La batalla de Argelia
No me cansaré de subrayar lo que significa para la épica ganar en las derrotas
Cada intento alemán era contestado con marcación argelina limpia y eficaz, y con absoluta claridad de qué hacer con el balón a continuación, gracias a estos impresionantes luchadores del fútbol, acalambrados al final del alargue, pero que hicieron su último esfuerzo para anotar el 1-2 a través de Abdelmoumene Djabou, ¡en el minuto 121!
El cineasta italiano Gilo Pontecorvo compuso en 1965 un testimonio audiovisual en blanco y negro convertido en paradigma cinematográfico anticolonialista perteneciente a la docuficción, titulado La batalla de Argel, producido, entre otros, por un futbolista retirado de nombre Yacef Saadi. La película que tuve la fortuna de ver hace como tres décadas, elogiada sin reservas en su momento por el inmenso Marlon Brando, registra la situación de los presos políticos del Frente de Liberación Nacional que genera la toma de conciencia de un reo común, recluido por ladrón, y que desde la ventana con barrotes de su celda observa la ejecución de un activista vinculado al nacionalismo argelino.
Sirva este preámbulo para que todos los futboleros del sur, desde nuestros lugares, desde la izquierda latinoamericana no partidaria, expresemos nuestra admiración por el extraordinario discurso futbolístico, más próximo al olimpismo que a la competencia descarnada puesta en cautiverio por el marketing, que fueron capaces de pronunciar los jugadores seleccionados de Argelia, el país de los padres de Zinedine Zidane, el país de origen de Karim Mostafa Benzema, el país por el que decidió jugar Sofiane Feghouli, el 10 que ayer puso en figurillas a los alemanes que no sabían cómo quitarle la pelota y que tenía la opción de asumir la nacionalidad francesa, pero prefirió seguir siendo argelino.
El partido que en tiempo reglamentario concluyó 0-0, que nos dejaba la sensación de un 5-5 —los dos porteros, Raïs, francés naturalizado argelino, y Manuel Neuer expusieron desempeños superlativos— tuvo en Alemania a la escuadra con mayor posesión, y en Argelia, una salida desde su línea de fondo con pelota dominada y un contraataque fantástico, espectacularizado por la tendencia germana al permanente adelantamiento de sus cuatro defensores que desde el principio estuvieron convencidos de que el trámite podía liquidarse con muchos goles en la portería rival.
Nada de eso sucedió, porque cada intento alemán era contestado con marcación limpia y eficaz, y con absoluta claridad de qué hacer con el balón a continuación, gracias a estos impresionantes luchadores del fútbol, acalambrados al final del alargue gran parte de ellos, pero que hicieron su último esfuerzo para anotar el 1-2 a través de Abdelmoumene Djabou, ¡en el minuto 121! cuando los alemanes, extraordinarios profesionales del juego, con mejor condición física para aguantar tan enorme e imprevisible desafío, habían anotado a través de André Schürle a los dos minutos del tiempo suplementario y Mesut Özil ¡en el minuto 120!
Durante las dos horas y dos minutos de partido, olvidé a Felipao que parece haberse tomado demasiado a pecho el “Orden y progreso” de su bandera, de las muecas de fastidio de Louis van Gaal, de la mirada ansiosa de Alejandro Sabella, del personal corporativo disciplinario de la FIFA que para castigar a Luis Suárez, parecía con intención de buscar su muerte civil, en los árbitros que se hacen los del otro viernes, no cobran lo que deben y sancionan lo que no existe, de los simuladores que son la nueva plaga de moda por la velocidad a la que hoy se juega para que el engaño que era legítimo desde el amague y la gambeta, haya pasado a formar parte del nuevo catálogo de tretas en pos de la ventaja circunstancial. Durante esas dos mágicas horas olvidé todo eso que emparenta al fútbol con obligaciones y reglas, y pude felizmente comprobar que hay batallas en las que una derrota puede resignificarse a partir de las convicciones de los que pierden con la entereza y la conciencia de saber cuánto valen, cuánto pueden y, por lo tanto, que merece tanto el esfuerzo extremo hasta el último segundo, aunque el marcador termine adverso.
Enfrente de estos argelinos dirigidos por el bosnio Vahid Halilhodzic, que arengaba a sus jugadores con una expresividad enfatizada por la cámara vertical del campo, antes de jugarse la media hora de alargue, estuvieron los de Joachim Löw que respetaron al rival de principio a fin, y a los que conforme transcurría el tiempo les quedaba cada vez más claro cuánto tendrían que bregar para romper el cero. Fueron 22 disparos al arco de los teutones contra 7 de los argelinos, de los cuales por lo menos cuatro a cinco pasaron por ese formidable delantero llamado Thomas Müller que recibía y recibía asistencias de Bastian Schweinsteiger y de Özil, y que tantísimas veces fue frenado por una zaga central formidable en la marca con Essaid Belkalem, Aisa Mandi, Rafik Halliche y Faouzi Ghoulam quitando e iniciando las salidas, a veces por las bandas, otras por el centro con toque y descarga para encontrar el vacío perfecto que complicó, sobre todo en la primera etapa, a la pareja central adversaria conformada por Jérome Boateng y Per Mertesacker.
Alemania ya había jugado un vistoso ida y vuelta frente a Ghana en la fase de grupos, y ayer lo volvió a hacer, certificando que ahora ya no le interesa tanto ganar por cansancio —aunque al final sus rivales terminen extenuados— sino por vocación ofensiva, por llegada a la meta contraria de la mejor manera posible. De Argelia, no me cansaré de subrayar que esta su batalla futbolística es el testimonio de lo que significa para la épica, ganar en las derrotas en un encuentro de esos que no se olvidan, en la ciudad que no podía tener mejor nombre para el mismo: Porto Alegre.