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El Aljibe: Un viaje al pasado gastronómico cruceño

Se ha investigado la preparación tradicional de cada platillo del menú.

/ 24 de septiembre de 2023 / 06:40

El Aljibe se encuentra está ubicada en una esquina del centro cruceño, no muy lejos de la plaza principal.

Crónicas gastronómicas

Apenas entré en este restaurante, sentí que algo me había transportado al Santa Cruz de hace varias décadas atrás. Es que, realmente, ingresar a El Aljibe es detener por un momento el vértigo de la ciudad y volver en el tiempo a través de una experiencia culinaria cargada de recuerdos.

La casa donde se encuentra está ubicada en una esquina del centro cruceño, no muy lejos de la plaza principal (calle Potosí con Ñuflo de Chávez) y data nada menos que del año 1880, habiendo pertenecido antiguamente a la familia Menacho Carrillo, muy conocida sobre todo por el fantástico pan que preparaba la señora Bella en su pulpería.

Para sus actuales propietarios, Javier Libera y Jacob Zapata, el trabajo de restaurar esta antigua casona para convertirla en uno de los mejores restaurantes de comida típica que actualmente podemos encontrar en Santa Cruz de la Sierra ha incluido arduas investigaciones y la recuperación de antiguas recetas cambas que se estaban perdiendo, como el pipián de pollo o el pastel de gallina.

En el patio al aire libre, escoltado por simpáticas mesas de madera a su alrededor, podemos encontrar un aljibe —depósito destinado a recolectar agua de lluvia—, silencioso testigo de los comensales que suelen disfrutar platos tradicionales como el majao de pato, el chicharrón de lagarto, el rapi al jugo o la exquisita capirotada, una espesa sopa de charque de res, queso y harina de maíz.

En cuanto a sus especialidades, recomiendo pedir la sopa tapada, consistente en un pastel de arroz relleno de jigote de charque con papa, plátano y uvas pasas, acompañado de arroz blanco; o el pipián de pollo, una jugosa presa de pollo cocida en salsa de maní tostado con arroz blanco y yuca. Mención aparte merece su pastel de gallina, con base en hojas de trigo relleno de jigote dulzón de gallina, papa, plátano y uvas pasas, también acompañado de arroz blanco.

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A la hora de los postres, los protagonistas son el “quiero más’, un cremoso postre beniano hecho con dos tipos de leche, canela y caramelo, o los chimbos en almíbar, consistentes estos últimos en minibizcochuelos de yemas de huevo remojados en almíbar y clavo de olor.

Para refrescarse del cálido clima de la capital oriental se puede ordenar jarras de mocochinchi (preparación de duraznos deshidratados con canela, clavo de olor y caramelo) o una chicha camba, hecha con canela y harina tostada de maíz.

Para finalizar, me despido con la seguridad de que El Aljibe es mucho más que una buena propuesta gastronómica: es un espacio detenido en el tiempo, cargado de lindos recuerdos y el aroma de las bisabuelas cocinando en los tradicionales fogones de antaño.  

Fotos: Arcelio Sagredo

El Aljibe

  • Dirección: Calle Potosí esquina Ñuflo de Chávez, en el centro de Santa Cruz de la Sierra   
  • Rango de precios promedio: Bs 15- 65 por plato
  • Estacionamiento propio: No
  • Plato Estrella: Majao de pato 
  • Menú para niños : No
  • Opciones vegetarianas y veganas :
  • Horarios de atención: Lunes a sábado de 11.00 a 23.00, domingos y feriados de 11.00 a 16.00.
  • Teléfono: 70288881

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Texto: Fernando Cervantes

Fotos:  Arcelio Sagredo

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Venom: el último baile

La última entrega de Venom lleva al límite las inconsistencias y el frenesí sin dirección que han caracterizado la saga.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:37

Si alguna proeza hará posible que los futuros ensayos sobre la historia del cine, en su apartado enfocado sobre el tiempo de una sociedad inducida a extraviarse en el laberinto del sinsentido, se tomen en serio a las franquicias (las de Marvel en especial, pero no solo), será la constatación de cuán erradas fueron, luego del estreno de cada capítulo, las predicciones de la crítica acerca de la imposibilidad de ver ahondado en los capítulos posteriores de aquellas el vacío absoluto de derrotero; augurios siempre quedados en fuera de juego por la evidencia de que los límites del bodrio resultaban impredecibles. Ahí estará, como prueba incontestable, la tercera chapuza de Venom, cuya directora y guionista, queriendo tal vez entibiar el tono de las recensiones, incluyó en el título lo del «último» baile, aun cuando después no disimula en lo más mínimo los preparativos de una próxima vuelta de tuerca, cuya puesta en marcha dependerá exclusivamente del informe del departamento financiero de la productora.

A la directora, vaya uno a saber, tal vez debe de haberle costado bastante esfuerzo, o no tanto, perpetrar un desvarío mayor al de sus antecesores: los realizadores Ruben Fleischer de «Venom» (2018) y Andy Serkis de «Venom: Carnage liberado» (2021), pero lo consiguió y con buena ventaja, anticipando que el venidero engendro podría una vez más dejar enfangados los comentarios que creían imposible empeorar en el esperpento resultante de la faena de Kelly Marcel, guionista, actriz y productora de televisión británica, la cual fue, por lo demás, quien en su momento cometió los guiones de aquellos dos capítulos anteriores.

Antecedentes

Al igual que como ocurría en aquellos, Tom Hardy, intérprete y coproductor de la misma procedencia que la directora, considerado por los comentaristas de su país de origen como el actor más querido por los espectadores, además de haber sido nominado y obtenido varios galardones, vuelve a meterse en la piel de Eddie Brock, periodista con una carrera en caída libre y anfitrión del simbionte, ese pérfido otro yo que supuestamente metaforiza el monstruo cobijado por todos los humanos debajo de las apariencias de su ser en sociedad y siempre presto a emerger cuando de interactuar con sus semejantes en situaciones conflictivas se trata.

A estas alturas, el lector se preguntará qué diablos significa la palabra «simbionte». Es un término hurtado de la medicina y la biología por las sagas fílmicas que trasladan a las pantallas los cómics dedicados a relatar las andanzas de heroicos paladines, cuya tarea estriba en salvar a la humanidad de las acechanzas de los villanos provenientes de otras latitudes. En rigor, la manoseada palabra nombra la fusión de dos organismos distintos, ligazón beneficiosa para ambos o, al menos, para uno de los dos, a través de la simbiosis. Prototipo, en la ficción, de tal mezcla es el Hombre Araña, en cuyas iniciales andanzas entre los personajes secundarios asomaba Eddie/Venom antes de asumir el rol central en la endeble trilogía donde asumió el protagonismo absoluto.

Historia

El centro del conflicto dramático es, en la oportunidad, el Área 51, recinto subterráneo secreto a 31 metros bajo tierra, montado en el desierto de Nevada por el poder norteamericano, pero ese dato que se prestaba a una posible crítica a las estrategias imperiales resulta, como casi todos los ingredientes, malversado en un relato sin médula alguna. Comparten dicho lugar los militares al mando del general Rex Strickland y los científicos encabezados por la Dra. Teddy Payne.

Allí, mientras los uniformados diseñan las estrategias apuntadas a exterminar a los simbiontes, para el caso bautizados como Xenófagos, y a cualquier alienígena, los investigadores indagan obsesivamente en hallar las claves que permitan hibridar a los humanos y los artefactos técnicos o, en su defecto, otras especies. De tal suerte, Payne vendría a encarnar las en boga desquiciadas fabulaciones seudofilosóficas del post/transhumanismo.

Y si bien los peligros aparejados a la eventualidad de una campaña de eliminación radical son obvios, los referidos Xenófagos están convencidos de que las manipulaciones científicas no resultan ser menos letales. Por ello, los comandados por Knull, el infaltable malo de película que se encuentra junto a los suyos preso en un lugar llamado el Vacío, apuntan por su lado a deshacerse de esa especie antagónica, la nuestra, arrasando el planeta por medio de los especímenes enviados en busca de cierta llave que les permitirá escapar de su encierro.

Venom, el simbionte

La llave buscada es un Codex que, al igual que casi todo en la película, nunca termina de saberse exactamente de qué se trata, el cual se encuentra justamente resguardado en el Área 51. Hacia ese sitio ha emprendido un viaje vacacional Martin, fanático de los ovnis, con toda su regordeta parentela, la última familia hippie de las muchas existentes en los años 70, que insinúa mantener aún vivo su entusiasmo con los sueños de aquella generación surgida de la rebeldía juvenil contra la guerra de Vietnam.

Entretanto, a Eddie, ya fácticamente acabado por el alcohol, se le antoja emprender un viaje en dirección a Nueva York. Cuando comparte su plan con Venom, este exclama: «¡Vamos! ¡Un viaje por carretera!». Así, el periodista venido a menos y su otro yo resuelven hacer autostop. Casualmente, son invitados a abordar la vieja camioneta Volkswagen de Martin, ya que Nueva York queda en su camino hacia Nevada. El periplo es sazonado, por decirlo de alguna manera, con las meditaciones existenciales de Eddie a propósito de la vida, la muerte y otras materias reducidas a nimiedades en las charlas con sus anfitriones y el simbionte. Este, vocero del lado perverso de su personalidad, no cesa de disparar pullas impregnadas de un sarcasmo muy desabrido, como todo en la bazofia de Marcel.

Si me he detenido a pormenorizar ese tramo de la historia es por tratarse de un ejemplo contundente de las inconsistencias de fondo de las anécdotas dispersas en el guion y el desarticulado relato sin pies ni cabeza de «Venom: el último baile».

Guión

Podría uno colegir que durante el proceso de redactar el guion, Marcel fue anotando las ideas que se le venían a la mente, sin haber pensado previamente en un hilo conductor alrededor del cual podría ir engarzando tales ocurrencias. Y lo peor de todo, así como simplemente sumó, en vez de articular, momentos y situaciones en el texto, tampoco le interesó organizar las piezas de su deforme rompecabezas al momento de ponerlas en imagen.

Por lo visto, Marcel comulga asimismo con la idea de que, al día de hoy, rehenes de TikTok y similares, los espectadores, jóvenes sobre todo, están masivamente contagiados del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), o sea, se encuentran ayunos de paciencia para seguir una historia que se prolongue por más de cinco minutos. En lugar de procurar una respuesta imaginativa (quizás Marcel lo intentó, pero no le dio el cuero), optó por la cómoda salida de adecuarse a los dislates digitales y no se le ocurrió mejor solución sino avanzar frenéticamente a saltos de una situación a otra, quebrando así, a cada momento, el hilo narrativo. O sea, renunciando a cualquier intento de armar una historia con mínimo sentido o espesor en los conflictos dejados como borradores inconclusos.

Venom y Eddie

Los diálogos entre Eddie y el simbionte, exentos del mínimo sentido, son penosos; las bromas acerca de los disparates del multiverso son escasamente graciosas; las secuencias de acción se reducen a un ofuscado ir y venir agravado por un montaje convulso, dando paso a un ritmo vacío de las pausas requeridas para ahondar en el significado de lo que acontece y reduciendo todo a la banalidad absoluta. Tampoco los efectos generados por computadora rehúyen la mediocridad aparejada a la sensación de lo ya visto infinidad de veces, y si bien la banda sonora intenta densificar la atmósfera lóbrega y belicosa de la película, nunca tiene un nivel recordable.

Sin excepción, los personajes secundarios lo son en el estricto alcance del término, es decir, parecen encajados con calzador en lo que finge ser la trama, aun cuando la guionista/directora Marcel al parecer no asimiló en qué se diferencia una verdadera trama de un descerebrado amontonamiento de ideas. En largos tramos de la película puede sospecharse que no hubo libreto alguno, o a lo sumo se contó con un boceto, y la filmación fue improvisando las cosas a lo largo del rodaje. Hasta el propio Hardy pareciera haberse contagiado de la urgencia de acabar cuanto antes con el asunto, entregando una opaca personificación de Eddie, carente de cualquier densidad emocional.

Crítica

Si usted consiguió permanecer despierto hasta el final a pesar de la relativamente poca duración del metraje, en comparación con las extensiones actuales de los productos fílmicos (109 minutos en total), o no acabó dormido durante los más de 10 minutos dedicados a los créditos, podrá terminar de sumirse en el desconcierto con un par de secuencias que darían la impresión de sugerir futuros nuevos episodios de la saga, no obstante ser tan embrolladas como todo lo visto hasta ese momento.

En suma, tal como lo dicho al comenzar, el tercer episodio de Venom consiguió la hazaña de ser el peor de los tres, no obstante la chatura de los precedentes, exhibiendo una inconsistencia inaudita, incluso dentro de esta corriente que exacerbó al límite la tendencia marketinera desde hace muchísimo tiempo atrás detectable en Hollywood, terminando por reducir la producción cinematográfica a un rubro pura y absolutamente comercial donde la prevalencia del cálculo financiero se impone sobre cualquier otra consideración, o sea, sobre el cine en tanto vehículo de expresión de algo.

Ello, desde luego, no supone la inexistencia de una visión de lo social. Y a pesar de su deforme relato, a «Venom: el último baile», milésima repetición de las mismas recetas exprimidas hasta el hartazgo por las adaptaciones de las andanzas de superhéroes de historieta, no le falta el insidioso subtexto que no conviene olvidar jamás al exponerse al castigo de verlas: el distinto, el inmigrante, el individuo proveniente de una cultura diferente, el otro, o la otra, vamos, son siempre la encarnación del mal, merecedores(as), por consiguiente, del más inhumano trato imaginable.

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Implantes

La más reciente crónica del reconocido artista y cantautor, Manuel Monroy Chazarreta, el Papirri.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:27

Terminando los conciertos del Teatro Municipal de La Paz celebrando mis 45 años de canciones, fui al dentista de emergencia. No podía masticar. El doctor observó todas las concavidades, llegaron las radiografías, exámenes varios, entonces vino la sentencia: «Su parte de arriba está fatal, hay que poner 4 implantes y colocar una prótesis. No hay de otra». Luego del diagnóstico y con cara de banquero, me enseña el presupuesto. Era una cifra difícil de asimilar.

-Los implantes, señor Manuel, son hechos a medida, son unos clavos mágicos que suplantan la raíz… Ya colocado el implante, el tiempo que requerirá para cicatrizar la herida suele ser aproximadamente de tres meses.

-Una pregunta, doctor, ¿los implantes se pueden heredar? -le digo con cara de cojudo.

-¿Por qué pregunta eso?

-Mire, yo ya estoy en la sala de preembarque, en cualquier momento me iré al más allá, o al más acá; o sea, ya no voy a estar enaquí.

-¿Y…?

-Bueno, he decidido que me incendien nomás…

-¿O sea, señor Monroy?

-No quiero una tumba desabandonada, es triste… Prefiero nomás navegar el Titicaca en infinito luego de que me hagan polvo. Entonces, ¿lo que va a quedar de mí son esos implantes, no?

-Bueno, son de titanio

-O sea, polvo seré y 4 implantes quedarán. Yo quisiera sinceramente, doctor, que mi amigo querido, el Astroboy, sea el heredero…

-¿El heredero de qué?

-De lo que va a quedar de mí. A él le tendrían que entregar los clavos mágicos de titanio. El Astroboy verá qué hacer; podría, por ejemplo, ir por la avenida Buenos Aires y hacerlos derretir para que se conviertan en aretes para las hermosas cholitas que bailan en el Gran Poder… Imagínese unos topos de titanio… O, por último, los puede vender nomás como materia prima para fabricar balas. La otra alternativa es que me ponga unos implantes, tal vez… ¿flexibles?

-Eso no es posible, don Papirri, el material es incorruptible, no se puede cortar, lijar, nada de eso.

-Bueno doctor, yo le aviso entonces, tengo que ver cómo hacer para pagarle…

-Me da el 50% y luego el saldo en 4 meses, ¿qué le parece? Es buena oferta… Ahora, tengo unos implantes coreanos que están más baratos, solo que no sé si aguantarán hasta su incendio.

– Entiendo. Bueno. Gracias, doctor.

Salgo a la calle con un alivio de urgencias. Aparece el Astroboy cargando dos humintas: «Vamos a cascarle, Manuelito, hora del té es…» Nos sentamos en una placita a masticar las humintas, entonces le digo: «Hermano Astroboy, he decidido dejarte de herencia mis implantes. Cuando te entreguen mi cuerpo vuelto cenizas, vas a reclamar; son 4 clavos de titanio que no se van a derretir. Vas a solicitar la devolución, seguro los de la empresa fúnebre no te van a querer devolver, por eso vamos a hacer una escritura con notario que te autorice a ser propietario de los clavos mágicos…»

-¿Y qué hago yo con esos clavos, Manuelito?

-Yo decía, ¿no?… Son pues duros, durísimos… Podrías, por ejemplo, hacer un gran martillo con dos de ellos… Con los restantes, puedes jugar a que son guardias de un palacio… o cambiar los cuatro por un anticrético mixto, no sé, che. Pero no los dejes ahí, en la intemperie, en manos ajenas.

-Ya, Manuelito, tal vez a mi mamá le sirvan los clavos mágicos.

-Puede ser, yo creo… Rica la huminta, hermano.

Días después llegaron las colas para un préstamo; 30 requisitos tenían el préstamo. Entonces llegó la cirugía de horrores: jodido estoy, tengo colmillos de titanio, zurcido estoy, en filigranas amargas, solo como puré, el documento vamos a tener que hacer luego de que me saquen los puntos.

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Quincy Jones: una vida musical a traves de épocas y géneros

Quincy Jones, ícono visionario que cruzó fronteras musicales y abrió caminos para generaciones de artistas, falleció a los 91 años.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:18

Quincy Jones, un gigante de la música que desafió los límites de género, raza y generaciones, falleció en Los Ángeles el 3 de noviembre a los 91 años. Con una trayectoria de más de siete décadas, el legado de Jones es inmenso y abarca desde el jazz hasta el pop, pasando por la televisión, el cine y la producción de algunos de los éxitos más icónicos del siglo XX.

Nacido en Chicago en 1933, Jones empezó su carrera a temprana edad. A los 20 años, ya tocaba la trompeta en la banda de jazz de Lionel Hampton, un inicio que le llevaría a tocar con figuras como Dizzy Gillespie y a convertirse en un prominente arreglista en la escena de Nueva York. Sin embargo, su hambre por aprender lo llevó a París, donde estudió con la legendaria pedagoga Nadia Boulanger. Desde entonces, su carrera se disparó y lo transformó en un productor, compositor y arreglista de renombre mundial.

Quincy Jones, productor

Jones fue un maestro del estudio de grabación y, como dijo alguna vez el propio Frank Sinatra, “Q” —apodo cariñoso con el que lo bautizó— “es alguien con quien se puede contar para hacer magia”. Trabajó con Sinatra en «Fly Me to the Moon» en 1964, una colaboración que cimentó su estrecha relación profesional y que, como diría Jones en sus memorias, fue de las experiencias más enriquecedoras de su vida: “Lo amaba tanto como a cualquier otra persona con la que trabajé”.

Pero su influencia trascendió el jazz y se extendió al pop, la música para películas y más allá. En la década de 1980, Quincy Jones se convirtió en el arquitecto detrás de algunos de los mayores éxitos de Michael Jackson, incluyendo el álbum más vendido de todos los tiempos, Thriller (1982). “Thriller fue una combinación de toda mi experiencia como orquestador y de la selección de las canciones, y la de Michael, todo su talento como bailarín, como cantante, como un artista increíble”, recordó Jones. Thriller no solo redefinió el pop, sino que rompió barreras raciales, llegando a millones de hogares de todo el mundo y marcando el estrellato de Jackson.

Una trayectoria increíble

El camino hacia Thriller comenzó con el álbum Off the Wall (1979), el primero de Jackson como adulto, donde Jones ayudó a la estrella ascendente a forjar un estilo propio que mezclaba ritmos disco con sofisticadas líneas melódicas. A pesar de su éxito comercial, Off the Wall fue encasillado en categorías de R&B y Jones y Jackson sintieron la presión de llevar su siguiente proyecto a un nivel completamente nuevo. Decidieron crear un álbum que desafiara los géneros y rompiera las barreras impuestas por una industria todavía reticente a reconocer a un artista afroamericano en su máximo esplendor.

Para Jones, crear Thriller significó ensamblar un equipo inigualable de talentos, que incluía al guitarrista Eddie Van Halen, quien interpretó el legendario solo en “Beat It”, y la colaboración con artistas de renombre como Paul McCartney en “The Girl Is Mine”. Jackson, en tanto, canalizaba una energía incansable. “Sacaban a los ingenieros en camillas”, recordaba Jones. En el resultado final, el álbum reflejó el compromiso de ambos por romper con los límites de la música popular, incorporando elementos de jazz, rock y ritmos de diversas partes del mundo.

Thriller

Pero Thriller fue más que música. Jones y Jackson comprendían que la imagen era vital, y apostaron por los vídeos musicales. Con el videoclip de “Thriller”, dirigido por John Landis, el productor y el cantante redefinieron el formato del vídeo musical y rompieron las barreras raciales de MTV. El video, con sus coreografías icónicas y calidad cinematográfica, se convirtió en un fenómeno cultural que aún hoy resuena. “Michael y MTV se apoyaron mutuamente para alcanzar la gloria”, reflexionó Jones en 2022. Este cambio también impulsó la visibilidad de otros artistas negros en el canal, como Prince y Lionel Richie, y marcó el inicio de una era en la que el vídeo musical pasó a ser una forma fundamental de expresión artística.

Además de su colaboración con Jackson, Quincy Jones dejó una huella imborrable en otros géneros y en numerosos artistas, como Ray Charles, Lesley Gore, y el mismo Frank Sinatra, entre otros. Desde su trabajo con Charles en la instrumental “One Mint Julep” hasta la producción de “It’s My Party” de Gore, Jones construyó una carrera única en la que cada colaboración parecía una obra de arte, impecable y atemporal.

We Are the World

En los años posteriores, Jones se convirtió en una figura respetada en la industria y fue mentor de varias generaciones de artistas. En 1985, encabezó “We Are the World”, la canción que reunió a las estrellas más grandes de la década en un esfuerzo humanitario. Su activismo lo convirtió en una figura venerada por sus colegas, quienes lo ven como un pionero no solo en la música sino en la responsabilidad social.

Entre los homenajes recientes, Céline Dion compartió lo significativo que fue Jones en su vida: “Tuve el privilegio de trabajar con Quincy… su intuición musical era nada menos que profunda: me ayudó a capturar ‘un pedacito de cielo’”, expresó en honor al productor. Mariah Carey, por su parte, escribió: “Le has dado al mundo, y a mí, tantos momentos que serán apreciados por siempre”. Artistas de diversas generaciones y estilos, como The Weeknd, LL Cool J, y Charlie Puth también han rendido tributo, demostrando la vigencia de Jones como un referente creativo en la música contemporánea.

Legado

Quincy Jones no solo creó éxitos; redefinió el concepto de producción musical y abrió puertas para los artistas afroamericanos en un medio que aún necesitaba evolucionar. Fue un visionario con una capacidad inigualable para comprender y anticipar las tendencias musicales y tecnológicas, y su influencia se extiende más allá de cualquier género o época. Hoy su legado vive en cada nota de jazz, cada beat de R&B, y en cada estrella que sueña con alcanzar el nivel de grandeza que él ejemplificó.

Como mentor, activista, amigo y creador, Quincy Jones nos dejó un testamento de perseverancia y excelencia artística que difícilmente será igualado. En sus propias palabras, “la música no tiene fronteras”. En su partida, nos queda su inabarcable legado, una colección de sonidos que han definido a generaciones y que seguirán inspirando a las que vendrán.

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Del encuentro pictórico Siñani-Ballivián en Neo Galería

José Ballivián y Maximiliano Siñani transforman los formatos y experimentan con materiales en una exposición que cuestiona valores y juega con las convenciones aceptadas.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:06

En Neo Galería tuvo lugar la más reciente exposición conjunta de pintura –que estuvo vigente hasta ayer sábado–, de los artistas José Ballivián y Maximiliano Siñani. Presentaron un ensayo visual que combina el ánimo lúdico con el afán experimental. La muestra, compuesta por 24 pinturas de óleo sobre madera y sobre lienzo, fue titulada «*****» (5 estrellas). Los artistas declararon su deseo de que ni la palabra «estrellas» ni el número «5» fueran escritos en los textos de difusión, sino que se representara directamente el símbolo de las estrellas anotado cinco veces.

Lo curioso del título es que alude a las formas internacionales de calificar un servicio o un producto, como la puntuación de una película en una crítica de cine o de un local turístico en TripAdvisor; más cercano es el caso de los hoteles, que se califican con estrellas según una convención que los clasifica de acuerdo con parámetros como las dimensiones de la infraestructura, comodidad de los espacios o calidad de los servicios. Así pues, los artistas habrían puesto su nota a priori al trabajo presentado, asegurando un servicio de cinco estrellas. Pero es ante todo un juego; ambos artistas comentaron que se trató principalmente de una aspiración compartida.

Formas

Ahora, siguiéndoles el juego, cabe preguntarse: ¿bajo qué criterios podríamos puntuar esta exposición de pintura? Partiremos considerando como referencia las pautas marcadas por el mismo espacio expositivo de Neo Galería. La directora Canela Ugalde ya nos había comentado el deseo que tienen de estimular entre los artistas la exhibición de obras con formatos no tradicionales.

Esto se reafirmó con las palabras de su hermano Mariano Ugalde, director de la Galería El Salar: «El trabajo que está haciendo mi hermana también es de formación, de educación del ojo. Apuntamos a que Neo Galería marcará una pauta, elevará la vara de lo que se muestra, porque ahí los formatos serán siempre diferentes; con el ánimo de salir del cuadrito, del marquito típico, irnos a nuevos medios, empujando a los artistas a que hagan propuestas en ese sentido».

La palabra clave aquí es «formato». Este término, que en la producción artística y la historiografía del arte designa las dimensiones de una obra cualquiera –altura y anchura en el caso de las bidimensionales (pintura, dibujo, grabado, fotografía)–, se expresa convencionalmente en centímetros (o en pulgadas en países como Estados Unidos). A partir del formato se determina el encuadre; además, influye en la composición a través de las proporciones y de la orientación. Las proporciones más utilizadas son las que se aproximan a la razón áurea y las equilibradas del cuadrado; y menos habituales son los formatos curvos (circulares –tondo– o elípticos) o mixtilíneos. Las orientaciones más habituales son la vertical o la horizontal, siendo raro ver otras como la diagonal.

La exposición en Neo Galería

En este sentido, las obras presentadas por Ballivián y Siñani muestran a primera vista el ánimo de variar los formatos que utilizaron. Ballivián es ya de por sí dueño de una obra ecléctica, ambigua y cargada con agudo sentido del humor; trabajó en esta ocasión sobre el imaginario de las montañas en el Altiplano y los paisajes bolivianos, pero sin repetir los ejercicios de la pintura realista o figurativa –de amplia tradición en nuestro país–, sino haciendo que pase por el tamiz de un lenguaje contemporáneo, cercano también a la estética de las historietas. Sus personajes entre humanos y animales continúan apareciendo, incluyendo un guiño a la novela de Kafka, «La metamorfosis».

El formato de algunos de sus cuadros es sui géneris; ya no son figuras geométricas regulares, sino diferentes tipos de recortes del rectángulo o del cuadrado, donde aplicó empastes gruesos y colores cálidos, de estado de ánimo relajado. «Cada uno avanzó en lo suyo, no pintamos en función de lo que el otro hacía, pero compartíamos las premisas y entendimos que podía funcionar. Igual pienso, como artistas contemporáneos, que tenemos necesidad de enfrentarnos con el color» (Ballivián, 2024).

Materiales

Por su parte, Maximiliano Siñani continuó la travesía que lo ha ligado desde hace años a la invocación de las piedras y sus usos sociales en el territorio boliviano, desde lo más rústico, como es el bloqueo de carreteras, hasta el carácter ritual, como son las ofrendas que se hacen en el campo con las apachetas. Siñani recuperó trozos de madera de una construcción para convertirlos en soportes para su pintura, variando en diferentes tamaños rectangulares alargados, donde aparecen hileras de sus piedras. Prescindió del marco tradicional, adoptando una composición lineal, que plantea la idea de secuencias. Dispuso los cuadros en la exhibición variando la orientación, tanto de modo vertical como horizontal, en franco diálogo con las pinturas de Ballivián. «El óleo en madera ya se pinta desde hace siglos, sin ir muy lejos en el Renacimiento, pero no deja de ser sorprendente la potencia con que penetra el óleo en la madera. Ni José ni yo nos aferramos a un formato fijo, podemos hacer pintura, video, dibujo… de todo» (Siñani, 2024).

Encuentro

Recuerdan haberse conocido en Santa Cruz el año 2015, cuando Siñani realizaba una residencia en Kiosko Galería y Ballivián estaba dando un taller de dibujo en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Cada uno avanza desde hace tiempo con caudal propio, ambos muy interpelados por el imaginario simbólico de La Paz, pero también movidos por las secretas pulsaciones que emanan de la vida sorprendente en El Alto. Nos comentaron que esta no sería una experiencia única, ya que entre sus planes se encuentra para el año una futura exposición conjunta en un museo de La Paz y otra más en un museo de Santa Cruz.

Naturalmente, el acto de exponer juntos corresponde a un deseo de multiplicarse, o de dejarse llevar un poco, también de compartir el viento, transitar la corriente de aire que representa el otro en su trabajo. Es un ejercicio entre dos colegas que además son amigos de años, que comparten diversas afinidades, siendo al mismo tiempo muy diferentes en sus aproximaciones y expectativas. Siñani, mucho más minimalista en los gestos y obsesivo con la significancia de los materiales que usa, mientras que Ballivián, más detallista en la morfología, atento a las referencias hipertextuales y complejo en la cantidad de capas de sentido que reúne en cada obra.

Un encuentro en verdad, un devenir, que solo podremos evaluar más adelante de manera retroactiva, no tanto por los resultados comerciales de la muestra o la atención crítica que genere, sino por el lugar que tendrá esta exposición en los recorridos de ambos artistas a la larga; juego de capturas y donaciones; allá en el futuro cuando pueda avistarse a dónde los impulsará estas conversaciones de imágenes en su venidera producción individual que, en el fondo, siempre será una enunciación colectiva, la de las tribus que se movilizan en sus respectivas obras.

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Fabricio Lara: plasmar lo espiritual

El artista orureño reflexiona sobre lo material y lo energético en la muestra ‘Frecuencias de Luz, Materia y Realidad’ en Daniela Mérida Gallery.

/ 2 de noviembre de 2024 / 23:57

Forma y esencia, materia y espiritualidad son las preocupaciones que el artista orureño Fabricio Lara desarrolla en la muestra Frecuencias de Luz, Materia y Realidad, que seexhibe en Daniela Mérida Gallery (Av. Montenegro, entre Enrique Peñaranda y G. René Moreno). En la exposición, que permanecerá abierta hasta el 23 de noviembre, Lara invita a reflexionar sobre el ser humano como energía que vibra y crea realidades, a través de un diálogo entre la luz y la materia.

– ¿Cómo surge el concepto de Frecuencias de Luz, Materia y Realidad?

– Se origina desde antes de la pandemia. Surgió desde una búsqueda e introspección personal, ya que hace tiempo que vengo investigando los orígenes del ser humano. En esta búsqueda pude evidenciar que hay una parte del ser humano que es la más importante, la subjetiva, la no material, la espiritual. Es una vivencia más o menos constante que tengo.

Cada que pinto siempre estoy atento a las noticias, escuchando podcasts, poniéndome al día sobre la física cuántica. En el mundo de hoy hay problemas de diferente índole y mi búsqueda está en tratar de dilucidar el porqué de estas situaciones. El ser humano por lo general no es autocrítico, no tiene un horizonte muy claro sobre lo que significa el transitar por este mundo. Le preocupa más lo objetivo y material, y no lo subjetivo y espiritual.

En esta muestra trato de plasmar esa parte más importante, la espiritual, de todos los seres humanos, la parte energética. Y en esto tiene que ver mucho la física cuántica. Ya no son teorías sobre una búsqueda esotérica del ser humano o el espíritu, sino que hoy en día tenemos pruebas palpables acerca de la importancia de este campo. Hay muchos físicos cuánticos inmersos en esta búsqueda y  han podido evidenciar la presencia de la supraconciencia, como la llaman, o conciencia, que es en realidad la que digita la parte material u objetiva de lo que vivimos día a día.

Si bien este es un proceso que ya lleva un buen tiempo, utilizo nuevos elementos plásticos. La paleta sigue siendo la misma, el color sigue siendo el mismo, la identidad cromática tiene todavía su desarrollo. Eso sigue una línea y también tiene una cierta evolución. Y en esta etapa es para mí muy importante poder conjugar la forma con el contenido, un nuevo contenido que es una preocupación latente y diaria.

– ¿Cómo es su proceso de creación?

– Tengo una visión de lo que es el lenguaje del arte, que básicamente está dado por lo que es la forma y contenido: el contenido es el qué, el tema, y la forma es el cómo se realiza la obra, la parte técnica y formal, el concepto de cómo encararlo formalmente, donde entra la composición, equilibrio, armonía, el uso de elementos creativos que ayuden a expresarse mejor.

En el lenguaje escrito una palabra o una oración tienen una estructura. En el arte sucede lo mismo, pero estas formas de comunicarse se basan sobre todo con colores para que haya armonía. Se debe tener un orden de esos valores, colores, dibujo, cosa de que tenga una lectura lógica.

En mi caso, tengo una inspiración acerca de un determinado tema o elemento que quiero representar, tengo la idea, empiezo a dibujar, a manchar la superficie, a diseñar la forma que quiero expresar  con una idea definida, pero con un desarrollo constructivo. Si bien tengo una idea inicial, esta va desarrollando y evolucionando. Soy lo que se llama en el campo de las artes, un constructor de la obra.

– ¿Cómo enfrenta el lienzo vacío?

– No siempre es fácil. En mi caso no espero el momento de inspiración. Gracias al universo, estos momentos de inspiración sí llegan, pero la idea es poder trabajar y que la inspiración uno la encuentre en medio del trabajo, y no al revés. Muchas veces no tengo una idea muy clara de lo que voy a hacer, o por ahí sí tengo el tema, pero no siempre sé el cómo, y esa es la dubitación del artista al enfrentar el lienzo en blanco. Yo generalmente empiezo a manchar; primero pinto de negro toda la superficie, y sobre ese negro poco a poco voy dibujando y buscando la luz, primero con colores neutros, suaves, oscuros, y de ahí poco a poco se va encendiendo la obra con tonos medios, y tonos un poco más claros, hasta llegar a la iluminación o saturación total de la superficie. Obviamente en este proceso voy componiendo poco a poco.

– El camino artístico que ha recorrido es extenso. ¿En qué etapa de su carrera se encuentra en este momento?

– He pasado por diferentes etapas. Desde la realista, cuando estaba en la universidad. Mi obra se parecía mucho a la pintura que mi padre Gustavo y mi tío Raúl Lara hacían, pero pude encontrar mi camino en esa etapa de formación universitaria. Luego encontré el gusto por los colores quebrados, por la sensación altiplánica que ofrece el país. Esa rica paleta terrosa me atrajo mucho, fue la segunda etapa. Estaba más allá de lo descriptivo, lo figurativo, estaba entrando en un mundo más metafísico y andino. Me sumergí más y me enfoqué en las culturas primigenias, la tiwanacota, la inca; todas las expresiones ancestrales que lindaban mucho con la pintura rupestre originaron mi etapa matérica, con la búsqueda de seres que tenían que ver con los ancestros y también con la relación que tenían estos con el cosmos, los astros. De ahí que tenía parejas lunares, seres astrales. Y se fueron adicionando los acentos de tonos saturados.

Después pasé a otra etapa donde dejé esta técnica, más que todo por practicidad, para poder llevar exposiciones con obras de gran formato. Como trabajaba con mucha materia, no podía llevar mis trabajos en bases sólidas como venesta o trupán, hablo de cuadros de un metro, metro y medio. Transportar 10 obras así al exterior es casi imposible.

Después pasé a pintar en óleo, en acrílico sobre tela, y lograba texturas más que todo visuales, con espátulas, con pintura acrílica y continué con la saturación del color y con una figuración que lindaba con el mundo abstracto y figurativo y con evocación de seres mitológicos, astrales, cósmicos, que tenían que ver con figuras zoomorfas, antropomorfas, caballos, toros, parejas… Y con colores saturados, lindando entre la figuración y la abstracción.

Si bien en la actualidad esta investigación de la forma, del color, de las texturas, sigue su camino, tengo un aditivo: la búsqueda de la parte energética del ser humano, que es la que dirige a la material. Para mí es una vivencia constante, es un mundo en el cual me siento muy bien y en el cual vivo. No es solo un trabajo de investigación, no: es una forma de vida que en esta exposición evidencio y plasmo.

– Es un artista que tiene una gran proyección internacional. ¿Cómo se recibe su obra en el extranjero?

– He tenido la suerte de poder viajar mucho y desde muy temprana edad, de representar al país. Una de las primeras veces fue cuando yo cursaba la universidad el tercer o cuarto año y ya tenía una identidad pictórica bastante matérica. Vino una galerista del Principado de Liechtenstein a elegir tres artistas para llevarlas ahí. Fue la primera vez que tuve la oportunidad de salir representando al país junto a Cecilia Wilde y Raúl Lara, cada uno con expresiones diferentes.

Esta galerista hizo una exposición con los artistas más importantes del país en el Museo Nacional de Arte. Yo era uno de los jóvenes y en plena exposición anunciaron a los tres escogidos. Para mí fue una gran sorpresa que elijan mi trabajo. Fue un premio gigante: una especie de beca residencia de tres meses donde nos pagaban todo, ida y vuelta y exponíamos al final en Vaduz, la capital. También saqué una mención de honor en la Bienal Internacional de Pintura de Cuenca; fueron mis primeros pasos a nivel internacional.

En ese entonces lo que llamaba la atención de mi trabajo era el manejo del color. Si bien esa etapa era bastante matérico y austero, también empecé a incidir en los colores saturados acompañado con colores quebrados para poder medir la temperatura de la obra.

Cuando estuve en la feria de ARCO, en España, pasó lo mismo. Era impresionante ver pequeños stands con obras de Picasso, de Modigliani, de Max Ernst a la venta. Era como estar participando con semejantes personajes de la historia en la misma feria. Allí llamó la atención el uso que hago del color, igual que en el World Art Tokio ( Japón) en 2019. Por lo general los países latinos tienen esa exuberancia. En el color ven lo exótico de lo latino, pero había algo más, un sello más boliviano: la compensación de lo exótico (tonos saturados exuberantes) con una mesura equilibrada por el uso de colores quebrados o tierra.

– ¿Cómo influye en su obra el trabajo de grandes como Raúl y Gustavo Lara?

– Vengo de una tradición familiar artística. La familia de mi padre es una familia de 11 hermanos. Mi padre es el número cuatro o cinco, más o menos. Y a partir de mi padre, todos los hermanos que le siguen se dedicaron al arte; antes de él, no. A partir de mi padre comienza toda la generación de artistas. Estaba primero mi padre, Gustavo; le seguía mi tío Wálter, muy buen dibujante, después le seguía mi tío Otto o Roberto.  Después venía Raúl, muy conocido, obviamente con mi padre Gustavo. Después estaba Jaime, un joven pintor desaparecido político en la dictadura militar argentina, se lo llevaron a sus 25 años, no lo volvimos a ver nunca más. También está mi tío Ramiro, que lindaba entre la arquitectura y la pintura. Y mi tía Blanca, que se dedicaba a la cerámica. También mi tía Judy, mi madre y mi hermana. Mi madre era pianista. Ella daba conciertos en Oruro, ahí conoció a mi padre y también hacía cerámica.

Fue muy difícil decidirme a estudiar Artes en la universidad, porque si bien lo llevaba en la sangre, era una mochila muy pesada competir con el apellido, con la fama de mi padre Gustavo o mi tío Raúl. Implicaba una responsabilidad en la cual no podía fallar. Pero fue mucho lo que pude aprender de ellos, especialmente de Gustavo, y de mi tío Raúl también, porque convivíamos todo el tiempo. Pero Gustavo, mi padre, fue mi maestro en dibujo, pintura, escultura, cerámica, en el concepto del arte, más que en la técnica. Era un placer estar con ellos, tomar el té al final de la tarde con ellos, mi tía Lidia, esposa de Raúl y mi mamá Lidia. Eran charlas donde se recordaban anécdotas artísticas del ámbito cultural en Argentina y Bolivia.

– ¿Cuáles son los siguientes pasos después de esta exposición?

– Tengo una exposición en Fundación Patiño la primera semana de diciembre. Es un proyecto que hace tiempo vengo elaborando en un área que me interesa mucho: las culturas ancestrales, uno de los primeros caminos que tomé en el arte que denominaban telúrico, pero que para mí es más ancestrado, rupestre matérico y donde voy a exponer obras que son de hace 20, 15 y 10 años, acerca de culturas ancestrales, especialmente de Taypikala.

Esta exposición será con un fotógrafo. Ambos hemos estudiado nuestras civilizaciones ancestrales y el producto lo vamos a presentar en Patiño. En la misma línea tendré una exposición individual en Los Tajibos, Santa Cruz, la primera o segunda semana de diciembre. Y para el año hay muchos planes trazados.

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