No se pone nerviosa / la mariposa
‘Los días de la peste’ narra la vida en la Casona, una cárcel neoclásica que se parece a San Pedro.

Ninguna trampa es tan mortífera como la que uno se prepara a sí mismo”, dijo Chandler. José Edmundo Paz Soldán se ha cocinado una y se llama Los días de la peste, su última novela. Malpaso (toda una advertencia) la ha publicado en mayo en Cataluña. Nuevo Milenio, la editorial de su hermano Marcelo, la sacará en Bolivia: buen paso. La casa catalana regala a sus lectores la edición digital, el famoso e-book. Tienes que escribir tu nombre en la primera página (así rezan las instrucciones que vienen con el libro), sacar una foto, enviarla al correo electrónico de la editorial y a vuelta de email recibes el e-book. Hasta aquí las buenas noticias.
Los días de la peste narra la vida en la Casona, una cárcel neoclásica que se parece a la de San Pedro y cuyo calor nos recuerda a Palmasola. La Casona quiere ser un personaje, pero ahí se queda. No es fácil construir una novela coral con más de 30 personajes, el mayor peligro es diluirse en ninguno, quedarse en nada.
Paz Soldán ha recuperado el estilo realista —relata a puro fragmento y ráfaga, trata de conseguir un lenguaje coloquial (mezcla de paceñismos, cruceñismos y españolismos)— pero ahí se queda ante la carencia de ritmo y equilibrio narrativo. El tono apocalíptico y supuestamente perturbador con visiones pesimistas sobre religión popular, calaveritas, ayahuasca y diosas paganas cansa y aburre. Su infierno no (me) asusta.
La novela es un abuso del lugar común: la prisión como microcosmos maldito, estigmatizada, retratada con ojos de excursionista-paracaidista. O peor, contada después de leer la crónica sensacionalista de un gringo preso que puso de moda precisamente los circuitos penitenciarios para turistas. De yapa, las imágenes y letras comunes que se esperan de la literatura latinoamericana; la desgracia ajena y la resignación para conseguir lectores allende los mares. Aunque la corran, no se rinde la pornomiseria.
Las secciones de la Casona (asolada por un virus, por ratas, violaciones, insectos y perfumes de mala muerte) se llaman el Desconsuelo, el Desengaño, los Lamentos, los Chicles y el Quinto Patio (donde el mal gobierno del “jefazo” esconde a su preso político). El barrio en torno a la Casona es plazuela Ciega. Los Confines es el nombre de la provincia oriental que se va a levantar contra el centralismo al prohibir éste el “culto indígena” a la diosa vengativa Ma Estrella (la Innombrable de los 58 nombres con cuchillo en la boca). Y la gente ha visto que los cambios en su vida no eran tan revolucionarios como hubiera querido.
Si el cineasta orureño Diego Mondaca reivindicó en su segundo documental (Ciudadela) la cárcel como espacio de vida, Paz Soldán ha vuelto a mitificar su mala imagen. Si la película hablaba de prisiones particulares, de “medias” libertades (las de ellos, las nuestras), el libro del cochabambino da otra vuelta de tuerca a la hipocresía.
Hay dos tipos de presas y presos: los que están a gusto en la cárcel y los que no, los que sí sueñan con escapar y los que no. Habrá dos lectores de la extraviada novela de Paz Soldán (su obra zigzaguea en el último tramo, de la ciencia ficción a la violencia en Ciudad Juárez): los que llegarán a la página 325 y los que no.
Dicen las reseñas españolas que acompañan al libro que el autor tiene una de las imaginaciones más singulares de la narrativa latinoamericana actual. Probablemente tengan razón. Pero a un lector(a) boliviano, toda esta ficción, fruto de una gran fantasía (léase con sarcasmo), solo nos recuerda a un mal cuento.
El escritor peruano Fernando Iwasaki, amigo del susodicho, ha añadido: “En la literatura boliviana, el boom es Edmundo”. Que se reciba la ornación: me rindo, señores. Lo mejor de este desaguisado es el intertexto alimentado con haikus recopilados por el argentino Alberto Silva, con poemas del francés Serge Pey, del nobel sueco Tomas Tranströmer y con frases de Jesús Urzagasti en El país del silencio. ¿Qué hacen ahí? Ni puta idea, perdón. Pero, después de la desilusión, me he quedado pensando en este viejo poema japonés: “Aunque la corran / no se pone nerviosa / la mariposa”.