El universo en curva de Oscar Niemeyer
Imagen: Leo Soto
Imagen: Leo Soto
Una visita a las huellas que dejó el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer en su cuidad, Río de Janeiro
El universo es una curva. O así lo sentía/pensaba Oscar Niemeyer, (icónico) arquitecto, comunista, brasileño. Fue/es el gran soñador de Río de Janeiro, su ciudad/musa. La tumba del genio está en el cementerio de San Juan Bautista, en el barrio carioca de Botafogo. Al otro lado de la bahía se levanta uno de sus sueños más hermosos, el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói; un homenaje a la curva.
La tumba de Niemeyer está cerca de la de Antonio Carlos Jobim (el padre de la “bossa nova”), de la actriz Carmen Miranda o del escritor Joaquim Machado de Assis. Niemeyer murió en 2012 a la edad de 104 años (a diez días de cumplir 105). Su entierro logró reunir a gente de todos los colores, clases, razas y religiones. Los asistentes cantaron la “Internacional” y la Banda de Ipanema, una orquesta/bloque carnavalero de la cual formó parte, tocó tres de sus canciones favoritas: “Carinhoso” de Pixinguinha, “Cidade Maravilhosa” de André Filho y “Acuarela do Brasil” de Ary Barroso. Oficiaron la misa ecuménica (siendo él comunista y ateo confeso/militante) un sacerdote católico, un pastor protestante y un rabino judío.
Universo en curva
El maestro -que despreciaba la línea recta- amaba las cúpulas, las bóvedas, las losas sinuosas. Se enamoró de las curvas, omnipresentes en Río: las curvas de los peñascos, de las montañas verdes, de los ríos, de las olas furiosas del mar (ideales para el surf), de las nubes y las brumas; fue un apasionado de las curvas “de la mujer preferida”, como decía el hombre que nació bajo el nombre de Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho.
Don Oscar eligió un lugar especial para pensar el edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói: sobre el Mirador de Boa Viagem, justo enfrente de la Bahía de Guanabara, gozando de una espectacular vista del Pan de Azúcar y el Corcovado. En la cercana playa del “Buen Viaje”, con la caída de la tarde, aparecen pescadores cuando los bañistas abandonan la “praia”. Los peces caen rendidos a escasos metros de la orilla.
LA GRÁFICA
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A Niterói se llega en “ferry” desde Río (o en carro/bus a través del impresionante Puente Presidente Costa e Silva (de catorce kilómetros, el segundo más extenso de América Latina). La obra de Niemeyer, el MAC, emerge como un faro; como una flor en la roca, rodeada por el mar, suspendida sobre el acantilado. Parece también un gigantesco/futurista platillo volador, blanco como la nieve; un OVNI a punto de despegar o aterrizar desde el lugar más paradisíaco del “planeta Brasil”.
Una vez escogido el sitio, Niemeyer pensó el perfil. “Una línea que nace desde el suelo y sin interrupción crece y se despliega, sensual, hasta la cobertura. La forma del edificio, que siempre imaginé circular, se fijó y en su interior me detuve apasionado. Alrededor del museo creé una galería abierta hacia el mar, repitiéndola en el segundo pavimento, como un entrepiso inclinado sobre el gran salón de exposiciones”.
El arquitecto más rebelde creó una figura revolucionaria de doble curvatura. La trabajó desde 1991; se inauguró el dos de septiembre de 1996. Está considerada una de las siete maravillas del mundo en museos. Su influencia en la arquitectura moderna no se detiene: todos los espacios generosos, todas las curvas sensuales llevarán su nombre/sello; probablemente más allá de la propia arquitectura.
Niemeyer -ganador en 1988 del Premio Pritzker, el llamado Nobel de la arquitectura por la Catedral de Brasilia- bautizó su estilo como “arquitectura de la invención”. Cuando uno llega caminando por el paseo marítimo hasta el museo, uno se pregunta: ¿cómo se inventa un edificio así? ¿cómo es capaz una persona de 84 años de imaginar un proyecto así? El maestro se llevó el secreto a su tumba de Botafogo. Quizás esté escondida entre los papeles de su mítico estudio frente a la playa de Copacabana.
A la flor más bonita, al Objeto Volante No Identificado de Niterói, se accede por una rampa. Uno se siente extraterrestre. La sala principal del Museo no tiene columnas; hay una exposición de arte contemporáneo del artista Alan Adi, nacido en Sergipe, el menor estado de Brasil. Nadie le para mucha bola a las obras. El edificio es la joya.
En el pasillo circular con vistas al mar y a la playa, la gente se sienta y se toma fotos. Parece otro tiempo. Las ventanas están inclinadas en un ángulo de cuarenta grados; uno se siente en una cápsula. La ciudad de enfrente se llama Río de Janeiro; compite con su Cristo, con su Pan.
Hay visitantes cariocas, brasileños de otras ciudades, extranjeros. Todos atraídos por la misma magia, el imán de Niemeyer, capaz de construir un efecto; el mismo efecto que logró Frank Ghery con el “buque fantasma” del Museo Guggenheim de Bilbao en 1997. ¿Imaginó/inventó todo eso el maestro? El edificio más famoso de Río de Janeiro no está en Río de Janeiro. Y eso es culpa de Niemeyer.
Los edificios del maestro siempre fueron misteriosos. A media hora caminando del MAC, caminando por la costa, entre hermosas calas/playas, está el “Caminho Niemeyer”, un complejo arquitectónico/urbanístico. Está junto a una estación, otra vez la idea del periplo, como la playa del “Buen Viaje”.
Son siete construcciones y una serie de esculturas, todas a cielo abierto. Esta cálida tarde de abril hay una fiesta gay debajo del Teatro Popular (inaugurado en 2007); hay changos jugando fútbol, niñas en bicicleta, chicos trepándose a una curva, chicas patinando. Todo fluye por si mismo. Me imagino al compañero Niemeyer sentado -en la misma mesa que Pelé y Tom Jobim- a lo lejos, feliz; fumando un habano que le ha mandado Fidel. Me acuerdo de la frase del cubano: “en el mundo quedan solamente dos comunistas, Niemeyer y yo”.
El mural en el foyer/vestíbulo del Teatro Popular retrata las marchas legendarias del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra). Hay una bandera roja sobre el blanco mármol. En uno de los bancos públicos, descansando del sol castigador, un hombre tumbado lee un libro.
La estructuras abstractas de Niemeyer sorprenden hoy todavía después de influenciar a varias generaciones de arquitectos; el uso (plástico) del concreto armando marcó el camino. Vuelvo al MAC, en la sala principal hay una leyenda que dice: “Volte sempre”.