad con ojos de fantasía”, Raquel Romero Zumarán).

Oscar Eduardo Soria Gamarra nace un día de Santos Inocentes de diciembre de 1917 en la casa de su abuelo, en mina Chojlla, municipio Yanacachi, Yungas de La Paz. Su padre es don Oscar Soria Benavides y su madre, doña Zoila Gamarra. Tiene dos hermanos, el mayor Guillermo y la menor Bertha. Se conoce poco de su infancia y adolescencia. Lo único que sabemos es gracias al testimonio de la única familiar que vive, su sobrina Gilda Soria de Endara. Su testimonio está recogido en la biografía Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y a la literatura (de Álvaro Díez Astete), publicada recientemente por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en su flamante colección Biblioteca Biográfica. 

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Este es el cuarto libro de la colección tras la biografía de Lorgio Vaca, Óscar Alfaro y Édgar Huracán Ramírez. Serán 25 biografías (hasta 2025, bicentenario de la patria). Ya se vienen las de Encarnación Lazarte, Wálter Solón Romero, Miguel Alandia Pantoja, Nilo Soruco y Jorge Coco Manto Mansilla.

El chango Oscar, con 11 años, contrae poliomielitis y pasa 12 meses en silla de ruedas. Se vuelve un niño tímido, lee mucho. Estudia en el Colegio La Salle y luego pasa al Instituto Americano, donde escribe sus primeros cuentos. Sentirá toda la vida el “urgente llamado de la escritura”, en sus propias palabras. Se pasa horas de horas escuchando al hermano mayor, Guillermo, que no para de contar historias de la Guerra del Chaco. 

Uno de sus mejores amigos es Atilio Carrasco Núñez del Prado, futuro muralista. Juntos visitan a otro amigo que vive en Santa Cruz, es Lorgio Vaca. Cumple el servicio militar recién finalizada la guerra y termina la carrera de Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Su casa quedará en la calle que hoy lleva su nombre. Su oficina estará en el pasaje Bernardo Trigo, junto a la Plaza del Estudiante.

En una reunión Jorge Sanjinés, Antonio Eguino, Oscar Soria, Jorge Ruiz y Ricardo Rada.

En plena faena, trabajando Jorge Sanjinés, Oscar Soria y Antonio Eguino.

El guionista y escritor Oscar Soria con el crítico de cine Pedro Susz.

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Los dos primeros trabajos lo llevan a la fábrica: a Cueros Illimani y después a la empresa familiar Maestranza y Fábrica de Muebles. En 1943, con 26 años, su vida da un giro de 180 grados: se va a México a estudiar Filosofía y Letras con una beca del Gobierno. Vuelve al cabo de dos años y da clases de Cuento, Guion Cinematográfico, Radio-Teatro y Crítica Cinematográfica y también de Historia del Teatro en la Escuela Nacional de Teatro de La Paz. Participa de manera activa en la Revolución Nacional de 1952. Contará, junto a Jaime Saenz, esas aventuras al poeta argentino Enrique Molina, fundador del surrealismo argentino. 

En 1954, Jorge Ruiz y Augusto Roca filman su documental Los que nunca fueron con base en el cuento del mismo título de Oscar Soria, premiado en 1944 en el concurso de relatos del periódico La Razón. El “corto” forma parte de una campaña de la OMS (Organización Mundial de la Salud) contra la malaria en Ecuador. Las puertas del cine están a punto de abrirse. 

Soria está simplemente fascinado con la idea de ver sus letras en imágenes en movimiento. Es el segundo giro en 180 grados de su vida: va a ser el Cacho del cine boliviano. En una entrevista al periodista Carlos Mesa de Última Hora, en noviembre de 1983, confesará: “Ver a mis personajes hablando y actuando es una experiencia realmente agradable”. Soria sentirá eso hasta el final de sus días. 

(“Fue un luchador revolucionario, nos enseñó ética y moral que bien nos hace falta en estos tiempos. Lo conocí en 1971 cuando yo estaba de dirigente de la FUL en la universidad y llevábamos las películas de Sanjinés a las minas. Poseía una profundidad humana, difícil de encontrar”, Álvaro Díez Astete). 

Ese mismo año, 1954, protagoniza un hecho que lo define de cuerpo entero, que grafica su dignidad a prueba de balas: trabaja para la Corporación Boliviana de Fomento (CBF) cuando una “masacre blanca” pone en la calle a todos los que no tienen el carnet del partido gobernante. Cacho, firme creyente/producto de la Revolución Nacional, renuncia y se queda sin “pega”. Pero cuando una puerta se cierra, otra se abre: Jorge Ruiz y un joven empresario llamado Gonzalo Sánchez de Lozada lo “descubren” y lo reclutan para laburar en Bolivia Films y Telecine. 

Soria escribe cuentos (gana concursos en Bolivia e incluso México con su relato El saldo) y hace guiones que el Gobierno encarga, como Juanito sabe leer (sobre la campaña de alfabetización) y el famoso Un poquito de diversificación económica. También trabaja para la empresa Socine donde escribe Voces de la Tierra, película que logrará la Medalla de Plata en el prestigioso Festival de Cine Documental de Bilbao (País Vasco). 

En 1957 publica su primera novela (corta), Contado y soñado (visión y escenas de Río de Janeiro) con tapa e ilustraciones interiores del bohemio poeta vanguardista Luis Luksic, potosino. El título es una declaración de principios, de intenciones. Eso hará el resto de su vida: soñar y contar. La “nouvelle” logra nada más y nada menos que una mención de honor en el premio de novela de la Alcaldía carioca. El mérito es doble; Soria no ha pisado Río en su vida. Hoy es una joyita/rareza literaria, inencontrable por cierto.

Un año más tarde, en 1958, Cacho escribe su primer guion para el séptimo arte; es La Vertiente del maestro Jorge Ruiz. Parirá 36 guiones más de cine. Las películas rodadas sobre sus escritos lograrán 30 premios internacionales para Bolivia. 

(“El legado fundamental de su obra es haber sabido darse siempre a fondo. Sin mezquindades ni falsas poses. Con la ya dicha admirable honestidad. Sin duda por eso pudo convertirse en el puente entre cuando menos tres generaciones de cineastas bolivianos. No solo por haber estado junto a ellos. Fundamentalmente por haberles transmitido una manera de querer la tierra y el hombre boliviano. Por haber mostrado que la ternura no excluye la ira ni la crítica severa, sin concesiones. Y por habernos enseñado, además, a todos que el hombre vale cuánto valen sus sueños”, Pedro Susz Kohl). 

Antonio Eguino, Danielle Caillet, Atilio Carrasco, Tania Carrasco, Ricardo Rada, Soria y amigos.
Antonio Eguino, Danielle Caillet, Atilio Carrasco, Tania Carrasco, Ricardo Rada, Soria y amigos.

Para la década de los 50, sus convicciones políticas lo sitúan en una izquierda nacional y socialista; cree “en la alianza de clases obrera-campesina con la clase media pobre de las ciudades” (Díez Astete dixit). Es un gran viajero, un viajero generoso. Trabaja sus guiones desde el colectivo, escuchando a todos. Su palabra estará ligada siempre a los sin voz, al realismo social. Dicen las malas lenguas que sin sus guiones el primer cine de Sanjinés nunca hubiese sido lo mismo. 

Soria está ligado a seis obras míticas de nuestra cinematografía. Es un trabajador constante, pues lo hace a lo largo de cuatro décadas: los años 50 con La Vertiente de Jorge Ruiz; los 60 con Revolución, Ukamau, Yawar Mallku y El coraje del pueblo de Jorge Sanjinés; los 70 con Chuquiago de Antonio Eguino; y los 80 con Mi socio de Paolo Agazzi. Se puede contar gran parte de la historia del cine boliviano a través de su vida y obra. Es magia y Cacho la hace en silencio.

(“Fue un ser excepcional. Y lo fue por cuatro razones: por su bondad, condición para acceder a la belleza; por su libertad, nunca quiso demostrar nada a nadie; por su sensibilidad para escuchar al pueblo; y por su sabiduría, al conocer y usar los hilos secretos para contar buenas historias”, Marcos Loayza, director de cine).

Estamos en 1960 y Soria conoce a Sanjinés. No deja de ser paradójico que ambos comenzaran a trabajar juntos en la embajada norteamericana, en el Centro Audiovisual de USAID (que hacía un trabajo de difusión para el Ministerio de Educación). Jorge Sanjinés Aramayo labura de fotógrafo y Soria, de guionista. Están, como José Martí, conociendo al monstruo por dentro. Faltan nueve años para que ambos facturen la película que más dolor de cabeza le dará a un gobierno de EEUU en toda su historia. Es Yawar Mallku. La única película que logra expulsar a una organización (los Cuerpos de Paz) de Estados Unidos de un país del Sur global. Es/fue la valiente denuncia de las políticas gringas de esterilización contra pueblos indígenas, contra mujeres aymaras y quechuas. 

En 1961, Soria, Sanjinés, Ricardo Rada y Enrique Soruco forman Kollasuyo Films. Ganan un concurso de la Lotería y filman Sueños y realidades. Es un trabajo alimenticio. Soria y Sanjinés tienen que hacer plata para hacer películas. Publican una revista de crítica de cine (Estrenos) que llega a 10 números, todo un récord. Está a punto de nacer el mítico grupo Ukamau. Los 70 serán maravillosos. 

La dupla Soria/Sanjinés trabaja en el ICB (Instituto Cinematográfico Boliviano) hasta que los botan. Esa década contemplará (del 62 al 69) la mejor cara de la pareja. Ambos codirigen Inundación (1962), Revolución (1963) y Aysa (1965), el germen del largometraje Ukamau (1966). Todos los diálogos de la legendaria Ukamau son del Cacho. Se nota su mano; su habilidad de trasladar el habla popular a los diálogos de la gran pantalla. No sabemos si Soria leyó o no leyó el cuento del dominicano Juan Bosch (futuro presidente de la República Dominicana) con idéntica trama que el filme. Sanjinés dice en el libro de Díez Astete que fue una “pura coincidencia increíble”. 

(“Le debo mi profesión a él, todo lo que aprendí con el Cacho me sirvió para soportar lo que puedo estar pasando en la Cinemateca con tantas dificultades; me ha enseñado esa testarudez para luchar por mis películas, para terminarlas. Él me enseñó a amar el cine”, Mela Márquez Saleg). 

El año de Ukamau publica su segundo libro, esta vez, de cuentos. Siente la necesidad de narrar. Se llama Mis caminos, mis cielos, mi gente (estampas, cuentos y relatos), Colección Popular Número 3, editorial de la UMSA; es otro libro imposible de encontrar hoy en día. Son 21 textos. Ha ganado, en 1954, el segundo premio del Concurso del Cincuentenario del periódico El Diario. En el jurado estaba un tal Óscar Cerruto. 

La dedicatoria dice así: “A Aidita, mi esposa, de todos modos presente en estas estampas y cuentos”. Sus cuentos, en sus propias palabras, “no son críticas, ni ataques ni mofas, ni halagos en favor ni en contra de nadie. Pretenden y apuntan a ser algo y mucho más: pintura social, dulce o cruda, acre o risueña, más siempre constructiva”.

(“Oscar siempre hizo gala de un espíritu abierto contrario al pesimismo. Ni regionalista ni nacionalista, su actitud resultaba paradójica en un escritor tan bolivianista. Desde el punto de vista estético, su narrativa inicial perteneció al naturalismo. Soria Gamarra amaba a la gente humilde y sabía ver y escuchar las manifestaciones vivas de eso que él llamó, con simpatía, mi gente. Su libro Mis caminos, mis cielos, mi gente es un intento por codificar el lenguaje de las distintas regiones de Bolivia. Impregnadas de color local, sus narraciones se caracterizan por su plasticidad verbal y visual. Todo está reducido a imagen”, Pedro Shimose).

La revancha de su despido del ICB tras el éxito de Ukamau se llamará Yawar Mallku (1969). Sin trabajo, la dupla Soria/Sanjinés logra recaudar la plata para la película virgen gracias a los aportes de 28 médicos a la cabeza de Javier Torres Goitia, a 200 dólares por cabeza. La historia del cine boliviano está repleta de pequeñas/grandes hazañas colectivas. No hay otra, se hace a pulmón o no se hace. No es un país para timoratos. 

¿Por qué se rompió la sociedad Soria/Sanjinés? La culpa de (casi) todo la tiene una película perdida, una película que jamás veremos, que nadie vio terminada. Se llama Viaje a la independencia por los caminos de la muerte; es sobre la masacre de mineros en el campamento Siglo XX, municipio de Lllallagua, Potosí. La película se destruye completamente en un laboratorio de Berlín cuando Antonio Eguino la lleva para revelar el material. Sanjinés cree que es un sabotaje del norte. Otros, una cuestión de mala suerte. 

La dupla hizo una película más juntos, la última; es El coraje del pueblo (1971), sobre la masacre de San Juan basada en un cuento de Soria, Sangre en San Juan. Ya nada es lo mismo. Cuando Sanjinés se queda en el exilio, la grieta se ahonda. “Tal vez había flotando un malentendido de cuando yo en el exterior hacía alguna declaración nunca los mencionaba a ellos, pero lo hacía para no comprometerlos; cuando volví a Bolivia, encontré cierto resentimiento, eso nos separó, fue un triste sucedido”, dice Sanjinés en la biografía mencionada. ¿Qué hubiese pasado si Cacho y Jorge hubiesen hecho más películas juntos? Nadie lo sabrá.

(“Nosotros le debemos a Oscar ese conocimiento profundo que tenía del alma popular, que enriqueció los guiones e infundió al grupo Ukamau un estilo de serenidad y paciencia, de sabiduría y carisma, porque Soria era un hombre carismático. Tenía un profundo y divertidísimo sentido del mundo; era un hombre querido por la gente, de una capacidad de gran comprensión y respeto por las personas”, Jorge Sanjinés). 

En los 70, la dupla se llama Soria/Eguino. Se conocen en la casa del padre de Sanjinés, “una casa inmensa en Miraflores, en la Díaz Romero, cuando están todos por viajar para rodar un cortometraje” (Eguino dixit). Su primer trabajo juntos es Basta (un encargo del general Alfredo Ovando sobre la nacionalización de la empresa norteamericana Gulf Oil Company). Cacho y Toño viven en semiclandestinidad durante la dictadura de Hugo Banzer y en esas circunstancias hacen Pueblo chico (1974). La historia de nuestro cine está repleta de pequeñas/grandes heroicidades. 

Un año después, Eguino cae preso. ¿La culpa? Su nombre está en los créditos (como jefe de fotografía) de una copia clandestina de El coraje del pueblo que entra por la frontera del Desaguadero, Perú. En mayo de aquel año, 1975, Soria protagoniza otro hecho que lo define de cuerpo entero. Cacho escribe una carta al mismísimo ministro del Interior de la dictadura, el comandante Juan Pereda Asbún, futuro dictador golpista. Soria se autoinculpa como corresponsable del “delito” y se ofrece a cambio de la libertad de Antonio Eguino. Una campaña de denuncia internacional lanzada por Alfonso Gumucio Dagron desde París acompaña el valiente de gesto de amistad del Cacho. Faltan dos años para que Soria y Eguino hagan la película más vista de toda la historia del cine boliviano: Chuquiago (1977).

Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la lieratura’ es una iniciativa de la Fundación Cultural del Banco Central.
Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la lieratura’ es una iniciativa de la Fundación Cultural del Banco Central.

(“Oscar Soria fue un hombre excepcional, un verdadero amigo en las buenas y en las malas. Infundía valor e imaginación. Nos queda hasta el día de hoy sus enseñanzas, su sensibilidad, sus ganas de escribir y sus deseos de hacernos leer a nuestro país. Fue un hombre querendón de la ciudad de La Paz, de los menos favorecidos”, Antonio Eguino Arteaga). 

En los 80 la sociedad se llama Soria/Agazzi. Cacho trabaja con Danielle Caillet en su filme Warmi (1980) y luego con Paolo Agazzi en Hilario Condori, campesino (1981) y la primera comedia de nuestro cine, Mi socio (1982). La historia de ese viaje, de ese encuentro en el occidente y el oriente del país, nace en un aserradero del Río Grande, en la casa de un amigo maderero de Santa Cruz. Soria quiere unir esa dura realidad con las minas y sueña un periplo desde las tierras bajas hacia las altas. Quiere explorar el diálogo camba/colla. Cacho tiene a Bolivia entre ceja y ceja, de norte a sur, de este a oeste. Con Agazzi escribe también Los hermanos Cartagena (1985), basada en la novela de Gaby Vallejo Canedo, ¡Hijo de Opa!. No deja de laburar con Eguino y hacen Amargo mar (1984). 

(“Soria fue para mí muchas cosas; casi un padre, hermano mayor, tutor, colega, viajero generoso. Fuimos hasta Ecuador por tierra para presentar Pueblo chico; en los viajes es donde se conoce a las personas. Siempre le importó ayudar a los demás, dio mucho más que recibió en la vida. Me enseñó a ver la realidad de Bolivia con una sensibilidad única. Si una palabra lo define, esa es generosidad”, Paolo Agazzi Sacchini). 

Un tumor cerebral derrota en 1988 al Cacho. Es un 14 de marzo. No es fácil tumbarlo. La pelea. Lo operan dos veces: la primera en Cochabamba, donde vive su hermana Bertha; la segunda, tras su resurrección, en La Paz. Es velado en la Casa de la Cultura, es enterrado en el Cementerio General, en nicho perpetuo. Mery Cruz Rocha Vargas, hija de la trabajadora del hogar, Barbarita Vargas, que atendió toda la vida al Cacho, visita todos los meses la tumba de Soria. Reza por él desde 1988. En los homenajes póstumos y en pleno debate de la Ley del Cine, H. Jaime Taborga, diputado por Los Independientes, sugiere que la Cinemateca Boliviana lleve el nombre del Cacho. Hoy la Sala Dos es “Sala Oscar Soria”. 

En 1991 se publica, de manera póstuma, Sepan de este andar. Es una iniciativa conjunta de Eguino, Pepe Ballón y Díez Astete. Son 37 relatos, entre publicados e inéditos. Contará con un prólogo de Soria, subtitulado así: “Largo y penoso andar el de mi pueblo”. 

Sus cuentos magistrales (Shimose destacó en 1989 dos por encima de todos: Seis veces la muerte y Sangre en San Juan) y sus relatos perdidos/inéditos (como la novela corta La señorita Beatriz) junto a sus libros olvidados merecen una recuperación antológica. También su guion literario original Gringo Smith (pirateado para rodar en 1969 Butch Cassidy and the Sundance Kid, el filme oscarizado interpretado por Paul Newman y Robert Redford), recientemente descubierto por la sobrina Gilda Soria. 

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia está por la labor y así lo han estampado en el contrato que ha dado luz a la biografía citada. Solo cabe vencer un tema de derechos y la oposición de la única familiar viva, la sobrina. Redescubrir al Cacho Soria literato es una necesidad, es un lujo que nos podemos permitir, es un deber. Sería el mejor homenaje para un hombre bueno. 

Texto: Ricardo Bajo

Fotos: libro ‘Oscar Soria Gamarra, su aporte al cine y la literatura’ de Alvaro Díez Astete (Biblioteca Biográfica de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia).

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Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

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Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

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Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

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Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

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No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

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Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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