Thursday 10 Oct 2024 | Actualizado a 17:05 PM

Litto NEBBIA: 50 años de obra artística

El ‘cara conocida’ le rinde tributo a uno de los precursores del rock argentino y recuerda su estadía en suelo boliviano.

Ahora que lo pienso más fue un honor haber vivido en la casa de Litto Nebbia tres semanas y compartir con el padre del rock argentino momentos intensos. Aquella estadía parió el CD “Tributo a Andrés Chazarreta” (mi abuelo materno), buen disco, que aporta al catálogo de Melopea, el sello de Litto que contiene 600 títulos patrimoniales. Y de yapa me animé a producir el CD “Cara Conocida” (2002), que merece un cuentito aparte.

La obra de Litto Nebbia es múltiple y genera un caudal sonoro que va más allá del cliché de ser el autor de grandes hits como La balsa, Viento dile a la lluvia, Chica del paraguas, Solo se trata de vivir. Nebbia (1948) es hijo único de una pareja musical rosarina con grandes limitaciones económicas, sin embargo recibe una herencia sólida basada en dos pilares: la filosofía musical y la disciplina estética.

El padre le deja el  legado de la doctrina profunda de ser original y no un imitador más. La madre —talentosa pianista— la heredad del amor al arte que a su vez abre la pasión por la investigación y la tozudez del autodidacta. Estas columnas edificaron un Litto Nebbia que en la adolescencia y con una madurez inusual se anima a crear canciones de rock en español, canciones diferentes, con acordes “raros”(armonía alterada). Líder de la banda Los Gatos Salvajes (1965) que  luego se consolida en Los Gatos (‘67-‘70), no le fue fácil defender la nueva propuesta.

El Buenos Aires de la década del 60 despreciaba a aquellos provincianos medio locos y barbudos y hasta los declaraban mersas (de mal gusto, marginales) por animarse a cantar rock en español. Es increíble imaginar aquel Litto de pensiones pobres componiendo a los 19 años en un baño popular “La balsa” junto al célebre Tanguito, que encerrados en un inodoro, crean el primer hit del rock  argentino.

Pero Nebbia no se marginaliza: el amor y cuidado a su madre Martha lo mantienen siempre en lucidez extrema. La década del ‘70 consolida a un Nebbia solista siempre en búsqueda y propuesta, ahondando el riesgo y la mirada intercultural tan poco usual en los rockeros de la época.

Es que, Nebbia siempre estuvo cerca del jazz, como lenguaje y como sistema compositivo intercultural. Siempre con la cabeza y el corazón abiertos, integra en sus propuestas sonoras a músicos supuestamente antagónicos, incluyendo a los del folklore argentino.

Luego del exilio mexicano (78-84) decide crear un sello discográfico (Melopea) con un estudio propio (estudios del Nuevo Mundo), donde aplica aquella  filosofía de la creación compleja. Este catálogo cumplirá pronto 30 años y consta de joyas musicales, como los últimos cinco discos del “Polaco” Goyeneche, los últimos discos del gran Enrique Cadícamo, los únicos discos del “Cuchi” Leguizamón, la obra completa e histórica de Leda Valladares, los álbumes jazzeros del cubano Rubalcaba y del “Mono” Villegas, entre otros.

Melopea es patrimonio sonoro argentino por la tozudez y la búsqueda estética de Nebbia, además registra más de 1.000 canciones de su autoría en formatos diferentes. Yo fui testigo de momentos dramáticos, llegué en el periodo más jodido del corralito donde Melopea estaba a punto de cerrar las puertas, pero la valentía y la claridad etestica (ética y estética en bucle) de Nebbia lograron dar continuidad y vida a esta obra colosal.

Poniendo un poco de llajua a este escrito, recuerdo que en su paso por Bolivia decide aceptar la demanda de su entrañable esposa Ale para ir a conocer el lago Titicaca. Acompaño a la pareja, advirtiendo antes que era febrero y llovía mucho. Llegamos al lago en dos horas, tomamos una lanchita a motor navegando 20 minutos hacia una isla, en medio de un diluvio universal, que hacía tambalear la barca.

Litto se moría de nervios, aferrado al borde puteaba y temblaba de frío. Al llegar a la isla, nos refugiamos en una casa que vendía artesanías y chompas para gringos. Mientras Ale compra cositas, Litto mira el horizonte con el lago eterno en tormenta gris, seguramente piensa en los 20 minutos de retorno dentro de la barcaza tembleque, entonces se  acerca a un hermano aymara y le pregunta: ¿hasta cuándo dura la lluvia? El aymara le responde: más o menos hasta abril… El tano se agarraba la cabeza.

Hoy, Litto Nebbia, con 67 años, siempre actual y desafiante, lanza a la vida un CD doble denominado 50 años de rock argentino, que contiene 50 canciones de su autoría en nuevas versiones junto a su banda intercultural. Nuestro respeto y homenaje a este artista que con plena consciencia y con enorme dignidad estuvo fuera de los intereses mezquinos del mercado y respondió a los envidiosos y detractores con obras y creaciones.

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Julio intenso

Este mes de julio se vino con todo.

Ch’enko total

Este mes de julio se vino con todo. No pude escribir ni una sola línea. Como seguro la actual Alcaldía de La Paz no me invitaría a participar en las fiestas julias y para matar la saudade paceña me inventé un concierto en el Teatro Achá de Cochabamba el 14 de julio, un homenaje a La Paz en Cochabamba, medio en metafísica popular, es que mi ajayu está aún en mi ciudad. Entrar al Teatro Achá fue todo un compromiso, seis años que no tocaba en ese Teatro/ Iglesia que me recuerda a los teatros de la gira por U.K. del 2007. El Achá había estado cerrado creo que tres años, nunca supe por qué, era una gran oportunidad de pisar otra vez sus tablas y distraer la saudade paceña.

¿Qué presentar? Traer el show de Camote de marzo era una primera opción, haciendo números no cerraba, trasladar a los músicos paceños sin un solo auspicio y solo con la venta de entradas no se podía.

Mi espíritu juvenil comandó. Tigre: a sacar las garras. Reactivé la Papirri’s Llajta band, con Cardona en la bata y el Inti en bajo, entonces apareció como milagro un charanguista muy interesante: el Charangueitor. Lo fui a visitar a su casa, había sido muy valiente el cuate durante el golpe de Murillo y compañía, sacando un videoclip que denunciaba las masacres de Senkata y Huayllani. Nos citamos en la plaza de Tiquipaya un jueves todavía cálido. Apareció sonriente. “Yo soy Fernando Patzi, el charangueitor, Papirri querido, qué lujo estar contigo, soy en realidad soldador, pero toco el charango también, herencia de mi tío que era de Norte Potosí”. De Tiquipaya tomamos un taxi a sus entrañas, entramos a su casa, un terreno lindo, nos sentamos en el patio, la tarde quería cantar, entonces vi la pelea entre una perrita de meses medio lobita con un pato alzado que se hizo romper, al fondo de la casa dos árboles alados trinaban, mientras un chanchito le daba un cabezazo con su nariz a una gallina que salía rajando. Charangueitor invitó una deliciosa jarra de jugo de linaza y limón: qué tarde hermosa con la calma chicha amacando. De pronto empezó a tocar un charango medianito afinado en temple diablo, aquel sonido me transportó a colores y tejidos, era Potosí manta pero made in Tiquipaya, más aún porque después —con un charango estándar de nylon— empezó a tocar A Sado. Ahí me quede estupefacto. A Sado tiene dificultad técnica, es una obra que compuse en Japón, es interesante, la mohoceñada está detrás de esa música. Fue un ensayo memorable. Charangueitor respondió, días después, muy bien en el teatro.

El asunto es que salió potente el concierto en el Achá, tuve que decidir traer al paceñísimo Heber Peredo, gran respaldo con sus teclados, tuvimos dos nuevos coristas, la Ale Quiroga y el Ale Mercado, los Ales, que hicieron una linda versión de Ch’enko Total, contamos con la guitarra eléctrica sobria y bien puesta de Juan Ernesto, el violín de Arpad Debreczeni y su folk jazz húngaro cochala nos hizo volar en Achocalla. La cantante tarijeña Elisa Canedo se lució en la ranchera Te vas, último éxito del Papirri que no circula en ninguna de las plataformas, muy afinada en su estilo y fraseo cantó además dos cuecas fundamentales, Ingratitud y Sacudite. Al final me volví un rocker metafísico, me encantó salir de escena como Jagger con los chicos que seguían tocando.

Después del Achá llegó la invitación de mi club The Stronguest para la presentación del libro de Diana Aguilar. Tuve que cantar sin sonido en un lugar lúgubre prácticamente saliendo del avión, no me hizo muy bien. Volví a Cocha y de allí a Sucre, a tocar en el Centro Cultural Mantra, en una especie de tinglado con sillas, con sonido difícil de domesticar y en formato trío… Económicamente Sucre no funciona, ni en trío, pero volveremos, porque ese público se lo merece, es un público emocionado, late, no hay nadies de mi edad, todos eran jóvenes. Otra vez a La Paz con el almuerzo en la boca, inauguramos la nueva Casa Museo Inés Córdova/ Gil Imana en pleno Sopocachi, parte de la labor que despliego en mi trabajo como gestor cultural. Entonces volamos a Potosí a celebrar los 250 años de nuestra Casa Nacional de la Moneda, le casqué un ida y vuelta Sucre- Potosí-Sucre que no le recomiendo a nadie de mi edad, esto de la hipertensión me tiene jabonado, fui doblemente medicado y me sentí bien.

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Ahora vuelo a La Paz para tocar en el Alberto Saavedra Pérez mi morenada Plata y miedo nunca he tenido, por invitación del grupo Alaxpacha que grabó aquel tema. El viernes 18 y sábado 19 de agosto los invito, tocaré un unipersonal a guitarra pelada en Café Cultural Efímera de La Paz. El sábado 14 y domingo 15 de octubre, en el Teatro Municipal de La Paz presentamos El Papirri en 44 años de canciones. Espíritu juvenil, parala un poquito ¿no?

Texto:  EL PAPIRRI: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Jorge Sanjinés. Homenaje

Me encontraba en Cochabamba atrapado por la calma chicha, que es un estado de ánimo que te va volviendo ánima.

ch’enko total

Me encontraba en Cochabamba atrapado por la calma chicha, que es un estado de ánimo que te va volviendo ánima. Me paro como poste en una esquina de la plaza a ver titulares en una periodiquera y leo que se realizará un homenaje al cineasta boliviano Jorge Sanjinés, artista universal en su rotundidad indígena. El homenaje incluye la proyección de la película Yawar Mallku en plena plaza, luego palabras y diplomas en la gobernación, además de la presentación de un bello libro, Memorias de un cine sublevado, auspiciado por el PINVES (Programa de Investigación y Estudios Estratégicos Latinoamericanos). Y lo mejor: la presencia del artista.

Al día siguiente me voy al acto, la proyección de Yawar Mallku en la plaza es entrañable por los rostros iluminados de la gente simple reconociéndose en la peli. Luego ingresamos a la Casa de las Culturas de la Gobernación donde se realiza el homenaje. Rápido, corro a comprar el libro, lo empiezo a hojear, verificando que Jorge nació en La Paz en julio de 1936, los paceños tenemos que sentirnos muy orgullosos por esto. El maestro ha llegado a sus 87 años de una forma magistral, lo vi intacto en su paso largo por las caminatas de las gradas, además de ser muy paciente con la gente que solicitaba un autógrafo o una selfie.

Sanjinés es un gran artista. Formado técnicamente en Chile en un taller práctico de cine que duró tres años, muy pronto tuvo la gran idea de trabajar en comunidad, luego tomó conciencia de este impulso al conocer de cerca al mundo indígena, sobre todo a la nación aymara. “Aprendí de los indios que primero está el nosotros y después el yo”, leo en el libro. Compruebo que su primer corto es Revolución, de 1963, o sea ¡hace 60 años! Es interesante saber que la música que utiliza Jorge en ese trabajo proviene de la guitarra de Atahualpa Yupanqui, quien autoriza personalmente el uso de su música. Leo que en aquella época es nombrado director del Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB), espacio que se transforma en trabajo grupal, con Óscar Soria como guionista y Ricardo Rada en producción. En Revolución se va consolidando la idea de que los actores sean indígenas, el artista natural cuenta su propio relato. Riesgosa decisión, sin embargo, el talento de Benedicta Mendoza Huanca y Vicente Salinas Berneros, jóvenes protagonistas quechuas, consolidan la intuición. Va naciendo en 1966 el primer largometraje, Ukamau (Así es), con duración de 72 minutos.

Mientras siguen las palabras del acto, veo que el libro está relatado en primera persona, descubro la voz clara, respetuosa de un artista que yo creía de humores difíciles; su palabra es calma, cristalina. “Oscar Soria se fue a Huanuni a buscar una historia y conocer gente”, dice, frase que muestra la magnitud humana de Soria, el buscador de historias. La historia de Ukamau había acontecido en Caquiaviri, una hermana indígena había sido violada y asesinada por un comerciante ajeno a la comunidad. Resalta la preocupación en el guion por dar una fuerza moral a la película y tornar la venganza del viudo en duelo a piedra igualitaria. Ukamau es la ópera prima de Sanjinés y su gran equipo de soñadores, soñadores pero técnicos que tuvieron que enfrentar grandes problemas, por ejemplo, el asunto del sonido del filme, contratando, sin tener recursos, a un sonidista argentino. Nace esa voluntad, ese impulso moral, estético y revolucionario de plantear el tema del racismo en una época de masacres y dictaduras. Cada rodaje se convertía en lucha por dar soluciones a la escasez material. Cuenta Jorge en el libro que la única posibilidad de ponerle audio profesional al filme fue utilizando las armas del enemigo principal, una moviola sin uso que existía en USAID y que gracias a la buena voluntad del portero se pudo utilizar. Se doblaron los diálogos mediante la grabación de voces de los propios actores quechuas. Ukamau se estrenó en 1967 y ganó reconocimientos internacionales, como el Premio Grandes Jóvenes Directores del Festival Internacional de Cine de Cannes, Francia. Jorge había cumplido 30 años. Como premio nacional, luego del estreno boliviano, los cineastas fueron exonerados del ICB por un tal Galindo, secretario de la presidencia de Ovando. La derecha boliviana había tomado el poder, no soportaban los fascistas que haya un cine de indios.

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Vuelvo al acto. Llegan las palabras de Jorge, breves, concretas, cierra respondiendo la pregunta de un señor que decía si hacía política o cine. “Hice cine para hacer política”, responde y se genera un enorme silencio de respeto en la sala colmada. Llega la avalancha de la gente pidiéndole autógrafos y fotos, yo me acerco por un costadito y logro que me firme el libro. Fin del acto. Emocionado, me voy a tomar un té con té con mi libro bajo el brazo, escuchando la voz del artista que relata las peripecias para dar a luz a Yawar Mallku (Sangre de Condor), largometraje de 79 minutos estrenada en 1969, seleccionada años después por la UNESCO como una de las 100 películas más importantes de la historia del cine mundial. Jorge vendió un inmueble personal para realizar la película, que denuncia —en plena época de dictadores y fascistas— al Cuerpo de Paz de los gringos esterilizando mujeres indígenas. Antonio Eguino es responsable de la fotografía, con música de Alfredo Domínguez y Alberto Villalpando. Joya pura.

Quería contarles más, pero se acabó este espacio (y el té con té). Resumir que durante 60 años Jorge Sanjinés y el Grupo Ukamau han producido 12 largometrajes, la mayoría de ellos con premios internacionales, realizados en plena época del Plan Cóndor. Se acaba de estrenar en La Habana la última obra que pronto llegará a Bolivia, Los Viejos Soldados, con duración de 105 minutos, la producción de Mónica Bustillos, con música del maestro Cergio Prudencio, fotografía del gran César Pérez y un reparto de actores originarios y citadinos. En cuanto al libro, hay que reconocer el enorme esfuerzo de un hermano chileno investigador que radica en Bolivia, Javier Larraín, y de una hermana venezolana, la entrañable Kris González, ex embajadora de Venezuela en Bolivia, que lograron con su don de gentes y mucha paciencia abrir el corazón del artista y que tengamos escrita la voz entrañable de Jorge Sanjinés en la vitalidad de sus 87 años. Ukamau. Así es. Sanjinés merece todos los homenajes y reconocimientos por su consecuencia ideológica, su coraje, lucidez y renovación en el arte de la imagen.

El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Violeta

Me llamaron de Chile para tocar mis canciones para el Museo Violeta Parra.


Ch’enko total

Me llamaron de Chile para tocar mis canciones para el Museo Violeta Parra. Me alegré mucho, luego me entristecí rápido al saber que la tocada era vía streaming. Pero igual nomás acepté: era para Violeta, una de las más grandes cantautoras del continente. A Violeta yo la ubico en un segundo capítulo de la cancionística latinoamericana contemporánea, capítulo que denomino los tres grandes rebeldes: Violeta, Nilo Soruco y Atahualpa Yupanqui. Es el momento histórico cuando la letra de la canción se vuelve importante, se trabaja en el texto, ya no es solo el lugar común del relato folclórico. En cuanto a Violeta, nace el 4 de octubre de 1917 en San Carlos, provincia de Ñuble. Su vida abarca 50 años claves en el mundo y Latinoamérica. Llevó una infancia pobre junto a su esforzada madre a cargo de 10 hijos y su padre, un trabajador chileno ferroviario perseguido por la dictadura del coronel Ibáñez del Campo. La familia vaga por diversas ciudades y villerías del sur de Chile en busca de trabajo. En 1921, luego de la masacre de San Gregorio, se funda el Partido Comunista de Chile; Violeta militaría solo un año, renunciando a la militancia pero no a la ideología de izquierdas. En 1932, a los 15 años, llega a Santiago, cantando —en restaurantes y centros populares— corridos, boleros, valses. De 1937 a 1952 es esposa y madre de Isabel (1937), Jaime (1939) y Ángel Parra (1941). Isabel y Ángel son luego fundadores de la nueva canción chilena.

De 1953 a 1960 —de los 36 a los 43 años— nace la verdadera Violeta Parra. Todo lo acumulado sale reciclado en nuevos partos artísticos. Recopila, crea y difunde. Viaja por Chile, Latinoamérica y Europa. Propaga su trabajo como cantora, compositora, ceramista, escultora y arpillera. Expone en el Museo del Louvre de París sus obras como arpillera y pintora popular. En su etapa final, participa en el proyecto de La Peña de los Parra de la nueva canción chilena, que organizaban sus hijos Isabel y Ángel. En 1966 crea La Carpa de la Reina, en la Comuna de la Reina en Santiago, con terreno proporcionado por esa Municipalidad, donde difunde su obra. La Carpa dura poco, pues el 5 de febrero de 1967 se suicida.

Violeta es símbolo de la buena canción social latinoamericana, como La carta, un clásico de 1964. Sin embargo, sus canciones de amor son de un extraordinario poderío. Gracias a la vida (1965) y Volver a los 17 (1966), compuestas en letra y música por Violeta, quedan para siempre en la memoria de nuestros pueblos. Son parte del LP Últimas canciones de Violeta Parra que ella titula con tremenda premonición. Su canción El Gavilán, compuesta en 1959, no es en rigor una canción, es una obra para ballet que expande la forma de canción y anuncia aires de vanguardia que impresionan. A mí me suena a Leo Broawer. Violeta no había escuchado a este músico cubano, es una ráfaga de genialidad musical y poética que sobresalta. En cuanto a Volver a los 17, es una canción compuesta en el formato de la décima, respetando todas las leyes de esa forma de escritura nacida en España en el siglo XV y que se deposita y recicla de manera intercultural y fecunda en Cuba, Chile, Argentina, Uruguay. Utilizando la rima estricta y la rima musical, Violeta compone cada verso en 8 sílabas. La estructura de rimas es: a,b,b,a/b,c,b,c/d.c. En cuanto a la música, compuesta en tonalidad menor, el instrumento compositor es el cuatro venezolano que nos regala un aire de joropo lento; la melodía es simple, reflexiva, con pulso en 6/8, todas las notas son corcheas en A. En B, que es el coro, se genera un estribillo en cuarteta con melodía simple también en corcheas. La canción comprende 8 décimas con estribillo en cada final de estrofa. Una joya de canción, sobre todo en el texto. Con Violeta, la canción ya no se baila, se escucha.

Viendo algunas entrevistas, se cuenta que la Viola tenía un carácter realmente difícil. Parece que hay un segundo matrimonio, donde nacen dos nenas más, la info de internet casi no habla de ellas. Cuentan sus pocos detractores (entre ellos un escritor gaucho que radica en Chile, Jorge Aravena, quien sacó un polémico libro en el centenario de Violeta) que la Parra se va a tocar a Polonia, al Festival mundial de la Juventud y los estudiantes del bloque comunista, y deja a la beba Rosita Clara de ocho meses en los brazos de su hijo mayor, el pobre Ángel, que era un ángel adolescente, pero que no podía cuidar completamente a la nena. Dice Aravena que la nenita, wawa de pecho, muere de amartelo. Violeta nunca supera esta muerte, ni con las canciones que le dedicó como el Rin del angelito, ni con sus tremendos amores como el del Gringo Favre, ni con su triunfo en el Louvre de París como artista artesana. Luego de la muerte de Rosita, la Violeta se fue encerrando en sí misma. Es cierto que el amor a Gilbert Favre le resucitó ese corazón vapuleado. Aravena dice que lo maltrataba al Gringo, a tal grado, que el Gringo sale de la Carpa casi como escapando de Violeta; busca el consulado del Perú, lo tratan mal, y ahí cerca, entra al consulado de Bolivia donde lo tratan bien, entonces decide irse a Bolivia. Violeta ya había tenido un intento de suicidio que Favre no soportaba recordar.

El paso de Violeta por Bolivia en 1966 es intenso, se encuentra con Favre, se entera que ya tenía otra pareja, canta en la Peña Naira de mal humor, le aconseja a Alfredo Domínguez que cante sus canciones, “tú canta y no te preocupes”, le dice. Esto es fundamental para Alfredo, pues no quería cantar; incluso utiliza una cantante  en su primer EP. Violeta le propone a Cavour que vayan a tocar a la Carpa de la Reina, la Naira se va para Chile a hacer shows… Por esos tiempos, en esos días, Violeta decide pegarse el tiro, pronta a cumplir los 50. Una de sus últimas composiciones es Gracias a la vida. Violeta Parra vive hoy en todos nosotros con sus 106 años.

Bueno, mi concierto salió bien. Entre varias piezas, canté dos canciones mías dedicadas a la temática del mar boliviano. Lo siguieron 95 hermanos chilenos y dos bolivianos mediante la página del Museo Violeta Parra.

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El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Juana Azurduy Vol. 2

Por El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

/ 23 de abril de 2023 / 06:00

Ch’enko total

Al fin conseguí en físico el libro Juana Azurduy del escritor argentino Pacho O’Donell, segunda edición de bolsillo, de Penguiem Random House 2017, edición de 1.500 ejemplares. En diciembre pasado, un ejemplar me esperaba solito, arrinconado en la librería Cúspide de Buenos Aires. Podría decirse, gracias a esta lectura, que de 1812 a 1816 se generó una etapa de lucha heroica de la pareja Padilla Azurduy. Ya sin bienes, la pareja con cuatro niños se vio en la necesidad guerrera de la vida nómada, refugiándose en parajes indígenas de Tarabuco. Manuel radicalizó su vida entregándola a la guerrilla anticolonial, Juana se preparó silenciosamente. En 1812, Manuel retornó luego de un año de batallas al seno familiar, le contó a su esposa la tremenda noticia sobre la heroica acción de las mujeres cochabambinas en la Coronilla, que desafiaron al ejército colonial al mando de Goyeneche. El resultado, una masacre atroz que arrancó lágrimas al mismísimo general Manuel Belgrano.

Juana decidió, entonces, organizar un batallón al que llamó “Leales”. Su figura encaramada en un potro recién domado se va tornando épica, los hermanos indígenas la compararon con la Pachamama. Así, Bartolomé Mitre en su obra sobre Belgrano dice: “Doña Juana era adorada por los naturales como la imagen de la virgen”. En esta época aparece la entrañable figura de Juan Huallparrimachi, quien pidió a los Padilla integrarse a la lucha guerrillera. Se decía que Juan era hijo natural de Francisco de Paula, gobernador colonial de Potosí; y la madre, una descendiente directa del inca Huáscar. Manuel le encargó el cuidado de su esposa y niños. Sin embargo, la guerra y sus urgencias de libertad lograron que tanto Juana como Huallparrimachi se integren pronto a las tropas libertarias. Los esposos guerrilleros, ahora con tropa propia, quedaron vinculados por el norte, con Arenales y Warnes; por el oriente, con Umaña y Cumbay; y por el sur, con Camargo y las guerrillas del Moto Méndez. Combatieron en el ejército de Juana y Manuel, además del joven poeta Huallparrimachi, hombres valientes como Zarate, Pedro Padilla, Rabelo, Cueto, Carrillo, Miranda, Polanco. También mujeres anónimas al mando de doña Juana, con escuadrones de amazonas cuya fama se extendió por toda América. Cuando la guerra daba alguna pausa, los Padilla Azurduy iban a ver a sus hijos crecer bajo el cuidado de matronas indígenas. Manuelito tenía el carácter del padre, ya con siete años empezaba a cabalgar, Marianito tenía un encanto seductor, con seis años era un niño muy astuto y feliz. Juliana tenía la tez mestiza de la madre, con sus tres años ya conseguía galopar. Merceditas, aún bebé, andaba del abrazo de Huallparrimachi a los brazos de las mama warmis.

En 1814, los godos, al mando de Pezuela, arremetieron contra los Padilla. Entonces decidieron dividirse. Manuel y Juan —ahora destacado combatiente en la tropa de warak’as— fueron a combatir en las cercanías de Pomabamba;  Juana, con los niños, buscó refugio, con algunos leales, en el Valle de Segura. Manuel fue derrotado en Pomabamba, los españoles resolvieron acabar con la mujer e hijos de Padilla. Entonces, Juana se internó —como última opción— en los pantanos del valle de Segura. Juana cruzó el pantano, lodo venenoso, lleno de insectos. Los españoles no entraron al pantano. Los acompañantes de Juana huyeron, quedándose solo con uno de nombre Dionisio Quispe. Manuelito y Mariano cayeron en el trayecto gravemente enfermos, la fiebre y el paludismo los mataron. Juana cavó con sus propios brazos una fosa precaria para enterrarlos. Instruyó desesperada a Quispe que se lleve a las niñas a un lugar seguro. “Juana ata velozmente dos ramitas y fabrica una insignificante cruz que hunde en ese montículo de tierra yerma…” (O’Donell, p. 111).

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Desesperada, desgreñada y sangrante salió del lodo en busca de sus hijas, pues oyó ruido de espadas. Dispuesta a ceder su vida por la de sus hijas se sorprendió al ver que los ruidos de metal eran de Manuel Ascencio y Huallparrimachi. El encuentro fue tremendo. Manuel, al escuchar que sus dos hijos habían muerto en el lodo casi enloquece, Juan lo atajó, pues casi golpeó a Juana. No había tiempo para rencores, los tres fueron en busca de las niñas que estaban presas en un rancho custodiado por una decena de “tablasacas”. Irrumpieron con furia en el lugar, rescataron a las niñas que temblaban de fiebre, las liberaron, pero el paludismo pudo más: las niñas murieron en el galope. A partir de la muerte de sus cuatro hijos, Juana y Manuel combatieron con furia a la colonia, ya no tuvieron misericordia alguna con los heridos españoles. Los tres se unieron a las tropas del cacique Cumbay y sus guerreros chiriguanos. El 2 de agosto de 1814 estalló el combate de las Carretas, las warak’as de Huallparrimachi, las lanzas de los Padilla y las flechas de Cumbay se enfrentaron a una artillería española al mando de Pezuela, célebre y cruel militar español que peleó contra las tropas de Napoleón. Un escopetazo que tenía como blanco al caudillo encontró en su paso el pecho del joven poeta mestizo, quien se derrumbó sin alcanzar un gemido. Juan Huallparrimachi Mayta murió en batalla, tenía 21 años. En medio de la guerrilla y las penas, Juana clamó a la vida y se embarazó de una niña. Combatió con su espada de fuego embarazada. Juana tenía 34 años; Manuel, 38.

¿Historia novelada? Es posible. Pero con una bibliografía de apoyo notable. Pacho fue embajador de Argentina en Bolivia, amigo de Joaquín Gantier y de don Gunnar Mendoza. Además de ser director del departamento de Historia de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales de Baires, dos veces presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico argentino e iberoamericano, antes de que fuera clausurado.

Continuará.

Texto: El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Juana Azurduy Vol 1

Juana Azurduy Bermudes nació en 1780, en Toroca, actual departamento de Potosí. Su madre, doña Eulalia Bermudes, era una hermosa señora de pollera de Chuquisaca

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En el 2015 me quedé por segunda vez como embajador interino (encargado de negocios, en la jerga diplomática) en nuestra embajada en el Ecuador. Aquel momento histórico era único, Quito era el centro de la actividad multilateral progresista en torno a la Sede de Unasur, edificio hermoso construido por un nieto de Guayasamín en la mitad del mundo. Un día de esos, acompañando a un ministro, me di cuenta de que algunos predios de la sede llevaban nombres emblemáticos de la Patria Grande: la sala de presidentes llevaba el nombre del gran Simón Bolívar, venezolano universal; San Martín era el nombre de la sala de cancilleres; el héroe chileno O’Higgins bautizaba una importante sala multilateral; la videoteca homenajeaba con su nombre al uruguayo Eduardo Galeano; la biblioteca al gran Gabo de Colombia… Reflexioné. Bolivia no tenía ningún espacio asignado, pese a que teníamos un representante boliviano trabajando allí.

Un día de marzo, aprovechando el almuerzo de un evento multilateral, pude conversar con el secretario general de la Unasur de la época, el expresidente colombiano Ernesto Samper, a quien le solicité de manera verbal una sala para Bolivia: “haga la solicitud por escrito, hermano embajador”, respondió la autoridad. En consulta con Cancillería, decidimos plantear mediante carta oficial el nombre de nuestra Juana Azurduy, mujer y revolucionaria antiimperialista, para designar un espacio en el edificio. Samper aceptó la designación, señalando como única posibilidad una sala de reuniones bilaterales de buen tamaño y derivó el tema a su mano derecha, un colombiano siempre de buen humor que había sido su ministro de Educación, quien me dijo: “Sinceramente, no sabemos quién es Juana Azurduy. Por favor, remita información al respecto”. Enviamos de emergencia información básica de nuestra Juana. Al mes se aprobó la solicitud, la sala bilateral de la Sede de Unasur llevaría su nombre y su inauguración se fechó en agosto de 2015, mes de nuestra Bolivia. Inauguramos la sala, colocando un cuadro con la imagen de Juana que nos proporcionó la Casa de la Libertad de Sucre.

Sin embargo, no quedé conforme con la información de Google que remitimos sobre doña Juana. Escarbando en el hipertexto conseguí por fin un libro en digital, Juana Azurduy, del escritor, historiador y dramaturgo argentino Pacho O’Donell. Sus páginas en digital iluminaron mis noches en vela, la historia que relataba el escritor argentino era por demás apasionante y develaba lo poco o nada que sabe el boliviano medio sobre doña Juana. Es obvio que en este espacio de 3.000 caracteres se podrá decir poco de esta extraordinaria vida. Sin embargo, van algunas puntualizaciones.

Juana Azurduy Bermudes nació en 1780, en Toroca, actual departamento de Potosí. Su madre, doña Eulalia Bermudes, era una hermosa señora de pollera de Chuquisaca, su padre don Matías Azurduy, era un criollo que poseía tierras y bienes en el lugar. Juana, una niña mestiza marcada por un sino trágico, quedó huérfana de madre a los siete años, su padre también sucumbió a los pocos años, “enzarzado en un entrevero amoroso” (O’Donell, pag. 23), quedando la niña adolescente en manos de Petrona Azurduy, una despótica tía. Juana había sido educada por su padre de una manera inusual para la época, libre, en directa comunicación con los indígenas del lugar, cabalgaba como nadie, tenía espíritu rebelde. Cuando la niña cumplió 14 años, Petrona la encerró en un convento. Dos años después, por su carácter difícil, las ansias de cabalgar y de pensar de forma soberana, Juana fue expulsada del Monasterio de Santa Teresa por la madre superiora.

Juana retornó a la hacienda de Toroca de mal humor. Fue allí donde se produjo el encontronazo: el amor se encendió, conoció al hijo de sus vecinos, a Manuel Padilla Gallardo, hijo del criollo hacendado Melchor Padilla con la mestiza Eufemia Gallardo. Aquel amor se encendió de golpe y se casaron pronto, en 1805. Juana admiraba el carácter de Manuel Asencio, siempre en guardia cuando se cometía alguna injusticia contra los indígenas. En 1806 nació el primer hijito de la pareja, Manuelito, rápidamente nacerán Mariano y dos niñas, Juliana y Mercedes. Juana y Manuel llevaban una pareja normal, un matrimonio criollo mestizo con buena posición económica y social. Sin embargo, en 1808, el joven baqueano Manuel Padilla pretendió ser autoridad de su territorio, le fue negada su solicitud, pues solo los godos podían ser autoridades, los criollos y mestizos no podían debido a las leyes coloniales.

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Ahí empezó a asistir a reuniones de los intelectuales revolucionarios que estudiaban derecho en la Universidad de San Francisco Xavier, de Chuquisaca, centro del pensamiento revolucionario antimperialista de la época. Padilla no era un intelectual, era un joven de campo, pero tenía una inteligencia natural y sobre todo opinaba de frente: los Monteagudo, Saavedra, Castelli escuchaban al joven. Las rebeliones de mayo y julio de 1809 fueron el punto de inflexión. Manuel decidió unirse a los ejércitos irregulares libertarios. Su primera acción fue impedir desde Chayanta que lleguen suministros de alimentos al ejército español que resguardaba Potosí. Juana amamantaba a la pequeña Mercedes, cuando su marido decidió irse a Cochabamba, a pelear en las tropas del guerrillero rebelde Esteban Arce.

La pareja bordeaba los 30 años. En 1811, luego de una derrota del ejército guerrillero, los españoles invadieron y despojaron de sus tierras al matrimonio Padilla Azurduy. Les quitaron todo: tierras, ganado, hacienda, sembradíos. Juana logró huir galopando con los cuatro niños a Tarabuco, donde fue protegida por los indígenas. La pareja perdió su territorio, su hogar al optar por la lucha revolucionaria contra el imperialismo español. Mientras Manuel combatía en las guerrillas libertarias ganando y perdiendo batallas, los niños crecieron y Juana empezó a gestar la posibilidad de acompañar en la guerrilla a su marido. Continuará.

Texto: El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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