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Con el sorteo, Rusia 2018 ya puede palpitarse

El próximo Mundial ya tiene todo: fecha, sedes, partidos y rivales. Ahora solo falta jugar.

/ 4 de diciembre de 2017 / 16:13

Pekerman carraspeó y se pidió un cafecito, Tite una caipirinha, Gareca un pisquito y el Maestro Tabárez champán… Estaban satisfechos, distendidos, no digamos felices. Los que salieron apretando muelas y con mal sabor de boca fueron Sampaoli y Osorio. Cuando llegaron al bar del Kremlim ya estaba cerrado. Deberán caminar descalzos por un sendero de brasas. Les tocaron, posiblemente, los dos grupos más cruentos del Mundial. En el caso de Osorio (México) no solo se las verá con Corea del Sur y Suecia, dos incordios, sino que además debutará contra Alemania, un estreno que, o es para la historia o te deja fuera de carrera. Con un antecedente negro: el pasado 29 de junio, por la semifinal de la Copa Confederaciones, Alemania goleó 4-1 a México con amplia superioridad. Lo arrasó. Puede haber un complejo allí…

Por fin se realizó el promocionado sorteo del Mundial en Moscú, por cierto impecable, sencillo y breve. Y predecible. Más que nada un encuentro de gala interesante para hacer contactos e intercambiar tarjetas, porque la presencia de un entrenador en el lugar no tiene la menor relevancia. No puede influir en nada. El Maestro Tabárez fue el único técnico ausente y es el más contento de los 32: Uruguay cayó en un grupo hermoso: el “A”, con Rusia (en el puesto más bajo del Ranking Mundial, 65°), Arabia Saudita (63°) y Egipto (31°). Y estaba tomando mate en su casa de Montevideo, en pantuflas.

Rusia 2018 ya tiene todo: fecha, sedes, partidos y rivales. Ahora solo falta un “detalle”: jugar. Desde luego, hay grupos más duros y otros más amables, pero en el fútbol moderno no existen más equipos fáciles. Aquellos Yugoslavia 9 – Zaire 0 o Hungría 10 – El Salvador 1 son pinturas del pasado. Por suerte.

Si el de Uruguay es el grupo de la suerte, el de Alemania es el de la muerte, aunque no para Alemania, para los otros. En lo previo, México lo sufrirá más que otros por el antecedente citado y porque se topará en primer turno y ahí se juega casi todas sus fichas. A propósito de ello, recordamos una charla con Luiz Felipe Scolari. En la intimidad, contó: “Para ganar un Mundial, un paso importante es ser primero en el grupo, porque luego se transita un camino menos espinoso. Y para esto es decisivo ganar en el estreno”.

El sorteo fue transparente, sin misterios. Al menos eso pareció. Mucha gente —y una gruesa porción del periodismo— adoran pensar que hay arreglos, que las bolas frías y calientes, que Blatter (perdón, que Infantino…), que Putin ya cocinaron todo. Pero, modestamente, tal vez con cierto candor, preferimos creer que todo fue cristalino y el sorteo salió como salió. Es imposible sospechar que personalidades como Gary Lineker, Laurent Blanc, Diego Forlan, Puyol y demás se presten a componendas. Pero a una buena porción del público la seduce la trastienda, el rumor. Aparte, no podía haber sorpresas mayúsculas; los ocho cabezas de serie ya se conocían, se sabe que no pueden compartir grupo selecciones de la misma confederación excepto Europa, puesto que son 14 equipos y hay 8 zonas. Y los cabezas de serie surgen del Ranking Mundial, cuyo ordenamiento no es ponderativo, lo determinan los resultados. Por esa cuestión del Ranking se coló Polonia como cabeza del grupo “H”.

Todos temblaban de solo pensar que pudiera caerles España en su zona. Pues le cayó a Portugal y promete ser “el” partido de la fase de grupos.

Reeditarán el juego de Sudáfrica 2010, cuando España se impuso 1-0 con gol de Villa. El partido tendrá su morbo, pues Cristiano Ronaldo deberá enfrentar a sus compañeros del Real Madrid: Sergio Ramos, Nacho, Isco, Asensio, y a los barcelonistas Piqué, Iniesta, Busquets, Jordi Alba. Sus compañeros y sus grandes adversarios, juntos contra él. Será extraño para el divo.

Colombia puede aspirar a ganar su serie, como en el 2014. Otra vez integrará un grupo amable, aunque pensamos que Polonia y Senegal son mejores que aquella vez Grecia y Costa de Marfil. Incluso Japón debería crecer en relación al torneo anterior. Para muchos, Senegal es el mejor equipo africano del momento.

A Argentina le cayó una bolilla pesada: Islandia, Croacia y Nigeria. Islandia, es sabido, eliminó a Inglaterra de la Eurocopa el año pasado en octavos de final. Inglaterra con todas sus figuras (Harry Kane, Dele Alli, Rooney, Sterling, Jamie Vardy, Gary Cahill). Y empató con Portugal, que sería el campeón. Son vikingos, no son pueblos vencidos. Tienen autoestima alta. Que una isla de 331.000 habitantes sea país soberano habla bien de ellos. Además, es un partido trampa: si se gana, no es ningún mérito, si se pierde es una catástrofe. Y Argentina arranca con ellos. Suscribimos la frase de Valdano: “Debutar contra Islandia es una piedra”. Luego viene la Croacia de Modric, Kovacic (los dos del Real Madrid), Rakitic (Barcelona), Mandzukic (Juventus), Perisic, Brozovic (ambos del Inter), Subasic (Mónaco), Lovren (Liverpool), Vrsaljko (Atlético de Madrid), Kalinic (Milan)… Y cierra con Nigeria, que hace veinte días le ganó 4-2 tras ir perdiendo 2 a 0.

Maradona, uno de los que extraía las bolas, eligió un púlpito inadecuado para mandarle un palo a Sampaoli. Le preguntaron cómo veía el sorteo para su selección; respondió: “Accesible, pero Argentina debe mejorar porque juega muy mal”. Como muchos eran rusos, otros árabes, otros japoneses, tal vez no captaron, pero Sampaoli se la devolvió de bote pronto: “Lo único que le puedo decir al hincha es que vamos a poner muy arriba la bandera del país y que podemos tener muchas ilusiones. Sé que tengo al mejor de la historia (por Messi) y eso es un aval más. Aparte, nos sacamos la mochila de la clasificación”. Al ángulo.

Hoy asoman cuatro grandes favoritos, en este orden: Brasil, Alemania, España, Francia. El primero atraviesa un estado de gracia. El segundo es orden, confiabilidad, jugadores, esquema. España lleva a las figuras de los clubes más fuertes del mundo: Barcelona, Real Madrid, Atlético, los dos Manchester, Chelsea…) Y Francia porque tiene dos docenas de jugadores de inmenso talento, muchos de ellos jóvenes: Lloris, Sidibé, Varane, Kimpembe, Umtiti, Kurzawa, Kanté, Rabiot, Tolisso, Lemar, Griezmann, Lacazette, Mbappé, Giroud… La lista es extensa y riquísima.

Otra selección de la que debemos esperar mucho es Bélgica, un facsímil de Francia en cuanto a cantidad de nombres con brillo. Courtois, Hazard, De Bruyne, Lukaku, Meunier, Kompany, Mertens, Yannink Carrasco, Vertonghen, Alderweireld, Mousa Dembélé, Nainggolan, Batshuayi…  ¡Tantos nombres de ligas grandes…! Veremos si el corazón político de la Unión Europea puede llegar a ser también su corazón futbolístico.

Tenemos, si se le permite al cronista una apuesta, el deseo de poner una ficha a Inglaterra por primera vez. Por Harry Kane, por Dele Alli, por Sterling, por tantos jóvenes prometedores. Y está Argentina también, por Messi, ese genio que tira solo del carro y aunque el carro se empantana él sigue igual haciendo fuerza. Veremos si en estos meses Sampaoli logra darle una fisonomía a ese mal equipo que vimos en la Eliminatoria. Es un gran laborioso Sampaoli, quiere un equipo que por fin coopere con el genio, lastimosamente no parece tener muy buen gusto a la hora de elegir jugadores el técnico.

Un dato a tener en cuenta y que puede abrir diversas puertas: dado que el sorteo les deparó grupos vecinos, hay altas chances de que Brasil y Alemania se topen en cuartos de final. Si ganan sus grupos, desde luego, pero es lo menos que cabe pensar. Y si uno de los dos cae, crecen las chances de otros. Como siempre decimos, son todas especulaciones que pueden terminar en el canasto. Éste es el sorteo, la verdad estará en el verde césped a partir del 14 de junio.

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‘Viva mi patria, Bolivia…’

En 1963, el conjunto verde se coronó campeón de la Copa América y la cueca pasó a ser un himno nacional.

La hazaña boliviana en la Copa América 1963 IMAGENES: Libro '50 años de La epopeya'

/ 16 de junio de 2024 / 06:53

Apolinar Camacho compuso en 1939 la música y la primera estrofa de A Bolivia, deliciosa cueca grabada por el sello Odeón, de Buenos Aires, en 1946. El poeta y tenor salvadoreño Ricardo Cabrera le colaboró con el segundo y tercer párrafo. Como esas cosas desairadas por la suerte, enfilaba hacia el olvido. En la Copa América de 1963 alguien la desempolvó y empezó a pasarla en el estadio antes de los partidos de la Selección Boliviana, en La Paz y en Cochabamba. El equipo encadenó su marcha triunfal y la cueca, como impulsada por las placas tectónicas de la tierra, arrasó. Sacudió los corazones, extrajo lo más profundo de la bolivianidad. Sonaba ya en las radios y en los negocios de las calles comerciales, incluso se la oía resonar desde el fondo de las casas con su pegadizo estribillo. Una vez terminado el campeonato y consagrado por primera vez campeón de América el conjunto verde, el músculo de lo popular la rebautizó como Viva mi patria, Bolivia. Y la fuerza huracanada del fútbol la convirtió en un segundo himno nacional.

Fue la banda sonora que acompañó una gesta con repercusión inigualable. Ninguna de las otras 47 coronaciones del torneo generó tal fenómeno de entusiasmo y orgullo nacional. La Copa América era un acontecimiento en los pueblos donde se jugaba, aunque quizá en ningún caso como en este de Bolivia 1963, cuando la Verde se coronó tras vencer a Argentina y Brasil. Ese título en una nación futbolísticamente modesta alcanzó ribetes epopéyicos y tuvo tintes reivindicatorios. Toda Bolivia se lanzó a las calles, en pueblos y ciudades, en un frenesí que duró días.

“Esa conquista fue el suceso del siglo en Bolivia. El país estaba conmocionado y paralizado por la emoción”, evoca Miguel Velarde Tapia, periodista de los grandes, jefe de medios. El día siguiente a la coronación no fue decretado oficialmente feriado, pero nadie trabajó, la gente se lo decretó sola y siguió de festejo corrido. Fue una mezcla de feriado cívico con alegría de Carnaval.

“Las celebraciones duraron mucho tiempo, fueron 15 días de fiestas, agasajos, bailes en las calles”, contó Ramiro Blacut.

Como en los cuentos de hadas, antes del final feliz hubo un comienzo inquietante. 27 ediciones del Sudamericano se habían disputado ya, aunque nunca le había tocado albergarlo al país que sacó de su vientre el oro, la plata y el bronce que se llevaron durante el virreinato para enriquecer a España. Bolivia se preparó como nunca, quería abrirle sus brazos a todo el continente, mostrarle su rostro más bonito. Hasta canceló su temporada de fútbol de 1962 para abocarse a los preparativos. Se remodeló a nuevo el estadio Hernando Siles, de La Paz, y se mejoró ostensiblemente el Félix Capriles, de Cochabamba. Sin embargo, las asociaciones sudamericanas fueron remisas hasta el último momento. No querían enviar a sus equipos. Con tantos aprestos, la Copa estuvo a punto de naufragar. Bolivia había preparado la mesa, horneado hasta los pastelitos y nadie le iba…

El titular de la Federación Boliviana, el ingeniero Roberto Prada, asistió al Mundial de Chile a entrevistarse con dirigentes locales, de Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, con gente de la Confederación. Fue al Congreso de la Conmebol en Asunción, emprendió una larga gira país por país. Eran todos noes. La prensa boliviana hasta lo tomó para el churrete: “los viajes de Prada”, decía con sorna. Chile no acudió por motivos extrafutbolísticos (hasta hoy supuran las heridas de la Guerra del Pacífico), Uruguay alegó el tema de la altitud. Es que, por primera vez en la Copa América se jugaría en los 3.640 metros sobre el nivel del mar en que reposa la colonial y hermosa Nuestra Señora de La Paz.

La “mala fama” de La Paz comenzó en 1960, cuando Peñarol vino a jugar por la Libertadores. En Montevideo había vencido a Wilstermann 7 a 1 sin apretar el acelerador. Pero en La Paz apenas pudo igualar 1 a 1. Al año siguiente la Celeste debía enfrentar a la Verde por la Eliminatoria para el Mundial ‘62. Era a partido de ida y vuelta y el ganador iba a Chile. Uruguay lo consideró de cuidado y envió con antelación a dos médicos para que analizaran la influencia de la altura, los doctores Masliah y Protto. Volvieron con un dictamen contundente: “Es imposible jugar allí”. Aduciendo que no era conveniente jugar en tal altitud, se negó a viajar a la Copa América. Allí nació el debate sobre si se debía o no jugar al pie del Illimani.

La emoción casi provoca una tragedia. Una multitud invadió la pista del aeropuerto de El Alto a la llegada del avión que traía a los campeones desde Cochabamba.
La gente no aguantó y se lanzó a frenar el aparato.

En los demás países comenzó a circular el chiste de que los aviones no aterrizaban en La Paz, estacionaban. “Tanto se habló de este tema que nos cambiaron el nombre de la ciudad, antes era La Paz, ahora es La Altura de La Paz”, ironiza con su chispa Guido Loayza. “Casi hubo que suplicarles a todos que vinieran”, evocaba Cucho Vargas, el narrador número uno de Bolivia de todos los tiempos. Importaba especialmente que asistieran Argentina y Brasil, por lo que representan, por el imán para el público. Dos novias indecisas. A último momento comprometieron su palabra: “Vamos”. Y vinieron. Brasil, sobre todo, era esperado porque venía de clasificarse apenas unos meses antes bicampeón del mundo. Pero, para desencanto general, no trajo ni a Pelé ni a Garrincha, ni a los ninguno de los consagrados en Chile ‘62. Asistió con un remiendo: la selección mineira que en enero de ese 1963 se coronó campeona brasileña, con refuerzos juveniles de Río, San Pablo y Río Grande do Sul. Sí fue comandada por el técnico principal, Aymoré Moreira. Y Argentina no concurrió con el equipo del Mundial de Chile; Boca y River le dieron la espalda. No obstante, conformó una fuerza respetable. Hacha Brava Navarro, hercúleo zaguero de Independiente, fue el capitán. Era de esos que dejan la sangre en la cancha, la suya y la de los contrarios. El otro central fue Rafael Albrecht, notable jugador de Estudiantes y posteriormente de San Lorenzo. También actuaron el Gato Andrada, César Luis Menotti, Raúl Savoy, Mario Rodríguez, Carlos Timoteo Griguol, el Mono Zárate, punterazo de River y de Banfield, el Loco Lallana y Oscar Martín, férreo lateral derecho que en 1966 sería capitán del Racing campeón de la Libertadores. Grandes jugadores, aún cuando la mayoría hacía sus primeras armas en el campo internacional.

Total que, de no ir nadie, al final se juntaron siete selecciones. Bien. Sin embargo, las pálidas continuaban. En noviembre de 1962 había llegado a Bolivia el nuevo seleccionador nacional, Danilo Alvim, quien fuera el centromedio de Brasil la tarde infausta del Maracanazo en 1950. Por todos sindicado como un hombre reservado, sencillo y criterioso.

“Alvim sabía escuchar a los jugadores y, en una de las tantas charlas hablando de lo que era mejor para el equipo, lo convencimos de llamar a Max Ramírez, un gran jugador. Faltaban sólo cinco días para el partido inicial y lo llamó. Y fue titular”, relata Wilfredo Camacho, la estrella del campeón, un mediocampista con carácter y gol.

Chile no fue invitado por las rispideces históricas y por un conflicto entre ambos países por el uso del río Lauca.

Pero Danilo no arrancó mal, arrancó peor. En sus dos primeros partidos, ambos frente a Paraguay por la Copa Paz del Chaco, perdió 3 a 0 y 5 a 1, los dos en Asunción. Dos palizas que preocuparon hondamente, porque además estaba avanzado febrero. Faltaban apenas tres semanas para el debut, no se podía organizar la Copa y hacer un papelón. ¿Y entonces, qué…? “Afuera Danilo”, rebuznó cierto periodismo, tan afecto a ello. No consideraron que los futbolistas locales carecían de ritmo de juego, pues el campeonato local se suspendió por un año a causa de la preparación del torneo continental. Y el uno de la Federación, Roberto Prada, pareció darle la razón a la prensa.

“Habían decidido echar a Danilo, pero Cucho Vargas y Lorenzo Carri, los dos periodistas más influyentes del país, lo hicieron desistir”, interviene de nuevo Miguel Velarde. Reunidos con Prada, lo convencieron de que ya era demasiado tarde, sería peor el remedio que la enfermedad.

—¿Tanto era el predicamento de Cucho Vargas? —preguntamos.

—Era el número uno total. Para darte una idea: tanta publicidad tenía Cucho que, para no chocarse con sus transmisiones tuvieron que armar dos cadenas, una pasaba, por ejemplo, la publicidad de Coca Cola y otra la de Pepsi.

Y, aunque atado con alambres, Danilo siguió.

El gol más festejado en la historia de Bolivia: el de Camacho a Argentina que rubricó el 3 a 2 y dejó a la Verde a las puertas del título.

—Es absolutamente cierto— recordaba Vargas a los 91 años, con asombrosa lucidez— los dirigentes habían decidido sacarlo, pero con Lorenzo lo fuimos a ver y lo convencimos de que debía seguir, ya estaba encima el Sudamericano. Y pudimos salvarlo. No sólo eso, nos reunimos con Danilo Alvim y le hicimos ver que Ausberto García debía estar en el equipo. Él tenía un problema en la “azotea” (N. del A.: mental). En un partido por la Eliminatoria frente a Argentina, en 1957, Amadeo Carrizo le pasó la pelota por sobre la cabeza dos tres o veces, lo ridiculizó y Ausberto quedó como traumatizado, achicado, pero era un jugador fantástico, de mucha calidad, dominaba la pelota como los grandes cracks, jugaba con cabeza levantada… Danilo confiaba ciegamente en nosotros y lo convocó. Y García fue una de las grandes figuras del torneo, con goles espectaculares y actuaciones inolvidables.

Por fin, el domingo 10 de marzo el presidente de la República, Víctor Paz Estenssoro, izó la bandera en el Hernando Siles y dio por comenzado el torneo. Era el tiempo, aún, en que los presidentes podían dar un discurso y dejar inaugurada una Copa América o un Mundial. Hoy, cualquiera que baje al campo o se pare en su butaca recibiría la chifladura de su vida. Es el desprecio al poder, a la autoridad, que tan legítimamente se lo ha ganado.

Había más: se temió que no hubiera rival. Ecuador llegó con la lengua afuera el sábado a la tarde, unas 20 horas antes del cotejo inaugural. La preparación ecuatoriana fue lamentable. En medio de una desorganización total, hicieron un partido amistoso y cayeron frente a River, que lo aplastó por 8 a 1 en Guayaquil. Radios y periódicos pusieron el grito en el cielo: “¡Que no vayan…!” Comenzaron a presionar para que su selección no se presentara en la Copa América. Y lo deben haber pensado seriamente porque decidieron viajar recién a último momento. Tanto que casi no llegan a tiempo. Había temor de protagonizar un bochorno monumental. El desorden era completo. Los futbolistas se sentían abandonados. Faltaban apenas nueve días para el estreno en la Copa. Los técnicos, el argentino Mariano Larraz y el ecuatoriano Fausto Montalván, tuvieron el tino de no inventar nada (algo que fascina a los entrenadores). Conformaron el equipo básicamente con futbolistas de dos clubes: Emelec y Barcelona. La defensa barcelonista y el ataque emelecista. Y a otra cosa. Nada raro. Como diría el Puma Goity, “dos wines bien abiertos y un nueve que la meta adentro…”

El arribo de Ecuador al aeropuerto de El Alto les devolvió el alma a los organizadores. La no presentación del seleccionado tricolor hubiese supuesto una mancha de grasa en el impecable traje de lino que estrenaba Bolivia. Se tenía la certeza de vencer a Ecuador, pero se pretendía hacerlo en la cancha, no en un escritorio.

“Cuando armaron el calendario pusieron a Ecuador en el primer partido pensando que lo goleaban”, aporta Miguelito Velarde.

Y llegó la hora de la verdad, cuando empieza a rodar la pelota. Todo lo demás es esto: fútbol hablado, palabrerío que no sirve más que para un libro, un diario o una radio. O peor, para la televisión, el mayor recipiente de palabras de la humanidad.

A los 27 minutos ganaba Bolivia cómodamente 2 a 0 y el público, satisfecho, comía empanadas y se convidaba caramelos, los entrañables Sugus. Los tres jefes de barra, ubicado uno en cada tribuna, dirigían un clásico canto de aliento: una tribuna coreaba “BO, BO, BO”, otra el “LI, LI, LI” y una tercera el “VIA, VIA, VIA”. Luego, todas juntas tronaban con el “VI-VA-BO-LI-VIA”. Pero en 20 minutos electrizantes (de los 30 a los 50), Ecuador, sordo a los gritos, dio un vuelco sensacional, inesperado: hizo cuatro goles y pasó a ganar 4 a 2. Goles del Maestrito Raymondi, el Pibe Bolaños y dos de Carlos Raffo, los tres, jugadores de Emelec. Raffo, que terminó siendo el goleador de la Copa, era argentino, aunque nunca hemos visto cosa más ecuatoriana que el Flaco Raffo.

Un frío polar atravesó los pechos bolivianos, los congeló. ¡Perder por goleada ante Ecuador…! ¡Y en el debut! Los dirigentes, sentados junto al Presidente de la Nación, parecían estar masticando ladrillos. Se derrumbaba toda la ilusión. Sin embargo, sin brillar, pero machacando, Bolivia consiguió finalmente un decoroso empate 4 a 4. Que no conformó a la cátedra, sobre todo por las precarias condiciones en que llegó Ecuador, pero salvó los muebles y sofocó el incendio. Incluso la entereza para sobreponerse a lo que parecía una derrota segura templó el ánimo de los futbolistas nacionales y enderezó el timón. Enseguida tocó Colombia y también comenzó perdiendo, pero lo dio vuelta rápido y ganó 2 a 1. Lo demás fue un dulce camino a la gloria, tapizado de alegría: 2-0 a Paraguay, su verdugo reciente en la Copa Paz del Chaco, 3-2 a Perú, 3-2 a Argentina y 5-4 a Brasil en el cierre. Espectacular, soñado. Campeón invicto, con cinco triunfos consecutivos y 19 goles. Recién en 1997 Bolivia volvería a conseguir cinco triunfos al hilo. Ni en el sueño más disparatado podía concebirse semejante actuación. Y el Viva mi patria, Bolivia atronando los cielos del altiplano y de los llanos orientales. Aunque fuera por una vez, un país unido como por encanto, sin sombra de pecado.

Quizás ninguna de esas victorias, ni siquiera la última, se celebró tanto como la alcanzada frente a Argentina, rival ante el cual, en Sudamérica, los éxitos se festejan doble. Bolivia lideraba las posiciones con 7 puntos y Argentina sumaba 6; después de eso quedaba un último encuentro para cada uno. Paraguay, con 6, también apretaba. El ganador se perfilaría hacia el título. Esa tarde cochabambina tuvo una carga de dramatismo que, al liberarse, desató una emoción ciclónica. Ganaba Bolivia 1-0, empató Mario Rodríguez, volvió a subir a la Verde en el marcador Ramiro Blacut y otra vez Mario Rodríguez igualó. El primer tiempo se fue 2 a 2. El segundo se jugó bajo una gran tensión. Bolivia presionaba y se topaba con Edgardo Andrada. El milagrero arquero rosarino tenía tardes, muchas, en que paraba el viento. Fue el arquero al que Pelé le marcó su gol número 1.000. Cuando ya parecía que terminaba en tablas, Blacut mandó un centro que pegó en el brazo de Griguol y el árbitro peruano Arturo Yamasaki sancionó penal. ¡Penal para Bolivia faltando dos minutos! La gente estaba a punto de explotar de la algarabía. Encargado, Max Ramírez, el gran caudillo de The Strongest; una responsabilidad y una presión tremendas. Ramírez pateó fuerte y al ras a la derecha de Andrada, el Gato se arrojó a su izquierda, pero estiró su pie, con la punta del botín alcanzó a tocar la bola y logró echarla al córner. Una angustia de muerte se apoderó del Hernando Siles. En esa felina acción, Andrada no sólo les había quitado el triunfo, posiblemente con ella les arrebataba el campeonato, la fiesta, todo. Era un guion demasiado cruel.

“Si el público boliviano se sumió en un silencio distinto a todos los silencios ante la proeza de Andrada, segundos después iba a lanzar el rugido más atronador que se haya escuchado jamás en el viejo coloso miraflorino ante el golazo de Camacho”. Las palabras del colega Pachi Ascarrunz pintan la excitación de aquel instante. Si perdía aquel partido, Argentina quedaba fuera de la lucha por la corona, de modo que todo el equipo argentino entendió que Andrada los había salvado más que de una derrota. Los 10 compañeros rodearon al arquero centralista felicitándolo efusivamente. Eran un racimo de euforia. Pero apenas 13 segundos después de la tapada sucedería un episodio cinematográfico. Lo revive Ramiro Blacut:

“Los jugadores argentinos estaban todos abrazando a Andrada, entonces nuestro compañero Fortunato Castillo, a quien le decían El Zorro, porque es vivísimo, ejecutó rápido el córner, sacó un centro al área y Camacho, que justo estaba consolando a Ramírez por fallar el penal, sin nadie que lo marcara, vio la pelota en el aire, cabeceó y gol. Perfectamente válido. Y triunfo de Bolivia 3 a 2”.

La mentada viveza rioplatense cambió de vereda esa vez. Algunos jugadores argentinos ensayaron una tibia protesta, pero no había nada que reclamar, se durmieron; Yamasaki no hizo lugar e instantes después terminó el juego.

“Quedé como petrificado tras la tapada de Andrada y solté el micrófono —retoma Cucho Vargas— Siguió relatando Lorenzo Carri. Pero inmediatamente vino el gol de Camacho y no lo grité, sólo pegué un alarido interminable y, de la emoción, di un golpe tremendo contra la caseta de transmisión y me lastimé los nudillos. Aunque aún faltaba ganar un partido, ese de Camacho fue el gol del campeonato, el más gritado en la historia de Bolivia. Pasamos de la desolación a la euforia en unos segundos”.

Quedaba un último escollo: Brasil. Lo derrotó con cierto apremio, aunque marcando cinco goles: 5 a 4. Ahí sí, se desató la locura en todos los rincones del país. En ese torneo se afianzó la camiseta verde para la selección campeona, que tuvo una base inamovible: Arturo López en el arco, Roberto Caínzo, Eduardo Espinoza, Max Ramírez y Eulogio Vargas en la línea de fondo; Máximo Alcócer, Wilfredo Camacho y el ídolo máximo, Víctor Agustín Ugarte, en la media; Ramiro Blacut, Ausberto García y Fortunato Castillo en ataque. Alternaron Jesús Herbas en defensa, Renán López y Abdul Aramayo adelante. Caínzo, Espinoza y Vargas eran argentinos nacionalizados. Camacho, Alcócer y Fortunato Castillo fueron los goleadores, cuatro cada uno. Camacho, un hombre corpulento y de fuerte personalidad, era el capitán y resultó el héroe de la conquista. Por él se instaló en el país un nuevo estilo de juego, basado en la garra, el empuje y la verticalidad: “el fútbol camachista”. Camacho resumiría luego el momento cumbre del fútbol boliviano:

Cucho Vargas en vestuarios reporteando a Max Ramírez, el gran capitán stronguista que prácticamente fue "puesto" en el equipo campeón por sus compañeros.

Los jugadores con la Copa en Palacio, recibidos por el presidente Víctor Paz Estenssoro, quien siguió los partidos en el estadio.

“La conquista del ‘63 fue en base a una buena camada de jugadores con esencia goleadora, como Víctor Ugarte, Ausberto García, el que habla, modestia aparte, Máximo Alcócer, Ramiro Blacut y Abdul Aramayo, gente a la que le gustaba la función de hacer goles. La habilidad de los hombres era lo importante, pero el talento estuvo al servicio del equipo. No hay mejor jugador que el conjunto… La base principal fue la camaradería que existió, éramos un solo corazón, eso nos llevó al éxito. Antes no contábamos con los recursos que hay ahora. No teníamos los gimnasios que existen actualmente para complementar nuestro entrenamiento. Nos ayudó mucho correr todos los días doce kilómetros desde la concentración a Quillacollo. Hubo mucha entrega y trabajo en la parte física. Corríamos los 90 minutos y por todo el campo de juego”.

La jornada final se disputó en Cochabamba porque los equipos visitantes se oponían a disputar un encuentro con opción de título en “el Techo de América”, como se conocía a La Paz.

“Vea —vuelve Cucho Vargas— Las alegrías que da el fútbol a un país no se pueden comparar con nada. El fútbol es único; por hacer un periodismo comprometido sufrí cuatro atentados contra mi vida, pero el fútbol nunca me abandonó, sólo me dio satisfacciones. Al término del partido frente a Brasil en el que Bolivia se consagró campeón, teníamos que volver de Cochabamba a La Paz. Debíamos salir para el aeropuerto, pero dijimos no, no vaya a ser cosa que… Pasó que unos días antes de ese partido cayó un avión del Lloyd Aéreo cerca de La Paz matando a un montón de gente (N. del A.: fue en medio del campeonato, murieron los 39 ocupantes). Teníamos cierta aprensión. Devolvimos los pasajes y nos fuimos por tierra con Remberto Echavarría, extraordinario comentarista. Teníamos preparado un taxi a la salida del estadio. Por cada pueblo que pasábamos la gente nos reconocía por el auto, que tenía un letrero en el parabrisas con la consigna del programa: ‘La verdad desde la cancha’. Nos hacían parar y bajar. Nosotros intentábamos excusarnos: ‘Tenemos que volver urgente a La Paz…’ Nada, no había cómo esquivarlo, a bajarse… Era la felicidad total, nos llevaban en andas… Y meta trago, meta baile, meta comida… Era un viaje de seis o siete horas, pero tardamos 24… Y llegamos descompuestos de tanto tomar aquí y allá. El júbilo era inenarrable, y duró varios días”.

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Ramiro Blacut sí viajó por aire y cuenta la increíble llegada del avión a La Paz transportando a los campeones.

“Estábamos ansiosos por llegar, el avión ya estaba por tocar tierra cuando de pronto sentimos que levantaba vuelo de nuevo. ¿Qué había pasado? Miles de personas eufóricas habían invadido la pista y se abalanzaron por donde debía carretear el aparato. La policía no pudo controlar a la gente, que se metía por los campos vecinos. Para evitar una tragedia, el piloto lo subió de nuevo, hasta que pudieron despejar la pista. ¡Al bajar fue todo tan emocionante…! La gente quería los zapatos, los pantalones, las medias, todo… Nos abrazaba. Ya al vencer a Argentina había sido así”.

De fondo, en cada pedacito de su geografía, retumbaba esa maravilla:

“Viva mi patria Bolivia,

una gran nación,

por ella doy mi vida,

taaaambién mi corazón…”

Fue el suceso más feliz de su historia como nación. La Selección Boliviana sí acudió a Uruguay en la Copa siguiente, en 1967. Fue a defender el título y quedó última sin siquiera marcar un gol. Un desencanto, claro, pero no alcanzó a empañar, en absoluto, la gesta del ’63. Esa tuvo el sabor de las cosas que se alojan en el alma, reposaba ya en un cofre de oro. La gloria es un bien abstracto e indestructible, nunca muere.

Texto: Jorge Barraza

Fotos: Libro ’50 años de la Epopeya’

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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Gana el que ficha bien

Jorge Barraza

/ 20 de febrero de 2023 / 02:47

Julian Nagelsmann mira al banco y echa mano a Alphonso Davies, Thomas Müller y Serge Gnabry. Christophe Galtier necesita hacer un cambio, gira su cabeza y no ve a nadie potable, los que están sentados no pueden darle soluciones porque juegan menos que los titulares.

He ahí la diferencia esencial entre el Bayern Munich y el Paris Saint Germain. Además de los once cracks que tiene en campo -todos contrastados y de alto rendimiento-, el técnico alemán dispone de esos tres fenómenos. Y aún le quedan en la recámara Daley Blind y Mazraoui, que fueron figuras en el Mundial para Holanda y Marruecos respectivamente.

Incluso hay tres ausentes ilustres: Manuel Neuer, Lucas Hernández y Sadio Mané, ahora lesionados. Tiene siempre 20 ó 22 profesionales de máximo nivel porque disputa hasta el final todas las competiciones.

Salvo deshonrosa excepción, el Bayern se equivoca poquísimo en las contrataciones. Neuer, Kimmich, Goretzka, Pavard, Davies, De Ligt, Upamecano… Hasta hace poco Lewandowski, Alaba, Hummels, Ribery, Robben… Todos vienen de afuera, todos bien ojeados.

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En el club bávaro no hay pases ruinosos tipo Neymar (222 millones de euros) o Coutinho (160 M€). Con Coutinho y James Rodríguez probaron con un préstamo, no eran lo que ellos pensaban, los devolvieron. Ése es el secreto de su éxito permanente: saber comprar. Y es la clave de la felicidad en el fútbol.

Desde el inicio del nuevo milenio (contando a partir del año 2000) el Bayern ha hilvanado 47 títulos: 17 Bundesligas, 11 Copas de Alemania, 3 Copas de la Liga, 8 Supercopa de Alemania, 3 Champions League (y 2 subcampeonatos), 2 Supercopas de Europa, 1 Copa Intercontinental y 2 Mundiales de Clubes. Descomunal. Y en Champions varias veces llegó a semifinales o a cuartos. Siempre dejando su marca de solidez y confiabilidad. Nunca hipotecando las finanzas.

En medio de semejante cosecha, en 2006 adquirió en propiedad el fantástico estadio Allianz Arena. Hoy es el club de fútbol con más socios en el mundo: 323.000. Y posee 358.886 miembros registrados en sus 4.428 clubes oficiales de fans. El club posee, además, el 51% de una sociedad anónima llamada Bayern Munchen AG cuyos socios minoritarios son tres superpotencias: Adidas (8.33 %), Audi (8.33 %) y Allianz (8.33 %).

Desde luego, está extraordinariamente bien administrado, pero la base de semejante pirámide sigue siendo fichar bien, en base a tres preceptos: capacidad, rendimiento y carácter, los atributos esenciales que necesita un futbolista para triunfar en el club de Beckenbauer y Gerd Müller, padres fundadores de este imperio.

Aunque de naturaleza muy distinta, el Paris Saint Germain es otro notable acierto empresarial. El fondo soberano catarí Qatar Investment Authority compró el 70% de las acciones en mayo de 2011 a un costo de 70 millones de euros. Luego se quedó con el 30% restante.

En septiembre de 2022, la revista estadounidense Forbes estimó el valor de la marca Paris Saint Germain en 3.200 millones de dólares (sólo Kylian Mbappé vale 300 millones). Tomaron un club de escasa trascendencia que había ganado dos ligas desde su creación en 1970 y lo convirtieron en una referencia mundial. Y desde la llegada de Lionel Messi subieron excepcionalmente su imagen y popularidad en redes sociales, también su mercadeo.

En estos once años ganaron 8 ligas, 6 Copas de Francia, 6 Copas de la Liga y llegaron a la final de Champions en 2020, cayendo en la final justo ante el Bayern Munich 1-0 con gol de Kingsley Coman, curiosamente el mismo resultado y mismo goleador del choque de este martes que pasó. En cuatro meses estará listo el ultramoderno complejo deportivo de Poissy, que será la casa de todos los planteles del PSG, con 17 canchas inmaculadas. Y ya está el plan para construir el nuevo estadio por si finalmente el Ayuntamiento de París no le vende el Parque de los Príncipes, donde juega de local hasta ahora.

La inversión qatarí, ha sido un negocio fabuloso, que sigue creciendo y valorizándose. Han universalizado el nombre de un club sin tradición, del que nadie hablaba, al tiempo de alcanzar veinte conquistas y transformarlo en el número uno de Francia y en un grande de Europa.

Desde luego, la corona que falta es la Liga de Campeones y por ella insisten año tras año. Pero para levantar la Orejona se necesita algo más que visión comercial y un plantel correcto: una nómina casi perfecta, como la del Bayern, en número y calidad. De eso carece. Es un plantel mal armado, corto y con puestos no bien cubiertos.

Antes de iniciarse la temporada gastó 147,5 millones en varias caras nuevas: Nordi Mukiele (defensa, 12 M€), Vitinha 41,5 M€, Renato Sanches 15 M€ (ambos centrocampistas), los españoles Fabián Ruiz 23 M€ y Carlos Soler 18 M€ (volantes ofensivos), Hugo Ekitike (delantero, a préstamo) y pagó 38 M€ por la opción del lateral Nuno Mendes. Tres portugueses y dos españoles, huuuummm… Ninguno da la talla para el nivel europeo. Mendes muestra cosas interesantes en ataque, pero no defiende bien; el gol de Coman es todo de él: se distrajo, perdió la marca y Coman, detrás suyo, totalmente solo, marcó a voluntad.

Vitinha ha tenido alguna actuación ponderable en la liga francesa, pero, cuando alguien ficha por encima de los 40 millones, el jugador debe dar garantía inmediata. De seis fichajes importantes, dos al menos deben rendir a satisfacción, es un mínimo grado de acierto. En lugar de mejorar la temporada anterior, la empeoraron. Más que del técnico hay una responsabilidad del director deportivo, el portugués Luis Campos. A él lo apuntan. Deportivamente el club es terremoto. Ayer ganaba 2-0 al Lille jugando pésimo, luego perdía 3-2 y era casi bailado en su propio estadio. Sobre el final logró empatar Mbappé y a los 95 minutos Messi apagó el incendio con un golazo de tiro libre.

Pero el aire es irrespirable. Era tal la tensión y el descalabro futbolístico del PSG que el cuestionado Luis Campos, acusado de los ineficaces fichajes, bajó del palco al campo de juego y empezó a dar indicaciones a los gritos, ignorando al DT Galtier. Nunca visto.

Es verdad que al equipo lo damnificaron numerosas lesiones. Y los que entran no cumplen. Por eso, en lo que va de este año, mes y medio, perdió cinco partidos, tres por liga, uno por Copa (eliminado por el Olympique de Marsella) y el referido ante el Bayern.

El imaginario popular lee Messi, Neymar y Mbappé y piensa en un equipo de estrellas, pero Mbappé estuvo lesionado, Neymar es casi un exjugador y Messi está cercano a los 36 años. Ha hecho un Mundial de locura, pero apoyado por diez gladiadores, acá tira una pared y le devuelven un ladrillo. “El PSG tiene para armar dos equipos”, se comenta en Twitter. Error, no da ni para uno bueno-bueno. La mayoría de la gente no mira los partidos, ve goles sueltos. La Champions es una carrera que requiere de un auto ganador, como el del Bayern.  

Era claro que con esta dotación al PSG no le alcanzaba para la lucha por el continente. Con suerte se le da la liga local y esto provoca una decepción gigantesca. Hay un clima pesado en París, Neymar -lo admitió- se agarró feo con Campos en el vestuario por la mala conformación del plantel.

El Bayern era favorito y se dio la lógica. Al menos en el primer choque. Esto no quiere decir que la llave esté cerrada. Galtier ha logrado recuperar al ejército de lesionados, puede que llegue a Munich con el once titular completo. Y todo partido es ganable, aunque el candidato, como siempre, sigue siendo el que ficha bien.

(20/02/2023)

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2030: Bolivia va al banco

Jorge Barraza

/ 12 de febrero de 2023 / 18:28

Ya está, es oficial: Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile oficializaron el martes último su candidatura conjunta para hospedar la Copa Mundial 2030. Un hecho inédito, nunca hubo cuatro países reunidos en una misma organización.

Corea del Sur y Japón, no por deseo de compartir sino por un salvataje político, fueron los primeros países en dividirse el torneo en cincuenta y cincuenta. Y en 2026 serán tres naciones —Estados Unidos, Canadá y México— las responsables de montar la fiesta.

Ahora lo pretenden cuatro. Parece demasiado, pero es la tónica imperante: unirse. Las exigencias de la FIFA —y del mundo actual— son cada vez más altas y, a no ser por países con muchísimo dinero —Qatar, Arabia Saudita— o con sobrada infraestructura —Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Alemania, Francia, España, Italia— es cada vez más difícil para uno solo asumir el reto.

Y aparte porque FIFA entiende que, de lo contrario, habrá muchos lugares adonde la Copa del Mundo nunca podrá llegar. El Mundial cobró una magnitud colosal. Mundiales caseritos como Uruguay 1930 o Chile ’62 ya no podrán repetirse.

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El hecho de que el anuncio haya estado a cargo del presidente argentino Alberto Fernández habla de la firmeza con que va el tema. Porque esta aspiración empezó con su antecesor, Mauricio Macri, y aunque son de signos políticos antagónicos, ambas fuerzas políticas la apoyan.

A efectos históricos, la iniciativa nació por una idea magnífica, redonda: que al cumplirse cien años del primer Mundial, la Copa volviera al sitio donde todo empezó: Uruguay. Como el país de Obdulio Varela no puede sólo con tamaño desafío, sumó a Argentina, quien fue su rival en la final del ’30.

Era una postulación inmejorable con un pretexto perfecto: el centenario de la Copa. Y el Río de la Plata como epicentro, aunque lógicamente Uruguay pondría una sede —Montevideo—, quizás dos —Punta del Este— y el resto en ocho ciudades argentinas.

Pero luego se agregó a Paraguay y más tarde a Chile en la fórmula, lo cual, a ojos internacionales destiñe un poco el encanto inicial, pero también descarga obligaciones económicas: más gobiernos compartirán los gastos.

El martes, mientras se lanzaba la propuesta de Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile 2030, Alberto Fernández señaló que sería ideal que se sumara Bolivia. Un apoyo irrestricto y generoso, aunque en Bolivia nadie abrió la boca. “Así podamos recibir un solo partido mundialista, ya sería una fiesta», manifestaron algunos periodistas bolivianos.

Sin embargo, el aumento de 32 equipos a 48 desde la próxima edición 2026, hará que los 64 encuentros que se disputaron hasta Qatar 2022 deban aumentarse considerablemente.

Aunque aún no se decidió cuál será el sistema de disputa en Canadá-Estados Unidos-México, se presume que podrían llegar a 112 cotejos. Por ello, no sería problema darle 10 ó 12 partidos a Bolivia, todavía quedarían 100 para los otros cuatro. Una mayoría de ellos, en Argentina.

Muy bonito, pero, queda solventar un pequeño detalle: hay que ganar la candidatura, porque son cuatro. La elección tendrá lugar el año próximo y la decidirá el Consejo de la FIFA después de estudiar gruesos informes de factibilidad.

El Consejo está compuesto por 38 miembros, cinco de ellos de Sudamérica: Alejandro Domínguez (Paraguay, presidente de la Conmebol), Fernando Sarney (Brasil), Ramón Jesurún (Colombia), Ignacio Alonso (Uruguay) y María Sol Muñoz (Ecuador). Deberán convencer, entre otros, a 10 miembros de Europa, 8 de África, 7 de Asia…. No será sencillo.

Los rivales, hasta ahora, porque aún podría sumarse alguno más, son España, Portugal y Ucrania por Europa, Marruecos por África y Arabia Saudita, Egipto y Grecia en una inédita reunión de tres continentes.

Está última tiene mínimas chances porque, por el principio de rotación, quedaría invalidada pues Asia viene de ser anfitrión a través de Qatar.

Marruecos es reincidente, se presenta por sexta vez, ahora respaldado por su auspiciosa actuación en el reciente Mundial, donde además de buen juego mostró la euforia de su gente por el fútbol. Tiene una ubicación estratégica en el Mediterráneo, desde España sólo hay que dar un salto y ya está.

Es un país económicamente en crecimiento y dado que la última y la única vez de África fue en 2010, podría ser… El adversario a vencer, el más difícil, es España y Portugal, que lo tienen todo: cantidad de ciudades, magnífico sistema de transporte, grandes estadios, hotelería, historia futbolística, el apoyo europeo… En solidaridad con Ucrania, ambos países decidieron sumar a Ucrania en su papeleta. Parece más una intención de congraciarse con los electores, porque para el 2030 faltan siete años, pero ahí está.

La contra de la postulación ibérica es que el último Mundial en Europa está muy fresco: Rusia 2018.

¿Por qué se dividieron el Mundial Japón y Corea…? João Havelange aún era presidente te la FIFA hacia 1996. Le había prometido el torneo a Japón, igual que su secretario general Joseph Blatter, pero antes de llegarse a la votación —el 31 de mayo de 1996— sondearon a los miembros del Comité Ejecutivo —así se llamaba entonces— y, con estupor, advirtieron que estaba ganando claramente Corea del Sur, por lo cual se anticiparon y le ofrecieron al doctor Chung Mong-joon, presidente de la Asociación Coreana y dueño de la Hyundai Motors, compartir la sede y evitar el riesgo de los votos.

Mong-joon aceptó y el Mundial fue perfecto, aunque nunca hubo un deseo real de unidad en el emprendimiento. Corea y Japón querían la Copa en solitario. 

Los primeros comentarios a la pretensión sudamericana fueron “Cuatro países, ¿no es demasiado…?”. No es poco, sin embargo, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile suman 4.120.317 km cuadrados frente a los 21.096.638 de Estados Unidos, México y Canadá. No llega a ser un quinto de territorio. Y en la Copa de 2026 habrá dieciséis sedes. En Sudamérica serán alrededor de diez. De modo que no puede ser esgrimido como obstáculo.

El concepto de “Mundial compacto”, que vendió la FIFA para Qatar 2022, o sea todo en una ciudad con cientos de miles de turistas-hinchas confraternizando, resultó excelente, pero se desvirtuó completamente para 2026, que será un torneo desperdigado. Un día se juega en Ciudad de México, al siguiente en Vancouver, al otro en Nueva York, luego Los Ángeles… En Europa sería como ir de Lisboa a Moscú, de Moscú a Roma, de Roma a Oslo…

El mejor argumento sudamericano para convencer a los miembros del Consejo de la FIFA debe ser LA PASIÓN. No hay ninguna otra región del planeta donde el fútbol se viva con igual intensidad que acá. Sobre todo, en Argentina.

Decir que quienes vengan de otras latitudes vivirán una atmósfera jamás imaginada de euforia. Activar la pasión en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, no requiere de tecnología ni de presupuestos, sólo hay que llevar el Mundial y ya. El hincha, solo, hace el resto.

El sueño mundialista está. Por ahora, Bolivia va al banco de suplentes; a ver si se anima a entrar…

(12/02/2023)

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¿Y los muertos de Qatar…?

Jorge Barraza

/ 5 de febrero de 2023 / 22:46

La honda preocupación occidental en general, y europea en particular, durante noviembre y diciembre últimos fueron “las violaciones a los derechos humanos en Qatar y los obreros fallecidos en la construcción de los estadios en el emirato”.

Quienes allí estuvimos, y fuimos alrededor de dos millones de visitantes, no advertimos tales violaciones durante nuestra estancia y no se registraron reclamos o protestas durante la visita de los extranjeros, siempre una imperdible ocasión de manifestarse para los locales en desacuerdo con algún tema.

No hubo restricciones para los turistas-hinchas, como predijo la prensa europea, ni semejó en nada a un estado policíaco.

Sí se disfrutaron libertades casi sorprendentes, incluso se respiró un bellísimo aire a confraternidad, a convivencia multirracial, a seguridad. Y sobre los muertos, no los desmentimos en absoluto, tampoco los confirmamos, simplemente seguimos aguardando informes oficiales de la Naciones Unidas, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de los propios gobiernos de los supuestamente fallecidos o mismo de sus familiares.

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Sobre esto último, es muy curioso no haber escuchado nunca una voz doliente por un esposo, un hijo, un hermano víctima. La OIT incluso abrió una oficina en Doha el 30 de abril de 2018 para colaborar y seguir de cerca la implantación “de un exhaustivo programa sobre las condiciones de trabajo y los derechos laborales en dicho país”, según informó.

Se fue el Mundial y los medios europeos no se refirieron más al tema. Nadie confirmó las muertes ni se dieron listas de nombres ni pruebas. Todo se basó en una información publicada por el diario inglés The Guardian, que, aseguró, hubo la impresionante cifra de 6.500 trabajadores muertos. Pero no ofreció documentación probatoria alguna.

El Gobierno qatarí, por su parte, contrarrestó: “Sólo se registraron tres fallecimientos por distintos accidentes en las obras”.

Hay 6.497 muertos de diferencia. En un tema tan delicado y que atañe a la sensibilidad humana, lo coherente sería un informe serio refrendado por gobiernos y organizaciones confiables.

Pero pasó el Mundial y parece haber pasado también la inquietud de esos mismos medios que, quince o veinte días de comenzar el torneo, como coordinados, arreciaron con reportajes y notas acusadoras. Tras la final no se habló más del tema.

¿Enterraron a los 6.500 muertos…? ¿Europa y Occidente necesitan un juguete nuevo…? ¿El Mundial les salió mal porque fue un éxito organizativo y futbolístico indiscutible…? “La final fue tan buena que fortaleció al Mundial entero, incluso a Qatar, en ese juego de proyecciones que hace el fútbol”, declaró con acierto Jorge Valdano tres días después de caer el telón. Pero puso algún reparo: “Una cosa es la realidad y otra la percepción, ayer la percepción fue que el Mundial ha sido un éxito“. Con esto último nos quedamos todos. No obstante, a Jorge le pasa lo que a muchos que viven y trabajan en Europa: les cuesta rendirse a la excelencia organizativa de Qatar.

Lo pueden las sospechas. Fue un Mundial magnífico, pero ya estaba tan vilipendiado que muchos se quedaron sin retorno. Ahora, cada mención en los diarios españoles, franceses o alemanes comienza con un latiguillo: “el polémico Mundial de Qatar”. No explican por qué.

La causa esgrimida para las presuntas muertes de miles de operarios en las construcciones fue que Qatar es un “país-horno” (definición de la alemana revista Der Spiegel) y que los pobres nepalíes, indios, paquistaníes, bengalíes, etcétera morían por el calor. Esta afirmación, resultante de una amplísima nota de la revista estadounidense Time. Pero tal veredicto choca con una constatación personal que hicimos in situ.

Nos sorprendió que en noviembre-diciembre hiciera una temperatura cercana a los 30 grados (a veces menos) entre las 11 de la mañana y las 5 de la tarde, para luego bajar considerablemente. Incluso llegaba a estar muy fresco durante la noche. Conste que los partidos eran en su mayoría a las 18, 20 y 22 horas.

Durante el torneo nos encontramos en el estudio que Win Sports montó en Doha con la familia Pacheco, colombiana, que vive hace dos años en Doha. Quisimos ahondar sobre el clima. Pablo, el padre de familia, un ingeniero en petróleo, respondió: “Calor fuerte, bravo, es en julio, agosto y primera quincena de septiembre.

El resto del año es como ahora, un calorcito agradable y, al caer la tarde, fresquito”. De modo que no cierra que durante ese breve lapso murieran tantos miles, sobre todo porque en un momento de las construcciones se decidió cambiar el horario laboral y que empezara a las 4 de la mañana. Además, mediaron doce años y nueve meses entre que Qatar fue elegido como sede -el 2 de diciembre de 2010- y el comienzo del Mundial. Hubo hartísimo tiempo y dinero para levantar los estadios sin necesidad de forzar la maquinaria humana.

Harold Mayne Nicholl’s, chileno, inspector de FIFA para evaluar las candidaturas de los Mundiales 2018 y 2022, dio a Qatar la nota más baja de todas, lo cual conllevaba una recomendación a no votar por el emirato en la elección. Entregó su evaluación el 14 de septiembre de 2010. Sin embargo, luego cambió radicalmente su postura.

Días antes del puntapié inicial del torneo declaró: “Me atrevería a decir que este será un Mundial excepcional”. Y lo explicó: “Yo no tenía derecho a oponerme a Qatar. Sí a informar que, de todas las sedes que se proponían para el Mundial, esta reunía menos requisitos positivos en 2010. Pero esa no es la situación de hoy. Tomaron el informe que hicimos y actuaron para corregir todas las falencias. Y lograron lo más difícil, que era cambiar la fecha para evitar el calor. El Mundial será espectacular». Y acertó.

Queda la sensación de que todo lo que no se hace en Europa está mal y hay que denostarlo, mancharlo. Rusia 2018 fue también un Mundial fantástico en lo organizativo, pero Rusia es mala palabra para los países cercanos al meridiano de Greenwich y los periodistas de Occidente se cuidaron de dedicarle cualquier elogio.

Simplemente tragaron y a seguir adelante. La aprobación por parte del Consejo de la FIFA del Mundial de Estados Unidos, México y Canadá 2026 tal como quedó anunciado sí es un desacierto que desvirtúa la noción de país-sede, de fiesta aglutinadora. Un torneo que se dispersará sobre un territorio de más de 20 millones de km cuadrados, donde los aficionados no podrán viajar miles de kilómetros diariamente para seguir los partidos que prefieran (en Qatar se podían ver dos y hasta tres por día).

Es física y económicamente muy complejo. Será un Mundial exclusivo para la televisión. Y para recaudar. Y en junio-julio quizás hará en México y Estados Unidos un calor insoportable, mucho peor que en Qatar, como lo padecimos en 1986 y 1994. Pero no se harán referencias al tema, nadie se escandalizará. Y es muy dudoso que refrigeren los estadios.

Mucho gasto. Francia ya avisó que no habrá aire acondicionado en la villa olímpica en los Juegos del año próximo y los atletas protestan.

Como en Qatar, el Mundial 2026 irradiará la imagen positiva o negativa que los medios dominantes construyan. Un ejemplo de su tremendo poder.

A propósito de Europa y de muertes, el 22 de enero, el jefe de Estado mayor noruego Eirik Kristoffersen reveló que la europea guerra ruso-ucraniana acumula ya 180.000 muertos o heridos en las filas del ejército ruso, 100.000 del lado ucraniano y 30.000 civiles muertos, o sea 310.000 en total. Número que aumenta día a día. De esto sí hay certeza.

(05/02/2023)

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