Roger De La Ronde soy yo

El poeta maldito con una obra secreta, esta vez, se llama Faustino Figueroa. Es un escritor fantasma, como Jairo León, como Bravo, como Felipe Lens, como Ruiz Plaza. Existen porque hemos elegido creer, porque estamos heridos de misterio, “tocados de viento”, como dijo Juan Manuel Roca, poeta colombiano. (Nota mental uno: en Bogotá en la librería San Librario de Camilo Delgado me compré su poemario Temporada de estatuas).
Faustino Figueroa es el mejor poeta y el más ignorado de toda Bolivia. Estamos a finales de los años 40 en la ciudad de La Paz. Acaba de nacer un colectivo de poetas zurdos, se hacen llamar: Los Lúcidos Bárbaros.Es otra gesta. Todos se visten bien (son hijitos de papá), como si fueran cantores de tango. Todos prefieren Rimbaud a Verlaine; y Lautréamont a Rimbaud. Todos sueñan con viajar a París y convertirse en escritores de verdad. Solo Faustino lo va a lograr, siguiendo el sendero de un peruano apellidado Vallejo. París es un mito literario, como la figura del escritor maldito.
Faustino fuma Gauloises y aprende francés para leer en versión original Los cantos de Maldoror. Vive en los libros más que en la capital francesa y se gana unos pesos laburando de lavaplatos en un restaurante chino llamado El imperio celeste. Faustino no va a escribir cuentos chinos sino dos libros inclasificables: Prosas impuras y París, página en blanco. (Nota mental dos: el otro día tuve un sueño extraño. Me perseguían y me refugiaba en el puesto de libros de Jaime Nisttahuz Parrilla. Ahí encontraba un ejemplar de Prosas impuras).
Figueroa conoce a Camus, a Cioran, a Michaux y junto a un amigo boliviano con plata pasa clases en La Sorbona como oyente libre. Se convierte —entre trago y putas— en una especie de voyous, un malandro de quinta. Prefiere ser rata en París que rico miserable en La Paz. Mientras tanto, escribe en el aire y sueña con la Gran Novela Boliviana, así en altas.
Pierde por borracho su primer manuscrito París es París es París es París, copia trucha de un aforismo famoso. París y Faustino existen solo en nuestra imaginación, en nuestras lecturas. Apenas llegan a ser metáfora. Ambos son víctimas de una leyenda, de una mentira. Entonces me acuerdo de Lewis Carroll y repito tres veces: El poeta Faustino existió, Figueroa existió, Faustino vive. “Lo que te digo tres veces es verdad”. Lo que no existe es el título de poeta. Nadie va por la calle pidiendo a gritos: díganme poeta. Los lectores que leemos por necesidad tenemos ese privilegio: esa “pega” solo la podemos dar/estampar nosotros.
Faustino es una mente perturbada, acaso irreal. Conoce a Nikita, una prostituta con un apodo extraño: Muñeca Rusa. Se concentra exclusivamente en autores franceses y rusos; en Flaubert, en Stendhal, en Chéjov. Cree que debe tener un pseudónimo: Louis Lenoir es la primera idea (descartada). Y al final escoge otro más raro aún: Roger De La Ronde. Con esa chapa, publica en una revista belga, Les Lévres nues. Tiene prisa por triunfar en París, como tantos latinoamericanos soñaron. Y recuerda la frase de la madre de su amigo jailón de apellido Lens: “La vida pasa en un pestañeo; la literatura, en dos”.
Figueroa es un cínico flaneur con sus “prosas impuras” bajo el brazo. Al final de sus días se va a parecer al Che de Vallegrande. En los momentos de bajón se hace la pregunta del millón: ¿necesita el mundo un libro más? Ya lo dijo un fracasado célebre: “el éxito es solo una forma más de la decadencia”. Faustino es un auténtico decadente, un solitario.
Cuando intuye el fracaso literario se pasa al arte efímero e irrepetible. Ahora fantasea con ser un artista de verdad. Tiene una ventaja: ya vive en París. “La escritura limita mi exploración”. Lo repite tres veces para creerse la vaina. Entonces monta su primer (y por supuesto) último happening bajo los efectos de drogas desconocidas, como él.
En esos paraísos artificiales, Faustino no es un cobarde, no está condenado al olvido/infierno. Y sabe que Ruiz Plaza, otro escritor fantasma que vive en Francia, lo va a resucitar muchos años después en una novela titulada El hombre tocado de viento (2022, editorial 3600). Ahora todos estamos en el mismo plano, ahora todos convergemos en la misma secuencia; muertos y vivos. Ahora, Jairo León, Bravo, Faustino Figueroa y Ruiz Plaza comparten algo más fuerte que el sueño loco de ser un escritor de verdad: el viento, ese silencio que nos borrará a todos. (Nota mental tres y final: esta columna de prensa solo existe porque la estás leyendo. ¿Necesita el mundo un columnista más?).
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.