Jaker
Imagen: EL PAPIRRI
Imagen: EL PAPIRRI
Luego de 15 días en La Paz más que intensos, llegaba a Cochabamba a descansar, a ver la Champions, a rascarme todo
Ch’enko total
Luego de 15 días en La Paz más que intensos, llegaba a Cochabamba a descansar, a ver la Champions, a rascarme todo, a rumiar el último concierto en el Municipal, a dormitar suave. Con un ojo miraba el partido, con el otro miraba la tarde. De pronto aparece un mensaje en mi WhatsApp con código internacional: “Somos de la empresa WhatsApp, hay otro teléfono que está queriendo utilizar este número, ponga el SMS que le mandamos, son 4 dígitos, comprobaremos así que usted es el propietario, tiene 30 segundos”. ¡Justo goool de Atlético Madrid! Veo el SMS, lo copio, lo mando a ese número y listo: me cagaron. Me jodieron el descanso, el partido y la tarde; todo se volvió tensión, desesperanza…
Se queda un mensaje congelado que dice que ponga un pin, que si no lo sabía me mandarían uno nuevo a mi correo electrónico… Nada. Nunca había yo puesto un pin en el WhatsApp. Nunca llega el famoso mensaje al e-mail. Se pudre ahí mi mirada colectiva: siento la agresión en los ojos, habían penetrado en mi privacidad, me viene un ataque de ansiedad. Ken merda será, una desconfianza atroz atrapa mi alma. De pronto suena el teléfono, es mi querida cantante: —Manu, ¿tú me estás pidiendo plata? —Nooo, cómo pues Diana… —¡Están pidiendo plata por vos! Ponen la foto con tu hermano, mandan un QR…—Qué gran put’s.
Dejo el partido, prendo la compu emputado, ingreso a mi face, puedo ingresar sin dramas. ¡Uf, menos mal! Escribo un mensaje póstumo: “Algún imbécil a jakeado mi watsap, por favor no les den plata, están pidiendo dinero a mi nombre con QR, no les hagan caso…” Suena el teléfono, es mi sobrina hippie amada —¿Tío, te pasa algo? Me están pidiendo dinero, 10 mil bolivianos que precisas urgente. Ahorita no tengo, pero conseguiré, dame unos días, tío. —No, no, hijita, son jakers…—¿Quién, qué?, te escucho entrecortado. —Son hakers, con “h”, entonces. No necesito dinero, son estafadores, ¿dónde estás hijita? —En Río Abajo, pues, tío, no te escucho bien, te llamare más tarde”. Silencio…
Entonces llega la semana de angustias, reboto del técnico cubano a Entel, de allí al técnico cubano. En Entel una señorita comiendo un silpancho me dice algo así como nosotros na’k ver con watsap. El técnico cubano, radical, dice en Caribe: “no hay otra, tendrá que ser otro número, chico, no hay nada más que hacer”. Un joven amigo que sabe de estas cosas me aconseja que marque **//++60*, sale un chorizo de número, se lo leo, —hay un 1 al final… Uy, te clonaron el teléfono Papirri… han hecho un espejo con tu teléfono. —Y ahura.
Desesperado compro un chip en cualquier tienda, lo pongo apenas, cada vez veo peor. Al día siguiente vuelvo a la compañía de fonos. —Este chip está mal, dice un joven maduro con pinta de japonés, voy a mantenerle el número, pero hay que cambiar de chip. Salgo cabizbajo con un nuevo número que nunca pude recordar.
También puede leer: Un lindo concierto de fin de año
—Por favor, me jakearon el watsap, este es un numero de emergencia, le escribo a una compañera de trabajo. —¿Lo agendo o no?, contesta de mal humor. —No sé —le digo— y la tarde lanza un eructo a chicharrón que casi voltea un molle viejo. Rápido y concreto, el jefe de mi trabajo pone el nuevo número en la red de watsap. Escribo a un colega siempre amable a su watsap personal desde el nuevo número contándole el drama, es un caballero setentón intelectual, se asusta… nunca contesta mi mensaje en ninguneada total. Al cuarto día sin watsap me llega un hálito de ángel, una calma sospechosa. Esta calma me está estresando digo, siento que talvez podría ser interesante tener un nuevo número. Le escribo a un amigo querido contándole lo sucedido. —¿Y cómo sé que eres vos?, responde en carcajadas de emojis. Al quinto día pido socorro a un pariente de mi mujer que alguna vez había trabajado en Viva, viene al depto., mira todo, muy desactualizada tu compu, tienes que poner nuevo World, dice, asquiento. Entra a unos tutoriales, leyendo fúnebre dice: Tienes que esperar siete días. —Desde cuándo? —, le imploro. —Desde el día del jaker—, dice con cara de Halloween mientras una nube gris se choca con el cerro lanzando un granizo plomizo. Le quiero pagar. “Jamás, viejito”, dice, pellizcando mis cachetes.
Por fin llega el día siete. Lloriqueando extraño los mensajes de mi comunidad de Tigres, sollozo saudade de los reclamos de la red del edificio, extraño los avisos de la red de artistas. Ya sin esperanza llamo al sobrino empresario que instruye: “consúltale a nuestro técnico de computadoras”. Adjunta el número de William Gonzales, quien llega el día ocho a las nueve armado de susurros. Se sienta frente a la compu, saca una foto del mensaje congelado, parece que está orando, pidiéndole al cibersanto del ciberespacio compasión entre susurros, pasa una hora mientras doy vueltas como huayronko (¿es un ave?). De pronto se enciende el mundo, el sol pasa rebotando de techo en techo, todo se inflama de luces. El amigo Gonzales —capo bárbaro— logra destrabar aquella imagen congelada que pedía un pin inexistente. Lo abrazo, le beso la pajla, grito retrasado el gooool del Atlético. El técnico mira sabiamente el número del jaker y en tres clics mágicos lo denuncia y desaparece tragado por la cibervida y sus algoritmos. Fue así que se enciende el mundo con mis amados contactos cultivados en años, beso mi watsap histórico. Entonces suena el teléfono. —Tío, te he depositado 3 mil al QR que me mandaste, por ahora tengo eso—, dice mi sobrina hippie amada con una voz ahogada en álamos desde Río Abajo.
El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta