La noticia, del cablegrama al Twitter
A mis once años recibí el primer flechazo de los Mundiales. Con Inglaterra ’66 experimenté el deslumbramiento inaugural. Volvía corriendo de la escuela y me preparaba para ver, con profunda expectativa, los partidos anunciados para esa tarde ¡pero que se habían jugado dos días antes…!
Se transmitían en diferido, era lo que había y se disfrutaba igual. En ese torneo preciosamente británico descubrí los tres primeros fenómenos de este juego: Bobby Charlton, un jugador simple, moderno, veloz, de gran recorrido, con un deslizamiento por el campo como si corriera en patines, que desequilibraba y llegaba al gol merced a un excelente disparo de afuera; Beckenbauer, crack de todos los tiempos, que con solo 20 años pasaba por el lado de los rivales casi ignorándolos, como si no existieran. ¡Y era zaguero…! Eusebio, una auténtica pantera africana, incontenible, con remates furibundos, mortíferos. También me impresionó un señor rubio, siempre sonriente, que cubría todo el arco con su cuerpazo enteramente vestido de negro: Lev Yashin, cuya imagen es hoy el afiche de Rusia 2018.
Ver los partidos 48 horas después de disputados y en blanco y negro no nos molestaba en absoluto, los veíamos con gran interés pese a saber el resultado. Así se vivía y éramos felices. Era lo más avanzado tecnológicamente. En México ’70 llegó la primera revolución: el satélite, que dio un vuelco a las comunicaciones. Se televisaron todos los partidos en directo. Y fue un antes y un después. Recuerdo haber visto todos los de Brasil, los de Perú, varios de Uruguay, algunos de Alemania e Italia. De ese torneo me quedó grabada la impresionante habilidad y técnica de Tostao, los bombazos de Rivelino, el fútbol artístico de Perú. Y, por supuesto, el equipo de los sueños que fue Brasil con todos sus monstruos.
Los Mundiales de fútbol siempre fueron una avant premiere de los adelantos técnicos, en todos los rubros: estadios, balones, botines, indumentaria, pero sobre todo en las comunicaciones. Y los periodistas, los encargados de inaugurar esas innovaciones.
El 10 de junio de 1928 el mundo futbolístico —ya muy numeroso— palpitó la finalísima de las Olimpiadas de Amsterdam entre Uruguay y Argentina. Eran los dos colosos de la época. Una multitud los aclamó en vivo en Holanda. No había televisión ni celulares ni transmisiones radiales interoceánicas. En Buenos Aires, varios miles de espectadores se aglomeraron frente al palaciego edificio del diario La Prensa. Se anunció que informarían de las incidencias y allí estaban, expectantes, frente a una vidriera esperando novedades del gran choque rioplatense por el oro olímpico. Un empleado colocó una pizarra con la primera información, escrita con tiza: “GOAL URUGUAYO, 1 – 0”. Silencio, desazón. Pero, apenas iniciado el segundo tiempo, el dependiente de La Prensa retiró el cartel, escribió algo en él y volvió a ponerlo frente al vidrio. Decía “GOAL ARGENTINO, 1 – 1”. La gente estalló en júbilo, se abrazaba…
La información había llegado al periódico mediante un escueto cablegrama. Así era el mundo, así eran las comunicaciones. Al comenzar los Mundiales, el interés por el juego se fue universalizando y la creciente popularidad del fútbol obligó a los medios, aún siendo entonces muy elementales, a agudizar el ingenio y esforzarse por dar cobertura y cada vez mayor espacio a la información.
Una foto muestra cómo un puñado de suizos, en el centro de Berna, están parados frente a un comercio donde un televisor muestra las imágenes de un partido del Mundial 1954. Fue el primer Mundial televisado. Se emitía en directo para el lugar, no para el extranjero, no había cómo. En ese torneo de Suiza hizo su aparición como utilero de Alemania un señor que confeccionaba él mismo los botines para los jugadores de su país: Adi Dassler, quien luego fundaría el imperio de calzado e indumentaria deportiva Adidas.
Hasta 1938, las delegaciones participantes viajaban en barco al campeonato. Para la Copa de Brasil, en 1950, ya las selecciones utilizaron el avión, excepto Italia, que, traumatizada por el accidente aéreo en el que perdió la vida todo el equipo del Torino (1947), se trasladó a Brasil por vía marítima.
¿Cómo enviaban el material periodístico?, le preguntamos a El Veco, notable figura del periodismo de Uruguay, Argentina y Perú, quien arrancó su andadura mundialista en Chile 1962. “Fue un Mundial muy casero, no había centro de prensa, cada uno trabajaba en su habitación de hotel. No teníamos télex todavía, escribíamos en esas viejas Remington negras, juntábamos las notas y las enviábamos por avión en un sobre. Era lo más rápido”. La Tv seguía siendo en diferido para el exterior. “Recuerdo que un tal Frederici, de Argentina, filmaba los partidos. Por la noche, ponía la cinta en una lata y se subía a un avioncito Cessna, cruzaba la cordillera y la llevaba hasta Mendoza. De allí la mandaba a Buenos Aires en un vuelo de Aerolíneas y al día siguiente se emitía por Canal 7. Una proeza”.
En México ’86 aún pasábamos las notas por télex, ese ruidoso armatoste que nos desvelaba. Había que rogar que estuviera libre, que la operadora nos picara la cinta sin irse a comer o a hacer otro trámite, o lo que fuera. Que lo pasara a nuestra redacción y llegara bien… La tensión por transmitir el material nos mandaba a la cama molidos.
En Italia ‘90 vivimos un adelanto que simplificó nuestras vidas: el fax. ¡Qué maravilla! Ya lo habíamos visto por primera vez en México, pero apenas algún colega japonés tenía tal aparato en su redacción y podía transmitir por esa vía. En Estados Unidos 1994 aparecieron las computadoras, aligeradas y perfeccionadas en Francia ’98, en tanto en Corea y Japón 2002 ingresamos en la era de la comunicación inalámbrica, hoy impuesta definitivamente.
En 1930 no había enviados especiales. Se publicaban los escuetos informes que mandaban las agencias de noticias, sobre todo Associated Press y UPI. Cincuenta y dos años más tarde las cosas habían cambiado radicalmente y el fútbol reinaba sobre el planeta. Héctor Vega Onesime, director de la revista El Gráfico en los años 70 y principios de los 80, en su libro Memorias de un periodista, narra lo que fue el operativo de la publicación para el Mundial ’82, en el cual Argentina defendía el título. “Se dispuso una cobertura con 11 periodistas especializados, 8 fotógrafos, se montaron dos laboratorios para revelado del material, con laboratoristas incluidos, rentamos 10 autos cero kilómetro, un avión Lear Jet y dos apartamentos en Barcelona, ciudad elegida como cuartel central de la redacción. A ello se sumaron varias líneas telefónicas, dos circuitos de telex y dos máquinas para transmitir telefotos a color”.
Diego Lucero es el legendario cronista uruguayo que cubrió los primeros quince Mundiales. Pluma de oro, charlista exquisito, durante las deliciosas tertulias en su casa de La Plata le preguntábamos cómo enviaba su material en el Mundial de 1934, el primero realizado en Europa.
“Por barco”, respondió. “Yo escribía a mano o en alguna máquina que conseguía, quince o veinte notas, armaba un paquete y cada semana me iba hasta el puerto de Génova o al de Nápoles y las mandaba en algún vapor, que llegaba a Montevideo dos semanas después. En el diario las recibían y las iban publicando de a una, de a dos”.
Era el mundo que había. Las notas tenían tanta frescura como las de hoy, no se conocía otra cosa. Diecinueve ediciones después, el de Rusia será el Mundial de la instantaneidad. Podremos ir circulando por una calle de Tailandia o estar pescando en un lago del África y enterarnos de un gol y verlo al instante por Twitter o por el mismo WhatsApp. Hoy nos parece fascinante, ¿qué vendrá después…?