La amenaza silenciosa para los apicultores y el medio ambiente
Murieron 13 millones de abejas melíferas de 260 colmenas que están a orillas del río Grande, cerca de Okinawa y San Julián, en Santa Cruz
MOLÉCULA DESCONOCIDA
Mientras más te acercas a las abejas para comprender a estos pequeños insectos, más te sumerges en un fascinante mundo. En 1973 el etólogo Karl von Frisch, descubrió la danza de las abejas. Un movimiento de vibración que se asemeja a un baile. Las abejas realizan este movimiento para comunicar a la colmena la ubicación de un nuevo campo de flores. Esta danza es el lenguaje que utilizan para comunicarse entre ellas y probablemente fue una de las formas en las que el 27 de mayo intentaron avisar que había una amenaza para sus colmenas.
“Esa mañana vimos pasar una avioneta fumigando unos campos de cultivos lejanos de nuestro terreno. Y más tarde, como una hora después, percibimos que nuestras abejas estaban alborotadas, como cuando sienten la amenaza de algún animal por la zona”, comenta Nilo Padilla, un apicultor con 25 años de experiencia trabajando en la región en torno al río Grande, en el departamento de Santa Cruz.
Sus colmenas están ubicadas en las orillas de dicho caudal, en un bosque de 800 hectáreas que resistió el frenesí de los monocultivos de la zona, gracias a un amigo dueño de estos terrenos, que tomó la decisión de proteger este bosque y dejar que las abejas de Nilo puedan vivir ahí.
A varios kilómetros de este lugar, sobre el mismo río, está Jaime Vargas, revisando sus cajas de abejas para trasladar lo que sobrevivió a otro territorio. Él tiene miedo de que nuevamente pueda perder su inversión. Su historia es la misma que Nilo Padilla contó; los mismos días y los mismos signos de alarma en las abejas.
Han pasado varios meses de la pérdida de sus 150 colmenas, pero Jaime sigue afectado: su voz se quiebra cuando llega a contar el momento en que vio las cajas rodeadas de abejas muertas. Sus pequeños cuerpos se apilaron formando montes alrededor de las colmenas. La misma imagen persiste en el recuerdo de Nilo y su hija Andrea, juntos lloraron de impotencia al ver el ecocidio.
Ellos no son los únicos afectados, según el informe que hizo el Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Rural, serían 13 apicultores damnificados, con un total de 270 colmenas devastadas.
Se tomaron muestras y el informe tan esperado de los resultados forenses dio como resultado la presencia de una “molécula desconocida”. ¿Pero qué es una molécula desconocida? La bióloga Consuelo Campos, junto al apicultor Nilo Padilla, comparten una charla sobre cómo la agricultura en Bolivia está haciendo uso excesivo de fertilizantes y plaguicidas que están matando a todo tipo de insectos que, explica Consuelo, son los controladores naturales para que el equilibrio de la naturaleza no se rompa.
La molécula desconocida, según ellos, sería un producto químico que estaría entrando por contrabando a Bolivia y por eso no estaría registrado en la lista de químicos autorizados por el Senasag para su uso en la agricultura.
En los últimos 20 años el uso de agrotóxicos se ha extendido, llevando a las abejas y a otros insectos hacia la extinción.
Un estudio realizado por la Unión Europea en 2018 comprobó científicamente que una de las principales causas que ponen en riesgo la vida de las abejas melíferas son las actividades que se vinculan con la agricultura; con la deforestación de bosques nativos, las grandes extensiones de monocultivos, la utilización de semillas transgénicas y la aplicación de grandes cantidades de agrotóxicos. El estudio concluyó con la decisión de parar el uso de esos agrotóxicos en los países miembros de la Unión Europea. Sin embargo, pese a este antecedente, estos productos están presentes en casi toda Latinoamérica.
LA GRÁFICA
La deforestación de bosques nativos es una práctica que se inició hace muchos años en los municipios de Okinawa y San Julián, en Santa Cruz. Y es ahora un factor muy importante para el incremento de la huella de carbono que alimenta la crisis climática. Los monocultivos están expandidos por todo este territorio y ni las tierras comunitarias se han salvado.
La comunidad Cordillera es una tierra comunitaria de origen (TCO) guaraní que está ubicada a 30 minutos de San Julián. Teófilo Alcoba, parte de esta comunidad, hace muchos años trabajaba menos hectáreas de tierra sembrando maíz. Una pequeña producción que le permitía tener una fuente de entrada razonable para vivir.
En 1995 su comunidad decidió alquilar sus tierras para sembrar soya, girasol y sorgo. Este alquiler consiste en recibir las semillas junto a su paquete de químicos y ellos entregan el producto.
La ganancia se divide en dos partes iguales, una para los que dan las semillas, los químicos y la maquinaria, y otra para ellos, los dueños que trabajan la tierra.
Volver a la semilla nativa de maíz que antes sembraba es un sueño que Teófilo ya no puede hacer realidad. Intentó de varias formas obtener la semilla nativa pero no lo consiguió. Su decisión de dejar sus pequeños cultivos de maíz, con la esperanza de ganar más dinero, terminaron por alejarlo de su semilla nativa.
Ahora la comunidad Cordillera tiene 2.418 hectáreas de monocultivos y una hectárea de bosque que dejó para que vivan las abejas que les fueron dejadas por un proyecto de apoyo rural.
Ante la incertidumbre, la pregunta flota en el aire: ¿Cómo podrán ahora enfrentar a la molécula desconocida?
Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo de Apoyo Periodístico “Crisis climática 2021” que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC), Comunidad en Acción y la Fundación para el Periodismo.
FOTOS: WARA VARGAS