Juana Azurduy Vol. 2
Imagen: “RetRato de doña Juana azuRduy de Padilla”, CRistian laime yuJRa (2020
Imagen: “RetRato de doña Juana azuRduy de Padilla”, CRistian laime yuJRa (2020
Ch’enko total
Al fin conseguí en físico el libro Juana Azurduy del escritor argentino Pacho O’Donell, segunda edición de bolsillo, de Penguiem Random House 2017, edición de 1.500 ejemplares. En diciembre pasado, un ejemplar me esperaba solito, arrinconado en la librería Cúspide de Buenos Aires. Podría decirse, gracias a esta lectura, que de 1812 a 1816 se generó una etapa de lucha heroica de la pareja Padilla Azurduy. Ya sin bienes, la pareja con cuatro niños se vio en la necesidad guerrera de la vida nómada, refugiándose en parajes indígenas de Tarabuco. Manuel radicalizó su vida entregándola a la guerrilla anticolonial, Juana se preparó silenciosamente. En 1812, Manuel retornó luego de un año de batallas al seno familiar, le contó a su esposa la tremenda noticia sobre la heroica acción de las mujeres cochabambinas en la Coronilla, que desafiaron al ejército colonial al mando de Goyeneche. El resultado, una masacre atroz que arrancó lágrimas al mismísimo general Manuel Belgrano.
Juana decidió, entonces, organizar un batallón al que llamó “Leales”. Su figura encaramada en un potro recién domado se va tornando épica, los hermanos indígenas la compararon con la Pachamama. Así, Bartolomé Mitre en su obra sobre Belgrano dice: “Doña Juana era adorada por los naturales como la imagen de la virgen”. En esta época aparece la entrañable figura de Juan Huallparrimachi, quien pidió a los Padilla integrarse a la lucha guerrillera. Se decía que Juan era hijo natural de Francisco de Paula, gobernador colonial de Potosí; y la madre, una descendiente directa del inca Huáscar. Manuel le encargó el cuidado de su esposa y niños. Sin embargo, la guerra y sus urgencias de libertad lograron que tanto Juana como Huallparrimachi se integren pronto a las tropas libertarias. Los esposos guerrilleros, ahora con tropa propia, quedaron vinculados por el norte, con Arenales y Warnes; por el oriente, con Umaña y Cumbay; y por el sur, con Camargo y las guerrillas del Moto Méndez. Combatieron en el ejército de Juana y Manuel, además del joven poeta Huallparrimachi, hombres valientes como Zarate, Pedro Padilla, Rabelo, Cueto, Carrillo, Miranda, Polanco. También mujeres anónimas al mando de doña Juana, con escuadrones de amazonas cuya fama se extendió por toda América. Cuando la guerra daba alguna pausa, los Padilla Azurduy iban a ver a sus hijos crecer bajo el cuidado de matronas indígenas. Manuelito tenía el carácter del padre, ya con siete años empezaba a cabalgar, Marianito tenía un encanto seductor, con seis años era un niño muy astuto y feliz. Juliana tenía la tez mestiza de la madre, con sus tres años ya conseguía galopar. Merceditas, aún bebé, andaba del abrazo de Huallparrimachi a los brazos de las mama warmis.
En 1814, los godos, al mando de Pezuela, arremetieron contra los Padilla. Entonces decidieron dividirse. Manuel y Juan —ahora destacado combatiente en la tropa de warak’as— fueron a combatir en las cercanías de Pomabamba; Juana, con los niños, buscó refugio, con algunos leales, en el Valle de Segura. Manuel fue derrotado en Pomabamba, los españoles resolvieron acabar con la mujer e hijos de Padilla. Entonces, Juana se internó —como última opción— en los pantanos del valle de Segura. Juana cruzó el pantano, lodo venenoso, lleno de insectos. Los españoles no entraron al pantano. Los acompañantes de Juana huyeron, quedándose solo con uno de nombre Dionisio Quispe. Manuelito y Mariano cayeron en el trayecto gravemente enfermos, la fiebre y el paludismo los mataron. Juana cavó con sus propios brazos una fosa precaria para enterrarlos. Instruyó desesperada a Quispe que se lleve a las niñas a un lugar seguro. “Juana ata velozmente dos ramitas y fabrica una insignificante cruz que hunde en ese montículo de tierra yerma…” (O’Donell, p. 111).
También puede leer: Juana Azurduy Vol 1
Desesperada, desgreñada y sangrante salió del lodo en busca de sus hijas, pues oyó ruido de espadas. Dispuesta a ceder su vida por la de sus hijas se sorprendió al ver que los ruidos de metal eran de Manuel Ascencio y Huallparrimachi. El encuentro fue tremendo. Manuel, al escuchar que sus dos hijos habían muerto en el lodo casi enloquece, Juan lo atajó, pues casi golpeó a Juana. No había tiempo para rencores, los tres fueron en busca de las niñas que estaban presas en un rancho custodiado por una decena de “tablasacas”. Irrumpieron con furia en el lugar, rescataron a las niñas que temblaban de fiebre, las liberaron, pero el paludismo pudo más: las niñas murieron en el galope. A partir de la muerte de sus cuatro hijos, Juana y Manuel combatieron con furia a la colonia, ya no tuvieron misericordia alguna con los heridos españoles. Los tres se unieron a las tropas del cacique Cumbay y sus guerreros chiriguanos. El 2 de agosto de 1814 estalló el combate de las Carretas, las warak’as de Huallparrimachi, las lanzas de los Padilla y las flechas de Cumbay se enfrentaron a una artillería española al mando de Pezuela, célebre y cruel militar español que peleó contra las tropas de Napoleón. Un escopetazo que tenía como blanco al caudillo encontró en su paso el pecho del joven poeta mestizo, quien se derrumbó sin alcanzar un gemido. Juan Huallparrimachi Mayta murió en batalla, tenía 21 años. En medio de la guerrilla y las penas, Juana clamó a la vida y se embarazó de una niña. Combatió con su espada de fuego embarazada. Juana tenía 34 años; Manuel, 38.
¿Historia novelada? Es posible. Pero con una bibliografía de apoyo notable. Pacho fue embajador de Argentina en Bolivia, amigo de Joaquín Gantier y de don Gunnar Mendoza. Además de ser director del departamento de Historia de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales de Baires, dos veces presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico argentino e iberoamericano, antes de que fuera clausurado.
Continuará.
Texto: El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta