Las ruinas todavía estaban allí
Un hombre camina por una cantera de piedra. Se sienta y espera la detonación. Brota el polvo, puñados de polvo, es ese miedo que quiere mostrarte el poeta. Tiene pesadillas, sueña con la muerte, con todo eso se sueña. En la cantera, la muerte está cerca. Por eso, Juan Cuevas Báñez no se puede dar el lujo de tenerle miedo. De chango, ayudaba a cargar piedras, ahora trabaja en la cantera, “no he logrado mis deseos, solo queda laburar”. Un letrero en blanco y negro dice que estamos en cantón Orcoma, municipio Sicaya, a 65 kilómetros de Cochabamba. Sobre la veta de piedra caliza, materia prima de las fábricas de yeso, resiste el recuerdo de una chullpa milenaria.
El avance de la cantera nos deja sin memoria, trata de silenciar a los ancestros. Juan tiene nostalgia del pasado, de cuando pastaba ovejas y cabras, de cuando vendía leña en burro, de cuando jugaba en los molles. Cree que los abuelos nos cuidan desde el cielo, iluminando. Cree que polvo somos cuando somos piedra.
Un joven boliviano —Mayko Crispín Méndez— levanta un edificio en el gran Buenos Aires. Antes fue costurero, antes emigró porque “en Bolivia no se gana nada”. Este hincha de Wilstermann está triste consigo mismo pero no se lo dice a nadie. Quiere volver pero se terminará quedando. Nunca imaginó en su Llajta que iba a levantar un edificio tras otro en la Argentina. Ahora siente orgullo, orgullo obrero. ¿Te has preguntado quién hizo el edificio donde vives? Mayko cree que junto al nombre del arquitecto, debería haber una placa que ponga también los nombres de los obreros. Tiene más razón que un santo. De vez en cuando en la obra encuentran objetos, huesos, cerámicas, fósiles. Pertenecen a otro tiempo, a otras culturas. Todos callan, nadie quiere que se pare la obra. En las charlas de descanso, hablan de los fantasmas que caminan la obra para las noches.
El avance de la ciudad nos deja sin memoria, sin la vivencia del pasado. Nadie sabe que el tiempo gana siempre, que las ruinas todavía estarán allí cuando los tataranietos de estos obreros despierten.
Dos hombres (Reinaldo Roa y Santiago Chara) viven aislados de la civilización en Tigre. Sienten una energía negativa/desgastada en la ciudad. Resisten la invasión de los barrios privados levantados sobre cementerios indígenas. Recuperan objetos sagrados entre las aguas. Denuncian el “extractivismo urbano”. Ganamos “progreso”, perdemos lo que éramos/somos. En algunas casas de estos jailones los espíritus han salido a molestar por falta de respeto; están vivos. Algunos dueños han vendido y se han ido; están muertos.
Sebastián Apesteguía es ateo y ha dejado de buscar esqueletos de dinosaurio (se hallan tres al día en toda la Argentina). Ahora desentierra reptiles pequeños del Cretáceo. Ha descubierto un remanso de paz y su ofrenda es cuidar/preservar este territorio que se llama La Buitrera, que está en la Patagonia. Quiere entender el pasado. Y se pregunta: ¿qué signos estamos dejando para los paleontólogos del futuro? Una capa de concreto, de cemento, estamos dejando. Nuestra era será llamada “la Concretósfera” del Antropoceno. La evidencia de nuestro paso por la tierra —desde hace medio siglo— es el cemento. El futuro también será de conquista.
En el segundo y último pase del documental La conquista de las ruinas en la Cinemateca Boliviana estamos once personas. Parecemos un equipo de fútbol. La tierra (y sus antagonismos de construcción/destrucción) unen estas cuatro historias de manera lenta e inexorable (con un gran manejo del montaje y el ritmo cinematográfico). La película ha comenzado con una cita del poeta Thomas Stearns Eliot: “Ven a cobijarte bajo la sombra de esta piedra roja / y te enseñaré algo que no es / ni la sombra tuya que te persigue por la mañana / ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro; / te mostraré el miedo en un puñado de polvo”. Es el miedo que muestra el poeta al minero.
El documental, “opera prima” del cochabambino Eduardo Gómez con producción de Ariel Soto, es el primer (gran) estreno de cine boliviano de 2023. Gómez —con nulo perfil mediático— es la mejor noticia. Su inusual/conmovedor ensayo coral lanza un mensaje para navegantes: la forma y el fondo (la causa y el efecto) pueden convivir sin hacerse sombra.
Las formas llegan con planos fijos y generales respetuosos del tiempo; con un blanco y negro que dibuja contrastes sugerentes; con una cámara colocada en el lugar exacto del gran paisaje; con unos diálogos no impostados; con una banda sonora/electrónica fascinante que crea atmósferas. Su cine potente y poético —con ajayu— no es moralista, no es “de denuncia” para la galería. El cine documental boliviano vive una extraña edad de oro. Gómez (en marzo estrenará su segunda obra en la Cinemateca, Héroes de piedra) es su secreto mejor guardado.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.