Dos fueron, al parecer, las motivaciones que confluyeron en el impulso a encarar la producción de la secuela focalizada sobre el personaje conocido en estas latitudes como Guasón. De una parte, el apetito de la productora DC Studios y la distribuidora Warner Bros., soñando con reeditar el imprevisto campanazo taquillero de 2019, traducido en una recaudación superior a los mil millones de dólares, de la primera película en la cual el mayor antagonista de Batman asumía el rol protagónico. Y de la otra, el deseo del director Todd Phillips, no obstante haber circulado algunos rumores que aludían a su presunta reticencia a dirigir la rehechura, de ensayar una suerte de vergonzante autocrítica debido a la apropiación, por no decir manipulación, por la ultraderecha norteamericana y muchos otros lugares, de las connotaciones aparejadas a los revoltosos excesos de ese, en cierta medida, patético criminal mimetizado como payaso.
Hayan sido, o no, ciertos los reparos de Phillips, finalmente accedió a poner manos a la obra, aun cuando el resultado, juzgó de manera benevolente parte de la crítica, parecería haber sido hecho con una displicencia absoluta, vista asimismo por incontables recensiones como evidencia de la torpeza absoluta del director para armar un relato mínimamente digerible.
La película arranca con una atrayente secuencia animada, obra del francés Sylvain Chomet, que repasa la trama de la anterior «Joker» y anticipa lo que seguirá algunos años más tarde cuando Arthur Fleck, otrora, en Ciudad Gótica, archienemigo de Batman, permanece internado en Arkham, cárcel/hospital para enfermos mentales, aguardando ser juzgado por cinco homicidios perpetrados con anterioridad, incluyendo el de un burlón presentador televisivo al que asesinó en vivo y directo.
Historia
En realidad, fueron seis los crímenes, pues Fleck asfixió asimismo a su propia madre, pero ello no alcanzó a ser develado por la justicia que deberá decidir si aquel sufre de un desequilibrio mental a causa del cual le resulta inalcanzable discernir entre el bien y el mal, o si en realidad la de Joker es una personalidad fingida, a modo de coartada para encubrir sus fechorías. En el mismo sanatorio se encuentra bajo tratamiento la ex psiquiatra Harley Quinn. Cuando ambos se conocen, nace un alocado romance. A los respectivos trastornos psicóticos compartidos, o «locura de a dos», remite justamente el título original del film: «Joker: Folie à Deux».
No bien baja el telón sobre el prometedor corto animado para dar paso a la historia en sí, las expectativas se diluyen muy pronto a consecuencia de los incontables tropiezos de este obeso despropósito ayuno de emoción y sobrecargado de nihilismo.
Agobiado por la soledad y reducido a un ser esquelético (de hecho, Phoenix debió rebajar más de 25 kilos de peso) debido a las pastillas que le son suministradas para bloquear algún arranque psicótico, merced a su buen comportamiento y a la paciencia con la cual soporta los malos tratos de los guardianes de la prisión, excepto un tal Jackie Sullivan, con el cual mantiene una cuasi relación de amistad, se le da la oportunidad de participar en un curso de musicoterapia, donde entabla la mencionada relación, cada vez más íntima con Lee Quinzel, conocida en el ambiente del espectáculo como Harley Quinn. Esta le confiesa haber visto varias veces su película y sentirse prendada por su forma de actuar.
Fuentes
Si el Joker original copiaba sin disimulo partes de las películas de Martin Scorsese, en particular de «Taxi Driver», tal giro anecdótico en la historia es el pretexto argumental para hacer de «Joker 2» un plagio, desorejado por cierto, de las, en las décadas de los 30′ y 40′, exitosas películas musicales de Hollywood. Y es asimismo la excusa para haber incluido a Lady Gaga en el elenco, si bien en buenas cuentas su presencia acaba malversada puesto que, pese a tener un rol protagónico, sus prolongadas ausencias a lo largo de la trama lo reducen, desde el punto de vista dramático, a un lugar secundario.
Las muy (demasiado) abundantes secuencias del dúo alternan, de a ratos, con las del juicio. Maryanee Stewart, abogada defensora de Arthur, está persuadida de que la mejor estrategia legal para eludir una posible sentencia, podría incluso, dada la gravedad de los cargos, ser a muerte, pasa por argüir que el acusado, debido a los presuntos abusos sufridos en su infancia, es víctima de una insana personalidad, siendo por ende inimputable. En la vereda del frente, el almidonado fiscal acusador Harvey Dent, representante del establishment, insiste en afirmar que Arthur no es un demente, ni tampoco es un tipo común que perdió los estribos al confrontar la hipocresía del entorno social, como sostienen los innumerables fans de aquel, sino un vulgar asesino que no amerita cosa distinta sino ser achicharrado en la silla eléctrica.
Joker
Como las audiencias del proceso, siendo el acusado una celebridad, se transmiten en directo por la televisión, convirtiéndolo en un circo mediático, en las afueras del juzgado hordas de sus fanáticos admiradores hacen saber a gritos su respaldo, sintiéndose plenamente identificados con su arremetida contra el poder. Y los alaridos alcanzan picos máximos cuando finalmente Arthur renuncia a ser representado por la jurisconsulta para asumir su propia defensa acudiendo al tribunal vestido y maquillado como Joker.
No obstante sus dudas y la opción inicial para apelar a su otro yo, el violento ajusticiamiento de otro joven interno en Arkham, a manos de su seudo amigo el policía Jackie, mueve a Arthur a cambiar de estrategia. Pero en el momento cuando se encuentra a punto de confesar sus culpas y pedir ayuda para enfrentar su psicopatía, la explosión de un coche bomba demuele el juzgado y se ve al fiscal con media cara desfigurada en medio de las víctimas del atentado, alusión confusa, como casi todo en la película, a Dos Caras, el antagonista de Batman.
Por su parte, Arthur es rescatado por sus seguidores, pero al encontrarse con Quinn, esta le dice estar enamorada de Joker, y, pese a estar embarazada, no albergar ningún sentimiento hacia él. Otra vez internado en Arkham confronta otras vicisitudes que no es bueno develar. Sin embargo, a diferencia de las ya típicas escenas post créditos, esas finales secuencias dan la impresión de ser el recurso activado por el director para anticipar la pronta llegada de «Joker 3».
Crítica
Narrativamente, «Joker 2» es, adelanté, una desabrida, repetitiva, tediosa y plana copia de los viejos musicales hollywoodenses que se prolonga durante dos horas y veinte minutos, insertando de tanto en tanto, con igual falta de inspiración creativa, toques de humor, romance y thriller policial que el de por sí deslavado guion, cometido por el propio director Phillips, quien, anotado sea de paso, ya cuenta en su filmografía con muchos bodrios, aunque ninguno posiblemente se iguale en desprolijidad a este, acumula mecánicamente sin lograr articular jamás un relato enrumbado hacia alguna parte.
La puesta en imagen es igualmente mediocre, anodina. Los diálogos carecen de sustancia y, para peor, se dicen en un tono y ritmo que tan solo ayudan a subrayar su absoluta vacuidad. Los flashbacks, así como los cameos dedicados a una trabajadora social, a un personaje de escasa estatura y a una atolondrada aspirante a pareja son meros insertos caprichosos para sumar minutos superfluos al metraje. Y si bien la banda sonora no deja de ser atractiva, especialmente para quienes añoran la música de otros tiempos, era materia suficiente para un disco mas no para una película.
Actuaciones
El protagonista Joaquin Phoenix, quien obtuvo un Oscar por su personificación de Joker en la versión de 2019, ofrece en la oportunidad una actuación errática y desganada, cual si él tampoco consiguiera en algún momento encontrarle sentido a la trama y a su propio papel. Lo único que resulta claro es que canta muy mal, aunque ello pudiera ser perdonable en quien aparece metido en el musical por algún indescifrable desvarío del guionista/director. Y Lady Gaga, en su caso se vio obligada a simular ser igualmente desorejada, tan solo pareciera encajar en el reparto por una estrategia de marketing, apuntada a sumar algunos miles de billetes verdes al recuento de ingresos del film.
No obstante, a los productores el tiro les ha salido por la culata. Si el primer «Joker» costó 60 millones de dólares habiendo recaudado, ya recordé, más de mil millones de la misma moneda, «Joker 2» demandó un gasto de 200 millones, es decir cuatro veces más, y viene siendo un verdadero, merecido, por cierto, desastre en la taquilla ya que en su primer fin de semana en cartelera ingresó 38 millones, menos del 50% de lo facturado, en el mismo lapso de tiempo por el capítulo anterior. Así pues, la primera de las dos motivaciones mencionadas al comenzar, que promovieron la resurrección fílmica de Joker, resultó fallida.
¿Y cómo le va a Todd Phillips en su presunto empeño autocrítico de abjurar de las lecturas políticas que alimentó «Joker»? Tampoco sale mejor parado.
Joker en la cultura pop
Cabe recordar que el Joker se convirtió en un masivo ícono de los irritados sectores de la clase media, sobre todo los varones blancos, que, considerándose socialmente discriminados, acusaban al statu quo de haber privilegiado a las mujeres y a los inmigrantes restándoles de tal suerte la oportunidad de ascender en la pirámide social. Y el malestar de esos grupos, mayormente de jóvenes, se ahondó cuando comenzó a circular la versión de que sería prohibida la venta de armas de fuego, por lo cual, a guisa de mostrar su disconformidad, se multiplicaron los casos de matanzas en unidades educativas, supermercados, salones de eventos, salas de concierto, etc.
Horrores justificados por la ultraderecha que mostraba a sus autores como víctimas de un sistema presuntamente «demasiado democrático». La sorprendente entronización, voto mediante, de Trump en el cargo de presidente norteamericano se explica justamente por la expansión de un auditorio que se sentía afín a su airada retórica de rechazo al orden establecido y en favor de un régimen contra la inmigración, la ideología de género (denominación peyorativa del feminismo), las demandas de los grupos LGBTI, la señalada prohibición de portar armas de fuego, las alertas contra el calentamiento global y el cambio climático.
No obstante la vaguedad política de «Joker 2», endosable ya sea a la flaca competencia del realizador o a un deliberado esquivo a enfrentarse con los agresivos militantes de la ultraderecha, cada vez más persuadidos de ser víctimas de una hombría aria que siente ver resquebrajarse sus ínfulas supremacistas, perfectamente sintetizada, con nítido acento imperial, en la consigna trumpista «make America great again» (Haz que Estados Unidos vuelva a ser grande). Sentimiento simbolizado asimismo en ese errático villano, adorado por las masas, cuya flacidez en la película deja en agua de borrajas tal presunto afán esclarecedor.
En suma: ni fu ni fa, o, mejor, abstenerse.
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